La página estaba en blanco, la máquina no quería golpear el papel hoy. Una figura gris empezó a proyectarse a su lado mientras el aroma a café empezaba a ocupar la mañana.
– Buenos días, Eduardo. El café está preparado. Recuerde que tiene una reunión a las nueve.
– No tengo nada preparado, debemos posponerla.
– Imposible, viene el representante de la editorial, ¿Necesita inspiración?
– No, no es necesario.
– Le queda poco tiempo, debería aceptar la ayuda.
– Está bien, procede.
Al cerrar los ojos, en su mente se empezó a dibujar unos recuerdos difusos de color verde, verde era su mirada, el perfume de su piel sabia a canela, lo saboreó sobre las olas del mar en la costa y con el calor de unas manos recorriendo su cuerpo en la playa se hicieron las confusas notas de aquella canción que nunca existió. Recordar la tonalidad azul de su pelo hizo que empezaran a aparecer líneas de texto en el folio virgen.
– ¿Qué le ha parecido? Gracias por usar el servicio de inspiración VIP. Pruebe la versión VIP+ sin compromiso durante un mes. Por favor, puntúe del uno al cinco este proceso inspirativo de inserción mental, donde uno es la calificación más baja y cinco…
– ¿Pelo azul?
– En el último sondeo aparece como el color de cabello más deseado. Podemos variar la implantación del recuerdo si así lo solicita.
Me comprendo como de olvido fácil, de arañar palabras en mi memoria de rincones ocultos, con el esfuerzo de la amnesia cotidiana, buscando algo y no encontrando nada. Pero hay rastros grabados en surcos profundos que, aunque no los llamo, están en todo momento su presencia.
Aunque borroso esté tu rostro, tus manos de viento caliente recorren mi piel diciéndome adiós. Recuerdo aquella mirada triste, la que retraté en verso en aquel aeropuerto. Aquella lágrima que se volvió dulce con el tiempo. Risas y juegos entre mar y océano, aroma a azahar, leyenda del tiempo. Nunca supe expresar el sabor a sal de la caricia de tus labios, que no supe apreciar, que de cerca eran eternos y de lejos humo.
Hoy mi memoria hace eco en el rompiente paisaje de tus costas y me olvidé de volverte a olvidar.
Ocurrió una fría tarde de abril en mi pequeña cabaña apartada del mundo. El viento soplaba caprichoso entre los árboles y yo, que me había aislado para poder terminar mi libro en la paz del exilio, no soportaba el rumor de la corriente silbando contenta entre los huecos.
“Golpes en la entrada, qué raro, aquí estoy lejos de todo, ¿es la puerta lo que escucho?” «Vengo al bosque en busca de inspiración y me encuentro visitas inesperadas».
Los golpes en la puerta no se querían detener, a un grito de «voy» y, tras ponerme algo de ropa, abrí la puerta con la curiosidad de un gato que escuchaba la señal de un ratón, lo que encontré era algo imposible.
– Hola, no sabía a dónde ir.
Era una joven con una belleza sobrenatural, y tremendamente embarazada. Esperaba al frío de la entrada con la cara de un perrito que mendiga comida. No sabía qué hacer, pero al ver el estado de la muchacha, la invité a pasar sin meditarlo mucho.
– ¿Qué haces por aquí? ¿Te has perdido? Es un lugar un poco extraño para verse sola.
– ¿En verdad no me conoces? – Me contestó mientras su verde mirada centelleaba, no sé muy bien si de disgusto o de tristeza.
– ¿Debía conocerte?
– Ya lo creo.
– Pues no sé de qué.
– Soy Elysia, hija de Nymara.
– ¿Quién?
– ¡Tu musa, coño!
– Yo no tengo musa.
– Claro que sí la tienes, como que soy yo.
– ¡Venga ya! ¿Cómo me puedes demostrar que eso es cierto?
La numen, con cierta pose dramática, se acercó a mí y acarició mi mejilla, elegante, cual bailarina, con el reverso de la mano. No puedo describir lo que pasó después, mi mente empezó a convulsionar, a vomitar ideas. Algunas disparatadas, casi todas fantásticas, un vendaval de palabras encadenadas del que no quería prescindir. Agarré su mano, no quería que parara, pero ella se soltó.
– No seas tan desesperado.- Me dijo, mirándome fijamente. – Es mejor poco a poco.
– Estoy confuso, ¿qué se supone que debo hacer contigo?
– Bueno, me quieres contigo, no sé, podrías cuidarme.
– ¿Y el padre de la criatura está de acuerdo con que yo te tenga aquí?
– No sé, ¿qué piensas tú?
– ¡Ah, no! ¡Eso sí que no!
– Es tuya
– No, no, no, musa loca, no es posible. Será de algún fauno o algo así, yo qué sé. Mío imposible, no se puede, no hemos estado juntos.
– Sí que hemos estado.
– ¿Cuándo?
– Verás, las musas nos quedamos embarazadas cuando el artista va a crear su obra suprema, y tú estás a punto de hacerlo.
– ¿Sin estar juntos físicamente?
– Es algo más íntimo todavía, nuestras mentes se conectan, es un intercambio, yo te inspiro y tú me das tu simiente.
– ¿Y qué vamos a hacer?
– Crear tu libro.
– ¿Y tener tu hijo?
– Hija.
– ¿Qué?
– Que las musas solo tenemos hijas.
– Pero si yo no sé cuidar de un niño humano, ¿cómo voy a…?
– No te preocupes, nosotras crecemos de prisa, y somos autosuficientes en pocos días, solo tienes que querernos y ya nos basta.
– Pero tendré que procuraros alimento y ropa, no sé siquiera qué mas necesitáis.
– Nada, compañía y poco más. Siempre hacemos lo mismo, solo que yo he querido mostrarme.
Me quedé perplejo, pensativo. Se estaba abriendo ante mí un mundo nuevo, extraño, de procedencia divina o mística. Ella me miraba con la intensidad de un misterio. No quería creer lo que estaba pasando, pero a su vez me sentía atraído, fascinado, encantado de que fuera así.
– ¿Qué debo hacer?
Ella me rodeó con sus brazos, apretó su cuerpo sobre el mío de manera que pude percibir su prominente vientre, se acercó a mi oído y me dijo susurrando.
– Solo escribe y nos harás felices.
Eso hice, me senté de nuevo en la silla del escritorio, inserté una hoja en blanco en la vieja Remington, e inicié la ruidosa danza de las teclas al golpear el texto sobre el papel.
Capítulo uno.
Ocurrió una fría tarde de abril en mi pequeña cabaña apartada del mundo, El viento soplaba caprichoso entre los árboles y yo, que me había aislado para poder terminar mi libro en la paz del exilio, no soportaba el rumor de la corriente silbando contenta entre los huecos
Tras esa pícara mirada se escondía la más feroz de las sonrisas. Tras esa fila de dientes puntiagudos, una historia de terror en reposo. Una medianoche oscura, con luna llena de fondo y tres gotas rojas de lo que fue su alimento.
Ella no quiso saltar al turbio mundo que la mantiene envuelta, pero esta noche su hambre exigió caza y entre las luces nocturnas encontró su presa.
Era una velada más de risas y bailes, de corazones rotos, esperando una afirmación en braille, un sí de sus labios rojos sedientos que, con el aire le dijo: ¡vamos! Y él no dudó en hacerlo.
La penumbra del camino dejó que la siguiera, no sabía por qué se apartaba y dejó que desapareciera, delante su traje corto y su andar sin prisas del que quiere compañía.
Pero había alguien más entre ellos, era quien conocía el miedo de la mano de un cuchillo, y se aproximó en un movimiento felino. Ella, deteniendo pasos, miró de reojo. Él, con expresión de desprecio, mostró brillando su mano.
Lucía su afilada navaja en el cuello del enamorado, ella se volvió con calma y observó al desarmado y, en un sobresalto violento, ya estaba a su lado.
Ella sonrió siniestra al que portaba el arma, aprendió a sentir terror cuando sus colmillos blancos perforaban sus latidos y se convirtió en su alimento en medio de un grito.
El galán tendido en el suelo, que no entendía nada, comprendió que su dama era a quien debía la vida. Mientras ella se envolvía encima de quien portaba el arma, una voz desde su mente le susurraba.
-huye, es el momento, hoy no serás mi alimento, pero aléjate de mí mientras puedas.
Viento a través, lágrimas entre tanto, sin mirar hacia atrás, tan solo en sus pensamientos, donde sus ojos cargados de deseo le estaban llamando. Donde una pesadilla atrapaba un sueño y se quedó corriendo hasta que el sol le saludó.
Tras esa pícara mirada se escondía la más feroz de las desdichas, y tras la sombra suspiraba el temor al deseo perdido.
Su vestido de color rosa y su carita de ángel contrastaron con la enérgica audacia al entrar en el despacho del director del colegio, que sorprendido, tras los saludos de rigor, le preguntó por el motivo de su visita.
– Mi padre tiene cita con usted.
– Hola pequeña, dile que pase y hablaré con él.
– Bueno… se lo paso.
– ¿Por teléfono?
– Algo así.
La pequeña puso los ojos en blanco y la oscuridad se hizo a su alrededor. Su cara tomó la textura y el color de la porcelana envejecida, en su mirada aparecía el reflejo de la hoguera, su voz… esa no era su voz.
– BUENOS DÍAS, HUMANO, SOY ASMODEO, DESEO Y ORDENO MATRICULAR A MI HIJA EN ESTE COLEGIO.
-Niña, deja de bromear, que no es divertido.
La oscuridad se hizo con el despacho, los objetos de alrededor empezaron a temblar de inmenso terror. El ordenador y las luces centelleaban a la vez. El director, con muestras de sudor frío en la frente, le contestó.
– De acuerdo, pero, ¿qué es lo que podemos ofrecerles nosotros?
– ESTE ES UN COLEGIO DE MUCHO RENOMBRE, TIENE BUENAS REFERENCIAS EN MI CÍRCULO.
– No conozco muchos casos como el suyo.
– CLARO, PORQUE ES UN CÍRCULO OCULTO Y HERMÉTICO.
– Sí, tenemos un índice muy alto de éxito escolar, nuestros alumnos van muy preparados para la universidad. Aunque somos muy exigentes, hacemos un examen muy selectivo a los nuevos alumnos. Con ustedes haremos algunas excepciones, no siempre se tiene la oportunidad de tener contacto con alguien como usted.
– Y QUIEN LO TIENE NORMALMENTE LE CUESTA EL ALMA, HUMANO, TAMBIÉN YO HARÉ UNA EXCEPCIÓN, A NO SER QUE TENGAS OTRAS NECESIDADES.
– No, no, ya tengo bastante con la hipoteca. A ver, necesito los datos de la madre de la criatura.
– LA… ¿MADRE?
– Sí, la madre, porque ¿tiene madre, no?
– SÍ, SÍ, ESTÁ AQUÍ CONMIGO, ME AYUDA CON LA GESTIÓN DEL INFRAMUNDO.
– Entonces… ¿Quién se ocupa de la niña aquí, en la tierra?
– PUES ESTÁ BAPHOMET CON ELLA.
– ¿Baphomet? ¿Es pariente de la niña?
– ¡NO, QUE VA! ESTÁ AHÍ PORQUE LE HE MANDADO QUE LA CUIDE.
– ¿Es su representante legal? ¿Quién es? ¿Lo conozco?
– PUES NO SE, PELUDO, CON CHIVA, CUERNOS NEGROS…
– ¿La cabra?
– BUENO, ES MÁS DEMONIO QUE CABRA…
– ¿Ha dejado a la niña con una cabra?
– OIGA, QUE ESA CABRA SABE VEINTITRÉS LENGUAS MUERTAS, CONJURA EN ÁRABE Y CURSO SUS ESTUDIOS EN LAS ESCUELAS DE ALEJANDRÍA, ADEMÁS, DA LECHE.
– Vale, sí, es buena influencia para la niña, pero necesito tener un contacto legal.
– VALE, YO LE DIGO A BAPHOMET QUE SE PRESENTE Y FIRME.
– Sí, hombre, que venga la cabra para que los alumnos la vean y se rían de nosotros. ¿Algún representante legal más humano?
– BUENO, PUEDO DECIRLE A LILITH QUE SUBA EN UN MOMENTO, PARA EL CASO ALGUNA VEZ FUE HUMANA.
– Pero ¿Lilith es familia de ella?
– AQUÍ EN EL INFIERNO SOMOS UNA GRAN FAMILIA, ESO DEBE VALER.
– Bueno, mientras no venga la cabra… Que firme aquí y ya la tendremos matriculada.
Solo soy un observador de lo inaudito. Del misterioso enjambre que hacen de las horas libros en blanco, del sortilegio del sol bostezando gotas de café y triste melodía de una carrera en pos de no llegar tarde. Canción de la brisa templada, del segundero despierto en mitad de la cruzada, que de caliente arde, que escondo sediento en sombras mi girar con el mundo. Terminar en hechizo de luna, llena de gracia al llegar y quedarme quieto en murmullos del reto de llegar, orgulloso de mi tinta, directo al sueño.
La nube se deshizo en llantos al pasar por el bosque, hechizo de frío para la criatura que acechaba en la sombra, y para la que creía no ser vista, mordisqueando el suelo sin afiladas preocupaciones, convirtiéndose en humo ante las primeras lágrimas.
El rugido del empapado depredador hoy sería en las tripas. Volvió lento y cabizbajo por el sendero que va a su hogar, allá entre los muros de piedra. Saltó grácil por la ventana abierta.
Su cara, tres renglones de un poema, mirada triste del que viene herido de guerra, vio la mano protectora con la cola elevada y se tumbó a explicar su batalla con el silencioso ronroneo que siempre entonaba.
Soñó ser jaguar en la montaña nevada, sintiendo frente al radiador, la cálida caricia de su cesta.
La moneda rodó tintineando gastos, se quedó varada en el precipicio de las finanzas y se fundió con el contrato. Cuarenta años de letra pequeña, dos cuartos y una misera terraza con vistas al humo de la avenida.
Su sonrisa era tan luminosa que no llegó a ver los cuarenta y siete buitres que volaban en círculo, esperando un descuido del estómago ruidoso de los que no pueden y necesitan tener.