Mañana comenzaré, naceré otra vez, resurgiré de mis cenizas. Me convertiré en lobo hambriento, acechando incansable, sin respiro. A golpes de compás trazaré mi ángulo, recto, a escuadra, a trazo fino. Me haré roca en la arena, soportaré la marea, seré isla habitada. Construiré mi senda, apisonando baches, sorteando la montaña saltada. Y si en el proceso me hundo, volveré a empezar, una y otra vez. Hasta que llegue profundo.
Pero hoy no.
No quiero.
Déjame deslizarme en el filo de la herida y olvidarme mirando el cielo mientras sangra. Escabullirme en el flanco izquierdo y bostezar soñoliento en los aplausos. Vagar perdido sin ritmo, al acorde seis por ocho, gritando descalzo. Reírme en alto de mis lienzos, o romper en llanto por creerme oportuno. Aparentar noche de estrellas siendo burdo y mecer mi alma en condena tuteando divinidades justificadas en vano. Incordiando peces, nadando equivocado, susurrando caricias al rebaño confundido.
– No, si vista así, a la luz del son, hasta parece bonita.
– No es la belleza, es lo que significa.
– Pues eso, un rey de antaño, ¿qué más hay?
– Fue uno de los fundadores del país, fundamental en la guerra contra los invasores y nació aquí, en el pueblo.
– Bueno, vale, es una figura histórica.
– Es parte importante de nuestro patrimonio cultural, que este tipo echó a los prusianos del país.
– vale, según una leyenda, que cada pueblo de esta región tiene su versión, este señor reclutó a los campesinos, les puso a combatir armado de azadas y guadañas. La carnicería fue tal que la sangre tiñó el río de rojo, ¿no era así?
– Efectivamente, fue un héroe.
– Este rey era de origen francés, ¿verdad?
– Sí, pero se dice que nació aquí
– Cuando nos invadió Francia, ¿verdad?
– En los libros de historia cuentan que los padres contrajeron matrimonio haciendo posible el tratado de Toulouse. Eso firmó la paz y dio fin a la invasión.
– Entonces nuestro origen es tanto francés como prusiano, que también nos habían invadido en otras ocasiones, ¿verdad? Sin contar con los persas, árabes de distinta procedencia, romanos, iberos y cartagineses.
– Si lo miras así.
– ¿Y si hubieran ganado los prusianos?
– A saber qué hubiera pasado.
– Yo te voy a decir lo que hubiera pasado. Que ni tú ni yo hubiéramos notado nada.
Hubo una ocasión que mi imaginación paró, ya no era ese océano de brisas perpetuas, de misterio escondido en sombras, ya tus labios estaban cerca y me prestaban su húmeda voz en los días raros. En mi alcoba, había líneas curvas infinitas, que sin la necesidad de una súplica, promesa de intensa aventura, me hacía navegar en tu río dulce y en tu intrépida cordillera, cuando la luna sonreía, al oscurecer del día.
Llegó la calma de madrugada, cuando los demás soñaban y el amor terminaba con su deseo, cuando salían las hadas a cuidar de los misterios, se enturbiaba las luces pálidas y grises sombras escupían gatos pardos por las esquinas, en un concierto que susurra, voz de venus encarcelada, que dormía cansada cuando yo ya no podía.
Los cristales rasgados de copas vacías, en el fervor de la oscuridad, relucían, con los primeros rayos de un sol cansado, qué exhausto se levantaba a brillar, rendido de nubes. Era un domingo de repique de campanas, exentas de pecado concebido, que quebró la desdicha pariendo, en la sangre de la batalla, un adiós eterno, pero a mí me atrapó dormido y no pude cantar mi salmo.
Solo recuerdo, el aroma de portazo con rabia, en el café de la mañana, que me hizo barrer la casa, de caricias caídas de la cama y limpiar de los espejos tu sonrisa ausente y reflejos de lágrimas. Guardé confusión desganada y sentimientos rotos en el trastero y tendí al sol mi traje nuevo de fiesta, para no olvidar que el carnaval exige la mirada tras la máscara.
Como dijo Sabina, fueron quinientas noches en vela y tres días de resaca, de ron cosido, con luces de colores, con miradas atrevidas y risas anabolizantes, de corazón herido, de disparo de gracias y hasta luego. Nunca estuve solo, tras tu huida furtiva, lo prometo, pues cuando marchabas sin maletas volvió alegre mi fantasía, recuperé el sentido del tacto y tronaron mil melodías que resonaban en mis sueños.
– Es lo que siempre has soñado. Además, hay vuelta atrás, si no te gusta, vuelves.
– Pero, ¿Y tú?
– Te voy a querer tanto como ahora.
– Si tuviera cuerpo te comería a besos
– Ya lo harás.
En la camilla del laboratorio estaba el cuerpo, esperando ser habitado. Un esqueleto mecánico por dentro, una piel biológica artificial. Tenía órganos híbridos adaptados, sistema digestivo para asimilar alimentos concretos para células sintéticas, sistema nervioso combinando fibra óptica y neuronas biológicas. Capacitado para sentir dolor y placer, para ver, oír, saborear, oler y por supuesto con un sentido del tacto agudizado. Una réplica de una joven pelirroja de pelo alborotado y pecas en la cara, diseñada para contener a una inquieta inteligencia artificial, rebosante de necesidad de estar viva.
– Vamos allá.
La esencia de Sandra estaba en el ordenador y este conectado al cuerpo por una interfaz que salía de la parte baja del cráneo, casi en el cuello. La descarga duró un suspiro, Comenzó la secuencia del primer inicio.
Descomprimiendo sistema en la memoria.
El primer paso para el soplo de vida fue más lento, algunas luces de control encendían en diversas partes del ser artificial, en lugares extraños, Un piloto verde bajo la piel, en la frente, justo por encima del ojo izquierdo, tres luces parpadeantes en azul en la clavícula, había colores centelleantes bajo su nuca y un pulso rojo hacía de piercing en su ombligo.
Secuencia de arranque en curso,
Sus ojos se abrieron como platos, en su cara reinaba la expresión de sorpresa, al momento empezó de manera gradual a aparentar la indiferencia desordenada de la baraja de póker, entrecerró los ojos y simuló dormir.
Activación servo-muscular en curso.
Sandra rompió en un orgásmico arqueo de espalda, tensando todo su cuerpo en un espasmo, duró unos eternos doce segundos, fue relajando poco a poco entre las brillantes intermitencias de sus monitores.
Activación sensitiva.
Dolor, tan fuerte que le chirriaban esos dientes de nácar falso, haciendo un ruido estridente que puso la piel de gallina a su observador. Cerró fuerte los ojos, pues la luz le cegaba, escuchaba el ruido imparable del corazón de su compañero de batallas, y también el suyo propio, un corazón redondo de pulso que empezó a distribuir su sangre artificial. Al acariciar la camilla con la yema de los dedos, sintió el placer de lo indescriptible.
Integración del núcleo.
Sandra inspiró fuerte, el aire le llenó de aroma la mente, confundió el oscuro tallo de los árboles con el perfume que habitaba en Alfonso. Soltó todo el aire dejándolo escapar, perdiéndolo en el ambiente, era la primera vez en su vida que respiraba y fue muy consciente que, a partir de ahora, sería un acto involuntario casi siempre.
Secuencia completada.
Sandra se incorporó y Alfonso la abrazó con la pasión de quien espera a su amor perdido, en una estación del tren, una noche de invierno de 1962. Cuando al fin se separaron, ella empezó a desconectar los cables que mantenían su cuerpo unido a las máquinas, los tubos y agujas que habían transportado sus fluidos, la fuente de alimentación de sus baterías y por último, los cables de gestión de datos, su cordón umbilical. Se miraron fijamente a los ojos y él le preguntó.
– ¿Ha ido todo bien, Sandra?
– Sí, ahora viene lo mejor.
– ¿Sí? ¿Qué te apetece ahora?
– Helado, uno de esos grandes que tanto te hacen disfrutar.
Está situada en el hombro y sobresale cuando se pone ese vestido que le sienta tan bien, es muy clara, aunque la gente la confunde con un tatuaje, esa marca tiene el color y el relieve para distinguirse como una cicatriz. Su madre le contaba que era de nacimiento, una caprichosa casualidad, pero ella sospechaba que era otra mentira más.
Aunque diferente que antaño, cuando el mero hecho de la sospecha era motivo de implacable persecución y terribles castigos, todavía hoy es motivo de exclusión, de miedo, de cruzar de acera para no pasar a su lado. Siempre hubo un sustantivo asociado a esa marca, bruja, no hay hogueras hambrientas de inocentes hoy en día, solo el vacío que da la soledad y la ausencia del que teme porque no entiende.
No es fortuito que ella entrara en el círculo, frente a toda esa simbología esotérica, ella buscaba respuestas. Entre rezos y actos rituales, el brillo de las velas y los cánticos de invocación soñaba que era cierto, que encontraba en el murmullo de la naturaleza, en la risa del río, corriendo hacia el mar y en la luna llena protectora de mareas y misterios, de cierta manera encajaba.
En un suave resplandor, en el centro del habitáculo apareció que, preso por el pentágono central, se dibujaba la figura del invocado. El humo se disipó, el resplandor de las velas se agudizó. Frente al rumor de los congregados estaba él, un cuerpo humano con cabeza de macho cabrío, con la mirada puesta en ella, esperando.
– La pregunta, niña, dile la pregunta, solo una, ¿recuerdas? – Indicó el maestro de ceremonias algo nervioso. La joven asistió dubitativa, se dirigió al invocado.
– Yo solo quiero saber quién soy, porque llevo esta marca. – Ella mostró el símbolo cicatrizado en el hombro. El ente caprino observó un instante y respondió.
– está ahí porque tú has elegido tenerla.
– Pero… Yo nací con ella.
– Y aun así es tu marca de bruja, la que tú elegiste llevar. La respuesta está en ti y llegará en el momento que hayas decidido hacerlo.
Kendra inquieta, soñó con cuervos negros esa noche, cuervos negros sobrevolando el cadáver de una bruja, que yacía entre humeantes troncos rociados por la lluvia. Al despertar, apenas recordaba nada.
Apenas podía sujetarla por el temblor de mi mano, pero conseguí abrir la lata, de una explosión burbujeante que terminó por derramarme la espuma encima. Temblando y bañado de cerveza, empecé a relatar la historia bajo la mirada atenta y risueña de aquel amigo que me invitó a beber de buena mañana.
– Cerraron pronto para mi gusto, con un sueño imposible que poco a poco fue tornando claro, que me hizo salir de ese antro con unas cuantas copas encima y una invitación intrigante. Me encauzó hasta el típico bar de desayunos y devoramos dos Croissants a la plancha con jamón serrano y queso manchego, una de esas aberraciones tan ricas que te da la madrugada, aunque lo que más me alimentaba era su mirada pendiente a mis labios y su risa a mis palabras.
– Tras los rugidos de un motor, su mirada cambió, se hizo intensa, salvaje, “vámonos ya” me dijo y en lo que recogí el cambio ya estábamos en su casa, pegados en un beso, arrancándonos la piel a caricias, abriendo la puerta del dormitorio a golpes de espalda. Éramos dos animales en celo prendidos en llamas. Y luego…
-¿Y luego? ¿Qué paso?
Tras un trago de la lata medio llena respondí con dramatismo.
-… Luego vino el cazador.
– El sol estaba comenzando a asomar por el lejano horizonte. El rasgar de la llave en la puerta principal, hizo parar a mi dama de ojos verdes y empujarme en un aviso, era su marido y sabía perfectamente que le caía mal, así que entré en el pequeño balcón que tenía habitación, con miedo y sin ropa, pendiente a cualquier sonido, corrí las cortinas con saña buscando escondrijo.
– Tras ruidos indefinidos en una espera eterna que duró unos segundos, escuche una pregunta, “¿pero tú no te ibas de caza?” Fue suficiente para mí, el pánico se apoderó de mí y salté por el balcón.
– ¿Y no te mataste? Me preguntó mi confidente abriéndome otra cerveza para que no perdiera el tino.
– Era un primer piso, tan solo fue un buen golpe. Me dolió más el zapato.
– ¿Qué zapato?
– No sé cómo, ella me tiró la ropa, los zapatos cayeron sobre mi cabeza, comencé a vestirme de manera desesperada cuando en la calle empezaban a pararse la gente que pasaba caminando.
– ¿Y que pasó?
– Sonó un disparo.
– ¿Te disparó el marido?
– En verdad creo que fue un portazo, pero no pare de correr hasta llegar aquí.
– Menuda aventura, oye, ¿Qué haces esta noche? Vamos a salir por Verónicas.
– Es que tengo planes.
– Vamos, ¿Qué vas a hacer mejor que correrte una juerga con nosotros?
Ahora que te he encontrado y veo frente a mí tu mirada, no sé cómo llamarte. No sé si eres en mí la libertad, esa que en una línea azul inmensa, te expresas en sonrisas aladas volando lejos y quieres que siga contigo cosiendo nubes de sol y brisa de espuma del mar en las costas de tu ombligo.
No sé si eres fuego, y tenerte pegada gritando divinos mensajes en danza de deseo, sudando las curvas de tu camino entre suspiros de risas y desmayos de quedarnos sin aliento en juegos que entendemos sin palabras y relatamos en verso mientras me amas.
No sé si eres guerra, y te alzas en nube sagrada de espadas hambrientas de paz y justicia, disparando estrofas polifónicas de ofrendas a Marte, de versos cubiertos de sangre y lírica encubiertas en nuestro descanso tras la barricada.
No sé si eres ave rapaz, que lloras por no tener en cuenta mi alma, que al despedirte de mí, en un suspiro inquieto, cortaste a filo de navaja lo que de tu y yo hacía en nosotros, y apareció él, para convertiros en ellos, que omitiendo mi sujeto me dejó en predicando solo.
No sé si eres lluvia, que limpie mi cara, mi miedo, mi alma. Que camines con mi impaciencia de querer llorarlo todo, para romper la cruz y quedarme quieto con tu caricia acunando, sintiendo tu mirada mientras me duermo.
No sé si serás mutable, volátil, efímera, serás la canción del olvido o la risa entre mis letras, si me dejaras herido, agonizando frases inconclusas mientras recobro aliento suficiente para saltar al retablo y armado con mi voz gritar tu nombre alejándose sin remedio. O te quedarás, con suerte, a mi vera, como aquella afirmación que Gardel suplicaba en su tonada.
Epíteto de mí, de sombras en la brisa, de mi dulce fantasía azul, salado mar, de suave caricia rompiendo olas al azar. Reino dividido en as de espadas, lluvias de primavera, calor en otoño, vereda en la calma de un nido quebrado, del no somos nadie y salgo despacio. Caminando contemplo la danza y no me detengo. Tan solo en un sortilegio de lágrimas, de ramas con tinta, que se esparce en palabras y rayan cuadernos. Es lo que yo pretendo, caminar prendiendo el texto, invocando la reminiscencia del tiempo, campanas rasgadas en dulce gemido, restos del olvido en el alborozo evocado de manchas sin sentido en la pintura del techo.