
Enfadada, golpeó fuerte la mesa, sobresaltando a la encargada de las reclamaciones, que andaba distraída ordenando el expediente. Reponiéndose del susto, saludó a la enfurecida señora, que no paró de hablar en ningún momento.
– Buenas tardes, señora María de la Indignación, déjeme analizar un momento su reclamación.
La señora, que a duras penas podía contener la verborrea salvaje, tragó saliva y esperó.
– Veo que en el momento en que solicitó la grúa usted estaba fuera de la frontera del país, ¿no?
– Estaba en Portugal, justo en la frontera.
– Bien, sabe que hay una cláusula con los países en los que no cubre el servicio de grúa.
– Pero eso no me lo dijo el vendedor del seguro.
– Se la puedo mostrar en su contrato, mire, aquí.
– Pues entonces el vendedor me mintió.
– Bueno, lamentablemente la compañía no se puede hacer cargo del desembolso económico en esta situación. Pero le voy a proponer que castiguemos al vendedor.
– ¿Castigarlo?
– Si, claro, fue el culpable, entonces tendrá que ser castigado. Le voy a ofrecer varias formas de castigo.
-Pero, ¿cómo castigo? ¿Le van a amonestar? Si es solo eso, no me va a solucionar nada.
– Verá, en esta empresa tenemos una política muy firme. Los errores tienen consecuencias, y quién mejor que el cliente para infligir el castigo perfecto.
– significa que puedo chillarle, insultante.
-Sí, y pegarle. ¿Se sentiría usted bien así?
-Bueno, tanto como pegarle…
-Sí, sí, verá qué bien sienta. Le explico qué podemos hacer. Por un lado, tenemos el castigo flagelante, a latigazos, según el estado de desagrado.
– ¿No es un poco excesivo?
– ¡Qué va! Si funciona muy bien, él está al tanto de lo que le puede ocurrir. Venga, vamos a buscarlo. Es un sistema que está en auge en otros países. Somos pioneros en utilizarlo aquí.
Bajaron unas escaleras que llevaban justo a la entrada del apartado de contratación, donde no tardaron en encontrar al vendedor. Con una señal, la encargada de las reclamaciones, dio la orden al personal de seguridad para que lo apresaran. Bajando otras escaleras, no sin algo de forcejeo por parte del que iba a ser castigado, lo llevaron a un lugar al que llamaban La Mazmorra. Lo ataron en uno de los postes libres que había en la sala, ante la mirada estupefacta de la señora María de la Indignación, que no sabía hacia donde mirar.
– Bien, ya lo tenemos en el lugar correcto. Según he consultado en el manual de castigos, puede elegir entre tres latigazos, doce bofetadas, cinco puñetazos en la cara, retorcida de mano y rodillazo en las costillas o una patada fuerte en la entrepierna.
– Pero yo no me siento con ánimos para hacerle nada de eso.
– Podemos asignarle un verdugo, pero tendrá un coste.
– ¿Y no podemos perdonarle por esta vez?
– Rotundamente no, sin castigo volverá a cometer el error.
– ¿No hay algún castigo más simbólico?
– ¡No! Debe ejecutarse con dolor físico.
– Vale, la patada en la entrepierna me parece más rápida.
– Bien, aquí lo tiene. Debe hacerlo con cierto vigor, o se la haremos repetir.
La señora, cerrando fuerte los ojos, le propinó al vendedor la patada acordada y rápido, se retiró del escenario, dejando al castigado retorciéndose de dolor.
– ¿Qué tal, señora María de la Indignación? ¿Qué tal le ha parecido la experiencia?
– Algo extraña, pero no niego que es muy gratificante.
– Que sepa que seguramente este sistema no tarde en utilizarse en todos los sectores, públicos y privados. Es una iniciativa para reducir la mala intención, la pereza y la negligencia en cualquier ocupación.
– ¿Qué pasa si el cliente está equivocado, o si obra de mala fe?
– Que se le devuelve el castigo.
Cradle Of Filth – Temptation







