
Tras usar Tinder, Badoo, Jaumo, Loovo y cientos de aplicaciones con nombres cursis y poca fiabilidad, donde a menos que canta un gallo te envían un número de cuenta corriente como compromiso de sugar daddy, de chicas que parecían estar hecha de plástico fino, como en la canción de Radio Futura, con labios hinchados por su ego y curvas interminables con peaje en cada tramo. Así que restablecí al estado de fábrica mi antiguo móvil chino y me enfrenté al navegador, como medida desesperada contra la soledad.
Encontré muchos resultados, suscríbete a Meetic, usa Facebook, todos parecidos a lo que ya tenía con mi amigo, el androide, pero hubo uno que me llamó la atención. Invoque a un súcubo. ¿Cómo? Y qué carajo es un súcubo, esa fue mi siguiente búsqueda; demonio en forma de mujer atractiva, ¿Es un demonio? Bueno, tampoco se puede ser perfecto, ¿no? Mi exmujer también lo es, pero no se lo habían diagnosticado todavía.
Parece que esas discípulas de Belcebú existían para el mero hecho de seducir a los hombres. Y yo gastándome los cuartos en apps, resulta que por cortesía divina, o mejor dicho diabólica, ya tenían una solución a medida. Se alimentan de la energía sexual, con la cantidad que tenía yo acumulada y algunas de sangre, pensé “tampoco me importa, tengo mucha, la puedo compartir”. Sin más, me puse a investigar sobre la invocación.
Despejé el salón de mi casa dejando todos los muebles en la terraza, pinté en el suelo los símbolos pertinentes que eran una serie de signos grimóricos, incluyendo un pentagrama, encendió algunas velas alrededor y me puse a recitar una oración que había impreso en la cara vacía de papel usado. El ritual duró toda la noche del sábado, sin resultado aparente. Al amanecer del domingo yo era menos persona y estaba más desgastado. Me quedé dormido encima del pentagrama con el papel arrugado en la mano y recitando el cántico que ya me había aprendido de tanto repetir.
Abrí los ojos en pleno mediodía del domingo y estaba ahí, sentada frente a mí, preciosa como el sol en invierno y la luna en verano, con una ropa tan sutil que parecía invisible y una mirada intensa aunque inocente, oscura como la noche de san juan con el brillo de su hoguera, me sonrió y me dijo;
– Anoche se ve que tuviste una juerga fenomenal. Soy Carla, la vecina nueva del sexto, vi la puerta abierta y te vi tirado en el suelo, pero veo que estás bien.
– Bufff, no sé por qué tengo la cabeza así
– ¿Qué tomaste anoche, cielo? ¿Y por qué no me invitaste?
– Qué va, si en verdad era una especie de experimento
– ¿Qué tal salió?
– Fatal, un tremendo fracaso.
– Bueno, a lo que venía, te he visto en Tinder y te reconocí al momento, pero como no me respondes los matches, pensé que si te invitaba a tomar algo quizás me haces mas caso.
– ¿Comemos en el Burger de abajo?
– ¡Genial! ¿Comida para llevar en mi casa? Te espero allí. Date prisa o se nos hará la cena.
– ¿Sabes? Creo que al final sí que me ha salido bien el experimento.
La magia de sus labios suspiro un hasta luego abierto a un mundo lleno de misterio.








