Categoría: Recuerdos

  • Milenaria

    Milenaria

    ¿Es tu pelo?
    O no sé qué es. Ese aroma.
    ¿No te ha pasado nunca? Que te transporta.
    Te lleva a una ciudad anciana, a azahar de marismas,
    mirando con rabia el futuro entre humos y risas.

    Fue entonces cuando te conocí.
    Desafié tu mirada y me dijiste que sí.
    Que sería eterno mientras sigamos queriendo.
    Y que, si no, pues nada:
    no habría nada que no se diluyera con el tiempo.

    Me seguirás esperando en el puerto.
    A ver si vuelvo.
    Con la mar en calma, brisa marina y labios de sal.

    Volveré con las gaviotas.
    Acariciando las arrugas de tu piel
    en cada pared,
    en cada esquina.

    Volveré siempre.

    Saurom – Amanecer 

    Si tu amor fuera una ciudad… ¿Cual sería? 

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  • Historia Breve de un Amor Efímero

    Historia Breve de un Amor Efímero

    Siempre me apasionaron las historias cortas —esas que, sin tiempo para respirar, ya han ocurrido.
    La tuya fue tan breve que la luz del sol la convirtió en polvo.
    No hubo zapatos de cristal, ni carreras hacia un aeropuerto,
    y de tu rostro sólo quedó el aroma de un beso.

    Y, sin embargo, aún recuerdo mi torpe danza sobre tu movimiento;
    la dulce melodía de tu mirada;
    las risas de la guitarra mientras girábamos alrededor de la hoguera;
    la tocata y fuga de encontrarnos ocultos, cazarnos y devorarnos.

    Nuestro adiós fue eterno.
    Y nuestro amor quedó intacto.

    Extremoduro – Si Te Vas

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  • El lugar donde comienza el invierno

    El lugar donde comienza el invierno

    La primavera fue un suspiro.
    El verano intentó aferrarse a mi pecho y se desplomó convertido en grito.
    El otoño llegó en viento:
    suspiro frío, hojas cayendo,
    nostalgia de tus dedos en los míos,
    distancia de sal,
    miedo al olvido.

    Mi voz quiso hacerse canto,
    y se quebró en el intento.

    La tarde se hizo bruma
    y ocultó la arena de la playa,
    la que guardaba mis pasos
    cuando aún recordaba tu mirada.

    Me quedé con el sabor dulce del trayecto,
    del adiós que se deshizo en tus labios
    mientras caminaba hacia el puerto.

    Y me quedé varado.

    Entre humo y pasos de ciego
    resistiendo en silencio.
    Acaricio el muro que un día me rompió
    y que ahora sostiene mi peso,
    guiándome lejos,
    hacia el murmullo tibio del riachuelo
    que marca el ascenso
    hasta el lugar secreto
    donde ya se ve el invierno.

    Beacon – Fault Lines

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  • Nana triste para un niño viejo

    Nana triste para un niño viejo

    Hoy no me toca soñar.

    El aire surca extraño y, entre sábanas, se dispersa en remolinos.
    Mi mente se derrite en gotas de cansancio herido:
    no quiere darme reposo, solo gira y gira, sin motivo y sin caducidad.
    Invoco ovejas blancas aladas, un ejército inútil
    cuando los párpados no me pertenecen
    y son presa del capricho de un tal Cortisol.

    Entre tanto, flotan imágenes en tonos pardos,
    carcomidas por el baúl que las guarda,
    que hoy, traicionero, ríe satisfecho.
    Mientras yo sigo rotando, ellas se proyectan en el techo:
    mirada distraída, flequillo en los ojos,
    pantalones de pana gruesos
    y unas ganas de volar contenidas en un salto.

    Lo dejé escapar, a ver si así me canso.
    Quise enseñarle los días presentes del futuro pasado.
    Y él, sentado en la duda, mirando desde mis ojos,
    comprendió que era yo.

    —¿Todavía no vuelan los coches? —preguntó,
    como quien sostiene una promesa rota.

    —No. Pero hay ojos en el cielo —respondí.

    Pareció animarlo.

    —¿Vive gente en la luna? ¿Ya consiguieron habitarla?

    —¿Para qué alcanzarla? Es más bonita lejana.

    —¿Y robots? ¿Ya los inventaron?

    —Sí. Y hablan con nosotros, aunque no tengan cuerpo.

    Le conté inventos osados que nos acompañan en el bolsillo,
    de cómo ya no hace falta hablarles:
    nos entienden por gestos.
    Le hablé de un oráculo tejido en una telaraña.
    De cómo nunca estamos solos,
    aunque cada vez estemos más lejos.

    Y yo, al ser soñador, esperaba que algún día, hablando,
    nos entendiéramos todos.
    Que estábamos aprendiendo a hacerlo.

    —Si eres un soñador, ¿por qué no estás durmiendo? —dijo.

    Y solo entonces entendí
    que ya no estaba despierto.

    Pauline en la Playa – Quién lo iba a Decir

    A veces el sueño llega cuando dejamos de perseguirlo.

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  • Ella ya no está

    Ella ya no está

    Hoy no estaba.

    No estaba.

    Se fue para siempre.

    Mi alada compañera de sombras.

    Sin despedirse, sin siquiera suspirar mi nombre.
    Tan bien como me conocía… y no pudo decirme su adiós.

    Pinté una cruz en su ausencia:
    recuerdo de las veces que me contesté por ti.
    Cuando una mañana gris apareciste y yo grité tu nombre.
    Me escondí en mis principios difamados.
    Deseé tu muerte y desaparecí de tu lado.

    Pero volviste.
    Y me esperaste, silenciosa, a que pasara.
    Me asustaste de nuevo y huí como un cobarde,
    deseando veneno para tu especie
    y para ti un final más cruel.

    Otra vez estabas. Y otra más.
    Intenté luchar. Conseguí escapar.
    Me oculté en la luz y me dejaste en paz,
    inmóvil en tu rincón.

    Hubo un pacto:
    una firma de sangre,
    de tolerancia con margen lateral.
    Con cláusulas de distancia
    y letra pequeña.
    Muy pequeña.
    Insignificante y oculta.

    Esta vez saludaste.
    Lo hiciste con mi voz, claro,
    pero educada, moviendo flagelos de ritmo lento,
    respetando distancias
    y evitando enfados.

    Hubo tiempo de conversación fugaz,
    ritmo de ascensor y sonido disperso.
    Psicotronía del atardecer cálido y ventoso,
    arena pesada en mis párpados
    y en ti mis lamentos.
    Y tú ahí estabas, dándome espacio,
    escuchando atenta mi desaliento.

    El tiempo te convirtió en aliada.
    Ideas obtusas de hadas absurdas.
    Caricia del son de una nana.
    “Invadiréis el mundo”, dije entre risas un día,
    y al siguiente me pareciste más bella.

    Hablabas sin voz.
    Mirabas atenta.
    Quisiste ser mi musa y pensé:
    “buena idea”.
    ¿Qué puedo perder?
    ¿Mi cordura, tal vez?
    Qué va.
    Imposible hallar donde nunca existió un tal vez.

    Tósigo en el ambiente,
    señal aséptica de la masacre.

    ¡Corre!
    ¡Huye!

    Asesinos con máscara,
    de bata blanca y desinfectada fragancia.

    ¡No le hagáis daño,
    ella no ha hecho nada!

    Venían a llevarla
    entre las celdas de una escoba.

    Pero no estaba.

    Ella ya no estaba.

    Hoy hago memoria de un lamento.
    Mañana tu nombre se habrá olvidado.

    Tulsa – Autorretrato

    A veces las ausencias duelen más que los miedos que las preceden…
    y tú, ¿qué criatura imposible te ha dejado un hueco impensable en tu alma?

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  • Memoria en Do Sostenido

    Memoria en Do Sostenido

    No sé cómo lo harás tú —somos tan diferentes…
    El otro día, contándonos secretos al oído, descubrí el desparrame de imágenes que me narras. La superficie rugosa de tu camino, esa prosa impulsiva sobre el mar de tu mente.

    Y yo, folio en blanco. Silencio sobre la herida que, si no sana y tampoco empeora, si se marchita, no es por falta de amor: es que le grito desde tan lejos que ya no escucha.

    Yo, para invocar momentos, necesito la melodía de los elementos. Los rasgos perdidos de rostros viejos se ordenan en partitura secreta; en el sonido eterno del expandir primigenio, detonado en Do sostenido.

    No puedo evocar aroma, ni verbo ni cielo sin hacer sonar primero la vibrante sinfonía de la esencia del recuerdo.

    Baiuca + Carlangas – Fisterra

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  • Liturgia de un deseo

    Liturgia de un deseo

    Se sentía sucio.
    Sus manos, sus ojos, su piel.
    Todo supuraba un hedor vil a verbos condenados, a lujuria o fornicio.
    En la autocomplacencia estaba el castigo, pero esto era aún peor.

    Y sin embargo la tentación —¿qué iba a entender yo de instinto?— era más fuerte.

    Ahí estaba: contemplando la delgada línea de sus curvas.
    El chasquido eléctrico de la ropa deslizándose,
    esa sonrisa etérea que más allá de sus sueños quería heredar a los míos.
    Resbalándome con ella:
    en el ruido del agua de la ducha,
    en su respiración reclamando caricias,
    en mis manos rompiendo en lágrimas.

    Oscuro es el castigo por solo poder mirar.
    Aquel día frío en gimnasia.
    El ladrillo quebrado y su grieta en las duchas.
    La mano que me alzó por la oreja.
    El pecado, decían, se escarmenta en varas,
    en cruz de rodillas,
    con la pared por testigo.
    Esa misma pared que antes acariciaba mis mejillas
    en el ocaso de mi olvido.

    Tras tanto tiempo sangrando,
    de conocer el “pecado”,
    de procesiones ocultas por temor al látigo,
    de esquivar el dedo firme de quien teme mis instintos,
    entendí algo:La mirada casual, inocente, de aquel niño
    no mereció jamás tal castigo.

    Joaquin Sabina – Pongamos que Hablo de Madrid

    ¿Qué fue lo primero que te hicieron sentir “pecado” siendo inocente?

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  • Frasco de lluvia

    Frasco de lluvia

    De mariposas huyendo.

    Hoy, al sentir llover, destapé el instante que, de niño, escondí en un frasco.

    Olía a tierra mojada. En nuestra cárcel de frío soñábamos con ser lágrimas de lluvia, para poder jugar en la calle un rato.

    Mirábamos desde el balcón. Reíamos sin ganas.

    Asomados, rozándonos las manos, quemándome por dentro de lo cerca que estábamos.

    Un momento divino, roto por la merienda, que me supo amarga:

    a mariposas escapadas de mi vientre, al rumor de la lluvia.

    Ilegales – Destruye

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  • El faro de tu memoria

    El faro de tu memoria

    Lejos,
    en la nube de algodón que guardo en mi memoria
    para esconderme cuando quiero silencio,
    te vi un día llorando.

    Siempre tenías una sonrisa;
    solo recuerdo tu alegre mirada
    cuando el mundo se hallaba lejos.

    Cuando se partió en cenizas
    y el cielo se hizo oscuro,
    tú me decías:
    «Chiquillo, si todo es perfecto».

    Me hablaste del tiempo,
    de las riñas que lo habitaban,
    del frío día que con pan viejo se superaba.

    De las noches cortas,
    de la música entre velas,
    de las risas entre olivos
    entre gente cansada.

    De bordar heridas en paños rotos
    que entre todos se curaban.

    Todo lo que aprendiste entre hilo y leña,
    lo que regalabas tras tu esfuerzo cosechando almas,
    sin querer más monedas de pago
    que el feliz secreto de tener un faro
    para poder encontrarnos.

    Hoy, en tu nube,
    llorabas feliz
    porque habitamos tus recuerdos.

    Vetusta Morla – Las Sabanas de Mis Fantasmas

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  • Ventana abierta, miradas fugaces

    Ventana abierta, miradas fugaces

    Debo ser fuerte, pues tras la derrota siempre hay un gran tropiezo.
    Ocurrió que quedé con la mente desparramada, yaciendo en el suelo de tanto pensarlo. Con el frío resentimiento de encontrarte lejos y la necesidad de verte, empañó la silueta de tus caderas, y se difuminó en el tiempo.

    Una mañana de escarcha y pereza, de manta pegada y párpados negados, apareciste en mi sueño como un fantasma del pasado. Y yo que, con la ventana abierta, mostrando limpia la casa —aroma a café, nevera llena y polvo bajo la alfombra—, quería recibir miradas indiscretas, escapar de caricias cuando tocaba y mostrar sonrisa ancha por si la percha me gustaba.

    Pero sentía tu mirada en la nuca, pidiendo la atención que no te negué nunca.

    Ahora, que coleccionaba orquídeas en traje de baño, que invitaba a té, a dulces árabes de miel de palma, a cava con azúcar de caña. Que mostraba a cuerpos extraños mis extravagancias, sintiéndome a gusto siendo tan raro y completo al saber lo que les gustaba.

    Pero desordenadas tus ideas, que mi mente hizo mías, en un rincón quedaban, fosilizadas.

    Quédate. Quédate aquí conmigo,
    pero no me pidas nada.

    Sé mi corriente de mar,
    quien se pasea por mi almohada.

    Quien sube la persiana en la mañana,
    pero no eclipses la luz de mi luna,
    pues ella me espera cada noche en la ventana.

    Crystal Castles – Not in Love

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