
Carta 24: Como una gota sobre el mar oscuro
Querido diario:
Fue como una sola gota cayendo en un océano sin luna.
Así mantenían su secuestro: en el silencio profundo de un cuerpo inmóvil, atrapada en un descanso enfermo donde ni siquiera el leve temblor de los párpados sobrevivía. Pero antes de entrar en su sueño, primero teníamos que encontrar su cuerpo en el mundo despierto.
Pocos días después de capturar a Ikelos comprendimos la urgencia. Para hallarla, me adentré en la puerta del soñador electrónico, a reclamarle aquel favor pendiente. No encontré contacto ni presencia, solo una pantalla suspendida en la nada, con un mensaje único:
«Por favor, espere».
Desperté sobresaltado: sonaba mi teléfono.
—¿Hola? ¿Quién es?
Una voz artificial respondió con calma quirúrgica:
—En breve recibirá un correo con los datos necesarios. Memorícelo y destrúyalo. Me pondré en contacto cuando sea posible.
Colgó. Minutos después, el correo llegó: una dirección y los teléfonos de todos mis compañeros oníricos. Incluso el de Ikelos. Como el idioma podía ser un obstáculo, escribí a todos por texto. Más fácil de traducir. Más humano.
El vaquero era un mexicano de cincuenta años que vivía en Orlando. Fue el primero en contestar, con un español perfecto y una voluntad sincera de ayudar, aunque no pudiera moverse de su ciudad.
Los gemelos Wilson resultaron ser una pareja de japoneses que vivían en Londres. Les pareció que la aventura merecía el riesgo: “Seguiremos la pista de nuestra dama de verde”, dijeron.
Katty, la chica-gato, era una estudiante de Derecho, venezolana afincada en Madrid. Se asustó al principio, pero aceptó colaborar “en lo que mis nervios permitan”.
Entonces ocurrió el pequeño milagro: el ping de un mensaje. Nuestro amigo electrónico nos tendía la mano.
Un billete rumbo a Roma.
¿Pero qué nos esperaba allí?
El motor del avión me arrulló hacia el sueño. Regresé a mi campo de puertas: la del soñador electrónico estaba entreabierta. Asomé la cabeza. Solo una pantalla, un cursor parpadeante esperando órdenes.
Desperté con una tormenta partiéndome el sueño en dos. Y por primera vez en meses, fui incapaz de volver a dormir.
Desde la ventanilla, Roma se abría como un recuerdo antiguo. A lo lejos, el Coliseo.
Chelsea Wolfe – House of Metal
“La tormenta no terminó al aterrizar. Solo cambió de forma.”


















