Estaba tan ocupado, indignándose por el comportamiento humano, que no se dio cuenta de su sordera. Es más, empezó a imaginarse diálogos torpes, de situaciones inventadas, creó un universo de feroces palabras, donde los círculos rojos de una diana desgastada, eran su rostro desafiante a la puntería, que habitualmente era mala.
Con la frase de Sun Tzu por bandera, atrincherarse tras las líneas de texto en pijama se convirtió en costumbre y, a golpes de un viejo teclado, se convirtió en tormento de alegres tertulianos y humildes comentaristas sin más ánimos que la distracción efímera y sintonizar suspiros y sonrisas de alivio.
Estaba tan ocupado siendo víctima rebelde, que se le olvidó en que en el acto de ajusticiamiento, el verdugo llora a la desdichada forma, que se esconde en las sombras de que una vez fue su tormento y que en los labios abiertos están las espinas de los rosales.
– Este sí, este es el invento definitivo, es el mejor de todos.
– A ver, qué tenemos esta vez.
– Este aparato es capaz de dar marcha atrás a la vida.
– Eso suena raro, suena a aborto o a eutanasia programada.
– Que no, que no, le das atrás a tu vida.
– ¿Cómo una máquina del tiempo?
– ¡No, hombre! Ocurre que rejuveneces.
– ¿Cómo en la película de Bratt Pitt?
– Sí, pero no te vuelves más guapo, solo más joven.
– Pero eso es fantástico, ¿recuperas la firmeza en la piel? ¿Se te quitan las arrugas?
– Algo sí.
– Eso suena a que hay limitaciones. ¿Se te quitan las enfermedades?
– Verás, con este aparato se puede rejuvenecer células, pero no revivirlas.
– Vale, explíquemelo ahora en cristiano, como en un manual de estos decorados por Forjes.
– ¿Sabe usted que las células tienen una vida limitada, no?
– Sí, claro.
– Las células van muriendo y dividiéndose, tienen una duración limitada, ¿verdad?
– Sí, lo sé.
– Algunas viven unos cuantos días y otras varios años, pero todas tienen un fin y son sustituidas por otras. Eso nos limita en tiempo, esta máquina solo puede rejuvenecer las células vivas.
– Vale, pero, ¿puede dar marcha atrás algunas enfermedades?
– Si las cogemos a tiempo, sí.
– Eso ya es bastante, es como tener una copia de seguridad de nosotros mismos, ¿de cuánto tiempo estamos hablando?
– Doce minutos y treinta y seis segundos.
– ¿Me dices que podemos rejuvenecer unos quince minutos?
– Eso he dicho.
– Otro invento para la lista de cacharros inútiles, vamos.
Infinidad de destellos tintineaban en la noche. El cielo de verano, limpio de nubes, apartado de contaminantes lumínicos, regalaba un espectáculo brillante de estrellas. Con el dedo, Meissa jugaba a darles forma uniéndolas con una línea imaginaria.
– Pues yo no le veo forma.
– Que sí. Solo tienes que unirlas, ya verás, tiene forma de…
– ¿De cangrejo?
– Bueno, no, es un símbolo, no es una forma exacta.
– ¿Lo ves? Parece más una Y o una X.
– Claro, una Y, un cangrejo de río con sus dos pincitas.
– Pues le faltan las patas y la cola. ¿Quién dijo que tenía que tener esa forma?
– Creo que fueron los griegos.
– Pues qué imaginación, ¿se aburrían mucho?
– No lo creo, estaban bastante ocupados creando las bases de la filosofía.
– Lo que yo digo, eso debe ser bastante aburrido, las estrellas son más bonitas y se puede dibujar con ellas.
– Será por eso que en su tiempo libre se lo pasaban mirando el cielo. Hace frío ya, ¿volvemos a casa?
– ¿Papá?
– ¿Qué, Meissa?
– Aquí se ven muy bien las estrellas, pero en casa casi no se ven.
– Allí hay demasiada luz, demasiados objetos alrededor y, a simple vista, nos impiden ver más allá. Está la esfera, que nos da la suficiente energía para poder movernos hasta aquí, pero nos quita visibilidad.
El hombre sacó del bolsillo un pequeño dispositivo que proyectó una figura holográfica pegada a su mano, manipuló con los dedos de la mano libre sobre la imagen tridimensional y pulsó el lateral del artefacto. Frente a ellos comenzó a abrirse una grieta flotante, cortada por un afilado cuchillo invisible, que fue ensanchando para permitirles el paso a otro lugar.
Recuerdo aquel día nublado y triste, hace tanto tiempo que me sabe borroso ya, en la primavera de mis primeros versos, marcado en la memoria del calendario, rodeado en el rojo de los besos más tiernos. Pasé un rato escondido de rabia, pero supiste encontrarme. Tu cabello en ese instante, fue el sol que brillaba dorado, desafiando el gris despertar de la lluvia de otoño. Y me dejaron solo, solo la luz azul de tus ojos, no había más a mi alrededor. Tu sonrisa, el mar y un “te quiero” con un adiós en medio.
Me hablaste del calor de los vientos de levante, de la alegría a palmas de primaveras bajo el olivo, de las lágrimas que saltaron por volver a vestir lunares, del perfume de azahar que a tu cuello se agarra, salvaje. Quise creer pasear por el río contigo de la mano, burlar la curva de los girasoles, agarrando tu cintura, alrededor de faroles y caballos, danzando a ritmo de una guitarra.
El abrazo no quería terminar solo, me quemaste los labios con tu dedo y el adiós murió en deseo.
Recuerdo la fuente seca, aquella en la que nos dijimos adiós. Tú te ibas lejos, llena de ilusión, yo te quería cerca, lleno de pasión. Tú me cogiste de la mano y me susurraste un misterio. Yo quise aquel beso que se quedó en el aire y que ahora recuerdo cierto.
“Esa estrella, ¿De dónde ha salido? Juraría que ayer no estaba ahí. A ver el cuadrante… No, ahí no había nada. Qué raro. Tendré que mirar los foros, a ver qué puede ser.»
“¿Eh? Ya no está. Hostias, qué raro. Habrá algo que la está ocultando. ¿Será un satélite? Sí, será, de esos que pone en órbita aquel millonario casi por capricho.”
“No, ahí está de nuevo. ¿Qué hace? Se apaga y se enciende. Déjame consultar con los foros a ver si alguien más está viendo esto.”
“Pues nada, me toman por loco. Que solo yo estoy viendo esto. Pues es raro de narices. Se apaga, se queda encendida, se apaga de nuevo… ¿A qué se me parece esto?
“Coño, ya sé. Es morse, seguro que es morse. A ver, déjame apuntar. Punto, raya, raya, punto… Aja, hay un mensaje. Un mensaje para mí. A ver, a ver.”
“H o l a h u n… no… h u m a n…”
– Hola, mosquito, qué cara de felicidad traes, ¿no?
– Sí. ¿Ves esa luciérnaga que está allá en lo alto?
– ¿La que no para de reír y hace cosas raras?
– Bien, le hemos apostado que no es capaz de comunicarse con aquel humano.
– ¿El del telescopio de juguete?
– Sí, ese.
– Pues parece que os está ganando la apuesta, no sé a qué viene tanto regocijo.
– Está claro que está ganando, pero nos distrae al humano y nos pegamos el festín. Ha sido un picotazo de media hora y sin inmutarse. Gloria Bendita, oye.
Caricias tras tu mirada cómplice, que ocurre cuando no ocurría, mágicamente recuerdo el instante, mágicamente se esfuma en lluvia. Ocurre, milagro, dispersate en humo, que sea tu mano, no un vago recuerdo de un vago sueño del paso de una nube.
Las dos amigas, entre risas y bromas, abordaron la puerta de la cápsula de transporte, que de tanto uso, abría sus acristaladas puertas con un suspiro agónico.
– Joder, tía, ya está aquí, no me lo creo.
– ¿Es el primero, Sofi?
– ¡Qué va! Ya lo he tenido. Bueno, el primero era de mi hermana, pero sin que se diera cuenta.
– ¡Sofi! – La chica puso cara de asombro por el atrevimiento y las dos rieron sin parar mientras la cápsula se elevaba en su carril. El sistema de sonido del medio de transporte bajó la música ambiental y empezó una locución.
<Por favor, tomen asiento y abróchense los cinturones, lugar elegido: Centro Comercial Central Park zona B. Tiempo estimado de llegada 11 minutos 42 segundos>
– ¿Y tú, Patri?
– Mi madre no me deja, dice que todavía soy muy joven.
– ¡Oh, vamos! ¡Tienes 18 años! ¿A qué va a esperar? ¿A qué envejezcas?
– ¡Yo qué sé!, ya le dije que tú ya tenías, a ver si te ve con él y se decide.
– Mira, ya estamos llegando, qué ganas.
La cápsula se posó suave en su base y las dos chicas estaban desesperadas por salir, no dejaron terminar de abrir las puertas cuando ya andaban, a paso ligero, camino al lugar acordado.
– ¡Estoy de los nervios!
– ¡Mira, Sofi! ¡Son chicos!
– ¡Qué asco! ¿Qué hacen estos aquí?
– He oído que los sacan de la granja para pasear, mira ese, qué mono.
– Mandril, todo lo más. Bueno, a lo que importa, tenemos que entrar.
La puerta del establecimiento se abrió de par en par al escanear la retina de Sofía, que sonriendo al sensor, no podía con sus nervios. Entraron y se acercaron al mostrador donde le esperaba una señora con una apariencia impecable.
– Sofía Beltrán, ¿verdad?
– ¡Sí!
– Vale, marque con su huella aquí para formalizar la entrega.
La joven, con la respiración agitada por la emoción, apretó el sensor hasta que el dispositivo se iluminó en verde pálido.
– Perfecto, ¿le mandaron las instrucciones? ¿Hizo el test de inicio?
– Sí, sí, conozco el procedimiento.
– Vale, si no hay ninguna duda, procedemos a la entrega. Les espera en la habitación 24, marque con la huella para entrar.
Las dos jóvenes corrieron hacia el pasillo, entraron en la pequeña habitación que les habían indicado. Dentro había una silla con un casco, frente a la silla estaba él. Ansiosa, tocó el logotipo en forma de manzana que tenía en el pecho. Él abrió sus artificiales ojos y sosteniéndole la mirada le dijo con una voz ligeramente metálica.
– Buenos días, Sofía, he estado toda mi vida esperándote. Soy tu iBoy XI, por favor, siéntate, ponte la interfaz de datos y empecemos con la configuración. Estoy deseando que me lleves a tu casa.
Agapito salió de su trabajo cuando todavía no eran las cuatro de la tarde. Caminaba sin ánimos, arrimado a la sombra de los árboles por el paseo de La Castellana. El calor le hacía estragos en forma de sudor, que perlando en su amplia frente, le hacía maldecir el verano.
– ¡Está cerca! ¡Prepárate!
Lejano en pensamiento y con prisa por llegar a casa, Agapito cruzaba la zona con la celeridad que le permitía su cansado cuerpo. El trayecto era largo y la temperatura ambiente ejercía de resistencia para una caminata cómoda.
Su imaginación se disparó al cruzarse con la vecina del perrito. (cuatro) Siempre había contacto visual y un tímido hola. (tres) Esta vez hubo algo más, en su fantasía, claro. (dos) Soñó despierto con un “¿Qué tal estás? Aparte de preciosa (uno) ¿Querrías venir a tomar un café?”
– Aprieta, que ya está aquí. (cero)
Agapito sintió en su uniforme nuevo algo denso y caliente que, caído del cielo, humeaba a verano y olía a estiércol de ave. Al mirar la solapa manchada con dos rastros iguales, de color blanco y textura desagradable, tornó rojo de la rabia y gritó fuerte a la copa del árbol más próximo.
– ¡Hijas de putaaaaa!
Agapito agarró con rabia de la papelera un botellín de cerveza vacío, y lo lanzó con fuerza al cielo. Desde la rama reían con ganas, como solo las palomas lo saben hacer. Esquivar la botella no les supuso ningún esfuerzo, pero decidieron alzar el vuelo y dejar a Agapito allí, con el traje manchado y sus sueños rotos.
– Oye, Curruquez, ¿De verdad que estos humanos están por encima de toda la cadena alimentaria?
– No sé, Palomez. Pensar que muchos animales viven de sus alimentos y en sus refugios, me hace pensar lo contrario.
De repente se vio agarrado por varias manos, fuertes y ásperas, que le impulsaron con violencia al suelo. Cayó en un poste de madera donde notó el crujir de las vértebras. Sin darle tiempo a siquiera respirar, le habían atado los brazos en cruz. Intentaba revolverse, patalear con rabia, pero ya estaba inmovilizado.
– ¿Pero qué es esto?
Sintió el calor de su sangre en la cara, el cabello empapado le tapaba los ojos y el dolor empezaba a ser insoportable. Ahora empezó a comprender lo que pasaba y no le gustó la idea de lo que venía a continuación. Un frío objeto punzante fue colocado en su muñeca izquierda y fue clavado a golpes de martillo.
– ¡Por Dios! ¡Paren! ¡Sáquenme de aquí!
Se escuchó un golpe y otro y otro. Comenzaron a clavar también en la otra muñeca.
– Sácame de aquí ¡Ya! –
Grito a todo pulmón.
Y cerró los ojos.
El silencio cayó sobre él.
Al abrir los ojos, se encontró con una pared blanca, no había rastro del dolor que le afligía, pero estaba desorientado. Sus ojos se enfocaron en un pequeño crucifijo de madera colgado frente a él.
– ¿Dónde estoy?
– Jesús, ¿estás bien? – En ese momento fue consciente de que no estaba solo, había un señor con gafas y pelo claro, que anotaba algo en una tablet. Le resultaba muy familiar. – ¿Necesitas algo? ¿Agua?
– No, estoy bien.
Notaba en la cabeza un peso anormal, fue con cuidado a comprobar con las manos que tenía alrededor del cráneo. Donde se esperaba una corona de espinas, encontró un casco lleno de cables y luces.
– ¿Me puedes decir mi nombre completo?
– Oye, Jesús, me estás asustando.
– ¡Que me lo digas!
– Jesús Martín Rivero, eres el técnico supervisor de proyectos.
De golpe todo cobró sentido. Un flujo constante de recuerdos fue entrando en su cabeza, llenando su consciencia de entendimiento.
– ¿Javier?
– ¿Estás mejor, Jesús?
– Sí, mucho mejor.
– Menos mal, ¿cómo lo vistes? ¿Tan traumático ha sido?
– Ha sido un poco intenso, Javi. Comprendo la cantidad de trabajo de desarrollo que hay aquí, todo es muy realista, muy vivido… ¿Qué te dijeron en el encargo? ¿Cómo llamaron al proyecto?
– Me dijeron que querían una noche de pasión en Semana Santa.
– Me parece a mí que andamos algo equivocados. Aunque sean altos cargos de una congregación religiosa, en esta experiencia virtual creo que esperan otra cosa bien distinta.