La cocina es un templo, cocinar es un ritual mágico, donde arcanos y sombras pasean con los ingredientes. No se trata tan solo de mezclar carnes y especias, verduras y condimentos, hay una ceremonia no escrita sobre el modo a proceder, el tiempo a emplear y el rezo adecuado, en forma de canto, o de palabras innovadoras de sabores.
Entregar cariño también es toda una ceremonia, así que, tras encender una vela y como incienso especias, y con toda la estima posible, os dejo esta sencilla receta con su ritual incluido.
Esencia de palmitos con arcano espiritual de queso.
Ingredientes;
Palmitos en conserva
Queso verde (roquefort, cabrales, gorgonzola…)
Un poco de nata
Tras el saludo a la Diosa, cada cual a su manera, cortamos los palmitos, dejándolos en forma de cilindros a tamaño de un bocado.
Mezclar el queso con la nata (no es necesario mucha, una cucharadita solo) en un recipiente y calentarlo al baño María hasta que quede totalmente derretido.
Verter el queso disuelto encima de los palmitos y dejar enfriar.
El mejor conjuro es el que nos dicta la mente. Es más efectiva una canción para atraer la alegría que cualquier salmo, así que a gusto del cocinero. Como me contó mi amiga Patricia un día, ser espiritual y ser ateo no está reñido, así que cualquiera que sea tu credo comulgará perfectamente con un saludo ceremonial al servir estos entrantes, cada cual en su idioma y a sus seres divinos.
De las promesas que me quedaron por cumplir que, amontonadas en el umbral de los meses pares, me concedían licencia de esperanzas, descarté las menos coloridas para que cupiesen en unas manos llenas de uvas verde esperanza.
El repiqueteo de las campanas me avisó de que quedaba un momento, un agonizante año que daba luz una prórroga en el tiempo me animó con el último párrafo.
Y por fin tañeron los misterios, en forma de campanada, como cada cambio de ciclo.
Una.
Prometo detener el tiempo, avanzarlo, resumirlo en verso.
Dos.
Mi corazón latirá lento, saboreando cada momento.
Tres.
Caricias y besos, cuando sean precisos. Aunque no tenga aliento.
Cuatro.
Ofreceré mi voz al viento. Que camine lejos. Muy lejos.
Cinco.
Que la dicha sea mi abismo y quedarme atrapado al caerme dentro.
Seis.
Prometo estar cerca, en mi lejano universo.
Siete.
Limpiar mi mente de malos recuerdos, dejarlos bien guardados.
Ocho.
Dedicar más tiempo al presente y un segundo al pasado.
Nueve.
Comprender que el futuro está hecho para ser imaginado.
Todo es hermoso según quien lo pinte, según la perspectiva de la fotografía, según los ojos con que lo quieras ver. Hay quien desprende luz que embellece su rostro con gestos, hay quien marchita su cuerpo según suena su voz.
Te encontré en septiembre, oculta entre libros, se ve que no viste y chocamos, tu rostro encarnado, yo hice un chiste fácil, en una rima descarriada, reímos y hablamos.
Eras la voz más brillante, su risa rompía en cascabeles, como en la llamada de blanco en una iglesia vieja. Su pasión estaba escrita, eran las líneas de un romancero.
Yo tendía a filas de atrás, tú a sentarte a mi lado, yo a perderme en palabras, tú a escuchar sin reparo, yo que creí a los demás, inmerso en un mundo de raros, los que me dijeron quién era buena y quien merecía mi agrado.
Pusiste distancia en mi mente y dejaste de entender oraciones, escalando sobre la gente, siendo as de corazones, y ya que no había razones de tenerte presente, le di vueltas a mi suerte marchitándose las flores.
Y me quedé solo.
Sin el tintineo de tu charla en la alegría entre pasillos, me arranqué a la oscuridad del último pupitre, buscando consuelo entre las horas muertas de humo y cemento.
No fue un infierno, cierto, ni sé seguro si perdí el cielo negando dos veces tras los pasillos, tampoco que hubiera luego de ser cierto. Pero nunca olvidé que no conocí el sabor de sus labios.
Aquel día, caminando descalza por la vereda del parque, abrazó aquel árbol que siempre contemplaba en su paseo y se convirtió en su raíz, intuyendo su destino.
Todo se volvió gris y antiguo, cascabeles en blanco y negro, donde antes vivía tu risa y ahora habita el silencio. Serenata a la luz de la luna, cine mudo al piano. Se nos apagó la vela de aquellas llamas de verano.
No sé lo que ocurrió, si tan solo fue una mirada la que nos trajo el color que habita bajo la almohada. Quise pedirte perdón y tú no lo necesitabas, que siendo nocturno tu herida de plata sangraba.
Dejó de llover otoño cuando la luna menguaba, olvido de aquellos ojos tristes, vino la luz en días de playa para volver a sentir tu mirada entre espuma salada, contándonos batallas caminando entre palmeras, en aquel lugar lejano donde sonaba una guitarra.
Ayer brillantes luciérnagas coloreaban la madrugada. Morpe y su canto triste me guiaron por baldosas amarillas, el templo se veía a los lejos, con brillo propio, apoteósico.
Al acercarme rugían los tambores, atrayendo acólitos que cantaban salmos al pasar. El aire, lleno de sílfides, las paredes pintadas con secretos, anunciando misterios, exigiéndome que cruzara dentro.
Ráfagas de luz, orquídeas salvajes en el interior, la danza de la muerte mostraba sus pasos a ritmo de los cascabeles. Baila, gritaba el espectro, retuerce tu cuerpo y grita mi conjuro, hasta quedar exhausto.
Me ofreciste tu mágico fluido, elixir de la vida, de piel de espíritu. Ardiendo en deseo, fui tras tu azul mirada, perdiéndome en el enredo, en la marea de danza de estruendo. Allí consumí el alba, que sabía a licor de tu boca y exorcizaba el silencio.
Hoy, no soy yo, soy el recuerdo de lo que no pasó.
Brillantes y musicales son los segundos de rasgado que suma y resta en efímero y eterno el producto. El tiempo no olvidará nunca la magia del celofán, desgarrándose en prisas por hacerse humo al convertirse en verso.
Si los cálculos no fallaban, entraría en órbita terrestre. Con la tecnología actual, los científicos no se explicaban cómo no lo habían detectado. Pero que empezara a frenar era algo que no se explicaban. ¿Cómo un cometa podía reducir el impulso por sí solo?
Todo el mundo lo podía ver, llegaría a ponerse en órbita el día veinticuatro de diciembre, así que la prensa lo bautizó como el cometa de la Navidad.
A la velocidad con la que se aproximaba, los científicos aseguraban que se convertiría en una segunda minúscula luna el tiempo que permaneciera circulando alrededor de la tierra. Todo apuntaba a que era un objeto artificial.
En el mundo, pronto se había corrido la noticia de que la estrella fugaz anunciaba la segunda venida de Jesús de Nazaret. Para los judíos era la primera. Otras religiones tenían otras teorías.
El día 24 por la noche, tal y como se esperaba, el cometa empezó a orbitar la tierra, la masa de roca y hielo se fragmentó en pequeños fragmentos y empezaron a descender a las principales capitales del mundo. Uno de ellos alcanzó el cielo de Madrid a las 20:32 y empezó a descender sobre las Puertas del Sol.
Era un fragmento de roca rodeado de luz, como si de un escudo energético se tratara. Bajo la plaza, les esperaba una muchedumbre y todos los efectivos del ejército que habían podido reunir en la zona.
Bajó lentamente hasta posicionarse a unos metros del suelo. Un rayo de luz apuntó al asfalto y allí se materializaron varios humanoides, eran bajitos, verdes y cabezones. Todos llevaban un ridículo gorro de Papá Noel. Hubo uno de ellos, el que tenía una borla en el gorro con luces de colores, empezó a hablar.
-Queridos humanos, ante todo queremos desearles, tal y como marcan sus tradiciones, una feliz Navidad. Venimos en son de paz, bueno, más que en son de paz, lo que queremos es unirnos a la fiesta. ¿Dónde se celebra?
Un ruido despertó a los niños que hoy tenían su sueño muy ligero. Venía del salón de la casa, así que alegres corrieron a ver si, por fin, habían podido pillar a Papa Noel cuando entregaba sus regalos a la falda del luminoso árbol. Los hermanos se quedaron mirando aquel personaje que bajaba trabajosamente de la chimenea.
La figura que se les presentó no parecía tener que ver con el personaje navideño. Vestía un hábito naranja muy holgado, era una persona muy opulenta, pero carecía de barba y era totalmente calvo. Además, tenía rasgos asiáticos, los ojos pequeños y entrecerrados y unas enormes orejotas.
– ¿Papá Noel, eres tú? – Dijo el mayor de los hermanos.
– Karera wa nemutte irubekide wanaideshou ka? (¿No tendrían que estar durmiendo?)
Los tres niños estaban parados delante del personaje oriental cuando de la chimenea salió otra figura, esta vez bien conocida.
– ¿Papa Noel? – Dijo el más pequeño.
Los dos representantes de la Navidad quedaron uno enfrente del otro. Los niños pensaban en una lucha de titanes, pero la realidad era otra.
– horey’So, ghot law’, Hoch DaghajtaHvIS (Oye, Hoteiosho, que te has equivocado de casa)- Le dijo Papá Noel al intruso.
– nuqjatlh? ‘ach ghotvam vISuDqangmoHpu’. (¿Qué me dices? Lo sabía, tengo el GPS fastidiado.)
– ‘ach jIHvaD HIja’, yapbogh HIja’naq, (Sí, sí, la familia japonesa vive en la casa de al lado)
– qatlho’ (Gracias compañero)
El falso Papa Noel subió por la chimenea con una agilidad impresionante. Los tres niños estaban ahora sonrientes a la espera de que su ídolo navideño les dijese algo.
– ¡Ho Ho Ho!
– ¡Papa Noel! – Gritaron los tres a la vez.
– Bueno, en verdad soy Santa Claus.
– ¿Y nuestros regalos?
– No tenéis, la regla de oro es que tendríais que estar durmiendo.
– Nooo,
– Es broma, ahora os lo doy.
– ¡Oye, Santa! ¿Quién era ese?
– Nada, la competencia que se equivocó de casa.
The Ramones – Merry Chrismas (I Don´t Want To Fight to Nigth)
Juan Andrés caminaba cabizbajo y pensativo. Su vida no era un jardín de rosas, pero no se podía quejar. Una familia perfecta, Julia y Mateo, sus gemelos de cinco años le mantenían siempre ocupado, pero los adoraba. Su mujer, Isabel, que era divertida, cariñosa y siempre estaba cuando lo necesitaba. Y, por último y no menos importante, Blacky, su gato negro creador del eterno ronroneo que le daba paz en el descanso.
Trabajaba como contable en una empresa de comercio online, con un cómodo horario de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, muy cerca de su casa, podía ir andando. Contaba con buenas amistades gracias al buen ambiente que se había logrado formar entre sus compañeros, los había descuidado un poco desde el nacimiento de sus hijos, pero sabían comprender y le perdonaban sus ausencias.
Pero había algo que le atormentaba profundamente, ya que por las circunstancias del destino, había acabado siendo un personaje importante en un planeta remoto de una dimensión paralela a la nuestra que existía en la casa de su cuñado José Carlos. Él era el Dios supremo del inframundo de la zona.
Temido y odiado a partes iguales, Juan Andrés, el demonio de Eleonoro, pues así se llamaba también el planeta, tenía una misión fácil y concreta. Atemorizar a la población Eleneoriana para que, con la amenaza del infierno, no se portaran mal.
Esa tarde de sábado, había sentido la llamada del deber, algo que empezaría a remover su quietud hasta que no apareciera en el lugar requerido, así que, tras meditarlo un instante, fue hasta la casa de José Carlos a visitar el universo que demandaba su presencia.
Apareció en medio de una explosión con aroma a azufre y humo blanco ambiental, encerrado en un círculo mágico de contención. Percibió cómo una joven bruja, en medio de una plegaria, suplicaba su presencia.
– Hola, ¿qué quieres?
– ¿Eres Juan Andrés, el demonio?
– Sí, claro.
– Quiero pruebas.
En ese momento él chasqueó los dedos y, en lo que dura un parpadeo, fueron transportados a un lugar dantesco, un páramo desierto rodeado de ríos de lava y un cielo tormentoso.
– Ahora dime, ¿qué quieres?
– Estoy harta de suplicar a Dios por un milagro y desesperadamente ahora me encomiendo a usted.
– Pero los seres divinos no podemos inmiscuirnos en asuntos de los mortales.
– Las cosechas se pierden, estamos pasando hambre, vamos a morir.
– ¿Y qué puedo hacer yo?
– Pues estaría bien que castigara usted a los señores de la guerra, que son los que estropean la cosecha con sus batallas.
– Ahora necesito entender por qué hay guerra.
– Porque nosotros ocupamos sus tierras para poder plantar, para alimentarnos.
– Se me ocurre una idea ¿Cuál es el metal más codiciado en vuestro mundo?
– El oro azul, desde luego.
– Vale, te voy a dar algo que puedes usar para que te dejen plantar en sus tierras. Volveré, libérame y espérame aquí.
El diablo, con la astucia que le caracteriza, aprovechó que sus familiares dormían para sustraer una caja muy significativa para el cometido que tenía pensado. Volviendo al lugar señalado en cuanto le fue posible. Al llegar, la dama le estaba esperando con ansias.
– Toma, aquí hay algo que os va a ser muy útil. Examina el contenido y dáselo como pago a los dueños de las tierras, ellos notarán su procedencia divina, ya que pertenecen a mi cuñad… A vuestro Dios. Si eres inteligente, copiarás los objetos con vuestro oro azul y los utilizarás con sabiduría.
– Gracias, señor maligno.
– No es un regalo, como todo pacto conmigo tiene un precio.
– Estoy dispuesta, Señor.
– Cuando mueras, obtendré tu alma, y me ayudarás con mis asuntos cuando yo esté en menesteres más… elevados.
– Así será.
Con una voluta de humo desapareció de la vista de la joven, ella tenía la sensación de que no había sido un mal negocio y empezó a pensar cómo utilizar la información y los objetos.
Pasaron unos meses y Juan Andrés andaba mucho más relajado. En el parque cercano a su casa se ocupaba de sus hijos cuando una llamada de su cuñado le sorprendió.
– ¿Hola?
– Eres un poco cabroncete ¿No?
– ¿Yo? ¿Qué he hecho ahora?
– Vale que le hayas dado a mis gamusinos ideas para inventar la economía mundial de Eleonoro, ahora están en una guerra mundial por el poder. Pero haberles regalado mi colección de monedas del mundial 82, eso sí que no. Ya puedes ir pensando cómo vas a recuperarlas.