Caricias tras tu mirada cómplice, que ocurre cuando no ocurría, mágicamente recuerdo el instante, mágicamente se esfuma en lluvia. Ocurre, milagro, dispersate en humo, que sea tu mano, no un vago recuerdo de un vago sueño del paso de una nube.
Agapito salió de su trabajo cuando todavía no eran las cuatro de la tarde. Caminaba sin ánimos, arrimado a la sombra de los árboles por el paseo de La Castellana. El calor le hacía estragos en forma de sudor, que perlando en su amplia frente, le hacía maldecir el verano.
– ¡Está cerca! ¡Prepárate!
Lejano en pensamiento y con prisa por llegar a casa, Agapito cruzaba la zona con la celeridad que le permitía su cansado cuerpo. El trayecto era largo y la temperatura ambiente ejercía de resistencia para una caminata cómoda.
Su imaginación se disparó al cruzarse con la vecina del perrito. (cuatro) Siempre había contacto visual y un tímido hola. (tres) Esta vez hubo algo más, en su fantasía, claro. (dos) Soñó despierto con un “¿Qué tal estás? Aparte de preciosa (uno) ¿Querrías venir a tomar un café?”
– Aprieta, que ya está aquí. (cero)
Agapito sintió en su uniforme nuevo algo denso y caliente que, caído del cielo, humeaba a verano y olía a estiércol de ave. Al mirar la solapa manchada con dos rastros iguales, de color blanco y textura desagradable, tornó rojo de la rabia y gritó fuerte a la copa del árbol más próximo.
– ¡Hijas de putaaaaa!
Agapito agarró con rabia de la papelera un botellín de cerveza vacío, y lo lanzó con fuerza al cielo. Desde la rama reían con ganas, como solo las palomas lo saben hacer. Esquivar la botella no les supuso ningún esfuerzo, pero decidieron alzar el vuelo y dejar a Agapito allí, con el traje manchado y sus sueños rotos.
– Oye, Curruquez, ¿De verdad que estos humanos están por encima de toda la cadena alimentaria?
– No sé, Palomez. Pensar que muchos animales viven de sus alimentos y en sus refugios, me hace pensar lo contrario.
De repente se vio agarrado por varias manos, fuertes y ásperas, que le impulsaron con violencia al suelo. Cayó en un poste de madera donde notó el crujir de las vértebras. Sin darle tiempo a siquiera respirar, le habían atado los brazos en cruz. Intentaba revolverse, patalear con rabia, pero ya estaba inmovilizado.
– ¿Pero qué es esto?
Sintió el calor de su sangre en la cara, el cabello empapado le tapaba los ojos y el dolor empezaba a ser insoportable. Ahora empezó a comprender lo que pasaba y no le gustó la idea de lo que venía a continuación. Un frío objeto punzante fue colocado en su muñeca izquierda y fue clavado a golpes de martillo.
– ¡Por Dios! ¡Paren! ¡Sáquenme de aquí!
Se escuchó un golpe y otro y otro. Comenzaron a clavar también en la otra muñeca.
– Sácame de aquí ¡Ya! –
Grito a todo pulmón.
Y cerró los ojos.
El silencio cayó sobre él.
Al abrir los ojos, se encontró con una pared blanca, no había rastro del dolor que le afligía, pero estaba desorientado. Sus ojos se enfocaron en un pequeño crucifijo de madera colgado frente a él.
– ¿Dónde estoy?
– Jesús, ¿estás bien? – En ese momento fue consciente de que no estaba solo, había un señor con gafas y pelo claro, que anotaba algo en una tablet. Le resultaba muy familiar. – ¿Necesitas algo? ¿Agua?
– No, estoy bien.
Notaba en la cabeza un peso anormal, fue con cuidado a comprobar con las manos que tenía alrededor del cráneo. Donde se esperaba una corona de espinas, encontró un casco lleno de cables y luces.
– ¿Me puedes decir mi nombre completo?
– Oye, Jesús, me estás asustando.
– ¡Que me lo digas!
– Jesús Martín Rivero, eres el técnico supervisor de proyectos.
De golpe todo cobró sentido. Un flujo constante de recuerdos fue entrando en su cabeza, llenando su consciencia de entendimiento.
– ¿Javier?
– ¿Estás mejor, Jesús?
– Sí, mucho mejor.
– Menos mal, ¿cómo lo vistes? ¿Tan traumático ha sido?
– Ha sido un poco intenso, Javi. Comprendo la cantidad de trabajo de desarrollo que hay aquí, todo es muy realista, muy vivido… ¿Qué te dijeron en el encargo? ¿Cómo llamaron al proyecto?
– Me dijeron que querían una noche de pasión en Semana Santa.
– Me parece a mí que andamos algo equivocados. Aunque sean altos cargos de una congregación religiosa, en esta experiencia virtual creo que esperan otra cosa bien distinta.
Encomendado a la Madre y aprovechando el silencio de la noche, corría como nunca lo había hecho, como si le persiguiera el Maligno de Bata Blanca, aquel ser que le daba tanto miedo de pequeño. Lo que transportaba en su pequeña mochila podía dar un giro importante a su situación, quizás el definitivo.
Una ventana abierta fue suficiente para escapar, sombras en la calle para huir de la luz de las cámaras. Abrigado por la noche, recordaba las historias de sus antepasados. De venenos y exterminio. De cómo salieron a flote y se ocultaron en secreto.
Antaño eran libres de andar por las calles. Pero el miedo les hizo enemigos, los exterminaron en masa con sus pócimas ponzoñosas, los expulsaron al subsuelo.
Ellos no sabían la verdad, que nos comunicamos, que conocíamos su escritura y que empezamos a aprender de sus inventos. En pocas décadas nos pusimos a su altura, pero ellos, seguían destruyéndonos. A nosotros y a cualquiera que les resultase molesto.
La alcantarilla estaba a unos pocos metros, y ahí lo vio. Desde lejos. Un mastín del infierno, creado para exterminarlos. Sabía que solo tendría unos segundos para descender a un lugar seguro.
El perro olfateó el suelo y el agitar de su cola le advirtió de que había sido descubierto. Agazapado entre los cubos de basura, empezó a correr de nuevo. Y el mastín con él, rápido a su encuentro. Corrieron hacia el mismo punto como dos trenes descarriados hacia un fatal encuentro.
Un segundo y hubiera sido tarde, saltó a la alcantarilla sin mirar y cayó de bruces en el lodo. Eso le salvó de morir golpeado por el suelo. Miró hacia arriba, donde los ladridos estremecían el lugar, y corrió un poco más, hasta la entrada segura.
Los dos guardianes del pasadizo le ayudaron a entrar, pues estaba herido. Uno de ellos, el más viejo, le preguntó en su idioma de silbidos y susurros.
-¿Qué has conseguido?
Él le respondió.
– Lo tengo.
Perdió todas sus fuerzas entrando en el agujero, lo demás, quedó todo en negro.
Oscurecía cuando despertó en un recinto clínico. Aparte de la Madre que Cura, estaba uno de los sabios, con su talante serio pero claramente animado.
-No lo molestes mucho – Dijo ella. – Debe reposar.
-No me llevará tiempo. – Contestó – Solo quiero que sepa que su misión ha sido un éxito. Nos ha dado una oportunidad de oro para poder hacer frente al humano. Una vez hayamos adaptado el virus y nos sea inocuo, nosotros mismos seremos armas letales contra ellos.
– Deja descansar a este pobre roedor, ya hablaréis de guerra cuando haya sanado.
Enroscado en su lecho, abrazando su cola, dejo que los fármacos invadiesen su cabeza y dejo que el sueño le envolviera de nuevo, quizás algo dolorido, quizás algo más feliz.
Con la fuerza de la presión del aire se abrió de par en par, aullando como un gato enfurecido, arremetiendo en improperios por los recovecos. La brisa que entraba por la ventana heló sus pies descubiertos y ese fue su despertar.
Ondulante se proyectaba la luz de la farola sobre la pared, extendiéndose en sombra. Fue entonces cuando se incorporó y se arropó con la manta que, dispersa en la cama, dejó de abrazarlo hace rato, olvidando así su cometido.
La silueta derramada en la pared se contoneaba insinuante, bailaba reflujos de aire bajo su mirada, al son del crujir de los muebles. Contorno desnudo que se acariciaba suplicando atención, pidiendo un abrazo urgente, acompasado por el silbar del movimiento que en la cortina parecía haberse escondido.
Rápido como el miedo, saltó de la cama a tiempo de tirar de la tela. El terror desinfló de aire la cortina en oscilante giro, borrando de la pared todo rastro de deseo imaginario. Cerró con violencia el pestillo de la ventana, acallando el fiero aullido del gato enfermo, desapareciendo el misterio.
Otra vez en la cama, feliz de aspecto y ojos cerrados, quería conocer de nuevo el umbral de los sueños. Mientras, la sombra proyectada desde la ventana, con la suavidad de una amante experta, acarició su rostro dormido.
– …Salimos despedidos, proyectados sin compasión y con tanto movimiento quedamos desorientados. Mis compañeros cayeron todos por la gruta, y yo quedé atorado en un apéndice blando que colgaba en el centro de la entrada. Así que pude bajar poco a poco, siguiéndoles el rastro.-
– Me dice que estaban entrenados para llegar a su destino, ¿Qué les pasó?
– Verá, agente, al salir de nuestro transporte me di cuenta de que algo no cuadraba, el escenario no era tal y como lo habíamos estudiado. Había una explanada móvil que se agitaba alrededor del conducto donde entramos. La caverna absolvía frenéticamente todo lo que había alrededor. Era un espectáculo dantesco, todos estábamos preparados para nadar por un conducto más estrecho, no se parecía en nada al sitio previsto.
– ¿No tiene pistas del paradero de sus compañeros?
– Cuando terminaron de salir los demás, el vehículo fue retirado, también salieron muchos de mis camaradas impulsados por el movimiento de la caverna. Creo que estarán todos muertos, no creo que nadie pueda sobrevivir ahí fuera. De los que entraron no sé nada.
– ¿En qué consiste la misión?
– Principalmente, en llegar al objetivo, agente, los pormenores no son importantes.
– Necesito saber cómo es el objetivo, o algún dato relevante para intentar situarlo.
– Es grande, poco conozco de su forma, redondeada, creo. Solo sé que al menos uno de nosotros tenemos que traspasar su membrana y entrar dentro.
– ¿Si no sabéis cómo es, cómo lo reconocéis?
– Por el olor, nuestro rastreo es por olfato.
– Una vez dentro, ¿qué hacéis?
– Entrego la información que hay en mi cuerpo.
– ¿Información?, ¿Qué información?
– No sé, algo relacionado con el milagro de la vida. ¿Sabrá dónde encontrar mi objetivo, señor guardia?
– Verás, mi trabajo es mantener este sector libre de amenazas, acabar con los invasores que vienen a atacarnos. Conozco bien el canal, su funcionamiento, sus habitantes, pero nunca he pasado de las fronteras de la zona.
– ¿Y no cree usted que al final de este túnel podría estar? Percibo por mi olfato que los demás compañeros se han dirigido hacia allá.
– No, muchacho, allí solo hallarás una terrible muerte ácida.
Era un cuadrado de cartón con una figura iluminada de luz negra en el centro. Hice el gesto de saludar a mi fortuna con él y lo deposité en la punta de mi lengua. Amargo era el sabor y también la despedida, que me dejó perfume en el abrazo, un tal vez confuso y un deseo cierto. Me quité la careta y salí del antro de estridentes tonos y espacio apartado para los apodados por Cayetano.
Quise pasear por las sombras de los árboles, llegar lejos andando lento, pero la carita sonriente, que habitaba en mi boca, empezó a cantar su canción. Y me quedé perdido en la cadencia de su ritmo.
Los pasos se me hicieron cortos y el aire espeso, el rocío era de colores extraños y la brisa eran susurros, que tomaron forma de mí, allá dentro de unos años. Salió de entre los arbustos, mi anciano yo, de aspecto serio, de mirada intensa por vivir mis pecados y aprender a esquivarlos.
– ¿Buscas acaso la muerte, niño? – Me dije desde el cuerpo del otro más viejo.
– Lentamente, ya va en camino. – Respondí mirándole lento. – Desde que nací está conmigo.
– Ahora para ti es un juego. – Reprocho mi yo vetusto.- Pero no eres eterno. No eres, como te crees, un ser infinito. Vendrán más y te cogerán de la mano. Te llevarás contigo su futuro, o te dejarán y caerás solo. Serás tu propio olvido.
– Y vienes con el sermón
– Vengo a permanecer vivo.
El anciano, cojeando despacio, se dirigió hacia el frondoso bosque imaginario. Allí se fundió entre las brumas de mis recuerdos.
La cabeza me arañaba dentro, amanecí desnudo. El río se llevó la mancha de mi vicio, mojó mi ropa y embarró el recuerdo. Amaneció el frío frente a la decisión de respirar hondo y caminar lento.
La lechuza miró desafiante a la paloma y después a la joven. El cielo empezó a nublar, oscureciendo las nubes a su paso, el resplandor del fin de la tarde. Con extraña expresión de una sonrisa imposible, comenzó a hablar.
– Perdonen ustedes mi intromisión, debido a las constantes necesidades de evolución de los humanos, creemos conveniente ciertos cambios y con nuestra ayuda seguro lo lograrán.- El ave ululante hizo una pausa, miró con descaro a la paloma y con seguridad a la joven, respiró y siguió con su propuesta. – Para comenzar necesitamos tener un enviado, digamos, como un embajador de nuestro reino en la tierra.
– Me queda claro que se trata de una ofensa a la Ley de Dios, pero, ¿quién es usted? – Graznó con indignación la paloma.
– Es verdad, qué mal educado que soy, me presentaré-. La lechuza hizo una reverencia – Mi nombre es Belcebú y comparto la gestión del infierno con mis compañeros Lucifer y Astaroth…
– ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? – Interrumpió Mariana un tanto asustada
– Queremos que seas la madre del Anticristo.
– Otros que me quieren preñada. Estudié toda mi vida, voy a empezar la universidad el año que viene. Cinco años de clarinete, dos de danza clásica para que solo me quieran para preñarme. ¡Y sin contacto humano!
– ¿Quién ha dicho eso? Somos demonios, el contacto carnal es importante para nosotros. ¿Conoces la canción “Mami, mami, cómeme el salami”?
– Claro que sí, hasta me sé el baile de TikTok.
– Entonces ya conoces al elegido.
– Joder, está bueno y es famoso…
– Y perderás tu castidad y pureza, te condenarás en el infierno. – Gritó la paloma enfadada
– En el infierno, cuando le toque su hora, estará sentada a la siniestra de Satanás, con buen clima y todas las comodidades, acceso inmediato a los pecados capitales, además del clima inmejorable que tenemos en el averno. – Respondió el ave rapaz con cierto orgullo.
– ¿No hay alguna opción en la que no quedo embarazada?
– ¡No! – Dijeron los dos pájaros al unísono.
– Pues que mierda.
– ¡Esa boca, niña! – Reprendió la paloma.
– Déjala que se exprese, mojigata- Defendió la lechuza.
– Quizás yo pueda tener una solución mejor – De pronto apareció una especie de cigüeña aleteando entre las dos aves – Soy el dios Thor y mi propuesta es…
– Por Thor y Odín, ni les hagas caso —interrumpieron dos cuervos graznando a coro. – Nuestras condiciones son mucho mejor.
– Yo soy Itzamná – Gritó un gorrión colándose en medio de la reunión de aves. – Exijo que…
Mariana, agobiada de ser la protagonista de la película de Hitchcock, aprovechó la pelea de gallos que estaba presenciando para salir de casa. Sin duda sería difícil evitar el designio de los dioses, pero necesitaba un respiro. Salía del portal de su casa cuando, en un brillante resplandor, se formó una grieta en el espacio del que salió un señor en silla de ruedas.
– Hostias. ¿Tú no eres Rick, el de Rick y Morty? – Dijo la joven sorprendida.
– Señorita, comprendo que no sepas quién soy, y aunque no es importante, me presentaré. Me llamo Stephen y mientras vivía era científico. – Dijo con una voz robótica que le salía de un artilugio que llevaba enganchado al pecho.
– Me niego a que me dejes preñada si es lo que buscas.
– No, te quería proponer algo mejor. Estudia. Ciencias, letras, lo que quieras. Algo que te haga pensar por ti misma. Hazlo y descubrirás que no es necesario que ningún dios todopoderoso te diga lo que debas hacer.
Siempre he pensado que los de arriba nos quieren pobres. Sí, los de arriba, aquellos que tienen poder, las sociedades que dominan el mundo creando multinacionales inmensas que contienen más capital que algunos países. Y que, para mantenernos pobres, usan la publicidad.
Nos envían publicidad con miles de productos inútiles con la única intención de que compremos, que sigamos consumiendo y quedemos totalmente sin dinero. De tal forma que, adquirimos el último teléfono móvil del mercado, los vaqueros de la marca más cara, sombra de ojos con brillantina, una suscripción a los grandes éxitos musicales, lo que antes llamábamos radio y que era gratis. Además, tienen una gran inventiva para crear productos innecesarios.
Pasa el tiempo y te das cuenta de que tu amigo Julián se ha comprado un teléfono superior al tuyo. Pero ya no te queda dinero y lo compras financiado. Empiezas a hacer cuentas tras varias adquisiciones y nos encontramos con que, con los servicios y créditos que tienes que pagar, a duras penas te da para alimentarte a base de judías con arroz. Sin aceite ni verduras, porque los precios se han disparado.
Ocurre que, al cruzarte con Julián, te observa. Llevas un móvil de alta gama, unos pantalones de marca descoloridos y dañados por el tiempo, y una malnutrición que se ve reflejada en tu figura y cara de pocos amigos. Contra toda lógica, empieza a convertirse en tendencia. Ese outfit desgastado comienza a causar furor en las redes, las marcas comienzan a cobrar cantidades monumentales por ropa vieja y rota, ademas la anorexia se vuelve una moda con imitación en el gimnasio.
Siempre he pensado que los de arriba nos quieren pobres, pero no para tener más riquezas o poder sobre los demás, pienso que simplemente nos quieren pobres para reírse de nosotros. Los que dominan el mundo, a mi entender, deben de ser personas aburridas que quieren convertir el mundo en un reality televisivo donde fluyan las traiciones, envidias, enfrentamientos y reconciliaciones, ya que, de tanto aspirar por el poder, no han tenido tiempo de tener una vida propia y se sienten tristes y desesperanzados.
– No atontado, los viajes en el tiempo son físicamente imposibles. Me pongo en contacto conmigo, o sea, contigo, por medio de una regresión mental.
– Anda la hostia. ¿Se puede hacer eso?
– Por lo visto sí. Todo era intentarlo.
– Vale, ¿qué me va a pasar?
– Verás, tú estabas con Paula, ¿no?
– Sí, he quedado ahora con ella.
– Pues vete olvidando, te va a dar calabazas, le gusta Jorge, ese que sale de copas contigo.
– No, ¿mi amigo Jorge? ¿Cómo ha podido?
– Bueno, todavía no ha podido, pero podrá. Así que vete haciéndote a la idea.
– ¿Y si lo alejó ahora qué puedo?
– No sé, pero después de Paula conocerás a Marta, que será increible.
– Entonces mejor que siga las cosas como están, ¿no?
– Pues bueno… A los cinco años se va con otro.
– No jodas, ¿con quién?
– Con Jorge.
– ¿Otra vez Jorge?
– Sí. Te sigo contando, tendrás un hijo con Julia.
– ¿Con Julia, la de la tienda de móviles?
– Sí. Pero resulta que en realidad no es tuyo… es de…
– ¿De Jorge?
– Sí. De todas formas, no es mal tipo. El psicólogo nos dijo que era el síndrome de Schubeuessen. Nos toma como figura paterna porque su padre se fue a comprar tabaco y nunca volvió. Luego desarrolló una especie de complejo de Edipo.
– ¿Le pagaste el psicólogo?
– Sí, ves ahorrando.
– Pues nos está jodiendo la vida.
– Bueno, en realidad no, ahora eres feliz.
– Hemos encontrado el amor al fin, ¿no?
– Sí.
– Vale, con Jorge, ¿verdad?
– No, hombre, ¿cómo va a ser con él?
– Entonces, ¿con quién?
– Con la hermana de Jorge, por lo visto es con la única persona que no quiere estar. Síndrome de Príncipe destronado parece ser.