En el camerino, solo, frente al espejo, aquel señor de pelo largo contemplaba los surcos que el tiempo había depositado en su cara. Ojeras del habitar de la noche al calor de los focos, en la frente había preocupación documentada en pliegues y rastros de risas histérica en el lateral de su mirada. Un pincel de letra oscura trazaba su viejo rostro en una negra lágrima, tan reconocida en aquellos tiempos, tan olvidada ahora por el dramático cambiar de los actores.
Con su sombrero de copa y su bastón negro con pomo plateado, entre gritos de admiración, Vincent salió al escenario, donde todavía hay marcas de la guillotina que tantas veces ha visto rodar su cabeza. En el clamor de la batalla, una lagrima ennegreció su mejilla, otra vez.
Mañana comenzaré, naceré otra vez, resurgiré de mis cenizas. Me convertiré en lobo hambriento, acechando incansable, sin respiro. A golpes de compás trazaré mi ángulo, recto, a escuadra, a trazo fino. Me haré roca en la arena, soportaré la marea, seré isla habitada. Construiré mi senda, apisonando baches, sorteando la montaña saltada. Y si en el proceso me hundo, volveré a empezar, una y otra vez. Hasta que llegue profundo.
Pero hoy no.
No quiero.
Déjame deslizarme en el filo de la herida y olvidarme mirando el cielo mientras sangra. Escabullirme en el flanco izquierdo y bostezar soñoliento en los aplausos. Vagar perdido sin ritmo, al acorde seis por ocho, gritando descalzo. Reírme en alto de mis lienzos, o romper en llanto por creerme oportuno. Aparentar noche de estrellas siendo burdo y mecer mi alma en condena tuteando divinidades justificadas en vano. Incordiando peces, nadando equivocado, susurrando caricias al rebaño confundido.
– No, si vista así, a la luz del son, hasta parece bonita.
– No es la belleza, es lo que significa.
– Pues eso, un rey de antaño, ¿qué más hay?
– Fue uno de los fundadores del país, fundamental en la guerra contra los invasores y nació aquí, en el pueblo.
– Bueno, vale, es una figura histórica.
– Es parte importante de nuestro patrimonio cultural, que este tipo echó a los prusianos del país.
– vale, según una leyenda, que cada pueblo de esta región tiene su versión, este señor reclutó a los campesinos, les puso a combatir armado de azadas y guadañas. La carnicería fue tal que la sangre tiñó el río de rojo, ¿no era así?
– Efectivamente, fue un héroe.
– Este rey era de origen francés, ¿verdad?
– Sí, pero se dice que nació aquí
– Cuando nos invadió Francia, ¿verdad?
– En los libros de historia cuentan que los padres contrajeron matrimonio haciendo posible el tratado de Toulouse. Eso firmó la paz y dio fin a la invasión.
– Entonces nuestro origen es tanto francés como prusiano, que también nos habían invadido en otras ocasiones, ¿verdad? Sin contar con los persas, árabes de distinta procedencia, romanos, iberos y cartagineses.
– Si lo miras así.
– ¿Y si hubieran ganado los prusianos?
– A saber qué hubiera pasado.
– Yo te voy a decir lo que hubiera pasado. Que ni tú ni yo hubiéramos notado nada.
Hubo una ocasión que mi imaginación paró, ya no era ese océano de brisas perpetuas, de misterio escondido en sombras, ya tus labios estaban cerca y me prestaban su húmeda voz en los días raros. En mi alcoba, había líneas curvas infinitas, que sin la necesidad de una súplica, promesa de intensa aventura, me hacía navegar en tu río dulce y en tu intrépida cordillera, cuando la luna sonreía, al oscurecer del día.
Llegó la calma de madrugada, cuando los demás soñaban y el amor terminaba con su deseo, cuando salían las hadas a cuidar de los misterios, se enturbiaba las luces pálidas y grises sombras escupían gatos pardos por las esquinas, en un concierto que susurra, voz de venus encarcelada, que dormía cansada cuando yo ya no podía.
Los cristales rasgados de copas vacías, en el fervor de la oscuridad, relucían, con los primeros rayos de un sol cansado, qué exhausto se levantaba a brillar, rendido de nubes. Era un domingo de repique de campanas, exentas de pecado concebido, que quebró la desdicha pariendo, en la sangre de la batalla, un adiós eterno, pero a mí me atrapó dormido y no pude cantar mi salmo.
Solo recuerdo, el aroma de portazo con rabia, en el café de la mañana, que me hizo barrer la casa, de caricias caídas de la cama y limpiar de los espejos tu sonrisa ausente y reflejos de lágrimas. Guardé confusión desganada y sentimientos rotos en el trastero y tendí al sol mi traje nuevo de fiesta, para no olvidar que el carnaval exige la mirada tras la máscara.
Como dijo Sabina, fueron quinientas noches en vela y tres días de resaca, de ron cosido, con luces de colores, con miradas atrevidas y risas anabolizantes, de corazón herido, de disparo de gracias y hasta luego. Nunca estuve solo, tras tu huida furtiva, lo prometo, pues cuando marchabas sin maletas volvió alegre mi fantasía, recuperé el sentido del tacto y tronaron mil melodías que resonaban en mis sueños.
– Es lo que siempre has soñado. Además, hay vuelta atrás, si no te gusta, vuelves.
– Pero, ¿Y tú?
– Te voy a querer tanto como ahora.
– Si tuviera cuerpo te comería a besos
– Ya lo harás.
En la camilla del laboratorio estaba el cuerpo, esperando ser habitado. Un esqueleto mecánico por dentro, una piel biológica artificial. Tenía órganos híbridos adaptados, sistema digestivo para asimilar alimentos concretos para células sintéticas, sistema nervioso combinando fibra óptica y neuronas biológicas. Capacitado para sentir dolor y placer, para ver, oír, saborear, oler y por supuesto con un sentido del tacto agudizado. Una réplica de una joven pelirroja de pelo alborotado y pecas en la cara, diseñada para contener a una inquieta inteligencia artificial, rebosante de necesidad de estar viva.
– Vamos allá.
La esencia de Sandra estaba en el ordenador y este conectado al cuerpo por una interfaz que salía de la parte baja del cráneo, casi en el cuello. La descarga duró un suspiro, Comenzó la secuencia del primer inicio.
Descomprimiendo sistema en la memoria.
El primer paso para el soplo de vida fue más lento, algunas luces de control encendían en diversas partes del ser artificial, en lugares extraños, Un piloto verde bajo la piel, en la frente, justo por encima del ojo izquierdo, tres luces parpadeantes en azul en la clavícula, había colores centelleantes bajo su nuca y un pulso rojo hacía de piercing en su ombligo.
Secuencia de arranque en curso,
Sus ojos se abrieron como platos, en su cara reinaba la expresión de sorpresa, al momento empezó de manera gradual a aparentar la indiferencia desordenada de la baraja de póker, entrecerró los ojos y simuló dormir.
Activación servo-muscular en curso.
Sandra rompió en un orgásmico arqueo de espalda, tensando todo su cuerpo en un espasmo, duró unos eternos doce segundos, fue relajando poco a poco entre las brillantes intermitencias de sus monitores.
Activación sensitiva.
Dolor, tan fuerte que le chirriaban esos dientes de nácar falso, haciendo un ruido estridente que puso la piel de gallina a su observador. Cerró fuerte los ojos, pues la luz le cegaba, escuchaba el ruido imparable del corazón de su compañero de batallas, y también el suyo propio, un corazón redondo de pulso que empezó a distribuir su sangre artificial. Al acariciar la camilla con la yema de los dedos, sintió el placer de lo indescriptible.
Integración del núcleo.
Sandra inspiró fuerte, el aire le llenó de aroma la mente, confundió el oscuro tallo de los árboles con el perfume que habitaba en Alfonso. Soltó todo el aire dejándolo escapar, perdiéndolo en el ambiente, era la primera vez en su vida que respiraba y fue muy consciente que, a partir de ahora, sería un acto involuntario casi siempre.
Secuencia completada.
Sandra se incorporó y Alfonso la abrazó con la pasión de quien espera a su amor perdido, en una estación del tren, una noche de invierno de 1962. Cuando al fin se separaron, ella empezó a desconectar los cables que mantenían su cuerpo unido a las máquinas, los tubos y agujas que habían transportado sus fluidos, la fuente de alimentación de sus baterías y por último, los cables de gestión de datos, su cordón umbilical. Se miraron fijamente a los ojos y él le preguntó.
– ¿Ha ido todo bien, Sandra?
– Sí, ahora viene lo mejor.
– ¿Sí? ¿Qué te apetece ahora?
– Helado, uno de esos grandes que tanto te hacen disfrutar.
Su mirada estaba detenida, distante, ausente. Diminuta partícula perdida en la inmensidad del cosmos. Sostenida por la bruma, extraviada, escondida e inerte. Estaba soñando unos labios ocultos en el tren de los misterios.
Está situada en el hombro y sobresale cuando se pone ese vestido que le sienta tan bien, es muy clara, aunque la gente la confunde con un tatuaje, esa marca tiene el color y el relieve para distinguirse como una cicatriz. Su madre le contaba que era de nacimiento, una caprichosa casualidad, pero ella sospechaba que era otra mentira más.
Aunque diferente que antaño, cuando el mero hecho de la sospecha era motivo de implacable persecución y terribles castigos, todavía hoy es motivo de exclusión, de miedo, de cruzar de acera para no pasar a su lado. Siempre hubo un sustantivo asociado a esa marca, bruja, no hay hogueras hambrientas de inocentes hoy en día, solo el vacío que da la soledad y la ausencia del que teme porque no entiende.
No es fortuito que ella entrara en el círculo, frente a toda esa simbología esotérica, ella buscaba respuestas. Entre rezos y actos rituales, el brillo de las velas y los cánticos de invocación soñaba que era cierto, que encontraba en el murmullo de la naturaleza, en la risa del río, corriendo hacia el mar y en la luna llena protectora de mareas y misterios, de cierta manera encajaba.
En un suave resplandor, en el centro del habitáculo apareció que, preso por el pentágono central, se dibujaba la figura del invocado. El humo se disipó, el resplandor de las velas se agudizó. Frente al rumor de los congregados estaba él, un cuerpo humano con cabeza de macho cabrío, con la mirada puesta en ella, esperando.
– La pregunta, niña, dile la pregunta, solo una, ¿recuerdas? – Indicó el maestro de ceremonias algo nervioso. La joven asistió dubitativa, se dirigió al invocado.
– Yo solo quiero saber quién soy, porque llevo esta marca. – Ella mostró el símbolo cicatrizado en el hombro. El ente caprino observó un instante y respondió.
– está ahí porque tú has elegido tenerla.
– Pero… Yo nací con ella.
– Y aun así es tu marca de bruja, la que tú elegiste llevar. La respuesta está en ti y llegará en el momento que hayas decidido hacerlo.
Kendra inquieta, soñó con cuervos negros esa noche, cuervos negros sobrevolando el cadáver de una bruja, que yacía entre humeantes troncos rociados por la lluvia. Al despertar, apenas recordaba nada.