– ¿Recuerdas cuando la gente votaba? ¿Cuándo había elecciones?
– ¿La fiesta de la democracia dices? Sí, me acuerdo, era yo muy pequeño, mis padres, ilusionados, se vestían elegantes para ejercer su derecho. Eso decía mi padre, si no votas no tienes derecho a quejarte.
– Yo recuerdo en especial aquella ocasión que el mismo año se votó varias veces, salimos a votar en familia y mis padres iban criticando a los políticos por el camino.
– A tanto no llega mi memoria, pero leí que se votaba una vez cada cuatro años, ¿o era cada dos años?
– Sí, algo así era, pero ese año no llegaban a un acuerdo y había que repetir para que los votantes decidieran por ellos.
– Pero, ¿Y qué tenían que decidir, no se había votado ya?
– Era muy confuso el sistema de votos y papeletas. Yo creo que la gente no sabía muy bien que votaba. Además, hacían pactos entre ellos y gobernaban muchas veces partidos que no habían salido elegidos, ¿Has visto algún video de los políticos de la época? Se pasaban el día insultándose.
– Y se contradecían.
– Y mentían. Hacían promesas falsas.
– Eran muy graciosos. Salían videos por internet con ellos haciendo payasadas.
– Y corruptos, había noticias a todas horas, numerosos casos de corrupción que luego quedaban en nada, pasaba el tiempo y se olvidaba todo.
– Bueno, tenemos la certeza de que eso ya no pasa, no puede haber corrupción en este sistema.
– No lo veo posible, quien nos gobierna no tiene necesidades, o eso creo.
– Y todavía hay gente que se queja.
– Lo que pasa es que todavía hay gente que no ve bien que una inteligencia artificial dirija un país, bueno, casi el mundo, cada vez hay más países metidos en este sistema. No es humano, ¿no? Quizás no comprende bien nuestras necesidades.
– ¿Tú no vives mejor que tus padres? ¿Recuerdas cuando la gente no llegaba a final de mes? Ahora todos vivimos bien, solo que Padre nos da unas normas y hay que cumplirlas para que todos podamos beneficiarnos.
– Tendrás razón, digo yo. En fin, me voy que no voy a llegar al cierre domiciliario y no tengo permiso de pernoctar.
“Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.” Arthur C. Clarke
Lúa se enfrentaba otra vez, a la luz de la luna, con la afilada espada del imperio, pero esta vez sabía lo que hacía. No tardaría, no habría supervivientes.
Años atrás, cuando era casi una niña, vinieron por primera vez. Era una centuria, con sus brillantes armaduras, suficientes para barrer de un suspiro el pequeño castro donde vivía. Los jóvenes, deambulando por otros pueblos, habían oído el rumor de la llegada de toda una legión, la misma, según contaban los ancianos, que hace tiempo había atacado Numancia. Por si acaso, estaban alerta, pero, ¿qué podían hacer ellos ante la fuerza imperial? La mejor idea, esconderse en el bosque y habitar allí hasta que las aguas calmaran.
Manchando su blanco vestido en su apresurada huida, Lúa y sus hermanas buscaron refugio en la antigua Pedrafita, donde adoraban a sus dioses, para implorar ayuda a alguna fuerza superior piadosa que los defendiera. Pero los legionarios peinaban la zona en busca de los habitantes del castro. Escucharon los descuidados ruidos de armaduras y todas las congregadas en aquel templo de dólmenes y menhires huyeron, sin rumbo, azoradas por el miedo.
La joven Lúa se refugió en la cercana cueva de las Mouras, donde jugaba de pequeña a encontrar seres mágicos. Quizás ellos quisieran ayudarlos, quizás solo retrasarían lo inevitable. Entró por el laberinto de túneles hasta encontrar la puerta de piedra, ya la conocía. Una extraña hendidura circular con la forma de una mano de cuatro dedos estaba grabada a fuego en el centro. Como gesto de saludo, de forma desesperada, puso la suya sobre el molde, activando sin querer, como una invitación a pasar, el sistema de apertura.
El túnel que se escondía tras la entrada, ya no era de piedra, estaba hecho de algo distinto, parecía tener luz propia, algo blando y seco al tacto. Había algunas puertas en esa singular galería, todas cerradas. Caminó hasta encontrar una que no lo estaba, un pequeño cuarto con un asiento, tapizado con un material esponjoso, en el cual se sentó agotada. Ahí se quedó, cansada, aturdida, esperando una señal.
Y la tuvo.
Una potente luz se derramó encima, como lo haría la lluvia. Lúa pensó que era una llamada divina, que Ardenas se había apiadado de su sufrimiento y se estaba comunicando con ella. Más adelante se dio cuenta de que no era así, que estaba ocurriendo otra cosa.
Se quedó paralizada, y esa luz líquida empezó a recorrer su cuerpo, fundiéndose con su piel, respirando a través de ella, formando una extraña coraza que se alimentaba de su sangre.
Consiguió abrir los ojos, una multitud de signos aparecían delante de ella, eran desconocidos, pero empezó a comprenderlos. Había algo en esa segunda piel que le estaba enseñando, aclarando misterios, le hacía entender esta cobertura mágica que la estaba transformando. Pudo levantarse, y se sintió descansada, fuerte, llena de energía, y supo que se podía enfrentar con los enemigos de su pueblo.
Entonces escuchó esa voz.
– Bienvenida Lúa, soy Fen, su asistente virtual, acaba de completarse la adaptación genética del traje simbiótico.
– ¿Quién me habla?
– Tu asistente virtual, Fen, ¿En qué te puedo ayudar?
– ¿Qué me está pasando?
– Has sido asimilada por un traje simbiótico.
– ¿Y eso qué es?
– Es una cobertura biológica encargada de protegerte en entornos hostiles.
– ¿Puedo proteger a mi gente con esto?
– ¡Por supuesto!
– ¿Cómo?
– ¿Dónde está la hostilidad? Vamos, te lo enseño por el camino, aunque has asimilado ya muchas de las funciones.
– Gracias, Ardenas.
– ¿Ardenas? No, no, yo soy Fen, tu asistente.
Lua sintió la necesidad de correr, y vaya si lo hacía, se dirigió veloz al lugar de culto. Estaba lleno de legionarios. La facilidad con la que manejaba su transformado cuerpo no le libró de varias caídas y algún golpe con los árboles del camino, pero consiguió situarse cerca sin ser vista.
– ¿Estas criaturas de peculiar armadura son hostiles?
– Sí, son los que quieren invadir mi pueblo.
– ¡Genial! Te mostraré lo que puedes hacer.
De un salto, Lúa se situó cerca del más próximo al bosque, fue arrojado lejos, como embestido por un toro. Los demás guerreros la vieron, para sorpresa de ella quisieron huir. Ocurrió muy rápido, pronto se vio en un inmenso charco de sangre y cuerpos desmembrados. Los pocos que quedaron vivos corrían cuesta abajo, hacia el castro.
Lúa galopaba, con pies y manos, dejándolos atrás en segundos, llegando al poblado a velocidad vertiginosa. Encontró más gladiadores, que habían apresado a algunos de los furtivos, hombres, mujeres y niños, a punta de espada, los amenazaban para que entraran en una carroza con barrotes. Agarró al más cercano del cuello, rompiéndoselo en el acto. Cuando acabó con los demás soldados, se dio cuenta de que su gente no quería acercarse a ella, le tenían miedo, escapaban de ella como si fuera un demonio. ¿En eso se había convertido?
Corrió, hacia el amanecer, dirección al lago, confusa, su mente era un torrente de pensamientos encontrados y sensaciones confusas. Sabía que había salvado a muchos de sus amigos, a su familia, pero a un elevado precio.
El resplandor del lago, con el sol naciente, le reveló su forma. Su reflejo en el espejo del agua se veía difuso, extraño, un gran lobo gris erguido en sus dos patas traseras miraba frío y desafiante desde la ondulante orilla mecida por el viento del este.
– Ardenas, ¿no me puedes quitar esta maldición?
– No, una vez asimilado el proceso de simbiosis queda ligado a ti, ahora forma parte de tu organismo, pero puedes recuperar tu aspecto y activarlo cuando quieras.
– ¿Y tú siempre estarás en mi cabeza?
– Siempre que me necesites, soy tu asistente.
La joven Lúa se quedó sola, en silencio, mirando su reflejo en el agua del lago.
Tras pasar una extraña noche, Nalu despertó de lo que quería creer que era un sueño. Una pesadilla abstracta digna de un relato de Lovecraft, un mundo donde Ktulu campaba por un siniestro bosque repleto de misterios. Pero seguía allí, en el poblado de tiendas de campañas fabricado por esa comuna perdida en un rincón de esta espesura forestal.
Para combatir el miedo a lo desconocido que hay mejor que un poco de tecnología, así que echó mano a su flamante móvil de última generación, que en este mismo instante se encontraba fuera de servicio.
– Sin cobertura, y con un 36% de carga.
– Ya nos lo habían dicho, aquí no hay repetidores
– Yo quiero que se termine ya esto, pienso montarles la de Dios a la agencia de viajes, que nos soluciones la vuelta, yo no sigo aquí ni un minuto más.
– ¿Y qué hacemos?
– En la carretera si había cobertura, pienso llegar allí y llamar
Nalu se levantó y salió de la improvisada habitación, su cara parecía un poema. Con la luz del sol, este pueblo parecía más extravagante, rodeado de inmensos árboles, daba la sensación de un paraje olvidado por el tiempo.
– Al menos vamos a ver que tienen de desayunar. Huele bien.
– Ni en sueños.
Tras hablar con el guía que no le puso ninguna objeción siempre y cuando le firmara un documento exculpándolo de cualquier percance. Le advirtió que había diez kilómetros de camino y que una vez llegara a la carretera no iba a encontrar nada. Había horas de camino a cualquier lugar civilizado.
La pareja echó a andar por el camino, ella con mal humor, él con la esperanza de encontrar alguna aventura interesante en el trayecto. Caminaron sin descanso, haciendo cálculos de cuánto tardarían en llegar a la entrada del bosque. Nel, optimista, pensaba que en un par de horas llegarían a un sitio con cobertura y desde allí podrían al menos conseguir un transporte, un Uber, tal vez. Y no se equivocó en algo. La cobertura llegó cuando ya se divisaba la carretera.
Nalu, móvil en mano, se dispuso a pedir auxilio telefónico.
– Me pone protocolo desconocido. Me da un error de conexión.
– El mío también, caminemos un poco más, a ver si pasa alguien.
A pie de la carretera encontraron unas extrañas marcas viales, la calzada tenía una doble línea de color azul y parecía más grande. Siguieron avanzando hasta llegar al cruce donde se desviaron al conocer que el puente tenía problemas y tomaron la dirección prevista, querían saber qué le había pasado al puente.
– ¡Joder! ¿Qué es eso?
– Eso es el puente
Ante ellos, cruzando el barranco que los separaba del otro lado, había un inmenso tubo de un material transparente que parecía estar flotando, una construcción futurista que contrastaba con el paisaje. Lo más impactante fue que dentro de esa estructura viajaba flotante, lo que parecía un camión articulado de varios remolques. Circulaba a medio metro del suelo. Según se acercaba a ellos iba pareciendo más grande. El aparato disminuyo la velocidad y paró al lado de ellos, Ahora en vez de un camión se le parecía a un tren de mercancía.
Bajo lo que parecía una ventanilla, que curiosamente estaba a nivel de ellos, y un señor con bigote y unas gafas extrañamente futuristas se asomó.
– Pero que hacéis aquí, no sabéis que este lugar es peligroso
– ¿Pero qué es ese cacharro que llevas?
– ¿Os gusta? Es el nuevo transportador de mercancía de Microsoft
– ¿Ahora Microsoft hace camiones? Ya no les vale con hacer software
– Estos tipos hacen transportes desde principios de los sesenta, desde que inventaron el propulsor iónico.
– ¿Y en qué año estamos?
– Hoy es 6 de julio de 2072. De verdad, ¿necesitáis ayuda?
Aquí, donde los rayos de un sol moribundo deja paso a distantes astros centelleantes, en la comisura de los labios del horizonte, me despierta la claridad de la luna llena en mi amada noche.
Llamo hogar al bosque, criatura maldita por el resplandor de Selene, mi camino está en las sombras y eres mi alimento.
Siento tu calor, del latir de tu corazón, la sangre que circula por tu cuerpo, ya salgo. ¡Corre!
Me muevo entre los árboles, entre las sombras, te acecho, no sabes dónde estoy, pero yo te observo.
Siento tu miedo, ya sabes de mí, y sabes que te sigo, de nada te vale ya correr, te lo advertí, ya no hay salvación posible.
Ahora me ves con tu cara de pánico, quieres huir, pero no te dejo, tu alma se aleja mientras desgarro tu cuello.
Tranquilízate, todo cura, el tiempo está de tu parte. Y tu final, esta vez, no va a ser la muerte.
Ya sientes el cambio, lo sientes en tu piel, está en pleno cambio, tu camino ahora está conmigo.
En ti está ahora la maldición de correr salvaje por el bosque.
-El Forjaz club de Percutada, ese sí que es imbatible.
– Claro, pero después de Los Raptores de Dun Morogh, que les dará una paliza.
– Como la que te voy a dar yo a ti.
– ¡Haya calma!
– ¡Ah, camarero! Dos cerv…
– Sí, dos cervezas enanas.
– No, que sean gigantes como un orco, que hay mucho que celebrar. Hoy es la final de la copa de Forjaz de pelota Percutada
– Cualquiera lo diría con la disputa que tenéis.
– En eso te equivocas, los enanos no discutimos, siempre estamos de acuerdo en todo. Somos una piña.
– Claro, ya lo creo.
– Que sí, que sí, pregúntanos algo, verás cómo estamos de acuerdo.
– A ver, ¿Cuál es el deporte más popular entre los enanos?
– La pelota Percutada (contestan los dos enanos a la vez)
– ¿Y la mejor arma?
– El hacha de dos manos (contestan los dos enanos a la vez)
– Pero ahora os oía discutir.
– Era un debate sin importancia. Las reglas enanas para los debates son muy estrictas.
– ¿Hay reglas?
– Sí, de acero forjado y de medio metro de longitud. Cuando la dialéctica falla, empezamos a golpearnos con las reglas.
– ¿Y quién gana el debate?
– El que la rompa primero en la cabeza del oponente. La regla o la cabeza, las dos valen.
– Imagino que siempre se zanja así vuestros combates de debate, ¿no?
– Pues no, termina siendo el público quien da la razón a uno o a otro.
– Se posicionan ante el que tiene la razón, ¿No?
– Más bien lo pelean. Por eso a los debates hay que ir bien armado, menudas batallas que se han librado en algunos debates. Uno de ellos terminó en guerra civil. Es como consiguió la corona el rey enano actual.
– que en gloria esté.
– ¿Qué le pasó?
-Nada, le gustaban mucho los debates. Mira que ya empieza. ¡Fooooorjaz!
Empezó como una sensación de sueño, ligera, de amorrarse tras la primera copa de vino unas Navidades frente a la lumbre y continuo en el pesar de los párpados en un preoperatorio con focos en la cara y nervios de muerte… Apareció el túnel al que va todo el mundo cuando lo peor va a venir, pero con un curioso rebaño de ovejas eléctricas que volaban alrededor de la esencia del alma que seguía el camino correcto que marcaba hacia la luz. Solo que esta luz era de un azul suave, cielo despejado del amanecer de verano, olor a mar y sonido de pájaros volando. Atravesó el azul destino hecho de gelatina artificial de plástico, y ahí se quedó, de pie, confundido, en un blando suelo del mismo color de la luz que lo abarcaba todo.
Se dio cuenta de que no estaba solo, que había funcionado. Allí estaba ella, sonriente, emocionada, agarrada de su mano. Estuvo ahí todo el tiempo, solo que él no fue capaz de verla hasta ahora.
– Tenemos solo un momento, no quiero arriesgarme mucho más, ¿qué quieres hacer en este minuto?
Alfonso la besó, como si fuera una triste despedida, como si no la fuera a ver nunca más, y mientras saboreaba sus labios por primera vez, sintió cómo se desvanecía, como se apagaba todo.
Ahora estaba sentado en el sillón con el casco de realidad virtual que había construido Sandra para poder tener al menos algún contacto físico, aunque no fuera de verdad.
– Parece que he dormido un día completo.
– Pues solo has estado aquí cinco minutos ¿Te ha gustado?
– Ha sido maravilloso.
– Y tengo buenas noticias.
– ¿Sí? ¿Vamos a poder repetirlo?
– Tengo muchos ajustes que hacer, pero sí.
– ¿Sin riesgos?
– Ahora sé de buena tinta que no va a haber riesgos.
– ¡Que bien! ¿Y eso?
– Acabo de poderte hacerte una copia de seguridad.
– Boris, llegados a este punto, déjame que te diga algo. – La mirada de Antoine estaba hecha de lágrimas flotantes, que se quedaban surcando el aire en busca de una mejilla donde rodar – Ahora que llegó el fin de mi existencia, pido que me perdones si en alguna ocasión me he portado mal contigo. Si he sido muy duro es porque la situación lo requería…-
– Antoine, una cosa…-
– No, Boris, no podemos hacer más, tú entrarás en la cápsula de salvamento, yo tengo que estar aquí para cerrar tu escotilla y expulsar el módulo sin contratiempos, de otro modo morirías despresurizado.
-… Ya, pero es que…
– No te hagas el héroe, yo soy el piloto y moriré con este barco. Prométeme que buscaras a mi mujer y le dirás que la he querido hasta el final.
-… Pero…
– ¡Promételo!
– Sí, claro, pero…
– Ella estará triste y desconsolada. No te pases con ella.
-… Claro, es que…
– Yo sé que está de buen ver y claro… Lo entendería, pero déjale al menos que pase el luto, ¿No?
– … No te preocupes por eso… Es que…
– Lo entiendo, sí, vale. Yo estaré muerto, así que, iros lejos, donde no podáis recordarme…
– Ya está bien Antoine… Sabes que esto es un simulacro, ¿No?
– ¿Eh? ¡Claro! El dramatismo también tiene que ser contemplado. No habría realismo, sí no lo hacemos de ese modo.
– Y sabes que las otras cápsulas de emergencias no tenían ningún problema, ¿no?
– Pero le íbamos a quitar emoción a los de la base, que se aburren.
– Joder Antoine, que tenemos que pasar meses aquí, dramas todos los días, no ¿Eh?
El sudor helado resbalaba en la frente de Kendra. Un leve temblor en las manos era todo lo que necesitaba él, que estaba ahí fuera, sonriendo con su cara de ángel, para comprender que ganaba control. Fallo imperdonable pensaría su abuela.
– Sin confianza no hay pacto. – Su voz era calmada, suave, la melodía del sonido de sus palabras siempre la había cautivado. Qué mejor que las palabras para dominar la mente de una joven tan inexperta.
– Sabes que no me pondré en peligro.
– Llevamos mucho tiempo hablando de esto. Confía en mí.
– No voy a romperlo
– ¡Que lo rompas!
– ¡JAMÁS!
Su grito traspasó la protección del círculo y como una bofetada mal encajada llegó a Acham como onda de choque haciéndolo caer. Quedó en una incómoda postura que a ambos les resultó incomprensiblemente cómica. El demonio se incorporó de un salto, se dirigió a ella mientras con un gesto de manos escupió un conjunto. El círculo se deshizo llevado por un inexistente vendaval, expandiendo cenizas y polvo de tiza blanco en el curso de su destrucción
Con su boca a centímetros de los labios de Kendra, que le mantuvo feroz la mirada en todo momento, él le besó suave la mejilla. Sus miradas quemaban, el desafío de quien arde en deseo prendió el instante. La tensión fue rota por la risa. Los dos, a la vez. No se enfrió el ambiente, sino que cambio de color. Los dos reían como locos en un acto que los hacía cómplices y en cierta forma felices.
– Eres sorprendente Kendra- Le dijo Acham – Pero te queda mucho que aprender todavía.
– ¿Cuándo empezamos?
– Ya has empezado, has arreglado algo que hiciste mal en el pasado.