– ¡Oh!, estará encantado con esta tarta de… ¿De qué dijiste que era, cariño?
– De fruta de la pasión.
– Muy apropiado, entra, ya están en pleno ritual.-
La anfitriona de la casa le acompañó en la entrada del enorme caserón y se dirigieron al sótano. Reinaba un ambiente solemne a la vez que festivo, Todos engalanados con togas lustrosas de color negro o rojo con ribetes dorados en las solapas.
– ¡Chicos! Esta es Dana, la vecina, viene a participar, mirad que trae de ofrenda, un pastel de… ¿De qué me habías dicho?
Todos la saludaron desde sus puestos, se escuchó cuchicheos y alguna que otra risa, pero enseguida se silenció el ambiente. Le asignaron un sitio cercano al círculo, de vistas preferente, al lado de la anfitriona, le dieron la toga blanca de iniciada que se puso enseguida encima del vestido.
El sacerdote, con toga roja y ornamentada, empezó con un cántico en un extraño lenguaje que sonaba monótono y gutural.
– Ahora empieza lo bueno – Iba comentando la anfitriona – Por cierto, me llamo Agnes.
Una potente llamarada salió del centro del círculo, de color rojo vivo que iba tomando aspecto de persona, tras terminar el sacerdote la tonada, en una humeante explosión de humo del círculo apareció un señor con barba perfilada, vestido de traje y americano color burdeos, miro alrededor y saludo con la mano. El sacerdote fue a su encuentro, intercambiaron algunas palabras en el extraño idioma.
– En cuanto acabe el protocolo de seguridad podremos ir a saludarlo- Comentó Agnes a Dana emocionada.
Tras una corta ceremonia, un último y breve cántico en el que todos entonaron dicha oración al más estilo coro eclesiástico, el pontífice procedió al borrado de parte del círculo, liberando al señor del conjunto burdeos. Todos se acercaron, le estrechaba la mano y saludaban efusivamente, algunos hasta se abrazaban a él. Agnes, que ya estaba hablando animadamente con el invocado, le hizo señas a Dana, para que acudiese, y así hizo ella.
– Me han dicho que eres nueva en la congregación – Le dijo el evocado personaje que, con cara de pícaro y el aspecto latino de Antonio Banderas, la miraba con interés
– Sí, y como buena acolita le traigo este pastel como ofrenda.
– Tiene un aspecto delicioso. Menos mal que no se trata otra vez de sangre de virgen o algún animal muerto. Ofrendas inútiles con las que no sé qué hacer. Con esto tendré desayuno para mañana. Por si nadie le ha dicho quien soy me llamo Lucifer –
– Mucho gusto – Le dijo Dana a punto de ofrecerle la mano en acto de saludo, pero el demonio se adelantó y le dio dos besos, uno en cada mejilla haciendo ruborizar a la dama.
– Bienvenida a la orden.- Le dijo alejándose entre la gente que lo reclamaba con ímpetu.
– A que es guapo – Le susurró Agnes.
– Extrañamente seductor –
– No es por nada que el Lucero del Alba lleva su nombre.
– ¿Venus?
– Si
– Pues muy femenino no es.
– No, pero sabe tratar a las féminas. ¿De qué me dijiste que era la tarta?
Knox bajó de un salto de su vehículo oruga que, embadurnado de barro, se quejaba chirriante por un descanso. Con su equipo meticulosamente preparado, alzó la mano al tocar el suelo y de los laterales del todoterreno salieron volando, ruidosas e inquietas, las redondas cámaras de rastreos.
Peinaron, con su mirada inquisitiva y sus veloces turbinas, toda la zona alrededor del valle, mapeando sin descanso mientras él paseaba en el linde del terreno, admirando el paisaje con el mismo entusiasmo del que saborea un manjar desconocido.
Perteneciente a la primera colonia, Knox, era un exo-geólogo multidisciplinar con el cargo de investigar lugares de interés común, o como a él le gustaba llamarse a sí mismo, el explorador del planeta Kepler. Ahora andaba a seis mil kilómetros de cualquier lugar habitado en busca de materia prima, yacimiento de minerales y emplazamientos seguros para construir otras colonias. También daba acceso a los xenobiologos a zonas de interés por la diversidad de su fauna.
Fue entonces cuando la vio, destrozando la nube que la contenía. Bajó a plomo, situándose a un metro del suelo, cerca de donde Knox tenía su transporte. Era una roca flotante, de diversos colores terrosos, abrió un fragmento de un costado, por donde bajó ella, caminando por el vapor que exhalaba el hueco abierto y que se derramaba hacia el suelo.
Había oído hablar de ellos, seres provenientes de una galaxia cercana, generalmente se acercaban a los humanos para intercambiar información, pacíficos y un tanto reservados. Ella era alta, de un color azul cielo del mediodía, de mirada atenta y largas orejas.
Se acercó a él, lenta y ceremoniosa, con un caminar de danza de la brisa, se puso justo en frente y sonrió seductora. El aventurero tenía un poco de miedo, pero no presentía peligro. En un lento movimiento de brazo, como dibujando el aire, posó su dedo índice en la frente de Knox.
Ahí empezó la conversación, si lo podemos llamar así. De su mente surgió la imagen de ella en un planeta de bosques frondosos, la luz de dos soles y atmósfera serena. La vio subir a la nave de piedra y elevarse tan rápido que enseguida pudo ver su planeta con dos satélites alrededor, su sistema planetario y su constelación, desconocida para él.
-¿Puedo saber de ti?
Preguntó ella en su cabeza, él asintió con la cabeza, no sabía cómo debía comunicarse. Entonces notó cómo involuntariamente su cabeza se llenaba de recuerdos, de su planeta natal y de su actual hogar.
-Si necesitas algo, puedes hablarme, no conozco tu lengua, pero puedo leer en tu mente el significado-
-¿Quién eres?- Dijo lanzando la frase al aire
-Soy exploradora, como tú. – Dijo haciendo fluir su melodiosa voz en la mente de Knox- Sé que este planeta es vuestro, pero nosotros tenemos una colonia cerca, y queremos aprender de vosotros, intercambiar conocimientos y empezar una relación cordial. – Las palabras iban entrelazadas con imágenes, sonidos y emociones. La rapidez comunicativa era tal que parecía conocerla de toda la vida.
-En ese caso, lo mejor es poder colaborar en nuestro trabajo.
-¿Explorar juntos?
-O aprender nuestra forma de ser y métodos de trabajo.
– ¿Recuerdas cuando la gente votaba? ¿Cuándo había elecciones?
– ¿La fiesta de la democracia dices? Sí, me acuerdo, era yo muy pequeño, mis padres, ilusionados, se vestían elegantes para ejercer su derecho. Eso decía mi padre, si no votas no tienes derecho a quejarte.
– Yo recuerdo en especial aquella ocasión que el mismo año se votó varias veces, salimos a votar en familia y mis padres iban criticando a los políticos por el camino.
– A tanto no llega mi memoria, pero leí que se votaba una vez cada cuatro años, ¿o era cada dos años?
– Sí, algo así era, pero ese año no llegaban a un acuerdo y había que repetir para que los votantes decidieran por ellos.
– Pero, ¿Y qué tenían que decidir, no se había votado ya?
– Era muy confuso el sistema de votos y papeletas. Yo creo que la gente no sabía muy bien que votaba. Además, hacían pactos entre ellos y gobernaban muchas veces partidos que no habían salido elegidos, ¿Has visto algún video de los políticos de la época? Se pasaban el día insultándose.
– Y se contradecían.
– Y mentían. Hacían promesas falsas.
– Eran muy graciosos. Salían videos por internet con ellos haciendo payasadas.
– Y corruptos, había noticias a todas horas, numerosos casos de corrupción que luego quedaban en nada, pasaba el tiempo y se olvidaba todo.
– Bueno, tenemos la certeza de que eso ya no pasa, no puede haber corrupción en este sistema.
– No lo veo posible, quien nos gobierna no tiene necesidades, o eso creo.
– Y todavía hay gente que se queja.
– Lo que pasa es que todavía hay gente que no ve bien que una inteligencia artificial dirija un país, bueno, casi el mundo, cada vez hay más países metidos en este sistema. No es humano, ¿no? Quizás no comprende bien nuestras necesidades.
– ¿Tú no vives mejor que tus padres? ¿Recuerdas cuando la gente no llegaba a final de mes? Ahora todos vivimos bien, solo que Padre nos da unas normas y hay que cumplirlas para que todos podamos beneficiarnos.
– Tendrás razón, digo yo. En fin, me voy que no voy a llegar al cierre domiciliario y no tengo permiso de pernoctar.
“Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.” Arthur C. Clarke
Lúa se enfrentaba otra vez, a la luz de la luna, con la afilada espada del imperio, pero esta vez sabía lo que hacía. No tardaría, no habría supervivientes.
Años atrás, cuando era casi una niña, vinieron por primera vez. Era una centuria, con sus brillantes armaduras, suficientes para barrer de un suspiro el pequeño castro donde vivía. Los jóvenes, deambulando por otros pueblos, habían oído el rumor de la llegada de toda una legión, la misma, según contaban los ancianos, que hace tiempo había atacado Numancia. Por si acaso, estaban alerta, pero, ¿qué podían hacer ellos ante la fuerza imperial? La mejor idea, esconderse en el bosque y habitar allí hasta que las aguas calmaran.
Manchando su blanco vestido en su apresurada huida, Lúa y sus hermanas buscaron refugio en la antigua Pedrafita, donde adoraban a sus dioses, para implorar ayuda a alguna fuerza superior piadosa que los defendiera. Pero los legionarios peinaban la zona en busca de los habitantes del castro. Escucharon los descuidados ruidos de armaduras y todas las congregadas en aquel templo de dólmenes y menhires huyeron, sin rumbo, azoradas por el miedo.
La joven Lúa se refugió en la cercana cueva de las Mouras, donde jugaba de pequeña a encontrar seres mágicos. Quizás ellos quisieran ayudarlos, quizás solo retrasarían lo inevitable. Entró por el laberinto de túneles hasta encontrar la puerta de piedra, ya la conocía. Una extraña hendidura circular con la forma de una mano de cuatro dedos estaba grabada a fuego en el centro. Como gesto de saludo, de forma desesperada, puso la suya sobre el molde, activando sin querer, como una invitación a pasar, el sistema de apertura.
El túnel que se escondía tras la entrada, ya no era de piedra, estaba hecho de algo distinto, parecía tener luz propia, algo blando y seco al tacto. Había algunas puertas en esa singular galería, todas cerradas. Caminó hasta encontrar una que no lo estaba, un pequeño cuarto con un asiento, tapizado con un material esponjoso, en el cual se sentó agotada. Ahí se quedó, cansada, aturdida, esperando una señal.
Y la tuvo.
Una potente luz se derramó encima, como lo haría la lluvia. Lúa pensó que era una llamada divina, que Ardenas se había apiadado de su sufrimiento y se estaba comunicando con ella. Más adelante se dio cuenta de que no era así, que estaba ocurriendo otra cosa.
Se quedó paralizada, y esa luz líquida empezó a recorrer su cuerpo, fundiéndose con su piel, respirando a través de ella, formando una extraña coraza que se alimentaba de su sangre.
Consiguió abrir los ojos, una multitud de signos aparecían delante de ella, eran desconocidos, pero empezó a comprenderlos. Había algo en esa segunda piel que le estaba enseñando, aclarando misterios, le hacía entender esta cobertura mágica que la estaba transformando. Pudo levantarse, y se sintió descansada, fuerte, llena de energía, y supo que se podía enfrentar con los enemigos de su pueblo.
Entonces escuchó esa voz.
– Bienvenida Lúa, soy Fen, su asistente virtual, acaba de completarse la adaptación genética del traje simbiótico.
– ¿Quién me habla?
– Tu asistente virtual, Fen, ¿En qué te puedo ayudar?
– ¿Qué me está pasando?
– Has sido asimilada por un traje simbiótico.
– ¿Y eso qué es?
– Es una cobertura biológica encargada de protegerte en entornos hostiles.
– ¿Puedo proteger a mi gente con esto?
– ¡Por supuesto!
– ¿Cómo?
– ¿Dónde está la hostilidad? Vamos, te lo enseño por el camino, aunque has asimilado ya muchas de las funciones.
– Gracias, Ardenas.
– ¿Ardenas? No, no, yo soy Fen, tu asistente.
Lua sintió la necesidad de correr, y vaya si lo hacía, se dirigió veloz al lugar de culto. Estaba lleno de legionarios. La facilidad con la que manejaba su transformado cuerpo no le libró de varias caídas y algún golpe con los árboles del camino, pero consiguió situarse cerca sin ser vista.
– ¿Estas criaturas de peculiar armadura son hostiles?
– Sí, son los que quieren invadir mi pueblo.
– ¡Genial! Te mostraré lo que puedes hacer.
De un salto, Lúa se situó cerca del más próximo al bosque, fue arrojado lejos, como embestido por un toro. Los demás guerreros la vieron, para sorpresa de ella quisieron huir. Ocurrió muy rápido, pronto se vio en un inmenso charco de sangre y cuerpos desmembrados. Los pocos que quedaron vivos corrían cuesta abajo, hacia el castro.
Lúa galopaba, con pies y manos, dejándolos atrás en segundos, llegando al poblado a velocidad vertiginosa. Encontró más gladiadores, que habían apresado a algunos de los furtivos, hombres, mujeres y niños, a punta de espada, los amenazaban para que entraran en una carroza con barrotes. Agarró al más cercano del cuello, rompiéndoselo en el acto. Cuando acabó con los demás soldados, se dio cuenta de que su gente no quería acercarse a ella, le tenían miedo, escapaban de ella como si fuera un demonio. ¿En eso se había convertido?
Corrió, hacia el amanecer, dirección al lago, confusa, su mente era un torrente de pensamientos encontrados y sensaciones confusas. Sabía que había salvado a muchos de sus amigos, a su familia, pero a un elevado precio.
El resplandor del lago, con el sol naciente, le reveló su forma. Su reflejo en el espejo del agua se veía difuso, extraño, un gran lobo gris erguido en sus dos patas traseras miraba frío y desafiante desde la ondulante orilla mecida por el viento del este.
– Ardenas, ¿no me puedes quitar esta maldición?
– No, una vez asimilado el proceso de simbiosis queda ligado a ti, ahora forma parte de tu organismo, pero puedes recuperar tu aspecto y activarlo cuando quieras.
– ¿Y tú siempre estarás en mi cabeza?
– Siempre que me necesites, soy tu asistente.
La joven Lúa se quedó sola, en silencio, mirando su reflejo en el agua del lago.
– En fin, no me esperes para cenar, que esto se va a alargar.
Jose Carlos era un tipo normal en casi todos los sentidos, con un piso en un barrio cerca de Murcia. Una adorable familia, Eleonora, su mujer, dos hijos Carlitos y María y el perro Wally un dálmata al que se le habían caído las manchas de preocupación. Adoraba ver comedias, los días de lluvia y compartir almuerzo con su familia los domingos.
Pero este domingo tenía otros planes, aparte de electricista a punto de jubilarse, José Carlos era el Dios supremo de Eleonoro, un mundo que estaba situado en el trastero, al lado de la lavadora y cuyo nombre fue puesto como homenaje a su mujer. Hoy celebran un festivo en su honor, como todos los años tenía que asistir.
Hubo un tiempo en el que los habitantes de ese mundo, comúnmente llamados gamusinos, estaban en constante guerra, y Jose Carlos, preso de la furia, se presentó en Eleonoro dispuesto a exterminarlos a todos con su poder del rayo, al ver la magnitud de su poder imploraron clemencia, el Ser Supremo disparaba truenos y centellas arrasando la superficie del planeta. Pero Él era un dios misericordioso y les propuso un pacto. Escribió una serie de leyes en la hoja de una palmera, implementando la lógica televisiva, tomando a Gila como referencia. Así impuso sus normas sagradas y los gamusinos tenían el deber de cumplirlas. Por ley divina. Para conmemorar el pacto, todos los 25 de febrero se celebraba el día de las leyes sagradas.
Era una festividad mundial, todos se reunían, había eventos públicos y todos los gamusinos esperaban ver en el cielo el gran ojo de su redentor y escuchar la famosa frase que le caracterizaba: “Portaos bien, que os estoy vigilando.” Varios actos conmemorativos inundaban las plazas de las ciudades, El ritual de bienvenida por la mañana celebrado por el pontífice del lugar, la procesión de “los inmensos dolores de cabeza que me hacéis pasar”, símbolo de la preocupación del Señor Dios Jose Carlos en su infinito amor por el pueblo gamusino. Antes del mediodía, la toma del vermut con aceituna consagrada. Y por fin, a media tarde, la ascensión divina en cuerpo y alma en la Plaza de la Santa Palmera, lugar donde fueron escritas las Leyes del Pacto de La Alianza José Carliana.
Descendió lentamente de entre las nubes, desde el centro de un rayo de sol, como suelen hacer los dioses. Sus adeptos estaban congregados alrededor del monte, habían venido en peregrinación desde todas partes del mundo. Federico, el sumo pontífice, estaba arrodillado frente al trono que habían construido tras la palmera sagrada.
– Bendecido seáis todos los que estáis aquí reunidos, fieles a mi misericordiosa misiva, palabras sagradas que se debe cumplir por los siglos de los siglos. – Dijo José Carlos, llegando desde los cielos a su ornamentado trono.
– Palabra de José Carlos – Dijo el pontífice.
– ¡Amén! —gritaron todos.
– Podéis empezar a festejar.
– Señor, este año tenemos una petición.
– Claro, sí, como siempre, a ver, ¿qué queréis? ¿Más lluvia? ¿Cosechas abundantes?
– No, no, Señor, eso por ahora va bien. Tiene que ver con el fútbol.
– ¿El fútbol? ¿En qué sentido? Yo permito el deporte, no puedo beneficiar a ningún equipo, que gane el mejor, ¿no?
– Lo que queremos es ver el fútbol de los ángeles, el que practicáis en el cielo.
– ¿Cómo?
– Le explico, cómo sabe nosotros hemos avanzado tecnológicamente, hemos creado un gran telescopio para conocer que hay más allá del cielo.
– Vale, ¿y qué tiene que ver eso con el fútbol?
– Pues que con el telescopio hemos podido ver lo que hacen los ángeles, y es jugar al fútbol.
– Me tenéis descolocado.
– Sí, hay un equipo que se llama Atlético de Madrid, otro, Barcelona…
– ¿Coño, y como veis eso?
– Pues con el telescopio, lo emitimos en directo, pero es que ocurre no sé qué fenómeno astrológico que nos tapa a veces la visión, y no sabemos qué hacer. Creo que el sábado hay final y nadie quiere perdérselo.
– No os preocupéis, en mi infinita bondad me ocuparé de las interferencias.
Tras una tarde de fiesta y celebraciones, con unos fervientes seguidores especialmente alegres, Jose Carlos, cansado de tantas bendiciones, decidió despedirse y ascender a los cielos, no antes sin despedirse con unos salmos. Llego a casa y eran casi las once, su mujer le esperaba ansiosa de recibir noticias de los gamusinos.
– ¿Qué tal te fue este año, José?
– Buen, bien, han avanzado mucho. Una cosa, antes de que se me olvide, habrá que dejar abierta la puerta del trastero los días que haya partido o nos veremos obligados a ponerles una tele en el trastero.
Tras pasar una extraña noche, Nalu despertó de lo que quería creer que era un sueño. Una pesadilla abstracta digna de un relato de Lovecraft, un mundo donde Ktulu campaba por un siniestro bosque repleto de misterios. Pero seguía allí, en el poblado de tiendas de campañas fabricado por esa comuna perdida en un rincón de esta espesura forestal.
Para combatir el miedo a lo desconocido que hay mejor que un poco de tecnología, así que echó mano a su flamante móvil de última generación, que en este mismo instante se encontraba fuera de servicio.
– Sin cobertura, y con un 36% de carga.
– Ya nos lo habían dicho, aquí no hay repetidores
– Yo quiero que se termine ya esto, pienso montarles la de Dios a la agencia de viajes, que nos soluciones la vuelta, yo no sigo aquí ni un minuto más.
– ¿Y qué hacemos?
– En la carretera si había cobertura, pienso llegar allí y llamar
Nalu se levantó y salió de la improvisada habitación, su cara parecía un poema. Con la luz del sol, este pueblo parecía más extravagante, rodeado de inmensos árboles, daba la sensación de un paraje olvidado por el tiempo.
– Al menos vamos a ver que tienen de desayunar. Huele bien.
– Ni en sueños.
Tras hablar con el guía que no le puso ninguna objeción siempre y cuando le firmara un documento exculpándolo de cualquier percance. Le advirtió que había diez kilómetros de camino y que una vez llegara a la carretera no iba a encontrar nada. Había horas de camino a cualquier lugar civilizado.
La pareja echó a andar por el camino, ella con mal humor, él con la esperanza de encontrar alguna aventura interesante en el trayecto. Caminaron sin descanso, haciendo cálculos de cuánto tardarían en llegar a la entrada del bosque. Nel, optimista, pensaba que en un par de horas llegarían a un sitio con cobertura y desde allí podrían al menos conseguir un transporte, un Uber, tal vez. Y no se equivocó en algo. La cobertura llegó cuando ya se divisaba la carretera.
Nalu, móvil en mano, se dispuso a pedir auxilio telefónico.
– Me pone protocolo desconocido. Me da un error de conexión.
– El mío también, caminemos un poco más, a ver si pasa alguien.
A pie de la carretera encontraron unas extrañas marcas viales, la calzada tenía una doble línea de color azul y parecía más grande. Siguieron avanzando hasta llegar al cruce donde se desviaron al conocer que el puente tenía problemas y tomaron la dirección prevista, querían saber qué le había pasado al puente.
– ¡Joder! ¿Qué es eso?
– Eso es el puente
Ante ellos, cruzando el barranco que los separaba del otro lado, había un inmenso tubo de un material transparente que parecía estar flotando, una construcción futurista que contrastaba con el paisaje. Lo más impactante fue que dentro de esa estructura viajaba flotante, lo que parecía un camión articulado de varios remolques. Circulaba a medio metro del suelo. Según se acercaba a ellos iba pareciendo más grande. El aparato disminuyo la velocidad y paró al lado de ellos, Ahora en vez de un camión se le parecía a un tren de mercancía.
Bajo lo que parecía una ventanilla, que curiosamente estaba a nivel de ellos, y un señor con bigote y unas gafas extrañamente futuristas se asomó.
– Pero que hacéis aquí, no sabéis que este lugar es peligroso
– ¿Pero qué es ese cacharro que llevas?
– ¿Os gusta? Es el nuevo transportador de mercancía de Microsoft
– ¿Ahora Microsoft hace camiones? Ya no les vale con hacer software
– Estos tipos hacen transportes desde principios de los sesenta, desde que inventaron el propulsor iónico.
– ¿Y en qué año estamos?
– Hoy es 6 de julio de 2072. De verdad, ¿necesitáis ayuda?
Aquí, donde los rayos de un sol moribundo deja paso a distantes astros centelleantes, en la comisura de los labios del horizonte, me despierta la claridad de la luna llena en mi amada noche.
Llamo hogar al bosque, criatura maldita por el resplandor de Selene, mi camino está en las sombras y eres mi alimento.
Siento tu calor, del latir de tu corazón, la sangre que circula por tu cuerpo, ya salgo. ¡Corre!
Me muevo entre los árboles, entre las sombras, te acecho, no sabes dónde estoy, pero yo te observo.
Siento tu miedo, ya sabes de mí, y sabes que te sigo, de nada te vale ya correr, te lo advertí, ya no hay salvación posible.
Ahora me ves con tu cara de pánico, quieres huir, pero no te dejo, tu alma se aleja mientras desgarro tu cuello.
Tranquilízate, todo cura, el tiempo está de tu parte. Y tu final, esta vez, no va a ser la muerte.
Ya sientes el cambio, lo sientes en tu piel, está en pleno cambio, tu camino ahora está conmigo.
En ti está ahora la maldición de correr salvaje por el bosque.
Vega, distraída con la espectacular puesta de sol de tonos rojizos y nubes anaranjadas, caminaba en dirección al bosque con sus amigos Willy y Pajarito.
🐙👉🌿🐛🌿🦅✈️⭕👧🏻⭕
Willy buscaba entre la maleza ricos gusanitos para darse un festín, Pajarito volaba en círculo alrededor de la niña.
🧔👧🏻😤📞🕥🤤🍲
El padre de Vega, enfadado, les estaba llamando, pues era ya hora de comer y les esperaba una rica cena.
🖐️🕐➕
– Papá, por favor, un ratito más.
👎👇❄️🍲
– Vega, ven ya, que se enfría la comida.
👧🏻😤⏮️🏡➕💙 🐙➕🦅⌛🚶
La niña, con cara de disgusto, volvió a su hogar, con sus amigos Willy y Pajarito, tras un breve paseo.