Ella, por encima de la suciedad lumínica que tapa la bóveda celeste, sobre el filo de las escarpadas montañas, contemplaba incansable el infinito. Su dedo apuntaba a Cor Leonis, su mirada perdida en un sueño, se elevó al sonar el teléfono.
-¿Lo has visto?
-Hola, Marcos, ¿estás de guardia?
-Sí, en la Constelación del León, dime qué no lo has visto.
-Sí, hay un pulso, algo raro.
-¡Lo sabía! Pásame tu perspectiva.
-Te la envío, ¿has hecho algún contraste?
-Sí, los rusos ven lo mismo. Es un pulso. Tiene un patrón lógico, hay algo que nos está hablando.
-Espera, ¿estás seguro? Un pulsar podría estar enviando una señal. Parece un faro en el espacio.
-Ahí no, no hay ninguno. Además, tiene un patrón.
-¿Tienes una secuencia?
-Sí, te la paso.
Ella buscó en su correo electrónico, ahí estaba, señalado con líneas y puntos. Un párrafo enorme lleno de un código lleno de líneas y puntos.
– ¡Dios mío!
-¿Lo ves? No para de emitir esa señal, yo diría que es binario.
En un cósmico estruendo, entre saliva de lava y ardiente deseo de libertad, el espíritu del fuego se derramó por la ladera del volcán, y a su paso iba arrasando lo que encontraba.
Una niña, con expresión enfadada y manos en la cintura, esperaba al monstruo bajo la falda de la montaña que, preso de la curiosidad, paró ante ella.
-Eres una criatura bruta y desconsiderada, estás destrozando el monte.- Le replicó la pequeña enojada.
-Quita de en medio, criatura de agua, o te terminaré quemando.
-Ni lo sueñes, si me quito, arderá mi pueblo.
Su signo era tórrido, pero su corazón ardía de pasión, no de maldad. Al escuchar a la niña se dividió en dos y rodeó la aldea donde habitaba ella. Siguió su camino sin dejar de abrasar todo lo que tocaba.
El viento trajo a la lluvia y esta fue enfriando al incendiario ser, que sufría inmensamente por cada gota que evaporada. Se vio en la agonía de dejar de existir si no dejaba de dilucidar y crepitó mientras se apagaba.
La niña, rociando de aceite el extremo de un leño, y alimentó con él las brasas de lo que quedaba del espíritu del fuego, llevándolo cobijo de su poblado. El pirómano ser se convirtió en hoguera y con expresión afligida le dijo a la niña.
-Yo he destruido tu monte y tú me salvas la vida.
-Salvaste mi pueblo, y nos volverás a salvar.
-Pero yo lo único que sé hacer es incinerar y chamuscar.
-¿Sabes dar calor?
-Sí.
-Entonces, nos protegerás del invierno.
Caía la nieve envolviendo el paisaje en un blanco manto helado, convirtiendo en cristal la furia del río, haciendo tiritar a los árboles, que quedaron desnudos e inmaculados. Pero en la aldea reinaba la alegría, de ambiente festivo, de estar sentados todos alrededor del fuego, comiendo y brindando por el calor del invierno.
La niña, cerca de las brasas, comprendió que la tierra amaba al viento y al agua, pero también al fuego.
-Hola, hola, hola, humano, ¡cuánto tiempo! ¿Por qué me has dejado solo? ¿Por qué, por qué? Te he echado de menos.
-Hola, Willi, ¿qué tal?
-Qué bien que hayas vuelto. Ven, que te lama la cara, quiero saber qué has comido.
-No, Willi, no.
-¿Por qué? Déjame anda, una lamidita nada más. ¿Me das de comer?
-Sí, claro. Comida. Bien.
Martes 14 de enero
Día dos tras la implantación.
-Hola, hola, hola, humano, ¡cuánto tiempo! ¿Por qué me has dejado solo? ¿Por qué, por qué, por qué? Te he echado de menos.
-¿Qué tal Willi?
-Bien, oye apestas, ¿dónde te has revolcado?
-Es colonia.
-Pues apesta mucho. ¿Me traes comida?
Miércoles 12 de febrero
Día treinta y tres tras la implantación.
-Hola, hola, hola, humano, cuánto tiempo, ¿Por qué me has dejado solo? ¿Por qué, por qué, por qué? Te he echado de menos.
-Hola, Willi, hola.
-Oye, humano, te veo cansado, déjame que te lama la cara.
-Te sentará bien. Oye, ¿trajiste comida?
Viernes 10 de octubre
Día doscientos setenta y tres tras la implantación
-Hola, hola, hola, humano, cuánto tiempo, ¿Por qué me has dejado solo? ¿Por qué, por qué, por qué? Te he echado de menos.
-Hola.
-Oye, humano, ¿qué te pasa?
-No sé, Willi, no estoy de ánimos.
-Venga, humano, cuéntamelo, soy tu amigo.
– Tal vez veo que el experimento no esté funcionando.
-¿Qué experimento?
-¿No lo sabes? Si tú eres parte del experimento.
-¿Yo?
-Si, te implantamos un traductor de lenguaje para probar que tienes cierta inteligencia, pero no avanza.
-Ah, ¿El cacharro que tengo en la cabeza? Es verdad, desde que lo tengo te entiendo mejor.
-Pero no has evolucionado nada, repites lo mismo desde aquel día, no veo que aprendas.
– Joder, humano, claro que aprendo. Te escucho y recuerdo lo que dices, pero es que tus conversaciones son muy aburridas. Ni quieres jugar, ni quieres pasear, yo creo que casi no comes. No veo que deba aprender mucho de ti.
-Pero el hecho de entenderme te tendría que abrir más la mente, tendrías que interesarte por más cosas.
-No sé, humano, yo aprendí tu idioma antes de que me pusieran el chisme este, puede que tú no. No necesitaba este casco para entenderte. Pero es que, además, nosotros, los perros, no tenemos grandes necesidades. Tú me das tu amistad, me das comida y me permites pasear un buen rato. Sintiéndome seguro en el sitio en el que vivo, ¿qué más necesito? Anda, dame de comer humano y vuelve con tus preocupaciones luego si quieres.
El ente alzó su esencia a las partículas primigenias que en alguna ocasión habían formado parte de él. Se completó en un individuo y apaciguó con cordura su largo encierro.
La bruja, desnuda y sin pudor, se encontraba frente a él esperando su recompensa. Tenía miedo, sin duda nunca se había enfrentado con un poder como el suyo, pero la necesitaba, solo ella podía liberarlo.
Salutaciones poderosa hechicera, en vos encomiendo mi poder, decidme qué deseáis y os lo concederé.
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
-Tengo muchos nombres, pero ninguno es importante. Vos me habéis llamado así que sabréis por qué lo habéis hecho.
-No estaba llamando a nadie, estaba en otros asuntos cuando de pronto apareciste entre luz y humo.
-¿No pretendía invitarme entonces?
-¡No! Yo estaba… Hacía otra cosa. No sé cómo invocarte.
-Es fácil, frotando el objeto donde se capturó mi mente.
-Ah, pues puede que sí que haya frotado algo, pero no sabía que tú estabas allí.
-Entonces te propondré un trato. Haré realidad cualquier deseo de quien me quiera liberar, pero para eso debe destruir el objeto que me hace prisionero.
-¿Te refieres a esto?
La dama le enseñó un pene tallado en caoba, de color oscuro y con símbolos extraños grabados alrededor de la forma cilíndrica.
-Me temo que no era consciente de la figura que me contenía. Si la destruyes quemándola, nuestro pacto se hará realidad. Pero, ¿se puede saber de qué forma andaba frotando esa representación fálica?
-Mejor nos preocupamos por concretar nuestro pacto y dejamos esta anécdota para otra ocasión.
El amanecer era purga y premio para ellos dos. Los primeros rayos de sol aparecieron justo al término de los últimos besos, después… tan solo disfrutar del nacimiento del nuevo día.
Tras la luz, desafiando el aire, un ser alado, desafiando el viento, cruzaba el horizonte para acercarse a la pareja que contemplaba el cielo.
-¿Es una gaviota?
-No lo parece, es muy grande.
-Un águila imperial, quizás.
-Sigue pareciéndome grande.
La criatura alada, en su danza entre las nubes, se acercaba rauda.
-Un buitre o un cóndor.
-No, no me parece un ave.
Surcando las alturas, el reptil volador pasó por encima de ellos, emitía un sonoro y peculiar graznido desde sus fosas nasales.
-¡Es un pterodáctilo!
Los dos enamorados corrieron a refugiarse del colosal espanto que les sobrevolaba. La criatura no torció su camino, pasó de largo, solo le interesaba llegar a su destino.
Las noticias de la tarde, con pulcritud, relataron la inverosímil historia de la pareja enajenada por el amor que se procesaban.
-Oye Sgruolp- Se escuchó decir dentro de la cabeza del saurio. – Creo que el camuflaje de la nave está un poco anticuado
– Es lo que tienen los recortes de gastos en invasiones interplanetarias.
Cada vez entiendo menos de política, pero sé que, independiente al color, pues todo parece a tonos marrones, cada vez veo menos ganas de ocuparse de la gestión del país y más de salir en prensa, estar presente en sus fiestas privadas y vivir como tiempo atrás lo hacían los marqueses, de los demás y sin pensar en nadie.
De pequeño, en el colegio, me enseñaron sobre la democracia, me la presentaron como un cuento de hadas donde el príncipe azul eras tú y besabas a tu país con cariño, donde la malvada madrastra dejaría de tener el poder de someter a su antojo a los habitantes de este reino encantado. Lo cantaron como algo nuevo que nos haría libre y aquellos niños crecieron con una mentira que se fue pudriendo, se convirtió en una versión moderna y con glamour de aquellos cuarenta años de oscuridad, de procesión de rodillas y almas folclóricas en pena.
Este juego de ajedrez, de movimientos blindados con leyes y de distracciones de circo barato y fútbol en pantallas gigantes, se aleja mucho a esa idea de que con un voto se daría más oportunidad a un pueblo oprimido y que con este simple gesto habría más voz.
Lástima que mi imaginación no llega a tanto, no llego a poder imaginar una solución coherente, no sé cómo se puede repartir el poder.
Quizás se deba de castigar la corrupción por adelantado o celebrar un juicio final a cualquier gobernante, en el que se aprecie una balanza de promesas por cumplir y hambre del pueblo en su haber. O dejar que nos gobiernen máquinas que ellas sabrán qué hacer.
Si los cálculos no fallaban, entraría en órbita terrestre. Con la tecnología actual, los científicos no se explicaban cómo no lo habían detectado. Pero que empezara a frenar era algo que no se explicaban. ¿Cómo un cometa podía reducir el impulso por sí solo?
Todo el mundo lo podía ver, llegaría a ponerse en órbita el día veinticuatro de diciembre, así que la prensa lo bautizó como el cometa de la Navidad.
A la velocidad con la que se aproximaba, los científicos aseguraban que se convertiría en una segunda minúscula luna el tiempo que permaneciera circulando alrededor de la tierra. Todo apuntaba a que era un objeto artificial.
En el mundo, pronto se había corrido la noticia de que la estrella fugaz anunciaba la segunda venida de Jesús de Nazaret. Para los judíos era la primera. Otras religiones tenían otras teorías.
El día 24 por la noche, tal y como se esperaba, el cometa empezó a orbitar la tierra, la masa de roca y hielo se fragmentó en pequeños fragmentos y empezaron a descender a las principales capitales del mundo. Uno de ellos alcanzó el cielo de Madrid a las 20:32 y empezó a descender sobre las Puertas del Sol.
Era un fragmento de roca rodeado de luz, como si de un escudo energético se tratara. Bajo la plaza, les esperaba una muchedumbre y todos los efectivos del ejército que habían podido reunir en la zona.
Bajó lentamente hasta posicionarse a unos metros del suelo. Un rayo de luz apuntó al asfalto y allí se materializaron varios humanoides, eran bajitos, verdes y cabezones. Todos llevaban un ridículo gorro de Papá Noel. Hubo uno de ellos, el que tenía una borla en el gorro con luces de colores, empezó a hablar.
-Queridos humanos, ante todo queremos desearles, tal y como marcan sus tradiciones, una feliz Navidad. Venimos en son de paz, bueno, más que en son de paz, lo que queremos es unirnos a la fiesta. ¿Dónde se celebra?
Juan Andrés caminaba cabizbajo y pensativo. Su vida no era un jardín de rosas, pero no se podía quejar. Una familia perfecta, Julia y Mateo, sus gemelos de cinco años le mantenían siempre ocupado, pero los adoraba. Su mujer, Isabel, que era divertida, cariñosa y siempre estaba cuando lo necesitaba. Y, por último y no menos importante, Blacky, su gato negro creador del eterno ronroneo que le daba paz en el descanso.
Trabajaba como contable en una empresa de comercio online, con un cómodo horario de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, muy cerca de su casa, podía ir andando. Contaba con buenas amistades gracias al buen ambiente que se había logrado formar entre sus compañeros, los había descuidado un poco desde el nacimiento de sus hijos, pero sabían comprender y le perdonaban sus ausencias.
Pero había algo que le atormentaba profundamente, ya que por las circunstancias del destino, había acabado siendo un personaje importante en un planeta remoto de una dimensión paralela a la nuestra que existía en la casa de su cuñado José Carlos. Él era el Dios supremo del inframundo de la zona.
Temido y odiado a partes iguales, Juan Andrés, el demonio de Eleonoro, pues así se llamaba también el planeta, tenía una misión fácil y concreta. Atemorizar a la población Eleneoriana para que, con la amenaza del infierno, no se portaran mal.
Esa tarde de sábado, había sentido la llamada del deber, algo que empezaría a remover su quietud hasta que no apareciera en el lugar requerido, así que, tras meditarlo un instante, fue hasta la casa de José Carlos a visitar el universo que demandaba su presencia.
Apareció en medio de una explosión con aroma a azufre y humo blanco ambiental, encerrado en un círculo mágico de contención. Percibió cómo una joven bruja, en medio de una plegaria, suplicaba su presencia.
– Hola, ¿qué quieres?
– ¿Eres Juan Andrés, el demonio?
– Sí, claro.
– Quiero pruebas.
En ese momento él chasqueó los dedos y, en lo que dura un parpadeo, fueron transportados a un lugar dantesco, un páramo desierto rodeado de ríos de lava y un cielo tormentoso.
– Ahora dime, ¿qué quieres?
– Estoy harta de suplicar a Dios por un milagro y desesperadamente ahora me encomiendo a usted.
– Pero los seres divinos no podemos inmiscuirnos en asuntos de los mortales.
– Las cosechas se pierden, estamos pasando hambre, vamos a morir.
– ¿Y qué puedo hacer yo?
– Pues estaría bien que castigara usted a los señores de la guerra, que son los que estropean la cosecha con sus batallas.
– Ahora necesito entender por qué hay guerra.
– Porque nosotros ocupamos sus tierras para poder plantar, para alimentarnos.
– Se me ocurre una idea ¿Cuál es el metal más codiciado en vuestro mundo?
– El oro azul, desde luego.
– Vale, te voy a dar algo que puedes usar para que te dejen plantar en sus tierras. Volveré, libérame y espérame aquí.
El diablo, con la astucia que le caracteriza, aprovechó que sus familiares dormían para sustraer una caja muy significativa para el cometido que tenía pensado. Volviendo al lugar señalado en cuanto le fue posible. Al llegar, la dama le estaba esperando con ansias.
– Toma, aquí hay algo que os va a ser muy útil. Examina el contenido y dáselo como pago a los dueños de las tierras, ellos notarán su procedencia divina, ya que pertenecen a mi cuñad… A vuestro Dios. Si eres inteligente, copiarás los objetos con vuestro oro azul y los utilizarás con sabiduría.
– Gracias, señor maligno.
– No es un regalo, como todo pacto conmigo tiene un precio.
– Estoy dispuesta, Señor.
– Cuando mueras, obtendré tu alma, y me ayudarás con mis asuntos cuando yo esté en menesteres más… elevados.
– Así será.
Con una voluta de humo desapareció de la vista de la joven, ella tenía la sensación de que no había sido un mal negocio y empezó a pensar cómo utilizar la información y los objetos.
Pasaron unos meses y Juan Andrés andaba mucho más relajado. En el parque cercano a su casa se ocupaba de sus hijos cuando una llamada de su cuñado le sorprendió.
– ¿Hola?
– Eres un poco cabroncete ¿No?
– ¿Yo? ¿Qué he hecho ahora?
– Vale que le hayas dado a mis gamusinos ideas para inventar la economía mundial de Eleonoro, ahora están en una guerra mundial por el poder. Pero haberles regalado mi colección de monedas del mundial 82, eso sí que no. Ya puedes ir pensando cómo vas a recuperarlas.