En la ausencia de tu cariño, pinto nubes en el cielo, grises, húmedas, frías, distantes. Rojas en una puesta interminable, de estrella agónica, expulsada del firmamento. Pálidas, como la expresión de tu cara al verte lejos, huyendo del miedo de quemarte los labios.
Pinto lágrimas en el cielo y que se las lleve el viento, que las atrape el mar y las pierda lejos, que yo, conjurando el tiempo, adentrándome en mi sendero, sé cantarte mi canción.
Mañana comenzaré, naceré otra vez, resurgiré de mis cenizas. Me convertiré en lobo hambriento, acechando incansable, sin respiro. A golpes de compás trazaré mi ángulo, recto, a escuadra, a trazo fino. Me haré roca en la arena, soportaré la marea, seré isla habitada. Construiré mi senda, apisonando baches, sorteando la montaña saltada. Y si en el proceso me hundo, volveré a empezar, una y otra vez. Hasta que llegue profundo.
Pero hoy no.
No quiero.
Déjame deslizarme en el filo de la herida y olvidarme mirando el cielo mientras sangra. Escabullirme en el flanco izquierdo y bostezar soñoliento en los aplausos. Vagar perdido sin ritmo, al acorde seis por ocho, gritando descalzo. Reírme en alto de mis lienzos, o romper en llanto por creerme oportuno. Aparentar noche de estrellas siendo burdo y mecer mi alma en condena tuteando divinidades justificadas en vano. Incordiando peces, nadando equivocado, susurrando caricias al rebaño confundido.
Recuerdo los personajes de aquellas historias que pretendían hacerte dormir deprisa, pero provocan tu sonrisa, tus ganas de vivir aventuras, de caer en el océano de espuma y de volar en globo frente a la costa de tus preguntas sin respuesta. Suspirando descanso te contaba, al oído de tu impaciencia, historias de vetustos bosques eternos y dulces nubes de algodón salado, llorando en lagos cristalinos en los confines de tus sueños.
Temblabas de frío al pie de aquel árbol sabio que se plantaba en tus recuerdos, te asustabas con terribles dragones azul y rosa, que rugían a fuegos fatuos y jugaban con la luna llena volando. Sonreías con aquel lobo, que en sidecar, acompañaba en sus aventuras a su pareja de baile, de vestido encarnado y mirada traviesa. Sorprendida por las huellas de hormigas, buscando incansables un prado, que ayudaban a las abejas, escondiéndose de los sapos, encontrando la primavera en el eco de un bostezo. Fascinada por la cola curvada de aquel felino anaranjado, que lanzaba conjuros divinos, siendo la sombra de un mago y que no llegaba a su destino, aun con los ojos cerrados.
Tantas líneas olvidadas por tratar de lograr un sueño, que se desvanecía en un instante, de largas frases atadas a mi cuello, invocando misterios, buscando la paz del descanso, de sofá acolchado esperando, de un abrazo escondido y un beso, en cuanto tu respiración se calme y suene el silencio.
Dios menguante en mi menor, que te escurres mientras rezo, te distraes tornando en polvo, en la oración que te elevo y en mis manos juntas dejas, rastros de tinta de mi olvido.
En mi menguante dios, arpegio de silencios suspensivos, allá donde termina la canción.
Es sanador ver llover por la ventana, ver como se derrama el cielo, escurriéndose a gotas, endulzando la tierra en una limpia danza, rompiéndose a sorbos, tronando su desdicha hasta quedarse vacío, recobrándose a impactos de nubes crispadas, deshaciéndose en llantos hasta que desaparezca su oscuridad y quede sereno un firmamento agotado.
Ya habrá sol que nos cubra, sublimando el hielo, dibujando nubes en lienzo celeste, provocando a Eolo expirando céfiro, soñando tormentas, que cabalgue raudo, que se desate extremo, vapor sombreado en el esférico azul, cubriendo el pincel de Rembrandt, desafiando la tempestad.
Ayer, mirándome en el espejo, al afeitarme, descubrí que aquel no era yo, tenía mi sonrisa y vestía mi piel, hasta tenía el mismo peinado desordenado que tanto cuido, pero aquella mirada triste y expresión preocupada eran, por tanto, de un extraño. Así que decidí viajar a mi interior y adentrarme en mi esencia para saber quién ocupaba mi ser y apagaba la luz de mi mirada.
En una respiración profunda conseguí introducirme por mi nariz, ya que tengo buen olfato para conocer intenciones y predecir mi futuro a golpes de lógica inexacta, la que usan los humoristas para su redoble de tambor y los asesinos de enfermos terminales para mantener la calma.
Entre al subconsciente con cuidado para no pisar mi ego, que caminaba diminuto secándose de agua de lluvia y buscando sol que le caliente. Mi tristeza, agarrada a las glándulas suprarrenales, jugaba a disparar cortisona a mis recuerdos. Encontré a un TOC perdido entre baldosas amarillas, sorteando líneas temporales y un poco de confusión pegada en las ideas que tengo cuando te pienso.
Lo encontré en el lugar donde mi mente guardaba los sueños rotos, una sombra oscura, hecha de garabatos de bolígrafo y de esquinas de libros de texto envejecidos, por el pasar de las yemas de los dedos. Le limpié el rostro con la manga del jersey y encontré a mi yo adolescente con una mueca de sollozo y lágrimas de querer hacer y de no creer que puede.
Le abracé fuerte, le prometí que lo sacaría a pasear, no solo con la pena en ciernes, también con alegría, con ilusión, con rabia, con la pasión agarrada en la boca, la ingle y el pecho. Lo sacaría siempre y sentiría orgullo siempre de verle.
Aunque quizá esté lleno de defectos, ahora, cuando me veo en el espejo, con la mirada repleta de tinta y de historias por contar, me miró con cariño y reconozco que ese también soy yo.
Hoy voy a ser egoísta, como pocas veces soy, o quizás sí, y no quiero verlo. Despertaré al niño adormilado, qué alimento de historias imposibles y pasiones extrañas, en una galaxia muy lejana, para que me recuerde, que de tanto crecer, me pierdo días sin juego y noches sin dormir a pierna suelta, que de contar ovejas sin dueño ya he perdido el aroma de asado y las ganas de descanso eterno.
Ya lo decían mis manos, llenas de líneas rotas, que un día, tú me animaste a contar, que el tiempo las hizo surcos, a veces en silencio, siempre con la melodía de historias lejanas, de tierras vírgenes, de latente urgencia por perderse en ellas. Siendo la sombra del nunca jamás y del todo por tu ausencia, rey del reino de la risa de mi luna llena, desafiando el cielo, que siempre quise ver diferente y extraño, pero solo había un sol, envuelto en calima a destiempo y el juramento del sosiego, de un universo, pleno de vida más allá de la última frontera y que surca el espacio con su banda sonora tan épica.
Pretendo, que al soplar las velas, quede el anhelo latente, acechante entre crema y bizcocho, de que salga de dentro, desnuda y desafiante, con ese brillo en la mirada, ese gesto sutil, que tanto me recuerda al calor de la canción de aquel día en el que desperté, llorando, para poder vivir un sueño imposible, como una comedia romántica de alfombra roja, de grandes despedidas, dolor dulce y final feliz abierto, a segundas partes.
Mi regalo ya está presente, es etéreo, sutil, vivo, iridiscente, eterno. Azul como el cielo de julio, rojo como la calima en tu mirada. Amarillo luminoso escenario de garabatos esperando ser contemplados. Sé que me lo traes tú, quizás tú y tú también, mientras rasgo el celofán y rompo el envoltorio impaciente de ganas de ese afecto extraño que se comparte en mina de lápiz y en papel viejo, sé que este año, mi obsequio es perfecto.
Gracias por hacerme ver qué mis tildes tienen sabor a primavera, el brillo de la luna llena y el sonido del inesperado suspiro, que cerca del pecho, sabe a «me gustas». Esta vez con la sensación refrescante del anochecer en la vera del mar en este mi verano que será otoño y llegará a invierno. Aunque todavía me apena las flores que se marchitaron, ahora sé que detrás de cada espina se esconde una fragancia y de cada lágrima una sonrisa, que son océanos de tinta para ir trazando sus olas y cosiendo sus verbos, antes de que en el libro solo quede una sinopsis como epitafio.
Quizás mi firma no me define, pero sí me acerca al sincero deseo, de aquel niño que en una fotografía de colores raros, un día como hoy, lanzó con su aliento, cantando, un hechizo alado que perdura en el tiempo.