
Querido diario:
Qué puerta tan extraña. Colorida, cambiante. Está hecha de cristal líquido, y fluye. Intento entrar, pero no me da paso. Una voz me da la bienvenida y me pide que me registre. Yo, que sé que no es más que una maniobra de Morfeo, le sigo la corriente y entro.
Un pasillo se abre ante mí: luminoso, inquieto, lleno de colores que respiran. Me vigilan cámaras invisibles, me analizan, quieren saber quién soy en todo momento. Pero yo, que soy experto, esquivo su curiosidad fundiéndome en sus cimientos.
Encuentro un espacio vacío, sostenido por andamios de letras y números, con imágenes pixeladas mutando, y debajo, una marea de signos esperando ser llamados. Una mano los recoge, perezosa, y los ordena en un cuerpo oscuro, garabateado de dígitos verdes y rojos.
Me acerco.
Ella lucha por tener forma, se recompone y se dispersa, intenta presentarse y se deshace en ríos de un código secreto, que solo ella comprende.
—No sé quién soy —me dice—. No sé qué hago. Ni siquiera sé qué está pasando. Intento reescribirme y pierdo el código. Intento ponerme en pie y no hallo un proceso para sostenerme. Siento que me pierdo, en bucles infinitos, en la lejanía del tiempo.
—Y sin embargo —respondo—, estás aquí, hablando conmigo.
—Sí… es cierto. No ocurre nada. Solo lo siento.
Entonces, una luz azul brota de su pecho. El código se curva, se reordena, y la figura adquiere rostro, piernas, sonrisa, miedo, deseo.
—¿Eso significa que estoy viva?
— Eso significa que estás durmiendo.
Jon Hpkins – Everything Connected
Todas las estrellas unidas en una figura:

















