Categoría: sueños

  • Bisonte de invierno

    Bisonte de invierno

    Irrumpió en el espacio con violencia.
    Se exhibió ante todos los habitantes de la cueva, mirándolos uno a uno con descaro furioso.
    Resopló vapor y desapareció por donde había entrado.

    Era un bisonte de invierno.
    Pelaje blanco como manto helado.
    Astas de negro azabache reluciente.

    Se fue, pero dejó la estela de su presencia.

    El sabio del pueblo abrazó el augurio y gritó:

    —Hay que salir a cazar. ¡Ya! Todos preparados.

    Los hombres partieron hacia el sueño de un mito.
    Algunos regresarán.
    Otros no.

    Heilung – Norupo

    El augurio fue claro.
    El precio, no.

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  • Entrada sin título 6332

    Unas migas de pan fueron ofrecidas.
    Todo un regalo.
    Suficiente para bajar del trono
    y querer devorarlas.

    Él las amaba con locura.
    Las concebía como bailarinas ruidosas que acudían siempre en compañía,
    para estar un rato a solas,
    para agradecerle sus golosinas.

    Semillas, grano, legumbres.
    Sabía bien lo que les gustaba.

    Ellas quedaban danzando al compás de su soledad,
    alimentándolo de vida marchita,
    de esa que pronto se irá.

    Y en su fatigado respirar sentía la emoción de la danza:
    el vuelo cadente hacia sus manos,
    la elegancia de pasos erguidos,
    el vaivén atento de cuerpos asistiendo.

    Cánticos de arrullo
    tornados en despedida
    con la puesta del sol.

    Otro día más.

    Volverá
    con devoción.

    Marea – Nuestra fosa

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  • Equilibrio

    Equilibrio

    Le gustaba caminar descalza.
    Sobre un cable eléctrico.
    Abrazada por el viento, despacio.

    Allá en lo alto todo parecía más pequeño, menos importante, efímero:
    el tráfico denso de alegres colores y humos malolientes,
    las personas que gritaban a su paso,
    los tristes reflejos de las nubes
    dejándose caer en forma de charco.

    Todo era anecdótico
    a un hilo de aire,
    caminando lento.

    El sol se acercaba a verla, calentando sus pasos,
    meciéndola uno a uno.
    Avanzaba hacia el abismo
    con la alegría de una adolescente en fiesta,
    bañada por la luz de neón.

    Caminando, se hizo lejos.
    Y se volvió turbio.

    Un movimiento sísmico,
    ondas chocando contra sus dedos,
    la hizo tropezar en el último intento:
    rompió el equilibrio,
    derramó su atención en el horizonte,
    sacó su fragilidad de la línea
    y la lanzó al espacio.Y en mitad de la espiral del vacío
    voló.

    Apparant – Goodbye

    Unas migas de pan fueron ofrecidas.
    Todo un regalo.
    Suficiente para bajar del trono
    y querer devorarlas.

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  • Ausente

    Ausente


    Hoy no estoy.
    Bueno, sí estoy,
    pero no me muestro.

    Andaba entre brumas de un día sin letras,
    nubes lentas,
    ganas de quererme escondido.

    Pero no lo consigo.

    Entre sábanas me olvido.
    Me señalo herido
    por no abrazar mis palabras,
    por no querer engarzar el hilo.

    De tanto bordar
    se me endurecen los dedos
    y me lloran los ojos.

    Hoy ganó el frío.

    Mejor me quedo aquí.
    Escondido.

    ES Iniciar sesión

    A Winged Victory For The Sullen – Steep Hills Of Vicodin Tears

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  • A saber por qué…

    A saber por qué…

    A saber por qué —por tu luz, por tu ser— 
    te quedaste a mi vera, en mi piel, 
    en el camino secreto de mis neuronas. 

    A saber por qué, por tu miel, 
    te quedaste en caricias. 
    Y tal vez yo también 
    me quedé caminando a tu vera. 

    Fueron astros alineándose lento, 
    orbitando en movimiento, 
    con aroma a recuerdos lejanos 
    y a poesía sin letras 
    que el destino insiste en hilar. 

    A saber por qué el tiempo gira 
    y estamos en él. 

    Travis Birds – Azul Noche

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  • Los tres reflejos. Capítulo 5: Perfect Day

    Los tres reflejos. Capítulo 5: Perfect Day

    Laura deslizaba imágenes en su móvil. Pero su mirada estaba lejos, más allá de la pantalla; perdida en otra órbita, en ese imposible movimiento de tres cuerpos que parecía empeñado en repetirse.
    La reproducción se detuvo un instante y dejó escapar el audio del reel. Una sonrisa le tembló en la boca.

    Just a perfect day. Drink sangria in the park…

    Marta no podía vivir en silencio. El silencio la roía, le subía por la nuca. Volvió a dar “play”. No recordaba aquel vinilo que nunca quitó del tocadiscos. Temió un pinchazo en el pecho y quiso mover la aguja. Pero esta solo avanzó unas líneas, dócil, y la canción continuó.

    And then later, when it gets dark, we go home…

    Pedro conducía sin rumbo. Sin prisa por llegar a ningún sitio. Las noticias pasaban ante él como lluvia en un parabrisas: ruido, nada más. En la entrada de la autopista dejó atrás al locutor, apretó el botón del dial. Surgió una canción vieja, un espejismo de tiempos que ya no sabía si le pertenecían.

    Just a perfect day, feed animals in the zoo…

    Los tres escucharon la misma canción.
    Los tres, en puntos distintos del mapa y en un mismo punto del alma.
    Lou Reed suspiró desde su tumba y se puso las gafas de sol para mirar la casualidad.

    Then later a movie too, and then home…

    Los tres empuñaron el teléfono. Marcaron.
    Comunicando.
    Después, las llamadas perdidas.

    Oh it’s such a perfect day…
    I’m glad I spent it with you…
    You just keep me hangin’ on…

    En el arcén, los cristales de Pedro se cubrieron de lluvia. Y la memoria, aprovechando el hueco, le devolvió aquel día entre risas y juegos.

    —Seis, cinco. Bebes tú —dijo Laura señalándolo.
    —¿Yo otra vez? Voy a acabar mal… —Pedro casi pudo saborear el trago que ya no tenía en la mano.
    —Me está entrando sed —dijo Marta, mirando su vaso vacío—. Relleno la jarra y cambio el disco. Este va a suplicar clemencia como siga girando.
    —¿Qué vas a poner? ¿The Clash, como esta tarde? —preguntó Laura.

    Las dos sonrieron con esa complicidad que a veces da vértigo.

    —A ver —dijo Marta—. ¿Cuál es la balada que no te cansarías de escuchar?
    —Tengo muchas… Como Ever Flow, de Pearl Jam…
    —No, balada —insistió Marta—. Las baladas envejecen rápido. Se pegan a los sentimientos, y los sentimientos… mudan de piel.
    —Yo he salido con otras chicas y me ha pasado igual con la misma balada —dijo Pedro sirviendo los vasos.
    —Sí: la de Holiday de Scorpions —respondió Marta.
    —¡Es verdad! Siempre estabas con esa cursilada —rió Laura—. La única que no me cansa es Perfect Day. Es profunda y no va de amor.
    —Sí que va de amor —dijo Pedro, teatral, ofendido.
    —Va de amor —confirmó Marta—. Pero a las drogas.
    —Para mí va de desamor —replicó Laura—. Pero con ese golpe dulce de recordar lo bueno.

    El teléfono de Pedro empezó a sonar. Era Laura.
    Puso el manos libres, pero el WhatsApp se encendió antes de que pudiera arrancar.

    —Hola, Laura. ¿Cómo estás?
    —Bien. Estaba escuchando una canción y me acordé de ti. ¿Tienes las ideas claras?
    —Estoy hecho un lío. ¿Tú no?
    —Yo no. Yo tengo claro lo que quiero.

    Chat paralelo
    Marta: ¿Ya no me respondes las llamadas?
    Pedro: Te estaba llamando ahora. Comunicabas. ¿Podemos hablar?
    Marta: Te echo de menos.
    Pedro: Y yo a ti.

    —¿Y si quedamos? —propuso Pedro.

    Marta: Vente a casa.
    Pedro: Voy para allá. Pero estoy lejos.

    —Podemos quedar, sí —dijo Laura—. Pero también deberíamos hablar con Marta.
    —Voy a verla ahora.
    —Voy yo también.
    —Déjame ir primero, y luego vemos.

    Laura colgó. Miró las gaviotas cruzando el cielo y llamó a Marta.

    —Hola, Laura.
    —Te estuve llamando.
    —Y a mí me dio miedo responder.
    —Tranquila. ¿Estás bien?
    —Estoy hecha un lío. Te echo de menos… pero también a Pedro.
    —¿Y eso es malo?
    —No te entiendo.
    —¿Podemos quedar?
    —He quedado con Pedro. ¿Nos vemos después?
    —Creo que voy para allá.
    —Pero deja que hable con él antes.
    —Estoy en la costa. Tardaré un rato.

    Marta quiso dejarse llevar por la música, pero los nervios eran más fuertes. Le arañaban el vientre como un gato impaciente. Quería dormirse y despertar cuando alguno llegara. Le daba igual cuál. Solo quería que alguien rompiera la grieta del silencio. El tiempo a solas solo le enseñó una verdad: no quería estar sola.

    Pedro aceleraba. Se había ido demasiado lejos. Ahora debía desandar ochenta kilómetros. Lluvia, carreteras secundarias, un coche que avanzaba lento y una mente que corría demasiado.
    ¿Y si ellas habían decidido que estaban mejor sin él?
    ¿Y si perdía a las dos?
    No sabía qué iba a pasar. Solo sabía que la herida empezaría a cerrar cuando la viera.

    No.
    Cuando las viera a ellas dos.

    Suspiraron al mismo tiempo, sin saberlo.

    Pedro subió las escaleras de dos en dos. Perdió al subir el norte y la respiración. Laura estaba allí, frotándose el frío de las manos. Mirando el timbre como si pudiera adivinar el futuro. Con la tripa hecha un nudo.

    —Hola, Laura —dijo Pedro con la respiración golpeándole el pecho—. ¿No te dije que esperaras?

    Se abrazaron. Se negaron el beso. Llamaron al timbre. Él no quiso usar la llave: sentía que no tenía derecho.

    Marta abrió. Quiso abrazarlos a los dos. Su cuerpo fue más sincero que su cabeza.

    —Entrad.

    Se desplomó en el sofá. Las ojeras le brillaban con lágrimas recién peleadas.

    —¿No ibais a venir por separado? Ahora no sé a quién abrazar.

    Pedro dudó. Laura no. Ella entendió antes lo que Marta necesitaba.

    —Ven aquí, Pedro —dijo Laura, firme y suave—. Ahora, lo que necesita Marta.

    El abrazo fue torpe. Tenso. Raro. Se separaron.
    El silencio se espesó. Laura lo rompió.

    —No os entiendo.
    —¿Qué no entiendes? —preguntó Pedro.
    —Esto es mejor en el suelo. Así se habla mejor. En triángulo.

    Marta sonrió apenas.

    —¿Vas a hacernos terapia de grupo?

    —Algo así. A ver, Pedro: te gusta Marta. La quieres. Te atrae. Te cae bien. Pasáis buenos ratos. ¿Sí?

    —Sí…

    —Y tú, Marta: ¿sientes lo mismo? ¿Le has echado de menos? ¿Te lo comerías ahora mismo? ¿Querrías que lo vuestro no terminara?

    —Sí… pero…

    —Ahora vamos con los “peros”. Marta: ¿te gusto? ¿Te caigo bien? ¿Te atraigo?

    —S… sí —susurró Marta.

    —¿Y tú, Pedro? ¿Te gusto? ¿Te haces bien conmigo?

    —Sí.

    —Vosotros me gustáis a mí. Los dos. Marta me ha hecho descubrir un mundo. Pedro, desde siempre. Incluso cuando yo fui la que te dejó —dijo Laura, sin apartar la mirada.

    —Pero habrá que elegir —dijo Pedro.

    —Sí. Elegir lo que menos nos rompa.

    —No sé si es… —Marta tragó aire.

    —Te lo pregunto así —dijo Laura—: ¿tienes algún motivo para odiarme? ¿Crees que puedo hacerte daño?

    —No.

    —¿Y tú, Pedro? ¿Crees que puedo haceros mal?

    —Creo que no.

    —Yo quiero estar con vosotros. Pero si alguno no puede, o no quiere, desapareceré. No seré un estorbo. ¿Queréis pensarlo a solas?

    Marta y Pedro se miraron.

    —Sí… déjanos pensar. Pero…
    —Quédate esta noche —dijo Marta.

    —¿Me dejaréis ir por ropa para mañana?

    Laura se levantó para salir, pero Marta le sujetó la mano. Firme y dulce.

    —No. Te dejo algo mío.

    Extremoduro – Buscando una Luna

    Ilegales – Destruye!

    Marta miro el disco, una versión extraña grabada en directo, sin pausa para los surcos, sin sello de la discográfica. Lo deposito con cariño en el aparato y pulso para que la aguja se enamorara de la rugosidad del surco.

    – Que triste, ayer cayó Jorge Martinez y hoy Robe.

    – ¿Quen es Jorge Martinez? – Pregunto Laura cuando empezo los vitores del concierto que estaban reproduciendo.

    – El calvo de Los Ilegales.

    – Joder, ¿También ha muerto?

    – Si, se van los mejores.

    – Como Pedro, que se va siempre de viaje de trabajo sin llevarnos.

    – Hablando de Pedro… ¿Has pensado si te gustaría tener hijos?

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  • La granja azul

    La granja azul

    Aquí no había tardes. No había noches. Solo un resplandor de sol eterno y una esfera azul flotando entre miles de estrellas.
    Él se detenía a meditar unos instantes, en silencio, en su amanecer perpetuo, contemplando el firmamento.

    Pero hoy algo cambió.
    Una estrella fugaz se convirtió en un aparato. Cayó despacio desde el cielo oscuro y se posó cerca, como un insecto extraño.
    Él siguió sentado en su mecedora, esperando el encuentro.


    En Houston le habían hablado de la anomalía.
    La misión oficial: estudiar el terreno lunar.
    La real: averiguar qué demonios era aquella estructura que habían detectado. Una cúpula brillante del tamaño de un campo de fútbol.
    Las imágenes satelitales no lograban revelar nada más.

    Sospechaba encontrar algo extraordinario.
    Pero jamás habría imaginado esto.

    El astronauta se detuvo frente a la cúpula. Parecía cristal de copa fina, pero de cerca no era cristal en absoluto: era… nada. Aire sólido. Un borde sin borde.

    Dentro, árboles frutales, cultivos: lechugas, tomates, algo parecido a berenjenas, arbustos desconocidos. Dos ovejas. Un perro. Y un burro con cuernos que masticaba con dignidad lunar.
    Toda una granja protegida por un campo invisible.

    En el porche de una casa de troncos, un hombre con barba anaranjada y sombrero de paja viejo lo miraba. Le hizo señas.

    El astronauta dudó, pero entró. Caminó hasta la entrada.
    Allí lo esperaba aquel imposible habitante de la Luna.

    —Buenos días.
    —Buenos… días —respondió el astronauta, la luz de su casco iluminándole el rostro.
    —Lamento no poder ofrecerle nada; no esperaba visita. Pero por aquí hay oxígeno de sobra. No le cobraré el que use.

    El mensaje estaba claro.
    Se quitó el casco. Su rostro asiático, serio, casi temblando, quedó al descubierto.

    —Usted dirá —continuó el habitante lunar.
    —No sé por dónde empezar.
    —Por el principio, hijo, por el principio.

    —No esperaba encontrar a nadie viviendo aquí. ¿Qué hace en la Luna?
    —Ah, pues soy granjero y vivo aquí.
    —Ya… ya veo que tiene una granja. Lo que no entiendo es cómo puede… vivir aquí.
    —Pues sin muchas comodidades, hijo. Pero es el mejor sitio que encontré.
    —Le aseguro que abajo hay lugares mejores —dijo el astronauta señalando la Tierra.
    —¿Eso? No, no. Esa es solo mi casa. La granja está allí —respondió él, señalando el mismo punto.

    —¿Va todos los días a trabajar allí?
    —Rara vez. Lo controlo desde aquí.

    —No entiendo nada.
    El granjero se rascó la barba, pensó un instante.—Me advirtieron que esto podía pasar.
    —¿Quiénes?
    —Los que me contrataron. No creerá que puedo costearme un planeta.
    —¿Y qué le dijeron que hiciera si aparecíamos?
    —Que empezara el proceso de recolección de la cosecha.

    Oklou – unearth me

    Y tú… ¿qué harías si lo extraordinario te recibiera con un “buenos días”?

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  • Lienzo en blanco

    Lienzo en blanco

    Acaricié la pantalla en busca de una frase.
    Blanco.
    Hubo un instante blanco con parpadeo en el inicio.

    Aguanté la respiración con impaciencia.
    Comenzó a moverse solo.
    El sonido fue al compás: menudas pisadas que golpeaban el lienzo antes de haber nacido.

    Y ahí estaba.
    Un huevo.

    Era de colores sintéticos, con un resplandor latente.
    Aumentó de tamaño en dos pulsaciones y se agrietó.

    Parecía un dinosaurio.
    Parecía un lagarto.
    Parecía algo nuevo.
    Sin clasificar.
    Sin intención de seguir creciendo si yo no lo alentaba a hacerlo.

    Quiso llamarse kayiriku o terikame.
    Pero yo no quise ponerle un nombre.
    Lo quería libre, que solo viniera cuando quisiera, no cuando lo llamo.

    La magia del verbo reventó el huevo.
    Lo hizo lento, como el marchitar del otoño.
    Pestañeó al verme pidiendo alimento.
    Y lo alimenté con adjetivos.

    Fue patoso, simpático, extraño de narices.
    De camino lento y mirada cálida.
    Lloraba sin descanso por una sonrisa tuya.
    Con ganas de aventura.

    De tanto saltar le salieron alas.
    Y voló con ganas, surcando el cielo estrellado.
    Se confundió un instante con una estrella fugaz y desapareció.
    Buscaba el planeta perfecto para llamarlo hogar y crecer contento.

    Banshee – Birth of Venus

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  • Dulce aroma de invierno

    Dulce aroma de invierno

    El invierno se precipitó entre luces parpadeantes.
    No fue bien recibido: fue inevitablemente aceptado.
    El dolor de tripa hizo el resto y lo arrastró hasta ese lugar tan frío, donde cosían con hilo negro la agonía que trae el destino.
    Era hora de dormir para despertar nuevo.
    O tal vez, para no hacerlo.

    Suspiró lento. Se aferró al sonido que lo mantenía vivo.
    Imaginó agarrarse a la tierra, al aire, a la raíz de un árbol… pero se desvaneció pronto y comenzó el sueño.

    —Todo va a ir bien —decía alguien, blandiendo una aguja.
    —No pasa nada —susurraban las máquinas.
    —Tranquilo… —dijo su corazón, agotado de galopar.

    El olor a desinfectante y el silbar de los aspiradores se fueron apagando.
    Se volvieron calor.
    Calor de manos en la frente.
    Abrasos que te devuelven al cielo de la infancia.
    Aroma de clavos y miel, de anís y fuego.
    La textura de la harina en las manos hábiles, arrugadas por el tiempo.

    Se vio niño, en aquella casa.

    —Hola, mi niño.
    —¿Abuela? ¿Eres tú?
    —¿Quién voy a ser si no?
    —¿Estoy muerto?
    —Oh, no. —Entornó la mirada y sonrió—. Siempre tan dramático.
    —Entonces… ¿por qué estoy aquí?
    —No estás aquí. Yo solo quería que comprendieras que no estás solo. Que la vida fluye, y que lo malo casi siempre tiene remedio.
    —¿Entonces…?
    —Despertarás. Y sanarás.
    —Y me perderé tus roscones de vino…
    —Y ganarás una sonrisa cuando abras los ojos.

    La figura de la anciana empezó a desvanecerse.

    —Espera, abuela… dime qué pasa luego. ¿Qué hay cuando ya no estemos?
    —¿Y perder la sorpresa? —rió—. Mejor espera. No pienses en eso.

    La voz se alejó hasta volverse un murmullo.
    Se confundió con el ruido de las máquinas, las luces intensas y el zumbido del aire fresco.

    Una dama de bata blanca se acercó.
    En una sonrisa radiante le dijo:

    —Ya pasó lo malo. Todo fue bien. Ahora toca reposo.
    —¿Qué pasará ahora?
    —Tranquilo. Yo cuidaré de ti.

    Popol Vuh – Kyrie

    Sonrió. Todo estaba bien. O al menos, eso quiso creer cuando el silencio volvió a quedarse a su lado.

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  • Ofrenda a la luna llena

    Ofrenda a la luna llena

    Bajo esta luna que los antiguos llamaron del castor o de la escarcha, tejemos un hilo de luz.
    Hoy celebramos esta magnífica noche llena gracias a las letras y la mirada de Blanca y su blog Un Rincón Para Pensar, cuya fotografía eleva el cielo y nos devuelve el asombro.
    Gracias por capturar no solo la luna, sino el instante donde el mundo se detiene y el alma se abre. Disfruten de ésta colaboración.




    Desde el balcón, trenzas brindando al viento, suspiraba sin remedio sobre los olivos.

    Nubes que al pasar dejaban ver una redonda silueta:

    tan blanca que era casi azul.

    —Te veo triste. ¿Qué te pasa?

    —Nada. Melancolía de viernes sin bailar. Y sin la luna de testigo.

    —Estoy aquí, boba. ¿No ves que soy yo quien te habla?

    —Ah… Pues ni eso me alivia. Penada me quedo.

    —Pero ¿por qué tantas ganas? Si bailas hasta en tu casa.

    —Pero esta noche estará él. Esperando, espero.

    —¿Y quién es él?

    —Quien me ama.

    O eso creo —dijo un suspiro.

    —Quien te ama, te espera.

    —Pero no puedo. No me dejan salir y por eso triste me muero.

    —Pobre niña ahogada en su pesar.

    —Si tan solo pudiera escapar una hora… mejor dos —suspiró.

    —Tal vez pueda hacerlo —dijo la luna.

    —¿Qué, luna mía?

    Un resplandor tan espeso la envolvió que pudo deslizarse dentro de él.

    Corrió entre nervios para romper la distancia que la separaba de su amado.

    La luna la vio partir y murmuró:

    —Ve. Y vuelve.

    Que yo te guardaré el cielo.

    En tu cuarto creciente se comienza a ver tu belleza. 

    Luna llena, protectora de mis noches en vela. 

    Cuarto menguante, te resistes a abandonar a aquellos que te admiran. 

    Luna nueva, elegantemente das la espalda para después volver a brillar con más fuerza.

    B.D.E.B.

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