El ente alzó su esencia a las partículas primigenias que en alguna ocasión habían formado parte de él. Se completó en un individuo y apaciguó con cordura su largo encierro.
La bruja, desnuda y sin pudor, se encontraba frente a él esperando su recompensa. Tenía miedo, sin duda nunca se había enfrentado con un poder como el suyo, pero la necesitaba, solo ella podía liberarlo.
Salutaciones poderosa hechicera, en vos encomiendo mi poder, decidme qué deseáis y os lo concederé.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
-Tengo muchos nombres, pero ninguno es importante. Vos me habéis llamado así que sabréis por qué lo habéis hecho.
-No estaba llamando a nadie, estaba en otros asuntos cuando de pronto apareciste entre luz y humo.
-¿No pretendía invitarme entonces?
-¡No! Yo estaba… Hacía otra cosa. No sé cómo invocarte.
-Es fácil, frotando el objeto donde se capturó mi mente.
-Ah, pues puede que sí que haya frotado algo, pero no sabía que tú estabas allí.
-Entonces te propondré un trato. Haré realidad cualquier deseo de quien me quiera liberar, pero para eso debe destruir el objeto que me hace prisionero.
-¿Te refieres a esto?
La dama le enseñó un pene tallado en caoba, de color oscuro y con símbolos extraños grabados alrededor de la forma cilíndrica.
-Me temo que no era consciente de la figura que me contenía. Si la destruyes quemándola, nuestro pacto se hará realidad. Pero, ¿se puede saber de qué forma andaba frotando esa representación fálica?
-Mejor nos preocupamos por concretar nuestro pacto y dejamos esta anécdota para otra ocasión.
La elipse dibujada en el firmamento dejaba un extraño brillo, no parecía un cometa, más bien un corte de bisturí hiriendo el cielo bajo la luna llena.
El mago terminó su plegaria, guardó sus instrumentos rituales y echó una última mirada al estrellado cielo. Blasfemó un lamento y se preparó para dormir otros dos mil años.
Ya había alimentado de sueños el universo, ahora se merecía un descanso. Sonrió al ver la línea desaparecer y cerró los ojos.
En otro lugar del mundo, equivocaron el sortilegio creyéndolo mensaje divino, y emprendieron una búsqueda sin sentido. Manteniéndose los demás ocupados mientras duraba, allá lejos, el descanso del mago.
– Lo haría, pero tengo la tarjeta limitada, no me dejan hacer más compras.
– Vale, entretenme al dependiente, yo llego ya.
– Pero, Rafa, no llegas con el tráfico.
– Entretenlo todo lo que puedas, por favor. Inténtalo.
– Vale, pero esto está lleno, a más no poder.
– Tranquilo, que llegaré pronto.
Saltó las escaleras de dos en dos, tropezó con su vecina Encarna, que le apuntó con el dedo mientras entonaba improperios dignos de un camionero atravesado en un estadio de fútbol. Al llegar a la calle, vio que, entre claxons e insultos, la circulación se veía imposible. Estaba a veinte kilómetros de la tienda donde su amiga le esperaba. Sin pensar mucho se echó a correr.
Mientras tanto, en la tienda ya empezaba a formarse una pequeña cola tras el dependiente.
– Señora, por favor, si no le gusta, hay gente esperando para poder comprarla…
– Yo no he dicho que no me guste, pero es que no sé si me va a servir. ¿Me puede explicar para qué es esto?
– Está bien, se lo explico…
Sin aliento, Rafa se dio cuenta de que tan solo había recorrido dos kilómetros. Estaba sin aliento, no iba a llegar. Imposible coger un taxi, impensable seguir a pie, de pronto encontró la solución, estaba tirada en la acera con una luz verde parpadeando. Un patín eléctrico envejecido de los que se alquilan usando una aplicación. Desbloqueó el artilugio del demonio y acortó el camino esquivando tráfico por el parque.
– Señora, por favor, llevamos diez minutos. – En la tienda, el dependiente empezaba a perder la paciencia.
– Sí, ¿pero me puede explicar para qué es esa función? Le prometo poner cinco estrellas a su nombre en las encuestas de calidad.
– Vale, señora, pero decídase ya, que pierdo más ventas.
Tras el parque, a toda velocidad, Rafa entró por el callejón. Sabía perfectamente que, entrando por la puerta trasera del edificio, llegaría a cruzar la avenida en un tiempo récord. Y ahí se quedó, frente a la puerta metálica que daba acceso al edificio. Una voz en su cabeza le dijo que tocara la puerta, así lo hizo.
– Hola, ¿quién eres? – Abrió un tipo con cara de portero de discoteca tras el tercer golpe de nudillos.
– Hola, vengo de parte del jefe.
– ¿Qué jefe?
– Bueno, tú sabes, vengo a entregar el paquete.
– Ah, el paquete, vale, ¿lo tienes ahí?
– Verás, el paquete lo lleva alguien que está en la planta de abajo, la que conecta con la avenida. ¿Puedo bajar desde aquí? Así no le hago dar la vuelta.
– Bueno, no es lo habitual, pero es que llegáis muy tarde.
– Seremos discretos.
– Está bien, entra.
Detrás de la puerta había un almacén con aspecto abandonado. Rafa quiso adivinar que este local se usaba como depósito para las tiendas que había en la planta baja, pero que estaba en desuso. El armario humano abrió la puerta interior que daba a un pasillo, un ascensor le daba la bienvenida.
– No tardo nada.
– Vale, por el ascensor es más rápido, espero aquí, pulsa la B para llegar a la entrada principal. – Eso hizo, y una vez llegó salió por el portal del edificio, al final de la avenida estaba, tocaba correr otra vez. Al final de la avenida veía la tienda.
-Señora, le he explicado todas las características dos veces, estamos a punto de cerrar. ¿Se la va a llevar? – El dependiente de la tienda, que ya había agotado la poca paciencia que le quedaba, le estaba dando un ultimátum. A la amiga de Rafa le llegó un mensaje en el móvil.
“Estoy a dos kilómetros”
-Bien, me la llevo. ¿Me la puede envolver?
– Claro que sí, señora, ¿cuál va a ser la forma de pago?
Esquivando a la gente, y cansado de tanto correr, Rafa estaba llegando.
-Son setecientos euros, señora, por favor.
Con la tarjeta de crédito en la mano, abriéndose paso entre la gente, gritaba desde lejos.
-¡Cóbreme a mí, pago yo!
Con el paquete recién comprado y todavía sin haber recuperado el aliento, Rafa y su amiga salían de la tienda con cara de satisfacción.
-Casi no logras llegar, ¿se puede saber por qué era tan importante que compraras eso hoy?
Él, mirándola fijamente a los ojos, extendiendo el regalo recién envuelto y con un atisbo de vergüenza en la mirada, le dijo;
La cocina es un templo, cocinar es un ritual mágico, donde arcanos y sombras pasean con los ingredientes. No se trata tan solo de mezclar carnes y especias, verduras y condimentos, hay una ceremonia no escrita sobre el modo a proceder, el tiempo a emplear y el rezo adecuado, en forma de canto, o de palabras innovadoras de sabores.
Entregar cariño también es toda una ceremonia, así que, tras encender una vela y como incienso especias, y con toda la estima posible, os dejo esta sencilla receta con su ritual incluido.
Esencia de palmitos con arcano espiritual de queso.
Ingredientes;
Palmitos en conserva
Queso verde (roquefort, cabrales, gorgonzola…)
Un poco de nata
Tras el saludo a la Diosa, cada cual a su manera, cortamos los palmitos, dejándolos en forma de cilindros a tamaño de un bocado.
Mezclar el queso con la nata (no es necesario mucha, una cucharadita solo) en un recipiente y calentarlo al baño María hasta que quede totalmente derretido.
Verter el queso disuelto encima de los palmitos y dejar enfriar.
El mejor conjuro es el que nos dicta la mente. Es más efectiva una canción para atraer la alegría que cualquier salmo, así que a gusto del cocinero. Como me contó mi amiga Patricia un día, ser espiritual y ser ateo no está reñido, así que cualquiera que sea tu credo comulgará perfectamente con un saludo ceremonial al servir estos entrantes, cada cual en su idioma y a sus seres divinos.
El brillante sonido del diamante contra vinilo rellenaba el aire lo justo para no parecer silenciosa la sala. Una tenue luz amarilla, impregnando de nicotina el ambiente, mostraba una vieja mesa de mezclas, con luces tenues por la edad y picómetros de aguja descolorida en un baile lento de blues perverso.
El micrófono, ya no tan dinámico, se acercó al orador que, con aliento fresco a ron añejo, empezó a recitar por encima del llanto de una guitarra sumida en tristeza eléctrica.
Respiro hondo y escucho su suspiro.
Ecualizó su voz al respecto y comenzó el sortilegio
– Aquí fue mi primera vez, temblando frente al micrófono, abrumado por el público invisible que imaginaba mis labios moviéndose, al son de las palabras y que sin saberlo lograron amor mutuo tanto tiempo atrás.
En un silencio, quemó su garganta con el líquido pardo que, tintineando a oídos de todos, permitió una pausa sonora.
– Quise ser un héroe enmascarado, escondido tras un dial de chispas rancias, corrompido por el poder influir, enviando a desconocidos a sonar, rescatándolo de las sombras y poniéndoles nombre ante todos. Pero solo consiguió ser monaguillo hambriento, robando limosnas al clero para susurrar secretos.
– Pero ya me cansé de hacerlo, aunque no de desearlo, sé que dejó atrás pasión por el ruido dulce, amor verdadero por reventarse a buscar y enseñar zapatos nuevos, hechos de cuero negro y zurcidos a mano. Con la rabia de un corazón roto, con la melodía cruda y rebelde de una primavera, a gritos de un mirlo persiguiendo un sueño.
Otra pausa sonora contó la historia de un sorbo en abierto, dejando entrar a los destellos de la última estrofa, cantada por un alma negra que de pena lloraba.
– Aquí fue la primera vez y hoy será la última. Mi voz apagará la sintonía que una vez empezó. Dejará de recorrer el aire en hilos de electricidad enlatada que, agotado de narrarlo a gritos, merezco descanso. Tal vez mañana por la mañana, tras dormir el sonido del cuento, que os narro para que os vayáis contentos a la cama y si con ganas me siento, rescataré en mi pensamiento de crear otro propósito. Pero será un relato que deberá ser contado en otro momento, más lejano en el tiempo.
La letra profunda de la canción en alto, despidiéndose del estribillo, se fundió en silencio.
Estaba ella sentada en una nube rosa, de esas tan esponjosas que se forman al ocaso, cuando el cielo limpio de verano la marca con los últimos rayos de sol. Llevaba un biquini a rayas, pamela ancha del mismo color de la nube y su caña de pescar, hecha de bambú, de hilos de escarcha como nailon y de anzuelo un ramo de pensamientos silvestres, ideal para pescar sueños húmedos a finales de junio.
A lo lejos lo vio pasar, cautivando el horizonte con su baile y destruyendo cúmulos a su paso. En su cadencia imposible brillaban sus escamas perladas, de un azul pálido de escarcha helada, que contrastaba con el abrasador violeta, fuego de su mirada. Largo como un día sin noche, volátil como diente de león, el sinriu andaba aproximándose veloz cuando ella soltó la caña y sin pensarlo saltó al vacío.
Resbalando por las escamas de la enorme criatura, ella fue a parar a uno de los cuernos de ciervo que le asomaban en la cabeza al sinriu, agarrándose fuerte para no caer. Fue entonces cuando reparó en la existencia de ella.
– ¿Qué haces en mi cabeza humana? ¿Qué quieres de mí?
– Quiero que me concedas mi deseo.
– ¿Quién te ha dicho que puedo conceder deseos?
– Es lo que cuenta la leyenda.
– ¿Quién te ha dicho que la leyenda sea cierta?
– ¿Me vas a conceder mi deseo?
– Para poder usar mi magia tienes que atraparme.
– Ya lo he hecho, te tengo atrapado.
– Más bien, te tengo atrapada yo a ti ¿Qué es lo que quieres? ¿Riquezas? ¿Amor?
– Quiero volar. Así, como tú lo haces.
– ¿Cómo es posible que hayas llegado hasta aquí, pero no puedas volar?
– Pues no, no puedo.
– Humana, solo tienes que quererlo hacer.
– Ya quiero, no puedo.
– Para poder volar solo tienes que darte cuenta de que en realidad estás soñando.
Aquella noche te vi marchar, con las maletas llenas de momentos felices y un libro en blanco titulado futuro. Supe que además te llevabas algo de mí, que estaría siempre ayudando a que tu corazón latiera con musicalidad rimada y a que en las noches de soledad te sintieras acompañada.
Lo que no esperaba es que, a la mañana siguiente, al pasear mi desdicha por la soledad de mi destino, me encontré a tu sombra tras de mí. El sol del verano, que alegremente calentaba sin compasión, y como es su obligación, proyectaba mi oscura silueta. Solo que ahí, de la mano, también estaba la tuya. Mire alrededor buscando un efecto lógico, un cuerpo creando una ilusión, o quizás que habías vuelto y yo sin darme cuenta. Pero no había nada que pudiera engañar la física exacta de mi eclipse sobre el suelo, salvo igual la cordura de mi sombra, que por no tenerte a mi lado, se había inventado el contorno de tu caricia para no verse tan sola como yo lo estaba.
Al principio ignoré la situación, miré hacia el horizonte y empecé a caminar rápido, para perseguir la melodía del porvenir, que por volver temía quedarme preso de la piel de tu recuerdo. Esa noche, a la luz de la luna más llena, los vi besarse. Tu sombra y la mía se amaban a espaldas de mi soledad, se abrazaban al reflejo de las farolas y se prometían secretos frente a mi desdicha, al pasar por el neón de aquella parte de la ciudad donde, queriendo la compañía de una estrella fugaz, termine buscando oscuridad para no verte ni en reflejos.
Supuse que ni te habías dado cuenta, que no la echabas de menos, o que de tan libre que quisiste verte, daba igual que la mácula de tu figura, ande fingiendo pertenecer a otro, o que la oscuridad de tus sentimientos, no te permitía crear el perfil de tu esencia, entonando las paredes de tu camino. Y comencé a buscarte para devolverte el sombrío espectro en que se habían convertido mis pasos.
Llorabas desconsolada, sentada en el tercer escalón de las escaleras que conducían a tu autonomía, y sin que te dieras cuenta, me senté a tu lado. El brillo de tu mirada, que entre lágrimas, amanecía, dio refugio a la sombra perdida, que a tu postura dio forma, y a mis labios vida.
Ella bailaba con las ráfagas de viento, dejando ondular su vestido corto a los caprichos de la brisa. Indiferente a su alrededor, a compás de un ritmo imaginario, de luces de sueños turbios y tambores de gotas de lluvia sobre latas oxidadas y flores marchitas por el olvido.
Él, marchito como las flores, envuelto en una fantasía de nubes negras y gruñidos celestiales que, a gritos de trueno, clamaban juicios sobre sus pedestales olímpicos. Su voz era sollozo, y con el trino apagado del alcaudón le preguntó a la bailarina.
– ¿Por qué estás tan alegre, si estás muerta?
Ella, encogiéndose de hombros, le dedicó la más pura de sus sonrisas, le miró un instante a los ojos y siguió trenzando sus pies, desafiando a la parca desde su tumba, desde donde no paraba de bailar.
– ¿Qué más da? Dejar de hacerlo no me va a devolver la vida.
Los hialoideos o hyrax son unos animalitos gráciles y simpáticos parecidos a las marmotas que habitan en zonas rocosas, aprovechando oquedades naturales para convertirlas en su hogar. Curiosamente, están emparentados con los elefantes y con los manatíes.
Su característica más significativa, aparte de su tan desarrollada inteligencia, es su maldad. En la antigüedad era conocido con el nombre de Damán y fue en la biblia donde se consideró animal impuro. “El damán, porque es rumiante, pero no tiene la pezuña partida. Es impuro para ustedes. (Levítico 11:5)”, lo cierto es que en las sagradas escrituras se ha mencionado varias veces: “Hay cuatro cosas que, aunque están entre las más pequeñas de la tierra, son instintivamente sabias (…) los damanes, que no son criaturas poderosas, pero hacen sus casas en las rocas (Proverbios 30:24-26)».
Como estos curiosos animalitos hacen su vida entre rocas, se les terminó nombrando como Hyrax rockero que con su repudio bíblico terminó encauzado en casi todas las variantes del Heavy Metal. Ya en el National Geographic mencionan la importancia de su canto, según se refiere la conocida revista: “Cuando sale el sol sobre el mar muerto, los damanes rockeros salen de sus oscuras madrigueras y comienzan a cantar.” Esperemos que lo hagan algún día, acompañado por la guitarra de James Murphy (ex Obituary), el bajo de Jeff Hughell (ex Asylum) y por la batería de Mike Hamilton (Exhumed)
El odio de esta singular criatura por la especie humana es evidente, solo tiene que darse cuenta con qué cara de desprecio nos mira. En cuanto se da cuenta de la presencia del hombre nos lanza su habitual grito de guerra “AWAWA”, aunque todavía los científicos no han podido precisar que quieren decir con esa expresión, hay varias teorías al respecto; la más aceptada es que dicha palabra o frase debe ser un insulto o improperio, más concretamente “Largo de aquí, hijo de la gran puta” donde su vocal tónica se enfatiza en la segunda A. Otra teoría explica que es un sonido de amenaza, muy defendida en Estados Unidos, donde creen que se traduce como “Te voy a clavar mis blancos colmillos en tu jodido culo de humano”.
Por último, dado que la palabra “AWAWA” es un palíndromo, conociendo la afición ocultista de usar este tipo de palabras, como “abracadabra”, existe la creencia de que es un mensaje satánico, más específicamente “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas” de incompresible significado. Se sospecha que es una invocación a Behemot, con el que guarda un lejano parentesco según la creencia.
El alegre y pizpireto mamifero ya tiene una cantidad considerable de seguidores en redes sociales, en Instagram, TikTok y, en menor medida, en YouTube, se cree que promovido por una secta satánica desconocida liderada por una ardilla tuerta. Disfruten pues, de las imágenes de este pequeño animal, que es de mis favoritos.
Buenas tardes, señor Iván Gustiado. Bienvenido al chat de servicio técnico de Podapohone, en este momento todos los técnicos están ocupados. En unos minutos le pasaremos con uno de ellos.
>>Paco Nectado está en línea
– Buenas tardes, soy Paco Nectado, su técnico online. ¿En qué puedo ayudarle?
– Buenas tardes, mi teléfono no me sonríe.
– ¿Su teléfono no le sonríe?
– Sí
– ¿Lo hacía antes?
– Sí
– Y ya no lo hace.
– No, no lo hace.
– ¿Ha intentado reiniciar el terminal?
– Sí
– Y sigue sin sonreírle.
– Sí, ya no me sonríe.
– Vale, señor Iván, ¿me puede explicar cómo le sonríe el móvil?
– No, señor técnico, le he dicho que ya no me sonríe.
– Vale, pero, ¿cómo lo hacía?
– De manera agradable y con musicalidad.
– Pero ¿qué hacía usted para que le apareciese esa sonrisa?
– Nada, lo hacía solo.
– Pero, ¿al llamar? ¿Al encenderlo? ¿Se puede saber cuando ocurría la sonrisa?
– Sí, eso.
– Pero don Iván, ¿eso? ¿Eso qué? ¿De dónde venía la sonrisa esa?
– ¡Yo qué sé! El técnico es usted.
– Vale, sí, qué marca y modelo tiene.
– SEAT 127.
– Comprendo. Ahora, por favor, dígame qué marca y modelo tiene de móvil.
– Samsung Galaxy.
– Vale, entre en ajustes.
– ¿Y qué es eso?
– No se preocupe, ¿sabe apagar el móvil?
– Sí.
– Vale, apáguelo.
– Ya está.
– Ahora apriete el botón de bajar el volumen y de encender al mismo tiempo, déjelos apretados unos segundos.
– Ahora se está encendiendo, me ha salido un marcianito verde.
– Déjelo cargar, don Iván.
– Vale.
– ¿Cómo va?
– ¡Oh! Mi teléfono, sí, ya me sonríe. Gracias, señor técnico.
– Espere, don Iván, ¿dónde le aparece la sonrisa?
– ¿Don Iván?
– Por favor, no me deje sin saber de dónde sale la puñetera sonrisa.