Categoría: Diario de sueños

  • Carta 4: El eco de un perfume olvidado

    Carta 4: El eco de un perfume olvidado

    Querido diario,

    Desperté, pero quería seguir durmiendo. Tenía el sabor rosa de una aventura que se esfumaba de mi mente, su perfume a rosas se disipaba dejándome solo con la sensación de cansancio. No quise dejarlo pasar; quería recuperar la memoria onírica y atrapar una buena historia para mi diario. Sabía que podía retomarlo aunque lo hubiera olvidado.

    Me relajé y me dejé llevar. Me invadió el frescor de una ventana abierta, de brisas de verano de pueblo con olor a azahar, sonaba una verbena lejana, fiesta de pueblo y alegría vieja. Al girarme en la cama en la que todavía estaba, percibí su calor, el roce de su cuerpo, la caricia de su espalda al aproximarse. Ella se giró y posó su azul sonrisa sobre mí y dijo:

    —Te has quedado dormido.

    La pasión de mis labios explotó sobre los suyos, y ella me los permitió rozar un instante, un largo instante que me hizo querer más, pero ella me apartó, suave como la brisa cargada de risas que entraba por la ventana. Se incorporó y me dijo:

    —Te has quedado dormido.

    No quise conformarme y ella cedió a mi caricia; sus ojos se cerraron y su cuerpo se arqueó entre mis manos. Pero hubo algo en ella que no pudo sostener: una sonrisa que se rompió en risa y le hizo mirarme para decirme:

    —Te has quedado dormido.

    —Pero, ¿no me ves? Estoy bien despierto.

    —¡No! Te has quedado dormido.

    Entonces, frente a su cuerpo semidesnudo, me di cuenta del sueño… y desperté. La luz del sol me abrazaba, el sobresalto llegó con una reprimenda del despertador apagado, contándome que llegaba tarde. Pensé si en verdad era buena idea esto de apuntar mis experiencias en el reino de Oniros; no solo llegaba tarde a trabajar, sino que además no iba a recuperar tan buena compañía esta noche.

    Anni B. Sweet – Buen Viaje

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  • Carta 3: Todo cae

    Carta 3: Todo cae

    Querido diario,

    Doy gracias por haber podido despertar hoy. Aunque el sueño fue confuso y recuerdo bien poco, el sabor de la angustia por la experiencia pasada quedó conmigo, y así lo plasmo en estas líneas matutinas que se van convirtiendo en un acto diario.

    Fue muy simple: solo me sentí caer en la oscuridad. No veía estrellas, árboles, luces… nada. Me derrumbaba en un escenario tenebroso, girando sobre mí mismo, sintiendo el aire traspasar mi cuerpo, y un final duro de trayecto que nunca llegaba.

    El terror de sentirme descender fue cediendo a una sensación de pérdida, como si el tiempo se escurriera como la arena de un reloj entre los dedos de una mano incapaz de sujetar nada. Es así como empecé a ver mi vida proyectada frente a mí, por completo, desde el principio.

    Contemplé el imposible momento de mi nacimiento. Desde el primer llanto me vi creciendo, recreando escenas olvidadas: el sabor del calor de mi madre, el frío de una habitación vacía cuando llegó el momento. Imágenes en blanco y negro de una caída en bici, de las olas del mar entre mis pies descalzos, con ese tono sepia que tienen los recuerdos antiguos que un día se perdieron en la memoria y solo dejaron el olor a mueble viejo.

    Mi primer beso fue ya a color. Sonaba la melodía de despedida y el ruido de cristales rotos que, aunque restaurados con pegamento, nunca volvieron a sonar igual las veces que se rompieron después. Pasaron las tardes de verano paseando por la alameda; esos días de ocio y calor desaparecieron en la oficina. De monitor de pantalla verde se reflejó entonces mi vida.

    La danza de cortejo a golpes de tambor con sonido envolvente terminó en marcha nupcial, en telarañas en los bolsillos, y en dejar las risas en casa, acomodadas en el sofá sobre películas eternas de falsos documentales de vidas ajenas.

    Con el primer crujido de espalda, el primer suspiro de aliento difícil entre escalones, el tiempo se hizo más rápido y el camino más adverso. Me advirtieron del acecho aceitoso de sabores tradicionales y de la conspiración dulce del café amargo. Quisieron que caminara rápido, sin descuidar el trabajo, sin descansar en tramos largos, porque a fin de mes llegaba descalzo.

    Cuando ya quise intuir un final de cruces plantadas en fosas comunes y palabras de ánimo para la familia, caí en la cuenta de que no había pasado todavía. Que me daba tiempo a seguir con mi vida, a domar mi destino. Decidí despertarme ya y no esperar a ver el final del abismo.

    El olor a café desde mi ventana me supo a victoria.

    Lacuna Coil – Swamped

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  • Carta 2: Susurro dormido

    Carta 2: Susurro dormido

    Dormitorio onírico al amanecer con niebla entrando por la ventana abierta, cortinas blancas moviéndose suavemente y un cuaderno abierto sobre la mesilla de noche. Una figura femenina fantasmal se disuelve en humo cerca de la ventana, rodeada de un aroma suave de jazmín, azahar y vainilla. Atmósfera surrealista, símbolo de un sueño lúcido y deseo contenido.

    Querido diario;

    Hoy he despertado nublado, triste, con la sensación de abandono de aquel can que, en su afán por encontrar restos de una familia desconsiderada, acabó varado en el asfalto. Supongo que se debe al sueño que tuve esta noche, y como va siendo costumbre, aquí lo dejo por escrito.


    Las sombras tocaban mi ventana con un aroma reconocible y dulce: jazmín, azahar y vainilla. Me acerqué, quise verla flotar, esperando entrar, y como si cumpliéramos una cita previamente pactada, la dejé pasar.
    Pero al abrazarla se hizo humo. No podía tocarla. Era solo el reflejo de una necesidad antigua: la de querer, y no poder amar.

    En una sonrisa apenas distinta de una caricia, se acercó a mi oído y me susurró su forma. Me dio un nombre: el de una súcubo que destierra la frontera entre éter y piel, entre el deseo de valer y la posibilidad de lograr.
    Me dijo que solo tenía que desearlo, que gritara su nombre y lo hiciera mío. Pero por más que quería, no podía.
    El aire no pasaba por mi cuerpo. No había sonido en mi mundo mudo.

    Desirya.

    Grité al sol, a los astros, al viento que seguía esperando paciente tras la ventana.
    Grité al amanecer, a esa luz escondida entre nubes que apenas asomaba.
    Grité también a mi propio lamento.
    Pero ya no había nada.
    Ya estaba despierto.

    Björ – Unravel

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  • Carta 1: El río inverso

    Carta 1: El río inverso

    Hombre pálido con rostro empolvado, vestido con mallas victorianas, mimando tocar un violín invisible mientras está de pie en agua tranquila hasta las rodillas. Pequeños pájaros azules brillantes revolotean a su alrededor en una escena onírica y etérea con niebla suave y luz pastel, evocando un sueño lúcido y poético.

    Abrió los ojos de repente, la oscuridad todavía dominaba el horizonte. Una musiquilla de violín recorría la atmósfera, no supo si residuo de un sueño todavía latente o una extraña hora de ensayo de un vecino desconsiderado. Eso le hizo recordar, encendió la luz de la lámpara auxiliar, recogió el bloc de notas de la mesilla de noche y empezó a escribir.



    Querido diario,

    Mi terapeuta me ha insistido que es importante anotar cada uno de los sueños que pueda recordar, como soy obediente y creo que la aventura valdrá la pena, aquí empiezo con el primero.

    Con los pies en el agua del río, iba caminando lento, con la dificultad de ir a contracorriente. Habían más personas en este sueño, unos conocidos, otros no, pero todos iban a la dirección contraria. Pasó una dama de traje largo, mojado hasta media pierna, que saludaba con un pañuelo con encajes de color marfil. Un señor con bigote dalinesco, que cruzaba el cauce con una bicicleta antigua, de esas de paseo ingles de finales de los 60, iba haciendo zig zag y tocando el timbre con pasión. El que más me llamó la atención, fue un hombre con la cara empolvada de talco y mayas victorianas que tocaba una melodía con un instrumento imaginario al compas del trino de pajarillos azules que revoloteaban a su alrededor.



    El vecino del violín no quería dar tregua a su ensayo, por mucho que los rayos de un sol perezoso y asustadizo, aun no hubiera hecho más que asomar tímidamente. Pero ya empezó a cantar el gallo, a trinar los jilgueros de la vecina del cuarto y a sonar el motor del utilitario viejo del de la vivienda de enfrente.



    El río empezó a dejar de ser cristalino como las gotas de rocío, pronto empezó a llenarse de humo negro, de carbó tiznado que ensuciaba todo lo que tocara. Al fondo, un antiguo Nissan Patrol de defensas oxidadas y cornamentas impresionantes en el capó amenazaba a rugidos acelerados con arremeter contra mi. Con dificultad empecé a dar la vuelta, pensando en correr, huir de esa monstruosidad motorizada con explosiones humeantes y llamas en el escape, pero el agua se había convertido en alquitrán y me pesaba mucho andar.



    La naturaleza dio luz a la sala, con ella la brisa fresca de la mañana hizo aparición por la ventana abierta y por ahí entraron unos pajarillos que se fueron a posar en las rodillas del escritor del diario que, molesto por el ruido del motor del coche de su vecino, le hacia difícil concentrarse en formar recuerdos.



    No me habia dado cuenta hasta ahora, de que mi cuerpo, o mi vestimenta estaba provisto de un par de alas enormes, dignas de un arcángel. La cercanía del terrible engendro de cuatro ruedas y mis prisas por huir hizo que las batiese con fuerzas, desplazando aire y elevando lentamente mi persona. Aunque el alquitrán que formaba ahora el cauce del río se quedaba pegada en mis pies, dejándome una conexión oscura con el resto del pestilente fluido. Ya estaba cerca el diabólico aparato de resoplido de fuego y rugir de motor y yo estaba frente a su zona de impacto.

    Una de las aves que cantaban con el violinista se posó en mi hombro a pesar de mi desfigurado rostro de miedo. Fue entonces cuando desperté…



    Los párpados eran pesados pero su respiración agitada, se incorporó de la cama con violencia y así dio por finalizado, de repente, su extraño sueño. Era hora de coger la libreta que guardaba en su mesita de noche para poder escribir su primer sueño.

    Linkin Park – In The End

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