
En la estación, como cada noche, esperaba. Dejando volar su vestido hecho de las sombras de los rincones, a cada tren que pasaba. Mirando distraída a su alrededor, esperando que su triste ausencia le dijera que debe volver sola otra vez.
Tarde de nuevo, contemplaba el último vagón cuando la vi pasar, en silencio, persiguiendo la presencia parda de los gatos, en calles transitadas por desdicha y soledad. Esta vez quise saber, con la heroica curiosidad de aquel felino gris que huye al callejón, ¿a dónde le llevaba las prisas de sus tacones tras la paciente espera en el andén?
Tres grotescas formas ofuscadas entre baldosas rotas, quisieron comprender que ocultaba yo en mi camino, dos adelantaron mi impaciencia, uno me propuso el miedo en forma de verbo.
-¡Oye bro, déjame veinte pavos!
-Lo siento, vengo del trabajo y no llevo nada- dije al volverme y ver una cara cosida en dibujos de tinta china que ocultaban las facciones del que no tiene que perder.
-Ahora me vas a dar todo lo que tengas- Exclamó furioso, rodeándome con sus perros, guardianes de la rabia.
De la oscuridad apareció su vestido al vuelo, del mismo color que mi última sentencia, me sonrió levemente y se interpuso entre el ente tatuado feroz y mis temblantes manos queriendo defenderse. Los demás cayeron en el acto al suelo, dejando una sombra roja bajo sus cuerpos.
Pensé ver un beso de amor en el dibujo del cuello de mi agresor, solo que era de cariño mortal, de mirada vacía con el alma ya guiada por Caronte, antes de desplomarse al suelo y golpearlo sin gracia.
Mi bella incógnita de labios rojos me sonrió, tímida, sin maldad aparente, con una pregunta en el brillo de aquellos ojos tristes.
-Yo solo quería saber que estarías bien- Su risa estaba hecha de la lira que rasgaban los ángeles en su coro celestial.
-No te creo. – Dijo una voz en mi cabeza.
-Bueno, y saber a quién esperabas cada noche en la estación.
-A ti. – Dijo ella mientras se desvanecía en la niebla del camino.
The Distillers – Drain the Blood








