
– Creo que necesitas decírselo, Kendra — La voz de Vanir el erizo, su familiar, solo sonaba suave en su mente. De haber habido alguien, no percibiría que Vanir se comunicaba con ella. – Además, merece saberlo.
– No me lo esperaba, Vanir, no sabía qué podía ocurrir, ahora no sé qué hacer.
– Sí que lo sabes, ya lo has decidido.
Kendra quedó con la mirada ausente de los que tienen algo que confesar. Una noticia importante, puede que terrible, puede que maravillosa. Nada más el hecho de pensar en cómo decírselo le hizo recordar aquellas manos rozando su cuerpo, su voz, sus palabras.
– Qué distintos somos, y qué difícil se hace poder comunicarnos —dijo susurrando un pensamiento que se escapaba de su mente mientras encendía las velas. Canturreó desganada un corto y ensayado conjuro que rebotó en las paredes de la sala. Una breve espera que se hizo eterna y apareció con esa mirada de ángel. De ángel caído.
Achan se acercó al círculo roto donde esperaba Kendra y con un ligero titubeo la abrazó fuerte. Ella le pasó la mano por la mejilla y le dijo:
– Tengo algo importante que decirte —su amado demonio sonrió levemente.
– Lo sé — Kendra se quedó mirando, intentando disimular su sorpresa —. Percibimos lo que ocurre mejor que los humanos, lo sabes.
La expresión de Kendra se tornó ligeramente enfadada.
– Lo sé y me encanta.
– ¿Y qué vamos a hacer ahora?
– Cuidar de nuestro hijo, juntos.
La mirada de ambos se fundió en una sonrisa.
