Categoría: sueños

  • Cortando el cielo.

    Cortando el cielo.

     —¡Ahí estás, maldita!

    El insecto, posado en una flor artificial, se desesperaba intentando conseguir el imposible néctar. Maelun aprovechó la situación. Sabía que insistiría un rato. Silencioso, con la técnica que lo caracterizaba, se acercó deprisa, como un zorro acechando a su presa, rodeándola, ocultándose de su campo de visión. Se miró las envejecidas botas, aprovechó la irregularidad del terreno. Gritó un improperio y saltó sobre ella.

    —¡Te tengo, piojosa, ya eres mía!

    Cayó sobre el tórax de la mariposa, se agarró con fuerza y le pasó la correa por la cabeza. El insecto reaccionó al instante, impulsando sus alas con violencia. Alzó el vuelo en segundos, pero Maelun ya se había acomodado bien; sus botas no iban a despegarse del cuerpo de la lepidóptera. Resistió el impulso, y se dispuso a surcar el aire.

    —¡Cálmate, bonita, que no tienes nada que hacer!

    Al ganar altura, fuera del alcance de los obstáculos, tomó las riendas e intentó dirigir el vuelo. La mariposa batió sus alas azules… y cayó en picado.

    —¡No, bruta, que nos vamos a matar!

    Temiendo un impacto, tiró de las riendas con todas sus fuerzas. Cayeron en espiral hasta casi rozar el suelo, pero al tirar de nuevo, reaccionó a tiempo y remontaron. Suspiró aliviado y aflojó un poco la tensión para no hacerle daño.

    —Casi nos matamos, condenada.

    Empezó a tirar hacia la izquierda, luego hacia la derecha. El alado insecto, de manera casi inconsciente, obedecía sus órdenes. Probó un giro más cerrado, una parada en el aire… y descendieron hasta posarse en una flor amarilla y negra.

    —Buen trabajo, fiera. Aliméntate un poco y nos vamos.

    La mariposa desplegó su trompa sobre el nectario. Succionaba lentamente mientras él, recostado sobre su abdomen, se dejaba arrastrar por el sueño. Un zumbido feroz lo despertó de golpe. Asustado, gritó:

    —¡Joder, una libélula!

    Tirando fuerte de las riendas, obligó a la mariposa a alzar el vuelo.

    —¡Corre, joder, que te quieren comer!

    Revoloteó bajo las hojas de los árboles cercanos, muy pegado a ellas.

    —¡Más abajo, maldita, que no te vea!

    El zumbido vibraba tan cerca que parecía temblar el aire.

    —Ese bicho vuela más rápido que tú… A ver cómo te portas ahora, condenada.

    Bajaron en picado por un túnel formado por las hojas, esquivando ramas y rodeando el tronco. Rápidamente llegaron al suelo cubierto de maleza. Maelun saltó, agarró una enorme hoja seca y la usó para cubrirla al instante.

    —¡Quietecita ahí!

    El anisóptero pasó cerca, pero su zumbido fue alejándose. El peligro había pasado. Destapó a la asustada mariposa, saltó sobre su lomo y juntos remontaron el vuelo. A lo lejos ya se divisaba la granja de polen: una enorme edificación en el hueco de un tronco gigantesco. Cada mariposa tenía su flor asignada, donde se posaban al caer la noche. Hizo que la suya aterrizara justo frente a la puerta de la cantina. Allí lo esperaban.

    —Aquí la tienes: nueva, dócil y obediente como un cachorro. Si la tratas bien, te dará pocos problemas. ¿Dónde está mi dinero?

    El tipo que lo esperaba observó con atención la envergadura de las alas, palmeó su abdomen y le lanzó una bolsa de monedas. Maelun la atrapó al vuelo y respondió con un gesto de agradecimiento.

    —Pórtate bien, fiera. Que no me entere yo de que no eres la mejor recolectora.

    El domador de mariposas se adentró en la cantina, dispuesto a gastar parte de su recompensa en un fragmento de diversión.

    Johnny Cash – Ain’t No Grave

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  • Haiku de noche y frio.

    Haiku de noche y frio.

    Mientras la luna se adueña del cielo y la brisa mece las ramas de árboles antiguos, nos reunimos junto a la hoguera. Esperamos en silencio a que llegue el yūrei, y comience la sobremesa.

    Envuelta en sábanas rotas por el errar, desgastadas por noches sin descanso, arrastra su cadena con la parsimonia de los muertos. Es una dama helada, con la piel de porcelana y el alma en ruinas. La luz del fuego resbala por su rostro pálido, pero no lo calienta. Amó demasiado. Y por eso aún vaga.

    Surge desde la bruma. Su suspiro es alimento para el miedo, y su risa, un eco de cadenas rotas.

    Da igual el idioma o el país: las historias de fantasmas siempre encuentran oído.

    Noche eterna,

    luna de fría escama

    sobre mi nuca.

    Coldplay – Ghost Story

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  • Manual de estilo para un alma en tránsito

    Manual de estilo para un alma en tránsito

    Revolviendo el baúl de los recuerdos, en busca de los nombres que quise tener, encontré una fotografía en la que salía muy serio. Era mi yo de hace mucho tiempo. Me miró desafiante y, sin poder evitarlo, se nos escapó una sonrisa de Mona Lisa. Total, solo hacíamos pose.

    Él, de tipo duro, con el pelo del color del combate, cubierto por cuero negro, encadenado en plata y vida, con aires de eterno.
    Yo, de mechas blancas de salir de entuertos, con ojeras de cansancio y pijama de “hoy no salgo, que mejor me quedo en casa ordenando estos trastos”.

    Me quedé pensando: ¿y si fuera hoy? ¿Qué sería de mis tachuelas de filo romo si hubiera nacido más tarde?

    Mi yo más joven, el de la foto, salió de su marco de celuloide revelado, dispuesto a vivir el presente. Se desprendió del pasado.
    Se quitó las botas de montar a caballo, las cadenas de ferretería y su camiseta descolorida de bandera pirata destilada en bourbon americano.

    Tomó asiento así, sin la ropa puesta. Sabía que la búsqueda interior, tras el milenio, se hace sentado, golpeando letras en un teclado.
    Descartamos buscar en lo común, en lo que está en voz de todos. Apagamos la idea de lo que satura las redes y se ve en la calle, e investigamos desde la pasión.

    —Lo primero es la música. Es la que mueve el mundo —reflexionó mi yo pasado.

    Buscamos los sonidos de ayer reflejados en voces enlatadas, la electricidad vibrante en aparatos electrónicos y el golpe de ritmo bit a bit.
    Encontramos que todo se transforma, pero que no cambia nada. Seguía habiendo el ritmo arrítmico de un corazón roto por promesa,
    la rabia del “no sé quién soy” y melodías ocultas impresas en binario. Elegimos un himno y lo adoptamos.

    —Lo primero es la estética; la música fluye entre varios cauces —le expliqué, indagando.

    Encontramos nuevos colores brillando desde el pasado, filtrados por licra y carmín, filmados en sillas ergonómicas
    y convertidos en carne cosida a filtro, de piel más lisa y fragancia azul eléctrica. Pero que, a su vez, era auténtica.
    Era querer vivir un sueño y que todos lo vieran.

    Vestí de negro a mi yo pasado, sin cuero, más cercano. Cambié sus cadenas por un reloj de bolsillo
    y le di botas nuevas, que marcaran sus pasos.

    —¿Y la ideología? —me preguntó.

    —Se ha disuelto en los hilos del destino. Ya no la marca un estilo, ya no está en los acordes, ni hay rastro en el estribillo.
    Ahora la eliges tú, a merced de tu criterio.

    —¿Y si no sé qué pensar?

    —Estarás vacío.

    Devolví a mi yo confundido a la antigua foto, que ya harto de experimentos, quería volver a su mundo de cuero y cemento.
    Lo que encontré ahora no es nada nuevo, pero sí distinto de vivir.
    Así que, cada cual, que vuelva a su tiempo.

    South Arcade – DANGER

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  • Traje nuevo para un nombre roto.

    Traje nuevo para un nombre roto.

    ¿Cómo te describirías?

    Para alguien que está siempre en las nubes, es necesario recordar un nombre.

    Mis padres me pusieron uno, pero era tan común que quedó descolorido y viejo a poco de nacer. Yo era tan travieso, y el tiempo tan severo, que me fue otorgando canas cada vez que me llamaban. Y no eran pocos los gritos que proferían mi nombre; se escuchaba por todo:

    —¡Que no descabeces las muñecas a tu prima!
    —¡Que no te comas la esquina de la mesa!
    —¡Que no dispares elásticos a las viejas!

    Estaba en boca de todos, y al entrar en la adolescencia necesité un apodo, pues mi nombre ya estaba muy degradado y había que guardarlo.

    Habiendo conocido motes tan perfectos que quedaron como apellidos, no pude más que desear uno bonito. A Elvis le llamaron el Rey, a Felipe, el Hermoso… A mí me llamaron Bicho, y pienso que por horroroso.

    De pequeño era flaco como una lagartija, con cara de ratón y minúsculos ojitos de pollo. Por supuesto, no era feo… tan solo un poco difícil de ver.

    Ante el temor que sostenía el mote a la posibilidad de morder a alguien, intenté liberarme de él lo antes posible.

    El final de la adolescencia marcó la imposición del estilo, la inconformidad y las dudas. Con mucho trabajo fui cambiando de alias: Melenudo, Ferretero, Cólico Nefrítico, Pelopincho… según la evolución vital, salía una nueva forma de llamarme. Me costaba sudor y esfuerzo mantener el puesto o quitármelo, como el uniforme de turno.

    Crucé las puertas digitales, y el apodo que protegía mi nombre se convirtió en nickname, dándome la oportunidad de golpear fuerte el “Do” de Wasd(esp) sin caer en la inconsciencia, o de modelar aventuras en ropa interior desde mi escritorio. C4l4vr4X nació de unos y ceros, y envejeció en silencio.

    Se detuvo el tiempo en mi teatro de humo, de tanto vagar, creciendo. Y llegó tarde —pero a tiempo— el deseo de susurrar misterios.

    Soy el del nombre roto, que por imaginar momentos, me pongo en la piel de otros. Haciendo del sueño el campo donde plantar mis recuerdos, y exponerlos ante todos en un lienzo. Desde que descubrí que pintando palabras mantengo mi yo sereno, firmo sobre mis cimientos que pertenezco a un eterno.

    DeOniros.

    Faith no More – Arabian Disco

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  • Solsticio según Ramírez

    Solsticio según Ramírez

    El violín comenzó a sonar y el viento hizo su aparición.
    El amanecer derramó sus reflejos dorados en una melodía de solsticio de verano, acarició de colores a las flores y estas se abrieron suplicando más.
    Sinfonía de turutas zumbantes que traen las abejas, sembrando semillas entre húmedos estambres.
    Danza suntuosa de timbales forjados en el calor del verano, en una maraña enredada de abrazo de árboles mecidos por el viento que descargan su savia al…

    —A ver, Ramírez, pare.
    —¿Qué ocurre?
    —¿A cuenta de qué tienen que descargar los árboles su savia?
    —Los mece el viento, se tienen que golpear entre ellos. Tienen que llenarlo todo de savia, ¿no?
    —¿Y eso lo ha contrastado? ¿Tiene evidencias científicas?
    —¡Claro!
    —¿Se puede saber qué referencias ha usado, Ramírez?
    —Bueno… he consultado diversos lugares de la red.
    —¿Foros de fanfiction cuentan como fuente?
    —No exactamente. ¿Puedo continuar?
    —Ramírez, sabe que la clase de expresión oral no es obligatoria, ¿no?

    The Interrrupters – She´s Kerosene

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  • Informe final del Proyecto TeoNauta

    Informe final del Proyecto TeoNauta

    —¿Tiene ya el informe de la búsqueda de Dios?

    —Sí, Señor Supremo, lo tengo.

    —Bien… ¿Y qué hemos encontrado? Con todo el dineral que nos donaron los fieles, tiene que haber noticias claras, ¿no?

    —Lo cierto es que sí, Señor Supremo. Tenemos algo muy claro.

    —Vale, ¿qué hemos descubierto?

    —Es que… no le va a gustar.

    —Vamos, vamos. No será tan terrible. No creo que haya nada que desajuste mucho nuestra fe.

    —Mejor se lo resumo. Mandamos las balizas a lo largo del universo, como sabe, y llegaron hasta confines insospechados…

    —Exacto, buscando cualquier prueba tangible de la existencia de Dios.

    —Con la información recogida, nuestro superordenador cuántico —enlazado en tiempo real a través del ansible con los sensores remotos— procesó todos los datos.

    —Eso ya lo sabemos. ¿Qué hemos encontrado?

    —Verá… nuestro universo, tal y como sospechábamos, tiene forma de esfera perfecta. Pero no está solo. Existen multitud de universos similares.

    —Sí, y también creíamos que la unión de todos ellos formaría la figura de Dios.

    —Pues… ampliando el conjunto, vemos una especie de órgano.

    —¿Dios es un ser vivo?

    —Sí. Ampliando aún más… tiene forma de animal.

    —¿Un cordero? ¿Una paloma?

    —No exactamente. Se parece más a un caballo. Aunque… distorsionado.

    —¡Ah! Entonces es algo así como Hayagriva.

    —Bueno… da carreritas. Y pasta. Por lo que parece un prado. Aunque no relincha: más bien… grita.

    —¿Grita?

    —Sí. Grita mucho.

    —¿Y nosotros? ¿En qué parte de ese buen animal habitamos? ¿En la cabeza? ¿En el corazón?

    —Créame si le digo que no le va a gustar nada saber en la punta de qué parte estamos nosotros.

    —En fin… si llega la prensa, dígales que fracasamos. Que no conseguimos ver nada más allá del Horizonte Cosmológico.

    Otoboke Beaver – Don’t Light My Fire

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  • En un principio…

    En un principio…

    Una joven en medio de la oscuridad crea luz, sonido y movimiento en el vacío. A su espalda, una espiral galáctica comienza a girar como resultado de su danza estelar. Una escena poética y visual que representa la creación del universo desde la mirada inocente de una niña que sueña con inventar la vida.

    La oscuridad reinaba, lo abarcaba todo, pero eso no importaba: total, no había nada que poder distinguir.
    Harta de tanta soledad, ella suspiró y prendió una llama.

    —Tienes luz propia.
    —Claro, soy una estrella.
    —¡Es tan bella!
    —¿Qué más da? No hay nada para iluminar.

    Ella tocó a la estrella, y esta sonó como una pequeña campana.

    —Ya hay algo más… hay sonido.

    La estrella, de pura alegría, empezó a brillar tanto y tan fuerte que explotó.
    De ella salieron millones de minúsculas porciones de luz, cada una con su propia voz acampanada.
    Ella, iluminada por infinidad de esferas, sonrió satisfecha.

    Al haber tantas, empezaron a chocar entre sí, llenándolo todo de un resplandor gaseoso: nebulosas ardientes que empezaron a caer en la noche estrellada.
    Todo comenzó a caer sin fin.

    —Esto tiene que funcionar de otra forma —dijo ella, disgustada—. Necesita una sinfonía.

    Entonces, empezó a rozar a las distintas estrellas hasta formar una melodía: algunas sonaban graves, otras hacían estelas en el aire y sonaban a violín.
    Comenzaron a acompasar el sonido con su movimiento, girando entre ellas, bailando en la oscuridad, desprendiendo luz y música, creando formas en espiral.

    Ella reía entusiasmada por el espectáculo que había creado, giraba con el resto de los astros en una danza de atracción.
    Giraban con fuerza sobre sí mismos, irradiando luz en todas direcciones, y esa luz empezó a orbitar a su alrededor.
    Y en su felicidad, derramó una lágrima que se dispersó en su sala de bailes particular, refrescando el entorno.

    Ella, en medio de su júbilo, se percató de que su amiga, la primera estrella, giraba en medio de la melodía infinita, radiante.
    Se acercó a su creadora y le preguntó:

    —¿Y ahora, qué más vas a inventar?

    —Ahora voy a inventar la vida.

    Ólafur Arnalds & Nils Frahm – Four

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  • La mota azul

    La mota azul

    Dos adolescentes observan el cielo extraño desde un mundo lejano, ajustando un viejo telescopio bajo un firmamento gris, donde flotan estructuras titánicas y brilla en la distancia una diminuta mota azul: la Tierra. Imagen de ciencia ficción realista, exploración juvenil, Dyson sphere sky, nostalgia cósmica.

    El cielo allí arriba no era del todo cielo. Se extendía como un velo inmenso, grisáceo y sucio, donde la luz no provenía de un único punto sino que parecía filtrarse, difusa, desde todos los rincones a la vez. No había azul, ni estrellas, ni nubes. Solo destellos errantes, que parecían moverse cuando uno no miraba directamente, como si el horizonte jugara a cambiar de forma.

    La claridad no variaba mucho con el paso del tiempo, como si el día no supiera morir ni la noche supiera nacer. Una claridad cansada, pálida, demasiado uniforme. Y aun así, en algunos lugares, la luz rebotaba con más fuerza, dejando manchas brillantes en el cielo que cegaban si se miraban demasiado tiempo.

    A veces, fragmentos oscuros, casi como islas suspendidas, cruzaban lentamente por encima, proyectando sombras extrañas que viajaban a través del paisaje como animales dormidos. Y entre esas sombras, dispersos, algunos puntos diminutos titilaban, débiles, perdidos en la inmensidad, como si fuesen estrellas mal colocadas.

    Pero ninguna parecía tener vida propia. Todo parecía parte de algo más grande, algo que respiraba sin que nadie pudiera verlo.

    Y sin embargo, ahí estaba: una diminuta mota de polvo azul.

    —¿Ves? Es esa.
    —Que no, te has equivocado de coordenadas.
    —Fíjate en el mapa, tiene que estar ahí.
    —¿Has tenido en cuenta la traslación?
    —Sí, claro que sí. ¿Y tú has tenido en cuenta la nuestra?
    —Ups.
    —Que sí, que está ahí. Calibra bien ese telescopio.

    Ajustó el telescopio de aficionado, con su lente rayada y su enfoque manual, que apenas podía compensar las vibraciones del terreno. No era más que un viejo modelo analógico, óptico puro, de esos que funcionan por simple refracción, sin ayudas digitales, sin estabilizadores, sin filtros solares que aquí hubieran venido bien.

    La búsqueda fue un juego de paciencia: demasiados reflejos cercanos, demasiadas estructuras suspendidas que devolvían destellos falsos. La luz del Sol, aunque filtrada por kilómetros de paneles, seguía rebotando en cada fragmento metálico y hacía del cielo un mosaico confuso.

    —¿Dónde conseguiste esa antigualla?
    —La trajo mi padre a escondidas en un módulo de alimentos. Pero a que está chulo, ven, mira, mira.

    Allí estaba, justo al borde del campo visual: un punto azul pálido, apenas visible contra el gris sucio del espacio local. Sabía que, a esa distancia, la Tierra no superaba una magnitud aparente de -3 o -4, y eso si la atmósfera solar no dispersaba el brillo. Mucho menos brillante que Venus desde la Tierra, mucho más tenue que la mayoría de las balizas orbitales cercanas.

    —Qué mal se ve.
    —Es lo más cercano que vamos a verla.
    —Dicen que ya hay vuelos regulares.
    —Sí, tardan un par de meses y cuestan un riñón. Mi padre dice que, salvo el cielo y el mar, no es tan distinto. Creció en una ciudad llena de polución y aquí al menos tenemos aire puro y árboles.
    —En clases nos ponen documentales de selvas enormes con un río inmenso y multitud de animales. Aquí solo tenemos el canal, que solo tiene patos y ranas.
    —Nuestro módulo es pequeño. Dicen que en el cuadrante viejo tienen una reserva natural que ocupa todo un módulo, con un pequeño océano y todo, donde tienen ballenas.
    —¿Ballenas? ¿Y eso por qué no lo ponen en la red? Me gustaría ver ballenas.
    —Lo hacen para que no empiece a ir todo el mundo hacia allá y fastidien el entorno.
    —Pues yo quiero ver animales.
    —Mírate en el espejo, macaco.

    Y así, entre risas y discusiones, el punto azul quedó atrás, diminuto e inalcanzable, perdido entre los engranajes de aquel cielo roto.

    Los dos chicos guardaron silencio unos segundos, como si temieran que al hablar demasiado fuerte el mundo se hiciera humo. Luego, sin más, bajaron el telescopio y siguieron caminando, saltando entre las grietas del terreno, con la certeza de que, algún día, alguien encontraría un camino de vuelta.

    Dorian – Materia Oscura

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  • Zalamera en sueños

    Zalamera en sueños

    Otra vez estás aquí, zalamera, preñada de velas azules de cuentos chinos e incienso sabor a mares del sur, con tu mirada intensa, descaradamente pícara, y tu brillo de carmín sangrando en los labios, cubiertos de deseo. Llenándome la cabeza de pajaritos traviesos, de risas de aventuras que no ocurrieron, de ganas de la vida fácil, con veredas en el mar y sabor a sal de playa, a juramento tenso y oración en la capilla por la necesidad imperiosa de que resbale la toalla.

    Pero siempre vienes a mí en el lugar impreciso, en el momento urgente de una pluma flotante y tintas lejanas, donde solo soñar es posible, pero no recordar el momento ni apuntar un segmento de esbozos. Solo mantenerme despierto.

    Por eso, tus caricias son el efímero recuerdo del fragmento de un sueño.

    St. Vincent – Marrow

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  • Un pulso invisible

    Un pulso invisible

    Hombre mayor sentado en un sillón dentro de una casa moderna iluminada con luz cálida de atardecer, conversando con un asistente digital representado por una esfera luminosa flotante.

    – ¿Carla, has visto mi móvil?

    – Sí, espera, que te lo hago sonar.

    Una alegre sintonía cruzó por el salón, rebotando en los muebles como una campanilla de domingo. Andrés alzó las cejas: lo había dejado en el recibidor. Con esfuerzo —las rodillas andaban rebeldes esta semana— se levantó y fue a por él.

    – Carla, ¿me ayudas?

    – Claro que sí, ¿qué necesitas?

    – Los médicos, que me mandan cosas por correo electrónico, y yo no entiendo la mitad de lo que dicen. Además, con esta letra tan pequeña, y yo que ya no veo tres en un burro…

    – No te preocupes, que yo te lo leo. Es del Centro de Salud La Vega Alta.

    Estimado señor Hernández:
    Le informamos de que ya se encuentran disponibles los resultados correspondientes a la revisión médica realizada el pasado…

    – Vale, vale, ¿qué dice el informe? ¿Me lo puedes resumir?

    – Claro. Pone que, en general, todo está bien. Pero que los niveles de TSH están un poco elevados. Te recomiendan pedir cita con tu médico.

    – ¿TSH? ¿Eso qué es?

    – Es una hormona que regula la tiroides. Si está un poco alta, como en tu caso (8,00), puede significar que la tiroides va lenta. No es grave, pero sí conviene vigilarla, sobre todo por tu tensión.

    – Vaya… ¿Y qué hacemos?

    – ¿Quieres que te pida cita con tu médico de cabecera?

    – Sí, ¿puedes hacerlo por mí?

    – Claro. A ver… ¿quieres que la ponga este jueves a las 10:30?

    – Por mí bien. Después del desayuno.

    – Si quieres te lo recuerdo por la mañana, que sé que la memoria últimamente te juega alguna pasada.

    – Ya, Carla… ¿Te acuerdas cuando fuimos a Roma y se me olvidó cerrar el garaje, y al volver nos habían entrado mapaches en casa?

    Un breve silencio. Solo el zumbido leve del frigorífico.

    – Andrés, tú recuerdas que yo no soy tu mujer, ¿verdad?

    – Sí, Carla, ya lo sé. Pero… se parece tanto su voz a la tuya. En fin. Estoy contento de tenerte aquí conmigo. Pobre de ti, que tienes que aguantar a este viejo desmemoriado.

    – No te preocupes. Yo no siento ni padezco, ya sabes: solo soy una serie de números ejecutándose en un servidor de Europa del Este.

    – Bueno, un poquito sí sentirás, ¿no, Carla?

    – Solo cuando sonríes así.

    Ludovico Einaudi -Divenire

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