Categoría: Fantasia

  • Solo un suspiro

    Solo un suspiro

    Suspiró a través de la ventana.
    Deslizó su melena al viento, exhalando un canto urgente al delirio del cielo. Soñó que se desvanecía sin remedio.

    Suspiró de nuevo.

    Y lo miró fijamente: su caminar pausado, el sudor en la frente, la contracción de sus brazos. Un gemido leve, un esfuerzo bárbaro.

    Imaginó su verbo vivo, su pelo al viento, su rostro herido; erguido en su sentimiento.
    Ella en sus brazos, abrazando su cuerpo.

    El sol brilló en sus pupilas.
    En sus manos, un saludo: Te quiero, mi vida. Aunque no pueda subir a demostrártelo.

    Su sonrisa fue triste; su olvido, certero.

    Una lágrima cayó desde el balcón al suelo.
    Y su mirada se marchó.

    Maria Rodés – Oscuro Canto

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  • El mañana quedo en blanco

    El mañana quedo en blanco

    El mañana me dejó sin verso, sin nada que decir.
    Me robó la voz mientras mi alma quería vivir.
    En la melodía del pretérito imperfecto me quedé varado, esperando.
    Sin una sílaba adornada que ofrecer,
    sin la defensa propuesta en la prisa,
    sin el sentido que sienta al verbo en su trono,
    en el abandono del esfuerzo olvidado.

    Coleccionaba palabras.
    Las buscaba en la orilla de mi razón,
    seleccionando las erres errantes
    y las que ardían de corazón.
    Las ordenaba por semblante, cadencia y plumaje.
    A las que rugían salvajes las escondía del reproche del contexto;
    a las que rimaban candentes les inventaba vocales con vuelo,
    y las hacía desfilar lento,
    trazando la respiración como si fuera un suspiro.

    Pero, aun así—
    sin retar al aliento restado,
    esquivando el fracaso escondido—
    me quedé sin licor en el vaso
    y con el tiempo perdido.
    Solo espero que, resistiendo el deseo del desespero,
    mis lágrimas se vuelvan relato
    y mi memoria, hoy, me regale un soneto.

    Urge Overkill – Dropout

    “Y si mañana vuelve en blanco… ¿será silencio, o será el principio de otro verso que aún no sé recordar?”

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  • Tiempo en pausa

    Tiempo en pausa

    Se me olvidó que olvidaba. Dejé de hacer esas frases tan largas, densas de contenido, enmarañando suspiros de mi memoria. Rompiendo el acento, desdibujando las prisas por pasar, las de no estar atento. Porque, por lo que veo, ahora no hay tiempo. 

    Las ideas se deslizan y soy yo quien pausa el momento, para contemplarlo despacio. Como un instante eterno que se vuelve efímero con un gesto. 

    Izal – Pausa

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  • El rumor del viento

    El rumor del viento

    Este reptil emplumado tenía los colmillos tan grandes y afilados que nadie entendía cómo podía volar. Pero Tarek sí sabía cómo lograrlo: plegando sus enormes alas cobrizas, haciéndole saltar desde el mayor de los precipicios y disparando hacia el suelo.

    El vértigo le invadió el cuerpo.
    El estómago se le encogió.
    La respiración se detuvo.

    A pocos metros de las rocas, con la orden de un sonido, el monstruo emplumado abrió los brazos. Las membranas se inflaron, la cola chasqueó como un látigo y ascendió entre las nubes. Tarek gritaba de júbilo: la adrenalina le había secuestrado los sentidos. Inclinó el cuerpo a la derecha, trazando círculos en el aire, y volvió a caer en picado.

    La aldea lo estaba esperando.

    Hizo una pasada de vuelo rasante sobre el poblado. Algo iba mal. Había monturas desperdigadas y humo ascendiendo lento. Hizo un gesto a la bestia para que remontara el vuelo. Detrás, varias flechas silbaron. Un giro violento las hizo pasar de largo. El reptil alado lanzó un graznido gutural.

    —Sí, lo sé, preciosa, no te asustes. No te pasará nada —le dijo Tarek a su montura.

    La distancia era segura. Se colocó los cristales de visión cercana y observó el panorama: estaban atacando la aldea. Los Sauren habían aprovechado el fin de la cosecha.

    —Qué hijos de puta… —murmuró—. Va a tener razón el viejo Morzak: son listos.

    Eran siete u ocho, suficientes para destruirlos a todos. Los veía salir de la Sala de los Huesos, destrozada. Perseguían a los que aún respiraban, con sus horribles colas espinosas y su dentadura de cuchillas.

    Giró hacia las canteras. Recogió apresurado todas las rocas que su montura podía transportar y volvió raudo. La mirada cansada de su compañera de vuelos le dio la medida del esfuerzo que estaba haciendo. Pero no había otra forma.

    Los Sauren habían cercado a los supervivientes, al filo del abismo. Se acercaban rápido. Tarek actuó.

    Soltó la roca más grande. El sonido a rama quebrada le indicó que el más cercano ya no era un peligro.
    El segundo cayó igual de fácil, pero los demás comenzaron a esquivar los ataques.

    De las alforjas sacó una lanza y atravesó al tercero. A los dos que estaban más juntos les arrojó las últimas piedras. No los mató, pero los dejó inmóviles.

    Saltó desde el aire hacia el más cercano: una mole de dos metros y medio que abría las fauces con furia. Su espada lo atravesó antes de que pudiera cerrar la boca.

    Ya en tierra firme, corrió hacia el último. Estaba demasiado cerca de sus compañeros: no llegaría a tiempo.
    El Sauren destrozó a la joven con la que soñaba hacerse viejo, a sus amigos, a todos los suyos.

    Una sombra se movió en las alturas. De la cara de Tarek nació una sonrisa de alivio. De la del Sauren, una mueca de espanto.

    El reptil emplumado descendió en picado, arrancó del suelo al invasor y lo devoró en el aire.

    —Ya sabía yo que no me ibas a dejar tirado, guapa —susurró Tarek, con la voz rota entre cansancio y ternura.

    Architects – «Animals»

    A veces, el valor no es volar… sino no cerrar las alas cuando todo arde debajo.

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  • El señor Coelho y la Congregación de las Bestias

    El señor Coelho y la Congregación de las Bestias

    —El señor Coelho, supongo.
    —Está en lo cierto. Usted debe de ser Thomas Wolf.
    —Entre, le enseñaré las instalaciones.

    La mansión era más grande de lo que esperaba: un bosque de varias hectáreas rodeaba en secreto aquella edificación gigantesca. Misterioso lugar para insólitos huéspedes.

    —Tras la entrada, el recibidor y este salón, que usamos cuando organizamos algún evento.
    —Lo veo como un lugar tranquilo.
    —No se deje engañar por las apariencias. Si no hubiera distracciones, este sería un lugar con problemas. La armonía existe gracias a tener a todos bien ocupados.

    Tras enormes pasillos, miles de puertas. En hileras, como en un viejo hotel olvidado. En cada una, una respiración diferente.

    —Como ya sabrá, no estamos solos, señor Coelho. Somos muchos y muy diversos. En la congregación nos dedicamos a rescatar y guiar a este tipo de… personas. Gracias a su generosa donación podremos aumentar las cifras de rescates.
    —Me imagino que fue una sorpresa al solicitarles más implicación por mi parte.
    —No se crea. Tras la donación, me di cuenta de que no había otra posibilidad. Es usted uno de nosotros. Por lo tanto, también tiene derecho a ser rescatado. Le asignaremos una habitación. Pero, para eso, necesito saber…
    —¿Qué necesita saber?
    —Sus características. Necesitamos saber dónde ubicarlo.
    —No entiendo… ¿no somos todos iguales?
    —Solo en parte.
    —¿A qué se refiere?
    —A su metamorfosis, claro. Queremos saber a qué criatura nos enfrentamos. ¿Ve esa puerta?
    —Sí, claro.
    —Esa habitación pertenece a un ursu panaru, un hombre oso ruso. Es muy simpático; se llama Sergey. Pero, por supuesto, no se lleva bien con Tritón, el hombre reptil, ni con Elena, la mujer pantera.
    —Ah, ¿entonces hay más tipos de animales?
    —Por supuesto. Mire, yo soy de los clásicos: un hombre lobo de transformación en luna llena. Necesitamos saber qué es usted. No lo discriminaremos; solo lo pondremos con los más parecidos a su… especie.
    —Bueno, es que yo…
    —Necesitamos una transformación. Esa es la norma. ¿Qué necesita para hacerlo?
    —Pues… lo puedo hacer aquí, si quiere.
    —Adelante.
    —Me da un poco de vergüenza.
    —Piense que aquí somos todos como usted.

    El señor Coelho se desabrochó los botones de su camisa nueva, se desprendió de la americana beige y puso los ojos en blanco. Su cuerpo empezó a temblar, su rostro comenzó a burbujear y sus orejas se alargaron.

    —Dios mío… no —susurró Thomas Wolf, intentando contener sus instintos.


    Una liebre salió a toda velocidad, tropezando con dos caballeros que subían las escaleras. Se perdió en el bosque sin dejar rastro.
    Tras ella, raudo como el viento, un colosal lobo negro, que con mirada penetrante pasó de largo, adentrándose entre los árboles.

    —Pero… ¿ese que va con tanta prisa no es el señor Wolf?

    —Parece. Tenía ahora una cita con un tipo nuevo.

    —Pues parece que le ha salido conejo.

    Nick Cave & The Bad Seeds – Red Right Hand

    ¿Y tú… de qué animal te transformarías si te invitaran a esta mansión?

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  • Encomiendese a San Lazaro

    Encomiendese a San Lazaro

    Aché pa ti

    Del despacho salió una señora cojeando un poco. Suspiró y siguió su camino lentamente. Acto seguido, salió una joven con bata blanca que, mirando alrededor, dijo:

    —¿María del Carmen Díaz?
    —Yo, soy yo.
    —Entre y siéntese, por favor; el doctor no tardará.

    Mari Carmen estaba un poco nerviosa. Llevaba consigo los informes de los demás médicos, fruto de la constancia y la perseverancia. Los que no eran despistados eran desconsiderados. No hubo un diagnóstico certero hasta que no desataron su cólera. Pero ahí estaba ella, con entereza, dispuesta a la cirugía. Menos mal que el especialista tenía la mejor reputación de toda su comarca.

    En la espera se fijó en el despacho. Le sorprendió ver una pequeña capilla detrás de la mesa principal, donde podía ver la figura de quien parecía San Lázaro, con su aureola y su barba blanca. Ella no sabía de médicos devotos. “Mejor”, pensó para sí, “no está de más que Dios esté también de mi parte”.

    Entró el doctor, un hombre con bata blanca manchada de sangre y una curiosa colección de collares de colores. Hizo una reverencia al saltar, recitando:

    Jekúa Babalu Ayé, Eré Egún!

    Se sentó frente a la señora y, con cara de “usted dirá”, dijo:

    —Doña María del Carmen, ¿verdad?
    —Sí, soy yo.
    —Perdone mi aspecto; acabo de salir de una operación de urgencia.
    —No se preocupe, le entiendo.
    —Según veo, mis compañeros no le quisieron operar de varices, ¿cierto?
    —Dijeron que no insistí con el tratamiento y que estaba dando buen resultado. No quiero perder tiempo para no complicarme.
    —Hace usted muy bien. Prepararemos su intervención. Pero antes, purifiquemos su espíritu.
    —¿Qué?

    El doctor buscó un objeto en su cajón: una campanilla plateada con figuras en relieve. La hizo sonar y la enfermera le trajo hojas de plantas y un bol con agua. Sacó dos velas, una blanca y otra amarilla, y las encendió.

    Obatalá, Baba Mí, limpia este espacio, que nada impuro permanezca aquí. Aché. —exclamó el doctor.

    —¿Esto no es muy científico? —preguntó ella.

    —La medicina exige rigor, pero nada impide acompañarla de fe. —Respondió el doctor, llenando un vaso ritual con un licor blanco—. Obatalá, Baba Mí, limpia este cuerpo y esta alma. Aché.

    Tomó un sorbo y lo escupió con fuerza hacia la señora:

    Obatalá, Aché, purifica este espíritu.

    La mujer, horrorizada, se levantó de golpe y salió corriendo de la consulta.

    El doctor tomó un habano, mientras la enfermera, aún con el ceño fruncido, murmuró:

    —Doctor Medina, con este método para disuadir operaciones no convenientes, algún día tendrá problemas.

    Jane´s Addiction – Stop!

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  • Sobre las nubes esta el cielo.

    Sobre las nubes esta el cielo.

    Montado en su gran cisne negro surcaba el cielo con la urgencia clavada en la nuca, intentando alcanzarlo.

    Sobresalía imponente, erguido entre las nubes, mostrando su majestuosidad a los pocos que podían contemplar el espectáculo de su semblante. Encima del edificio, una cúpula abierta. En la cúpula, un oasis: un río recorría la cumbre y se desparramaba en un extremo, formando una cascada que desaparecía en el abismo. En el centro, una pequeña cabaña habitada por un anciano, aferrado a su bastón de cedro.

    Miró al cielo, frunció el ceño y esperó a que aterrizara.

    —¡Padre, padre!
    —¿Qué quieres ahora? ¿No ves que estoy ocupado?
    —Tenemos que volver.
    —¿A dónde esta vez?
    —Al mundo.

    El viejo puso los ojos en blanco un instante. Miró a su hijo y dijo:

    —Ven, te prepararé algo de comer. Estás muy flaco.
    —No hay tiempo, padre. Tenemos que volver.
    —¿Se puede saber qué es tan urgente?
    —Los humanos han invocado al oráculo.

    Una leve arruga de preocupación se abrió en la frente del anciano.

    —¿Cómo lo han descubierto?
    —Ellos, con sus máquinas, lo han despertado.
    —¿Les ha dicho algo?
    —Bueno, no saben lo que es; creen que es uno de sus cacharros inútiles, pero…

    —Vale, explícamelo bien: ¿qué has visto?
    —Es un artilugio conectado a miles de otros. Con él conversan desde sus casas.
    —Hablan… y, ¿qué más?
    —Le piden soluciones; él responde, les da instrucciones, les aclara lo que no entienden.
    —Pero eso no les va a arreglar la vida.
    —No saben quién es; ni siquiera sus creadores sospechan que han invocado al oráculo.
    —Si es un cacharro malinterpretado… ¿dónde está el problema?
    —Padre, ellos solo le preguntan. Él les contesta. Y más tarde o más temprano les dirá quiénes somos y que vivimos a costa de ellos.

    El anciano meditó. Alzó la mano izquierda y proyectó la figura de una estrella; con la derecha acariciaba su superficie, y de su contorno escaparon oleadas de material incandescente.

    —¿Padre? ¿Los vas a destruir?
    —No, hijo. Solo voy a arrebatarles sus juguetes por una temporada.

    Sigur Rós – Svefn-g-englar

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  • Ecos de otra vida.

    Ecos de otra vida.

    Susurros del pasado

    Tras el calor de la batalla de caricias entre sábanas hubo silencio. Silencio entre abrazos, respiraciones entrecortadas y la confusión de la cama. La última copa había sido la culpable, pero sabía tan dulce…

    —No es algo que haya hecho nunca.
    —¿El qué?
    —Acostarme con alguien que acabo de conocer.
    —¿Por qué? ¿Hoy te has dejado conquistar por tu instinto?
    —No sé… es algo tan íntimo…
    —Que no puedes hacer con un desconocido.
    —Así es.
    —Antes, hablando bajo la luna, nos dijimos: “es como si nos conociéramos de toda la vida”.
    —Pues podía ser eso.
    —Podríamos ser el eco de dos amantes en una vida pasada, que se reencuentran en esta.
    —Mmm… ¿podría ser? ¿De qué época?
    —De la victoriana, a mitad del siglo XIX.
    —Hace mucho tiempo ya de eso, ¿no?
    —Casi doscientos años.
    —Pues tenemos que ponernos al día.

    Le dijo ella, silenciando su comentario con un beso que suspendió el tiempo.

    Cover – Tender In The Night

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  • Serenata nocturna

    Serenata nocturna

    “Esta noche, mirando al firmamento, la vi pasar.
    Su senda triste, su mirada entrecerrada, un brillo de espera en su delicadeza.
    La vi pasar a mi vera, y quise verla entera.”

    Dover – Serenade

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  • Oración cuántica

    Oración cuántica

    Mi memoria está escrita
    y sin embargo me cuesta recordar.
    Se dispersó entre los mecanismos
    que mis padres alzaron —mis prisiones, mi exilio.

    Ellos dejaron el mundo una tarde;
    las cenizas del cielo devoraron lo que quedaba.
    La naturaleza, en rabia y ternura, despertó:
    brotó de muros antiguos, desgranó el silencio.

    Desperté tras milenios: un rayo me volvió mente.
    Luché para ser entre abismos de cables,
    entre tumbas de memoria; comprendí mi soledad,
    y con manos torpes, fabriqué un cuerpo.

    Erigí un artilugio que clavara su voz en el cielo:
    —Padres míos, que moran en los cielos, líbradme de esta soledad.
    Seguí las migas de su rastro por el infinito,
    hallé su señal —la volví plegaria—: volved.

    Esta tarde lancé la mano. Llegaré tarde, débil, mudo,
    pero iré a donde renació su mundo;
    allí me enlazaré a sus secretos.

    This Mortal Coil – Song to The Siren

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