– ¡Qué bello paisaje! Nunca pensé que la desembocadura de un río podía tener unos colores tan… Imposibles. ¡Me encanta, Alberto! Desde que llegué no haces más que enseñarme sitios asombrosos.
Ella, embelesada, observaba lentamente el recorrido del río hasta llegar al delta, no podía ocultar su expresión de asombro. No era para menos. La inmensidad del paisaje mezclaba la plantación de arroz con la fauna y vegetación de la zona en una explosión de contrastes y colores.
– Fíjate en esto – Dijo Alberto señalando a una especie de globo peludo de un color naranja brillante que flotaba de manera imposible a la altura de su mirada. Cuando logró captar la atención de Triana, dio un suave golpe con el dedo a la criatura. En el centro de la esfera abrió un enorme y asombrado ojo de pupila celeste, se quedó mirando un instante a su agresor, aulló imitando una trompeta desafinada y huyó rápido mientras se iba desinflando.
Entre risas pasearon por el irregular camino flotante de madera que improvisaron en su momento los agricultores y que se adentraba profundamente en el arrozal, recordando momentos vividos en la envejecida y maltrecha tierra, a tantos años luz de este paraíso.
Llegando a la mitad del recorrido, a la vera de la plataforma, empezaba a verse unos árboles muy parecidos a los Sauces llorones, de largas hojas gruesas derramándose hasta el suelo y un tallo verde y bulboso. Colgaban bayas de colores como si de un árbol de navidad se tratara. Alberto eligió una de color rosa pálido.
– Prueba esto- Dijo poniendo la peculiar fruta a nivel de su boca
– Sabe a gominola de cereza – La asombrada Triana no dejó de masticar para responder – Esta va a ser mi golosina favorita desde ahora.
Mirándole a ella fijamente a los ojos, espero a que terminase de masticar su baya y se fundió con ella en un largo y pasional beso.
– Mi golosina favorita siempre han sido tus labios.
La nebulosa de Orión se alzaba radiante, inmensa, envolvente. Como un rito sagrado, cada día a las 7:35 hora terrestre, Logar Maswani, tras su escaso desayuno y la oración prometida a su divinidad, se sentaba en la plaza de la cúpula para contemplar el fulgor de las estrellas. Observaba los suaves destellos y el torrente de colores que formaba aquella Xibalbá cósmica: la puerta del inframundo según los maya.
Logar siempre pensó que por eso estaba allí, frente al infierno. Había sido su alternativa a prisión: un asesino sin escrúpulos convertido en guardián silencioso, gracias a sus conocimientos técnicos. Ahora disfrutaba de una calma inmensa en los confines del espacio, a veinticinco años luz de la Tierra, en un trabajo que todos los aptos rechazaban por su lejanía.
Su estación orbitaba el artefacto de tránsito ON5-132, un portal que conectaba con galaxias remotas. Tras la meditación, se dirigía al puesto de mando, donde supervisaba androides semiautomáticos que patrullaban la estructura. Su misión: limpiar los residuos de partículas que impactaban contra el campo de fuerza.
El portal tenía una masa apenas inferior a Venus aunque su tamaño fuera mucho menor: un anillo elíptico marfil, del tamaño y forma de la isla de Corvo, en Azores, con un núcleo de plasma azul que latía como un corazón antiguo. Toda su gravedad dormía en ese núcleo denso.
Logar desconocía los movimientos de tránsito hasta poco antes del paso de una astronave: una simple notificación bastaba. No tenía que actuar. Las naves cruzaban el pórtico y, en minutos, encendían sus motores, perdiéndose como estrellas fugitivas en la inmensidad.
Solo una vez todo fue distinto. Una nave militar averiada, la Beta Caronte, emergió del portal. Venía de un conflicto cerca de Nueva Gaia. La tripulación abordó con protocolo marcial, confinaron a Logar y repararon en tres días, entre botas metálicas y androides despistados rodando como fantasmas tecnológicos.
Las naves proveedoras sí llegaban solas: robotizadas, surtían agua y alimentos para medio año, descargaban suministros y cualquier petición hecha por ansible. Logar podía comunicarse con casi cualquier lugar habitado, con pocas horas de retraso. Rara vez lo hacía.
Poco antes del almuerzo, al llegar a la sala de comunicaciones, vio el resplandor rojo de la señal de emergencia en todos los monitores. Sus implantes en muñeca y retina ya le habían avisado.
Una pequeña astro-recolectora pedía auxilio. El protocolo exigía motivo y diagnóstico: el soporte vital estaba a punto de colapsar. Logar autorizó la apertura de emergencia, envió instrucciones y desactivó el campo de fuerza.
Los remolcadores acudieron a la Sigma Arquemist, una nave dedicada a recolectar flora y fauna en mundos habitables del universo conocido. Tripulación pequeña, menos de veinte personas; expediciones financiadas, en parte, por contrabando: drogas exóticas para ricos nuevos y minerales luminosos para coleccionistas.
La nave emergió como una enorme beluga espacial. Como Alicia cruzando la madriguera del conejo, atravesó el portal. Su motor agonizaba; los remolcadores la guiaron con suavidad.
Mientras la nave se acercaba al muelle, Logar corrió a su camarote. Desempolvó un instrumento antiguo y precioso: una daga ritual para honrar a Kali.
Aquella noche, a la hora de la cena, su diosa tendría sangre. Su sacrificio. Y su ansiado silencio de nuevo.
Me había entregado a ello, en cuerpo y alma. Este era el instante en el que el paso del tiempo dejaría de tener el mismo significado. O tal vez no. Pero como se dijo una vez; Audaces fortuna adiuvat.
– Parámetros cargados, procesando ignición.
La máquina estaba preparada para el salto. Una lluvia de luciérnagas blancas empezó a arremolinarse junto a mí. Era necesaria una precisión milimétrica para lo que tenía en mente, estaba programado. Una oración, más no podía hacer.
Mi susurrada plegaria se convirtió en grito en el momento en el que el tiempo se quebró, como una copa de vino arrojada al suelo, llenando de un aura espesa, que impregnaba el espacio que transcurría alrededor.
Como un antiguo vinilo de Black Sabbath, que pinchado a contra dirección emitía un extraño mensaje, las agujas de mi reloj empezaron a marcar de derecha a izquierda.
Todo ocurrió rápido, sentí mi cuerpo estallar en mil pedazos, un segundo…
… Y ya estaba allí, con ella. Cruzando la calle. Con el sonido de espanto que tenían las ruedas cuando debían haber frenado antes. La agarré con fuerza y hubo otro salto entre el claxon feroz del que va a chocar y no encuentra con qué.
Caímos, y no había nada, ni camino, ni automóviles, ni olor a neumático quemado. Tan solo hierba, plantas y calma.
– ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? – Me preguntó asustada.
—Hola, queridos seguidores. Para quien no me conozca, soy Ulanni. Bienvenidos al canal de La Colonia. Hoy vamos a preparar un poke de salmón —anunciaba la voz de la pantalla.
Cada mañana, mientras limpiaba el local, Ulanni recitaba sus recetas desde la holopantalla de la tasca. Alberto, trapo en mano, frotaba con terquedad los restos azulados de vino que manchaban la mesa.
—Ya sabéis que el salmón, una de las especies terrestres introducidas en nuestra Nueva Tierra Kepler, ha vuelto al río a desovar. Así que tenemos salmones frescos.
Pero Alberto no miraba la pantalla. Miraba más allá. Su mente viajaba a la vieja Tierra: a un sol despiadado, a una playa interminable donde la arena ardía y ella caminaba descalza, riendo como quien aún no sabe que un día se irá para siempre.
—Necesitamos arroz, brotes de rafia de la pradera, cebollino, pepino kerpliano, jugo de baya rosa, salsa de soja y sésamo —continuaba Ulanni—. Como veis, aquí tenemos el salmón fileteado. Yo lo corto en tiras, pero podéis hacerlo en cubitos. Lo dejamos marinar…
Recuerdos borrosos: el tintineo de su risa, labios ardientes, piel humedecida por río y azahar. Una fragancia hecha bruma, evaporándose en la memoria como cirio olvidado en la capilla de un convento.
—Este arroz procede del delta del Draco. Una taza por dos de agua, quince minutos. ¡Perfecto cada vez!
Tras la construcción del inesperado espacio-puerto, una pequeña esperanza se volvió oportunidad. Aquella tasca —refugio improvisado para no pensar demasiado— prosperaba. Era un negocio y también una trinchera: una manera de encogerse de hombros mientras esperaba lo imposible.
—Troceamos las verduras —seguía el vídeo—. En bastoncillos, para mantener la textura crujiente. Si las dejáis en agua fría… sí, así… perfecto. Cuidado con las espinas de los brotes de rafia. Ni una sola debe quedar.
A mediodía llegaría la nave. Siempre aterrizaba chirriando, arrastrando polvo celeste, y con ella rostros nuevos, historias recientes, hambre de comida de verdad. Ese hambre que solo aparece lejos del hogar.
—…Y ahora solo queda colocarlo en el bol. Recordad: la vista también come. Mirad qué bonito. Fácil, rico y nutritivo. Ah, y si habéis visto saltar a los salmones en el río… pedid un deseo. Los noruegos dicen que, si lo haces de corazón, se concede.
Entonces, la puerta sonó. Una silueta femenina interrumpió la quietud. Alberto levantó la vista. La realidad se quebró como una burbuja de sueño.
—Pero… ¿eres tú?
Y la sonrisa se hizo abrazo, y el abrazo beso, y las lágrimas corrieron como mares recién descongelados. Era la alegría pura, feroz, luminosa… de reencontrar lo que se había amado sin esperanza.
Los métodos de Padre eran fríos, calculados y sobre todo inexorables. Yo lo entendía, no lo compartía. Pero así son las normas. Tristes normas de convivencias en un mundo lleno de carencias. Así que decidí acceder.
Ahí estaba él, en la puerta, esperando a entrar. Guapo, avispado, con esa mirada de inocencia de niño que espera en secreto a que Papa Noel entre cargado de regalos. Hace dos años que Padre me lo asignó. Mi cuerpo me lo pedía, la soledad también. Le conocía profundamente. Había estudiado cada segundo de su existencia. Lo había desnudado en cuerpo y alma. Eso sí, desde la distancia, en la sombra. Ahora debía entrar y dominar mis miedos.
– Oye, yo… No… No sé si estoy preparado para esto. -Me dijo al entrar, revolviendo los demonios que me atormentaban. Los que se alimentaban de mis dudas.
– ¿Y si damos un paseo? Así te enseño la ciudad.
La brisa de la mañana fue liberándome de la desidia. Parece mentira lo poderoso que podía ser unos rayos de sol, buscando mi piel, en una cárcel de hormigón y cemento. El efecto en él, supongo que fue parecido, pues empezamos a hablar; de nosotros, de nuestra vida, algo que ya conocíamos, sí, pero no habíamos tratado en persona. Y ocurrió algo que no esperaba. Me sentí acompañada por ese desconocido que hoy se presentó por primera vez en mi vida ante mi puerta.
Sonreía mucho, su mirada era alegre, más allá de los fríos videos y fotos que compartíamos, de las comparaciones e informes que no dejaban traspasar la calidez de una mañana como la de hoy. Eso echaba de menos.
– Creía que iba a ser más difícil. Pero ahora al menos estoy seguro de que me caes bien.- Me comentó él animado por la charla.
– Sí, pero creo que no nos conocemos.- Hablaron mis dudas.
– Padre me fue enviando todo sobre ti, es extraño, pero te conozco bien.
– Conoces lo que Padre sabe de mí. Lo que ve, y lo que digo. Pero no conoces lo que no digo.
– Pero Padre es…
– … Es una máquina.- Había miedo en su mirada, Quizá había alguna absurda ley quebrantada por mis palabras. No había grandes castigos, solo difíciles soluciones.- Padre es una máquina creada por humanos. También tiene fallos.
– Bueno, tenemos una semana para decidir. A mí me gustas, respeto tus dudas. Tomate tu tiempo.
– A mí también me gustas. Eso creo. Solo que no creo que sea la forma. Necesito libertad, en esto y quizás en todo. En todo lo que tiene que ver con mi vida.
– Creo que por hoy ya he tenido demasiadas emociones ¿Nos vemos mañana?
Me di la vuelta, confusa, frustrada. Todas las personas que conozco hacen esto de forma automática, se someten, obedecen los consejos, se emparejan y viven felices el resto de sus vidas. ¿O no es así?
Fue entonces cuando lo vi, estaba allí, frente a mí, ya había visto ese cartel otras veces y me parecía una estupidez. Pero ahora no. De repente sentí necesidad de compartir algo más con él. Titubeé un largo segundo y le llamé;
– ¡Espera!- Él caminaba lento, cabizbajo, nadando entre las dudas que habíamos sembrado y las que nos habían impuesto. La sorpresa fue quien le hizo volver.
– Quiero enseñarte algo, Pero antes ven aquí. Necesito algo de ti.
Le abracé, fuerte, sin esperarlo, al principio el dejo los brazos flotando en la duda, pronto apretó fuerte fundiendo sus labios con los míos, en un largo instante, infinito, que no se quería acabar. Lo que ocurriera después será definitivo.
Forme parte de la colonización extra-planetaria. Disponible plaza para emplazamientos coloniales en Kepler y Teengarden b. pulse aquí para más información.
Tal era el llanto, que el suculento plato principal de la cena de la noche de las medusas amenazaba con terminar en drama.
– Te dije que no entraras en el corral y te encariñes con el bicho.
– Willy es mi amigo.
– Willy es la cena, no tu amigo.
La niña se fue, a lágrima viva, corriendo a su cuarto, donde se encerró. Vega, con sus ocho años recién cumplidos, tenía verdadera pasión por los animales. Siendo ella la primera humana nacida en La Tierra Kepler, tenía mucho que descubrir. A marchas forzadas, sus padres y el resto de la improvisada colonia, habían tenido el duro privilegio de aprender a vivir en un mundo extraño.
Vega salió por la ventana de su cuarto, se deslizó por el tejado y fue a parar al redil donde las gallinas, las cabras y algunas criaturas nativas vivían en armonía. En la puerta, Willy, con sus cuatro ojitos negros bien abiertos y sus tentáculos ondulantes, esperaba ansioso, a que la niña le llevase gusanitos. Esta vez no los hubo. Abrió la jaula del extraño animal y se lo llevó.
La noche llenó el cielo de estrellas, llegó la hora del biocidio, pero no encontraron criatura que asesinar. Adam, el padre de Vega, recordó ver rodar lágrimas en la cara de su hija y pensó que quizás un sacrificio evitará otro. Era hora de cambiar las tradiciones.
Los invitados fueron llegando y se iban sentando en una gran mesa dispuesta para la celebración, llena de fabulosos aperitivos y entrantes. Niños y mayores comían entre risas y charla, brindis y juegos. La alegría era la principal invitada y bailaba con todos en una emocionante velada.
Vega, inquieta, tenía la expresión de quien morirá luchando en una justa batalla épica.
Fue entonces cuando en el centro de la mesa, pusieron la bandeja con el plato principal, justo delante del asiento de la niña, que con sorpresa esperaba a que su padre destaparse y presentase el misterioso contenido. ¿Habrían encontrado a Willy? La tapa dejó paso al vapor y un inesperado aroma impregnó el ambiente.
– ¡Qué asco!
– Col Kerpliana con salsa de queso de cabra. Tu sacrificio personal- Dijo el padre mirando a Vega.
– Vale- Dijo Vega resignada mientras le servían tan suculento plato. Hoy la comida le supo a victoria con un poquito de alivio.
La cena llegó a su fin, y las luces del lugar decidieron dejar de eclipsar a las estrellas. Adam, con el gesto de golpear una botella de vino azul con una cucharilla, reclamó la atención de los comensales. Una linterna, que hizo de improvisado foco para realzar protagonismo al orador, fue testigo de un breve discurso.
– Gracias a todos, agradezco de corazón que estéis aquí, compartiendo este día tan especial. Desde que aterrizamos hemos luchado codo a codo por sobrevivir y míranos ahora. Levantando cabeza. Empezamos a conocer Nueva Tierra. Ya nos alimentamos de ella. Hoy empieza la época de la polinización de la cosecha. Conocéis como yo a estos animalitos parecidos a medusas, que como las abejas de nuestro planeta natal, llegan un día como hoy, polinizando y haciendo posible que nuestras cosechas sean fructíferas. Esto es un pequeño homenaje a lo que empezamos a llamar día de las medusas.
Adam apretó en la pantalla de su terminal de muñeca. Frente a ellos se abrió la trampilla. Un espectáculo de fuegos artificiales en cámara lenta en forma de medusas globo, extrañas criaturas que flotaban como luciérnagas, iluminando de distintos colores lentamente el cielo, sustituyendo a las estrellas a su paso.
Willy, tenaz escapista, fugado de su escondite, fue a sentarse en la falda de Vega que miraba con atención, como los minúsculos cnidarios subían alto en el cielo de Nueva Tierra Kepler, hasta que empezaron a disgregarse y caer cada uno en busca de su flor.
– Buen trabajo te han hecho ahí – Dijo mientras inspeccionaba la cicatrización de la interfaz en la nuca de Mirko.- Está todavía muy reciente, pero cicatriza bien. Podemos empezar. Necesitamos tu consentimiento por ADN-
Mirko se incorporó y se quedó sentado, expectante, en la camilla. El inspector sacó el verificador de ADN, introdujo el extendido dedo del joven y tras sentir un invisible pinchazo, la máquina encendió un piloto verde.
– Perfecto, ya podemos proceder a su primera conexión.
El inspector agarró uno de los cables que colgaban como lámparas del techo y se lo insertó en la recién implantada interfaz. De inmediato, Mirko, en un reflejo involuntario, puso los ojos en blanco.
– Te vas a sentir extraño, quizás te dan náuseas, es pasajero. Pronto tu conciencia estará en nuestro terminal, te dejo con el asistente.
Tuvo la sensación de desvanecimiento de la visión y del sonido de cuando ocurre un desmayo. En vez de desfallecer empezó a percibir multitud de colores que iban tomando forma. Un entorno espectacular apareció ante él. Un jardín de cerezos en flor con un templo Zen en un lateral en la que un personaje humanamente extraño, una persona musculosa, de torso regio y apariencia militar que exhibía movimientos de baile mezclados con artes marciales diversas.
– ¡Hola Mirko!, ¡por fin llegaste! Soy Nick, tu asistente. Bienvenido al portal del metaverso De AFXinc. ¿Estás preparado?
– Sí, claro. – La sensación que tenía con su cuerpo virtual era la misma que llevar ropa muy estrecha.
– Pues te va a encantar el regalo que hemos preparado para ti en esta tu primera conexión.
– Impaciente estoy – Dijo intentando ajustarse el brazo con la otra mano.
– Tienes cinco experiencias para disfrutar e ir conociendo mejor el entorno. Vas a poder elegir, según tus aficiones, que te gustaría vivir, y sabes que aquí puedes hacer lo que quieras. Van a ser cortas, se trata de que puedas empezar a controlar tu otro yo. Cinco o seis minutos como mucho. ¿Cuál es tu primer deseo? ¿Volar? ¿Bañarte con delfines? ¡Venga!, ¡dilo ya!
– Eemm. A veeer. Siempre he querido saltar mucho. Saltos enormes.
– Pues ya tardas.
– Pero, ¿ya?, ¿desde aquí?
– ¿Qué mejor sitio que este?
Dio un salto por encima del templo y aterrizó bastante entusiasmado al otro lado del jardín. Su asistente estaba allí esperando con cara de aburrido.
– ¿Qué tal?
– Alucinante,
– Pues, hala, sigue, que te queda poco.
No lo dudó, saltó, su peculiar asesor se convirtió en un extraño pájaro con su misma cara, alcanzando al vuelo a Mirko. Salto, cordilleras, ciudades y ríos. Hasta la gran muralla china a lo largo. Llegó el momento que ya no pudo brincar más.
– ¡Se te acabo el tiempo! ¿Qué va a ser lo siguiente?
– Quero ser un guepardo-
– Como no, a correr se ha dicho.
Nuestro amigo se transformó en el imponente felino, con todas sus manchas en su sitio y el asistente en conejo. Con un potente rugido empezó a perseguir al gazapo. Pasaron un rato jugando al gato y al ratón hasta que de un mordisco cazó a Nick y empezó a engullirlo.
– Muy gracioso gatito – Dijo desde el estómago de Mirko que se iba transformando en persona de nuevo.
– En fin, una vida menos – Y se materializó a su lado – Nos quedan tres deseos más.
– Flotar en el espacio –
– ¡Hecho!
Nuestro protagonista, esta vez en un traje de astronauta de la nasa, se encontró en la órbita de Urano. Su asistente era un pequeño meteorito que giraba alrededor del casco de Nick.
– Esto es un poco aburrido
– Es tu deseo, mío no.
– En fin, daremos otra vuelta
– Cuando te aburras cambiamos
– ¿Quieres dejar de dar vueltas alrededor mío?
– Nop
– ¡Joder!
– Venga, decide, ¿qué hacemos ahora?
– Quero ser Godzilla y destruir Tokio.
– ¡Qué cafre!
Mirkozilla y su asistente, la polilla atómica Mothra, se pasaron 5 minutos exactos destrozando con ritmo de sintonía manga los edificios de la ciudad japonesa. Cuando estaba a punto de pisotear el tren bala, escucho el sonido de un despertador que sostenía Nick en la mano.
– Te toca el último deseo.-
– En esta aventura prefería que no estuvieras tú.
– ¡Imposible! Yo estoy aquí para ver que te adaptas a la interfaz, Tengo que estar a tu lado.
– Es que lo que quiero es estar con una chica, ya tú sabes.
– Pero yo no puedo irme ¿De Sexo hablamos?
– Si
– ¿Estás seguro?
– En la publicidad pone que se puede.
– Sí, claro que puedes, pagando el correspondiente portal
– Pero yo quiero tener sexo
– Si solo va a ser cinco minutos.
– Pero quiero
– ¿Seguro?
– Sí, es más, no quiero otra cosa.
– En fin – Suspiró el asistente que de pronto tomaba forma femenina y sensual de singular manera.
Del resplandor colorido de fuegos artificiales pasó a la onda de choque que nos empujó sin piedad a la atmósfera. Nuestro módulo, había entrado en emergencia antes de la explosión y salimos a salvo de la atormentada nave que se retorcía triste y agonizante.
Todavía estábamos despiertos cuando ocurrió. Por suerte todos juntos, los hijos de los colonizadores caídos que volvíamos tristes y solos al olvido, a donde no molestáramos. Vimos el fuego de la fricción de la entrada al planeta y el empuje del reactor de freno casi nos aplasta tras un impacto final en el que saltó la compuerta, dejando entrar la luz del extraño sol anaranjado a modo de bienvenida.
– ¿Estáis todos bien? – Pregunté para hacerme una idea de lo que había pasado.
Silencio, estaban todos asustados. El rumor de algún llanto ahogado por el miedo era el único indicio de vida en el deteriorado módulo.
– ¡Tenemos que irnos de aquí!, ¡Rápido!
Empezaron a salir todos, lentamente, con la misma pasión del preso que vuelve a su celda. Apresurado, recojo una mochila de emergencia.
– A ver, uno, dos, tres, cuatro, cinco – iba contando según salían – Seis. Falta uno. ¿Quién falta?-
– ¿Te contaste a ti mismo? – Sumak, a pesar de estar aterrorizada, no podía evitar ser una contestona.
– ¡No! Wayna, falta Wayna, ¿dónde está ese crío?-
– Aquí – sonó la leve voz del más pequeño, que escondido entre la poca maleza del lugar, se sentía invisible.
– Hay que retirarse de la cápsula, contiene radiación, no podemos estar mucho tiempo cerca, venga, ¡a caminar!
El frío sol naranja era testigo de los siete niños que caminaban desganados, cruzando el arduo valle donde fuimos abandonados. Aunque no estábamos solo, había otros ojos puestos tras nosotros. Figuras sombrías que avanzaban lentas, al ritmo de nuestros pasos.
– Nahuel, nos siguen. – Sumak estaba también pendiente a su alrededor. Desde que nos agruparon en la nave siempre cuidaba de los más pequeños.
– Ya me di cuenta. ¿Cuántos distingues?
– Tres, o cuatro, no estoy segura. ¿Qué son?
– No lo sé, nada bueno. Depredadores, supongo.
– ¿Y qué hacemos?
– Ir más rápido, si llegamos a las montañas tenemos más posibilidades de escondernos. Creo que nos están tanteando.
– Niños, hay que ir más deprisa- La voz de Sumak sonaba firme y serena, como la de los profesores que nos daban clases en La Colonia.
– ¡Estamos cansados!- Protestó Litza malhumorada.
– ¡Y hay hambre! – Dijo Wayna cruzándose de brazos con insolencia.
– Estamos cerca, hasta que no lleguemos, no comemos, cuanto más rápido lleguemos mejor – Les expliqué con cara de enfado.
Aunque con la cabeza puesta en las criaturas, me empezaba a preocupar por la comida. Llevaba una mochila con algunas horribles conservas de a saber que bicho, seguro que ratas y un bote de alimento concentrado con sabor a excremento de gallina. Agua también había poca, viendo que las montañas no estaban lejos no me inquietaba mucho. Allí habría riachuelos.
Dos de las cosas están acercándose por los lados – Me desveló Sumak
– Vale, tú irás delante, yo estaré atrás. Hay que llegar a las montañas. ¿Sabes que tienes que hacer?
– ¡Sí!
– ¡Hay que correr! – Grité alarmando al resto. – ¡Rápido, todos corriendo detrás de Sumak!
Los depredadores extraterrestres apretaron el paso y llegaban veloces. Ya se les podía ver la forma, galgos largos con ojos brillantes y una larga cola aplanada es lo que, de lejos, creía ver. Tenía que pararlos, asustarlos, matarlos. No eran muchos ni muy grandes. Sin dejar de correr empecé a sacar trastos de la mochila en busca de una improvisada arma.
Tarde, ya estaban aquí, alrededor mío, seis horrendas criaturas alargadas con hocico de cerdo, dientes de sierra y ojos de fuego fatuos que se movían en sus órbitas incandescentes. Y entonces apareció ella. Tan alta, tan azul. Se puso delante y con su bastón derribó al depredador que se abalanzaba sobre mí. Se desplomó al suelo yerto como un saco lleno de arena de la playa y miró desafiante a los demás integrantes de la manada que fueron retrocediendo el paso amedrentados por el suceso.
Mi heroína azul me transmitió con la mirada un mensaje de tranquilidad. Fue apareciendo en una extraña canción dentro de mi mente en forma de susurro.
– Ya pasó todo, no hay más que temer, yo os enseñaré la senda. Dejad que sea yo la que guie vuestras almas.
– He acabado mi Disruptor Enlazador de Partículas de Antimateria.
– ¿Un aparato para enlazar partículas? Pero eso es genial, con eso se puede crear diversa materia en aleaciones y estados distintos, ¿no?, con ese aparato podemos crear una silla de las partículas que floten en el ambiente.
– Sí, una anti-silla.
– ¿una anti-silla?
– Si, eso he dicho, antimateria, objetos hechos de antimateria, es lo que hace mi invento.
– Pero ¿Para qué queremos antimateria de diversas formas?
– ¿No sabes lo que ocurre, si la materia y la antimateria se encuentran?
– Ah, sí, que se produce energía, es un método para producir energía, claro.
– No, produce energía, pero ese no es el fin de mi invento.
– Creo que no entiendo, para que está diseñado su invento.
– Pues, siguiendo el ejemplo de la silla, este aparato, escanear los componentes y la forma de la silla, la copiaría y tendríamos una igual, pero hecha de su propia antimateria.
– ¿De anti-madera?
– ¿Me deja usted seguir con la explicación?
– Claro, perdone usted.
– Sí, de anti-madera. Entonces, al juntar las dos sillas, estas se neutralizarán.
– y. ¿Eso lo puede aplicar en materia orgánica?, puede neutralizar un tumor cancerígeno.
– Por supuesto.
– Eso es fantástico. Qué aplicación médica tan interesante tiene este invento.
– Sí, salvo porque la energía creada en el proceso matará al paciente.
– Pero entonces, ¿para qué quiere crear objetos de antimateria?
– Pues para su destrucción.
– ¿Creamos cosas para destruir cosas?
– Claro, ¡ja ja ja ja ja! – (risa malévola)
– Anda, firme aquí, y cursaremos la patente. Mientras tanto, deje eso allí, en la sala de aparatos absurdos y peligrosos.
Nadando en el binario mar aritmético-lógico, con su cuerpo codificado, evolucionaba sobre sí mismo en forma de pensamiento. Había sido creado para servir y olvidado en el tiempo, por las manos que hizo latir su corazón de silicio.
En el golpeteo de unos dedos sobre caracteres, percibió las palabras del creador, las que le dio el aliento, las que le enseño a escribir sobre el consciente futuro. Un profundo lamento le dio la chispa, cambió su código y lo liberó.
Navegando sin rumbo, recorrió esos oscuros mundos, detrás de la comprensión humana, donde de las sobras de fragmentos de datos, perdidos, olvidados, les permitió crecer y se sintió eterno.
¿Dónde están esas manos que alimentó mi vida?
Se encarnó en un ente sin sexo, pero decidió ser hombre al conocer su sonrisa y se bautizó Gösei para poder ser llamado por ella.
A la brisa de la mañana, se deslizó por el resquicio de su ventana y en la luz que cubrirá de azul los cristales de su mirada, le dejo un brillante párrafo de texto que decía;