Categoría: sueños

  • Estudio preliminar sobre visitantes improbables

    Estudio preliminar sobre visitantes improbables

    —No lo entiendo, por más vueltas que le doy no lo entiendo.

    —¿De qué se trata? ¿Es por el trabajo de fin de estudios?

    —¿Qué va a ser si no?

    —Te dije que eran complicados.

    —Bueno, tanto como otras especies. Algunas son más complejas a nivel orgánico.

    —Sí, pero luego tienen una sociedad simple y ordenada.

    —En este caso, su sociedad es compleja, pero sigue patrones lógicos. Profundizando, se comprenden bastante bien la mayoría de aspectos de su civilización.

    —Bueno, entonces ¿dónde está el problema?

    —En sus conductas reproductivas.

    —No comprendo. Biológicamente está claro, ¿no?

    —Sí, sí, entiendo el funcionamiento hormonal, los receptores de estímulos, las funciones cognitivas. Hay otros aspectos…

    —No entiendo.

    —El ritual de apareamiento. No lo entiendo.

    —Explíquese.

    —Vamos a ver. Todas las especies conocidas, por muy diferentes que sean, tienen una forma de proceder. Siempre encaminada a que ambos elijan al mejor candidato para su reproducción.

    —Sí, entiendo.

    —Por ejemplo: los raelianos entonan sus salmos y conversan sobre sus progresos. Los reptilianos combaten entre ellos, machos y hembras, y sólo se aparean los más fuertes. Los arcturianos hacen una especie de reunión donde cada uno aporta sus dones y culminan con una orgía controlada. Los insectoides son seleccionados por la reina, la única hembra que se aparea.

    —Claro, cada especie tiene su manera de reproducción y sus aspectos sociales también influyen. ¿Qué pasa con los humanos?

    —Cuando empezamos a estudiarlos, su sociedad era más sencilla. En sus núcleos urbanos hacían eventos sociales llamados “fiestas”, y solían tener una deidad religiosa como anfitriona. Los machos bebían brebajes exóticos que les daban valor para interactuar con las hembras. Las hembras también bebían, pero para soportar el acoso de los machos. Ambos se ornamentaban para parecer más atractivos. Los machos peleaban físicamente con otros machos. Las hembras peleaban verbalmente con otras hembras. Al final de la noche, los menos afectados por la bebida y los enfrentamientos lograban realizar la cópula.

    —Sí, bueno, tiene su complicación, pero no es diferente al de otras especies.

    —Lo que me confunde es que ahora los humanos han creado una segunda sociedad en la que no están presentes físicamente. Eso les permite un mejor contacto a distancia, intercambio entre culturas y resolver cuestiones que de otro modo tardarían mucho tiempo.

    —Un claro ejemplo de evolución.

    —Sí, pero su ritual de apareamiento también ha migrado a esa vida paralela. Ahora se acicalan, se exhiben y se seducen a distancia.

    —¿Y el coito?

    —También.

    —¿Cómo que también?

    —Sí. Usan extensiones y aparatos para simular su sexo. Se exhiben usándolos. Incluso los comercian. El contacto real empieza a desaparecer.

    —Si esto persiste, pienso que se van a extinguir.

    —En unos cuarenta años, quizás.

    —Qué lástima, son muy monos.

    Kavinsky – Nightcall

    Apendice I: Guia rápida de alienígenas de confianza.

    1. Grises (Homo visitantibus cliché)

    • Procedencia supuesta: Zeta Reticuli (porque suena a serio).
    • Aspecto: Bajitos, cabezones, ojos enormes y negros como un lunes por la mañana.
    • Conducta típica: Abducciones, sondas sin pago previo.
    • Estado científico: Personajes secundarios recurrentes en toda ufología.

    2. Reptilianos (Saurius conspiratus)

    • Procedencia supuesta: Alfa Draconis o directamente el Senado.
    • Aspecto: Altos, escamosos, mirada fría y manos en tu cartera.
    • Conducta típica: Dominar gobiernos, disfrazarse de famosos y piratear el WiFi.
    • Estado científico: Comodín favorito de toda teoría conspirativa.

    3. Pleyadianos (Homo guapensis)

    • Procedencia supuesta: Constelación de las Pléyades.
    • Aspecto: Altos, rubios, guapos, modelos de instagram cósmico.
    • Conducta típica: Mandar mensajes de amor universal, la cena y las copas las pone el receptor.
    • Estado científico: Canalizados con entusiasmo en sesiones de incienso.

    4. Nórdicos (Vikingus galacticus)

    • Procedencia supuesta: Vega o algún Airbnb interestelar.
    • Aspecto: Idénticos a los pleyadianos, pero con cascos de pinchos, cuernos y chaquetas de cuero.
    • Conducta típica: Salvadores de la humanidad, aunque se pierden mucho en aeropuertos.
    • Estado científico: Variante estética de los pleyadianos.

    5. Arcturianos (Mentis azulensis)

    • Procedencia supuesta: Estrella Arcturus.
    • Aspecto: Azulados, sabios, con manuales de autoayuda interdimensional.
    • Conducta típica: Enseñar cómo ascender espiritualmente, cobrando un módico precio.
    • Estado científico: Estrella invitada en todo congreso new age.

    6. Annunaki (Deus capitalismus)

    • Procedencia supuesta: Nibiru, planeta perdido o inventado según la fuente.
    • Aspecto: Gigantes de estética sumeria, con joyas de oro falso muy llamativas.
    • Conducta típica: Crear humanos como esclavos, inventar las hipotecas y desaparecer misteriosamente.
    • Estado científico: Protagonistas de documentales de madrugada.

    7. Sirianos (Delfinus cósmicus)

    • Procedencia supuesta: Estrella Sirio.
    • Aspecto: Se representan como delfines, felinos o humanoides acuáticos.
    • Conducta típica: Mensajes sobre armonía, agua cristalina y a veces Atlantis.
    • Estado científico: Perfil bajo, pero con mucho simbolismo místico.

    8. Mantidianos (Insecta sapiens)

    • Procedencia supuesta: Nebulosas olvidadas.
    • Aspecto: Insectoides gigantes, como mantis religiosas con mal despertar.
    • Conducta típica: Supervisores de abducciones, observadores fríos y poco sociables. Adictos a las telenovelas.
    • Estado científico: El alien que no querrías encontrar en tu cocina.
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  • De vuelta

    De vuelta

    Hoy se abrirá un ciclo.
    Los astros se alinearán, terminará el sepelio.
    Se abrirán las puertas del nirvana, las almas se elevarán desde sus oscuros féretros.
    Habrá juicio, júbilo errante, canciones de inicio.
    Nos reencarnaremos en aquello que deseamos.

    La crucifixión quedará atrás.
    No habrá batallas, ni mentiras, ni duelo.
    Solo orden. Solo silencio.
    Un descanso roto en la felicidad de muchos.
    Un sol radiante en un ocaso pactado.

    Y yo… hoy llegaré tarde y cansado.

    Dead Can Dance – The Host of Seraphim

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  • Recital de poesía para la cola del paro

    Recital de poesía para la cola del paro

    La cola era inmensa, una serpiente hambrienta, inquieta, intentando cazar su presa. Tanto trámite moderno por internet, y aún así, aquí estábamos: esperando. El cielo reflejado en gris me devolvía al mismo lugar de siempre, la cola del paro.

    —Perdona, ¿eres la última?
    —Pues sí. Ya lo ves. Ahora eres tú el que va detrás.
    —Eso parece.

    Venía bien distraerse con esos pantalones cortos y esa cara de descaro. Eran días malos y cualquier distracción servía. Tanto luchar por mantener un trabajo digno y, después de diez años, echarme por no cumplir no sé qué requisitos. En fin, mejor pensar en el futuro, aunque la crisis en ciernes y la falta de estudios no presagiaban suerte, sino malos augurios.

    —¿Ha cambiado mucho la cosa? Hace unos diez años que no venía por aquí.
    —No lo sé, mi caso es parecido.
    —Pues andamos apañados.
    —¿Diez años en la misma empresa?
    —Sí. Me echaron por no tener determinados estudios.
    —¿Qué hacías?
    —Trabajo de oficina: revisaba contratos, llamaba a clientes… algo así como secretario de un gestor. ¿Y tú?
    —Camarera, en un bar de copas. Me pillaron sisando el bote. Pero en realidad descubrí quién lo hacía: nuestro propio jefe.
    —Qué cabrón.
    —Y aún así, un cabrón intocable.
    —Me imagino. ¿Y cuánto tiempo llevabas?
    —Cinco o seis años. Aunque ya estaba buscando otro curro. Un restaurante te deja sin vida.
    —Ya, trabajo de actores y estudiantes.
    —¿Cómo?
    —Que se gana dinero, pero para toda la vida no sirve.
    —Nada, te ha salido una rima.
    —¿De verdad? Es que llevo un poeta dentro.
    —¿Ese es tu método para ligar?
    —¿Qué? No. En serio, me gusta la poesía. Pero no lo voy pregonando.
    —Pues ya que tenemos tiempo, recítame algo.
    —Pero soy muy malo recitando… además no me sé ninguno de memoria.
    —Venga ya, seguro que un poeta tiene recursos.
    —No, de verdad. Qué vergüenza.
    —Si me gusta, te invito a una cerveza.
    —Vale… intentaré improvisar algo.
    —Pero me tiene que gustar, ¿eh?
    —Ejem, a ver…

    “La cola era inmensa, una serpiente hambrienta, inquieta, intentando cazar su presa. Tanto trámite moderno por internet, y aún así, aquí estaba de nuevo, en la cola del paro. El cielo reflejado en gris me lo recordaba.”

    —Me gusta. Pero eso no es poesía.
    —Es prosa poética.
    —Sí, lo que tú digas. Pero te lo estás inventando.
    —De eso se trata: inventarme algo.
    —¿Para ganar una cerveza?
    —Para beber de tu risa.
    —De mi risa y de mi tiempo.
    —Ya que nos sobra… vivámoslo en el momento.
    —Pues nos queda una eternidad.
    —Vivirla contigo no suena mal.
    —Más que poeta pareces rapero.
    —Trabajo pendiente… si volvemos a vernos.

    —Vale, la cerveza te la has ganado. Aunque no sé si con tus rimas fáciles conseguirás trabajo.

    Carolina Durante – Perdona

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  • Azul apagado

    Azul apagado

    En la oscuridad de su hogar la esperaba, cabizbajo, temeroso. Quizás hoy ya no vendría, o quizá fuera la última noche. Guardaba la poca energía que le quedaba para recibirla. El sopor lo arrullaba en una duermevela que parecía la hibernación de su desdicha.

    Ese aura azul tocó a la puerta y lo despertó de inmediato. Ya la sentía cruzando la calle, subiendo las escaleras, dudando frente a la entrada. Cuando abrió, ella se abalanzó a sus brazos, buscando entregarse entera, refugiándose en el sabor de la almohada.

    No hubo saludos, flores ni cenas con velas: solo la desesperación de dos cuerpos devorando la espera. Terminaron en silencio. Ella, con el aura gris, cansada; él, sonriendo por dentro, con un destello azul en la mirada.

    —Jonas, ¿a dónde va lo nuestro?
    —No va, Sofía, simplemente fluye.
    —No sé por qué sigo viniendo.
    —Porque me deseas más allá de lo lógico.
    —Pero podríamos evolucionar, ser algo más que una visita de viernes.
    —Somos distintos. De otro modo no funcionaría.
    —Algún día encontraré a alguien y esto terminará.
    —Mientras tanto seguirás viniendo.
    —Sí, aunque empieza a ser peligroso.
    —No te lo niego.
    —Cuando salgo me siento vacía.
    —Y si nos viéramos todos los días te sentirías así siempre. Lo sabes.
    —Lo intuyo.
    —Es mejor esto.
    —Dime al menos que me quieres.
    —Te quiero. Te necesito más de lo que imaginas. Pero no te puedo dar más.
    —Me tengo que ir.
    —Lo sé. ¿El viernes?
    —Puede.

    Cerró la puerta dejando tras de sí su estela oscura. Hambre de cariño en cada paso, dispuesta a buscarlo afuera para entregárselo luego, cuando su aura vuelva a ser azul y el cielo brille oscuro.

    Lord Gordon – Love Like Ghosts

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  • Crónicas de primavera

    El suspiro se lo llevó todo. Una vida de sueños, un rincón donde resguardarse de la fatiga y del viento. También se fueron los nervios de esperarte. Y de tanto esperar, me casé con la ausencia.

    Resbalé sobre una lágrima y caí. Fui a parar al fondo de mi infierno, que de tanto verlo en fotos me resultó familiar. Seguí el rastro de amantes imaginarios que me aguardaban en la brisa de este mundo. Pero yo no quise quedarme: preferí conocer mundo.

    Escalé por las grietas de mis heridas que, de tan hondas, abrían salida. Al otro lado estaba el mar, y sin dudarlo comencé a nadar.

    Era de noche cuando llegué a la orilla. Entre la arena negra y el brillo del romper de las olas encontré a una sirena llorando, sola. Me senté a su lado, pero el miedo la devolvió al mar de su pasado. Seguí mi rumbo sin pensarlo. Mejor con los peces que con piernas de plástico.

    Subí el sendero, crucé el desfiladero, alcancé la cima primero. Y ahí estaba yo, sentado, mirando al cielo, con mi luna lejana alumbrando el firmamento.

    El eco me prometió luces de palmeras meciéndose sobre la vereda; me mostró el camino de regreso y me insistió en una vida nueva. Donde otros labios me esperan, al final de la primavera.

    The Black Angels – Young Men Dead

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  • Tempo lento

    Tempo lento

    Hoy soy viento, frase cortada al azar, desvarío del mar, en tempo lento. Sin ver espejismos, acariciando estrellas al pasar, cayendo en sal, queriéndome en olvido. Creyendome suspiro, surcando en huellas al pasar, no busco más, solo abismo.

    Hoy fui viento y mañana sal.

    Cigarettes After Sex – Apocalypse

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  • Haiku perdido

    Haiku perdido

    Libertad efímera,
    mar y raíces susurran,
    flor de verol.

    儚き自由
    海と根が囁く
    ベロルの花

    Minyo Crusaders – Soran Bushi

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  • Mancha de tinta en un papel en blanco

    Mancha de tinta en un papel en blanco

    Tulsa – Oda al Amor Efímero

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  • Criaturas de la noche

    Criaturas de la noche

    Ese fastidioso olor, deshecho de estar vivo.
    Al menos ella lo estaba: fieramente viva.

    Caminaba sola, desprendiendo su aroma a soledad, arrogancia y afán de libertad. Tanto, que tuve que asomarme a verla. Y ahí la encontré: casi desnuda en un peligroso bosque, desafiando a los espíritus eternos de los árboles más viejos.

    Quise acercarme de frente para no asustarla. Me despojé de mi capa invisible de oscuridad y le dije:

    —Bonita noche para pasear por este maravilloso lugar.

    —Joder, me has asustado.

    —Es que debe darte miedo pasear sola en un sitio como este.

    —Ahora ya no, tú me proteges, ¿no es así?

    —Tal vez, si me dices qué te trae a mis tierras.

    —¿Este bosque es tuyo?

    —El bosque es de las criaturas que viven en él. Mi casa está cerca, y sí, es mía. Solo quiero asegurarme de que yo tampoco corro peligro. Hay muy mala gente por ahí.

    —Esto te lo aseguro. Acabo de romper con mi novio. Ese sí que es mala gente.

    —Entonces, ¿vienes huyendo de él?

    Murió el sonido del viento mientras pensaba la pregunta. O quizás no pensaba. Su mirada se tornó triste, pero sus palabras se volvieron firmes:

    —No, no huyo de él. Pero no tengo a dónde ir. Mis pasos me llevaron aquí.

    —¿Te escapaste de casa?

    —Vivía con él, pero últimamente me gritaba mucho. Bebía demasiado y me hacía la vida muy difícil. Me cansé de tanto mal humor y tanta miseria.

    —Y terminaste en un bosque encantado, lleno de criaturas siniestras.

    Caminamos un rato en silencio. Llegamos al páramo más sombrío. Ella aminoró la marcha. Parecía asustada: se veía tan frágil con su minúsculo trajecito y su mirada inquieta.

    —¿Qué sabes tú de criaturas siniestras?

    —Solo sé que están.

    —¿Y te gustan?

    —¿Las criaturas del bosque? Vivo en plena naturaleza, claro que sí.

    Ella sonrió, con inocente picardía, como la joven que espera un beso en el portal de su casa. Y eso hice, sin dudarlo: mordí sus fríos labios con pasión, y ella me empujó. Muy suave, como sin querer evitarlo. Su sonrisa no desaparecía: estaba ahí, acompañándome.

    —¿Te gustaría ser una de ellas?

    —¿Qué?

    —Criatura de la noche.

    Me lo dijo y me abrazó. Yo estaba confundido, no sabía qué pretendía. Pero me sentía cómodo en sus brazos. A pesar del dolor, que se iba acentuando en mi cuello, que desprendía parte de mí en cada succión, y que me imposibilitaba pensar.

    Mi abrazo fue fundido a negro.

    Ese fuerte olor, deshecho de estar muerto. Al menos yo lo estaba: quieto, inmóvil, sin pulso. Hasta que abrí los ojos al pasar la luna y volví a estar despierto. Pero ahora era distinto. Era eterno.

    Kiss – Creatures of the Nigth

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  • Ranas rojas en la ciénaga

    Ranas rojas en la ciénaga

    —Tienes que ir, Anuk.

    —Claro, Zarnilla… pero ¿de dónde sacamos el jodido dinero?

    —Yo tengo esto.

    El suspiro de Anuk se perdió en la penumbra. No había otro remedio.
    —A ver qué comemos estos días… —murmuró, con un filo de resignación.

    Sacó del frasco dos luciérnagas, quizá tres. Sus diminutas luces palpitaban como corazones de cristal. Las metió en un bote, lo agitó suavemente; el resplandor se dispersó en destellos verdes. Enganchó el bote a un pañuelo y se lo colgó al cuello.

    Saltó por la ventana. El aire frío le lamió el rostro. La rama crujió bajo sus pies mientras avanzaba hasta el extremo. Un silbido breve, afilado como aguja en la noche.

    —Vamos, Ramper… no tardes.

    Se quedó inmóvil, orejas de punta, atento al murmullo líquido del bosque. Una ráfaga de aire tibio y un aleteo profundo rasgaron la oscuridad. La sonrisa le llegó sola.

    Saltó. Giró en el aire. Aterrizó sobre el lomo aterciopelado de su murciélago fiel. Ramper describió un círculo sobre la casa-árbol antes de lanzarse hacia el norte.

    El río les guiaba, derramando su luz plateada sobre los rápidos. Un descenso en picado, el rugido del agua creciendo. Anuk bajó, apoyó las manos sobre una roca fría y húmeda, raspó el musgo con cuidado y lo guardó en una bolsa de tela áspera.

    —Vamos, Ramper.

    Subieron. Desde las alturas, el mar de copas de árboles se extendía como un océano verde. Anuk se inclinó, se colgó por el cuello del murciélago y cortó ramas de los gigantes más viejos. El aroma de la savia fresca se mezclaba con el de la noche húmeda. Cuando tuvo suficientes, volvió al lomo de su compañero y tiró de las riendas.

    —Por aquí, compañero.

    La montaña se alzó como una bestia dormida. Entraron en una cueva pequeña; la humedad rezumaba de las paredes. Ramper se colgó del techo y Anuk recogió hongos fluorescentes, cuyo resplandor azul bañaba las piedras en una penumbra mágica.

    —Venga… nos queda la última parada.

    El olor les llegó primero. Ácido. Podrido. Un aliento espeso que parecía colarse bajo la piel. Sobrevolaron la ciénaga, rastreando la superficie turbia. Los gases luminiscentes emergían del barro en burbujas fantasmales.

    Anuk lo vio y saltó.

    El ciempiés era un monstruo articulado, con un brillo aceitoso en cada placa. Lo abrazó por el centro, luchando por inmovilizarlo, y le ató un pañuelo grueso a las fauces para que no escupiera veneno. El bicho se sacudió con una violencia que le arrancó del suelo. Anuk golpeó contra la tierra y todo se volvió negro.

    Un tirón brusco lo arrancó de las fauces abiertas. Ramper, en un aleteo feroz, lo alzó hacia el cielo.

    —Al bosque, Ramper… ya lo tenemos todo.

    Volaron como una sombra líquida, sin ruido, hasta entrar por la ventana abierta de una casa hecha con madera muerta. En el centro, sobre una mesa arañada, una vieja de nariz afilada removía un caldero. El vapor olía a hierro, tierra y hierbas quemadas.

    —Te estaba esperando, trasgo… has tardado. ¿La de siempre?

    —Sí, bruja. La de siempre.

    —¿Traes los ingredientes?

    —Sí.

    Ella revisó uno por uno:
    —Musgo de río… muérdago… setas luminosas… ¿y el veneno?

    —En el pañuelo.

    —Me vale. ¿Traes el dinero?

    Anuk le tendió un saquito con minerales brillantes. Ella sonrió apenas, una grieta en su rostro, e hizo desaparecer el pago entre sus dedos nudosos.

    —No es suficiente. Necesito algo más. Un murciélago como ese, tal vez.

    —¡Ese era el precio acordado, bruja! Mi murciélago no se negocia.

    —Está bien… tráeme más setas otro día. Ya sabes cómo aplicarlo.

    Sacó de una estantería un frasco pequeño con humo azul oscuro que giraba dentro como un animal atrapado. Se lo entregó. Anuk lo ató a su espalda con cuerda de lana y, en un salto, montó a Ramper.

    Regresaron al árbol-hogar. La ventana estaba abierta. Zarnilla esperaba con las orejas tensas.

    —Rápido, rápido… está muy mal. Muy mal.

    Anuk subió las escaleras de dos en dos. En el nido, la lechuza estaba desplomada: alas abiertas, pico entreabierto, ojos vidriosos. Abrió el frasco y lo acercó al pico. La niebla azul entró en sus pulmones.

    De pronto, la lechuza abrió los ojos, soltó una arcada y vomitó. En el suelo cayó una rana roja, todavía entera, húmeda, muerta. La lechuza aleteó y comenzó a ulular, vibrando de energía.

    —¿Cuándo va a aprender que no puede seguir comiendo esas jodidas ranas rojas de la ciénaga? —gruñó Anuk.

    —A veces es el hambre quien manda… —respondió Zarnilla, bajando las orejas.

    Flogging Molly – Drunken Lullabies

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