
Encomendado a la Madre y aprovechando el silencio de la noche, corría como nunca lo había hecho, como si le persiguiera el Maligno de Bata Blanca, aquel ser que le daba tanto miedo de pequeño. Lo que transportaba en su pequeña mochila podía dar un giro importante a su situación, quizás el definitivo.
Una ventana abierta fue suficiente para escapar, sombras en la calle para huir de la luz de las cámaras. Abrigado por la noche, recordaba las historias de sus antepasados. De venenos y exterminio. De cómo salieron a flote y se ocultaron en secreto.
Antaño eran libres de andar por las calles. Pero el miedo les hizo enemigos, los exterminaron en masa con sus pócimas ponzoñosas, los expulsaron al subsuelo.
Ellos no sabían la verdad, que nos comunicamos, que conocíamos su escritura y que empezamos a aprender de sus inventos. En pocas décadas nos pusimos a su altura, pero ellos, seguían destruyéndonos. A nosotros y a cualquiera que les resultase molesto.
La alcantarilla estaba a unos pocos metros, y ahí lo vio. Desde lejos. Un mastín del infierno, creado para exterminarlos. Sabía que solo tendría unos segundos para descender a un lugar seguro.
El perro olfateó el suelo y el agitar de su cola le advirtió de que había sido descubierto. Agazapado entre los cubos de basura, empezó a correr de nuevo. Y el mastín con él, rápido a su encuentro. Corrieron hacia el mismo punto como dos trenes descarriados hacia un fatal encuentro.
Un segundo y hubiera sido tarde, saltó a la alcantarilla sin mirar y cayó de bruces en el lodo. Eso le salvó de morir golpeado por el suelo. Miró hacia arriba, donde los ladridos estremecían el lugar, y corrió un poco más, hasta la entrada segura.
Los dos guardianes del pasadizo le ayudaron a entrar, pues estaba herido. Uno de ellos, el más viejo, le preguntó en su idioma de silbidos y susurros.
-¿Qué has conseguido?
Él le respondió.
– Lo tengo.
Perdió todas sus fuerzas entrando en el agujero, lo demás, quedó todo en negro.
Oscurecía cuando despertó en un recinto clínico. Aparte de la Madre que Cura, estaba uno de los sabios, con su talante serio pero claramente animado.
-No lo molestes mucho – Dijo ella. – Debe reposar.
-No me llevará tiempo. – Contestó – Solo quiero que sepa que su misión ha sido un éxito. Nos ha dado una oportunidad de oro para poder hacer frente al humano. Una vez hayamos adaptado el virus y nos sea inocuo, nosotros mismos seremos armas letales contra ellos.
– Deja descansar a este pobre roedor, ya hablaréis de guerra cuando haya sanado.
Enroscado en su lecho, abrazando su cola, dejo que los fármacos invadiesen su cabeza y dejo que el sueño le envolviera de nuevo, quizás algo dolorido, quizás algo más feliz.
Imminence – God Fearing Man








