Buscando una excusa para encontrarnos a solas, me di cuenta de que ya no estabas. Te habías ido lejos, a aquel país que un día mencionaste, y que ya jamás sabría cuál es. Pero seguí buscando aquel momento. No sé por qué.
Los primeros días fueron de lluvia y río, de recuerdos inauditos: algunos falsos, otros fingidos, fantasías de un fracaso — de un tipo roto que se miente un poco para salir del paso.
Después llegó la calma, y supe míos aquellos instantes soñando despierto el sabor de tus besos.
Pasaron de caricias a palabras, y de palabras a hechos. Y cuando me di cuenta, mi fantasía ya tenía temas inciertos, y tú ya no estabas en ellos.
Fue entonces cuando entendí el secreto: no eras tú la protagonista de mis sueños. Fueron ellos quienes te acogieron unos días, solo para darle sabor a las palabras que escribo.
—Bien… ¿Y qué hemos encontrado? Con todo el dineral que nos donaron los fieles, tiene que haber noticias claras, ¿no?
—Lo cierto es que sí, Señor Supremo. Tenemos algo muy claro.
—Vale, ¿qué hemos descubierto?
—Es que… no le va a gustar.
—Vamos, vamos. No será tan terrible. No creo que haya nada que desajuste mucho nuestra fe.
—Mejor se lo resumo. Mandamos las balizas a lo largo del universo, como sabe, y llegaron hasta confines insospechados…
—Exacto, buscando cualquier prueba tangible de la existencia de Dios.
—Con la información recogida, nuestro superordenador cuántico —enlazado en tiempo real a través del ansible con los sensores remotos— procesó todos los datos.
—Eso ya lo sabemos. ¿Qué hemos encontrado?
—Verá… nuestro universo, tal y como sospechábamos, tiene forma de esfera perfecta. Pero no está solo. Existen multitud de universos similares.
—Sí, y también creíamos que la unión de todos ellos formaría la figura de Dios.
—Pues… ampliando el conjunto, vemos una especie de órgano.
—¿Dios es un ser vivo?
—Sí. Ampliando aún más… tiene forma de animal.
—¿Un cordero? ¿Una paloma?
—No exactamente. Se parece más a un caballo. Aunque… distorsionado.
—¡Ah! Entonces es algo así como Hayagriva.
—Bueno… da carreritas. Y pasta. Por lo que parece un prado. Aunque no relincha: más bien… grita.
—¿Grita?
—Sí. Grita mucho.
—¿Y nosotros? ¿En qué parte de ese buen animal habitamos? ¿En la cabeza? ¿En el corazón?
—Créame si le digo que no le va a gustar nada saber en la punta de qué parte estamos nosotros.
—En fin… si llega la prensa, dígales que fracasamos. Que no conseguimos ver nada más allá del Horizonte Cosmológico.
Te ofrezco la palabra: armonía escrita que alimenta tu espíritu, salpicada de matices, forjada por infinidad de mentes girando al son del ocaso; luchando con pluma y tinta para desafiar tu entendimiento y concederte el placer de la confusión, de mostrar el arcano para descubrir el enigma.
Te ofrezco el lienzo: plasma con tu voz en óleo, recorre la rugosa superficie saboreando la eufonía del pincel tallado. Rasga la materia inerte y dale el brillo de la sombra y la luz de la penumbra. Exprésate en líneas curvas de tiempo ganado al trazar tus sentidos.
Te ofrezco sintonías de vida alegre, banda sonora de aventuras indómitas en el exilio del sonido: compás que repica en tambores hambrientos de camino por andar, balada que acaricia el alma con acordes de golpes de pecho y lamentos que acompañan el anhelo.
Te ofrezco acatar tus deseos sin emitir juicios sobre la esencia del resultado, sin importar la dignidad ni el valor del título cerrado del producto. Prometo crearlo a tu imagen y semejanza, darle el soplo de vida y dejarlo a tu lado, esperando la inscripción de tu sello.
Pero antes, necesito una firma en la línea de puntos de este documento.
Nuestro personal investigativo ha llegado al fondo del asunto, del hasta hoy llamado «El misterioso reptiloide». El cual ha sido visualizado un par de veces, saliendo del bar Las mejores Croquetas junto con algunos parroquianos de buen nombre, a los cuales, según testimonios de los mismos, los ha salvado en varias ocasiones. Nuestro equipo investigativo y de redacción, nos tiene una reseña exacta del misterioso superhéroe.
A continuación la historia completa.
Cada uno de los habitantes de la ciudad lo había visto por lo menos alguna vez, sin percatarse de su existencia. Su nombre no llama la atención, su apariencia corriente: un metro setenta y cinco, desgarbado, casi siempre con jeans y con gafas graduadas. Cada mañana circula por las calles de la ciudad, con su SEAT 127 dirección a la oficina donde trabaja.
Estuvimos atentos el pasado miércoles, 6 de marzo. Desde su coche y con la ventanilla baja, Felipe Sierra mira al pasar el espectáculo cotidiano. Unos jóvenes empujaban a un anciano para robarle la cartera, todos los viandantes miraban para otro lado, mientras el señor acaba golpeado.
En este momento, Felipe aparca su antiguo utilitario cerca, fijándose en el altercado, sin perder de vista al grupo de delincuentes que empezaban a propinar una paliza al abuelo. Felipe guardaba un secreto, y sin darse cuenta de que lo seguíamos, siguió caminando dirigiéndose al callejón. Pudimos ver que algo empezaba a cambiar en su cuerpo. Sus ojos marrones se tornaron verdes, su cara empezó a alargarse, escamas en la piel y sus dedos se modificaron en garras. Estábamos estupefactos sin hacer ruido, y en seguida escuchamos un grito.
– ¡Hostias! ¡Un dinosaurio!
El delincuente juvenil no sabía que era sentir el látigo de la cola de nuestro héroe, que se abalanzó encima de la pandilla de malhechores, con dentelladas y puñetazos hasta hacer huir a los agresores del desvalido anciano que, arrodillado en el asfalto, le agradecía a nuestro protagonista su rescate con estas palabras.
– Por favor, no me coma, no me coma.
– Señor, ¿qué le voy a comer? Yo solo me comería ahora unas croquetas de jamón.
– ¿Entonces no viene a devorarme?
– No, los humanos me sientan mal, sabéis a cordero degollado.
– Entonces permítame invitarle a unas croquetas, en ese bar las hacen muy ricas.
– Hombre, empezamos bien, encantado.
– Perdóneme la inscripción, pero es usted muy raro. ¿Es un alienígena de las series de televisión de los años ochenta?
– No
– ¿Un velocirator tal vez?
– No, esos se extinguieron todos en Parque Jurásico.
– ¿Entonces?
– ¡¡¡SOY LAGARTIJOMAN!!! El inimitable Hombre Lagartija. Bueno, ya lo he dicho, que a gusto me he quedado, vamos a por las croquetas.- Dijo Felipe haciendo pose de superhéroe, consciente de que, como cualquier persona de este país, va a llegar tarde a trabajar por andar de vinos y tapas con la persona que ha salvado la vida.
Esta ha sido una historia de Juan Pedro, para el periódico «Particulares visitas a los bares de la ciudad».
-Ese extraño tatuaje ese que tienes en la espalda. ¿Qué es?
-Es una maldición.
– Una maldición, ya. Si es una maldición, ¿por qué te lo hiciste?
– No me lo hice yo, fue el resultado de la maldición.
– ¿Cómo fue?
“Hace tiempo, cuando era muy joven, casi un crío, me enteré de la noticia que marcaría mi vida. Marta era el amor de mi vida, el ser más lindo que he visto jamás en este mundo, pero la desgracia había caído sobre ella en forma de enfermedad. Le diagnosticaron una terrible dolencia cardíaca y le dieron pocos meses de vida.”
“Yo la amaba tanto que revolví cielo y tierra por un método para salvarla. Cuando se me terminaron los recursos, empecé a buscar en el infierno. Investigar entre demonios me fue más fácil de lo que había pensado. Sabía que iba a tener un precio y encontré el mío.”
“Al saber de mi búsqueda, un día se me presentó un ser con un contrato. Bajo el contrato había un hechizo. Bajo ese hechizo, la perdición de mi alma. Me propuso la posibilidad de una curación milagrosa, pero toda muerte prevista tenía que tener una de cambio. Me propuso un sacrificio.”
“Decidido cómo estaba, aunque salvarla era la prioridad, decidí, ya que no me veía capaz de matar a nadie, ser yo mismo el sacrificio. Así que planifiqué mi muerte.”
– ¡Ah! Pero tú estás vivo, te lo aseguro.
– Déjame explicar la historia y sabrás qué ocurrió.
– Sí, claro.
“En mi búsqueda por salvar la vida de Marta, aprendí mucho, nada bueno. Descubrí que la magia tenía muchas caras, pero la más oscura trataba, sobre todo, de engañar a los demonios. Y eso quise hacer.”
«Preparé una trampa, un círculo hermético donde atrapar al demonio que me procuraba el pacto. Busqué el lugar ideal para recitar el conjuro y así convocar a mi mecenas. Busqué para ese asunto una profunda cueva, en el lugar más recóndito que tuve tiempo a encontrar. Para ese entonces, ella ya estaba muy enferma. La muerte fue fácil de imitar, solo necesitaba de una droga que detuviera mi corazón el suficiente tiempo para que me diera por muerto.»
“Te puedes sorprender la cantidad de tipos de porquerías que puedes comprar en el mercado negro, solo deseaba que no me hubieran engañado. Pero no tenía nada que perder. Encendí las velas, pinté el círculo con un aerosol que me prometieron imborrable y comencé a recitar el hechizo. Trece interminables minutos hasta que, delante de mi cansado rostro, se transfiguró la bruma del ambiente en una criatura detestable.”
“Se dirigió a mí con una sonrisa cruel y reclamó su trofeo. “Quiero la muerte prometida”, me dijo, escupiendo al hablar. Yo, ingerí el brebaje adquirido a dudosas personas anónimas y empecé a padecer el peor dolor imaginable. Mi mente se fundió a negro y ya no recordé nada más.”
“No sé cuánto tiempo pasó hasta que empecé a recuperar mis sentidos. No tenía tiempo, en el momento en que supe que era capaz de caminar, corrí, sin terminar de abrir los ojos, corrí. Sentí un grito de rabia a mis espaldas, también el roce de unas garras, calientes como el infierno, duras como el anuncio de la desgracia. Un golpe con la pared de la cueva me hizo suspirar, eso significaba que estaba a salvo.”
“Mire atrás y me encontré al demonio golpeando con fuerza el muro invisible que lo retenía. Volví a correr, todo lo que mis pocas fuerzas me permitían. Más de lo que yo podía creer. Cuando percibí que estaba muy lejos, me desplomé y volví a morir. Un día, quizá dos, y una debilidad inmensa que me devolvió a rastras a la civilización. Me recogieron algunos lugareños y les di la escusa de que me había perdido en el bosque…”
– Entonces, el tatuaje no es una maldición, es una prueba de que venciste.
– No, es el recordatorio de que si en algún momento el círculo se rompe, ese ser vendrá a por mí.
-¿Y la chica sobrevivió?
– Sí, se recuperó milagrosamente bajo la mirada estupefacta del personal médico. Acto seguido rompió conmigo por haberla abandonado en su enfermedad.
Unos cien metros en picado le separaba del mar, un azul espectáculo rompiendo en blanco algodón, en la distancia no se percibía violencia, solo la calma del planear de las pardelas y el olor a sal que inundaba el firmamento. Él suspiraba el atardecer sentado en una roca, solicitando en silencio al cosmos la presencia de un amor esquivo.
– ¡Hola! ¿Qué haces? – Apareció de la nada esa voz cándida, de mujer muy joven, imaginó, pero no pudo ver a nadie.
– ¿Hola?
– Sí, eso dije, hola.
– ¿Quién eres? ¿Dónde estás?
– Coño, aquí, al lado tuyo.- Una gaviota blanca le observaba ladeando ligeramente la cabeza.
– Hostias, un loro.
– Oye, ¿tú ves plumas de colores? ¿Ves un pico curvado ávido de cacahuetes? ¿Escuchas un parloteo incesante con estridentes notas discordantes?
– No, pero no sabía que había más aves parlantes.
– Para tu información, los cuervos también hablan.
– Sí, pero traen la muerte.
– Qué sabrás tú de pájaros.
– Y… ¿Qué hace una gaviota por aquí?
– ¿Estás ligando conmigo?
– No, pero si no somos de la misma especie.
– Bueno, en verdad, soy una princesa encantada. Me hechizaron y ahora soy gaviota.
– ¿Pero eso no ocurría solo con ranas?
– Qué anticuado, ¿no? En ranas y orangutanes, además de gaviotas, claro. En contadas ocasiones en suricatas y comadrejas, que es el mismo animal con distinto número de serie.
– ¿Te sientes feliz siendo gaviota?
– Al principio sí, era libre volando sobre el mar eterno, chillando a los marineros, manchando a los que pasean por la orilla de la playa. Luego me dio hambre y sentí la necesidad de comer pescado muerto. Ahora me dan náuseas cuando me alimento, me dejó de gustar ser gaviota, prefería ser zarigüeya o solifugo.
– ¿Eso no es una araña?
– Sí, pero es tan mona…
– Da un poco de cringe.
– Bueno, ¿me vas a ayudar, o no?
– ¿Ayudarte? ¿A qué?
– A volver a convertirme en princesa.
– Claro, claro, ya me dirás cómo romper el conjuro.
– Joder con la juventud de hoy en día. ¿No has leído ningún cuento de hadas?
– No, yo solo leo las letras grandes que salen en Tik Tok.
– Para romper una maldición, besa al bicho con pasión.
– Pero ¿dónde, en el pico?
– Sí, sí. Bésame, machote.
La gaviota extendió sus alas en un peculiar intento de dar un abrazo al joven que, con un cuidado escrupuloso, propinó un beso en la ranfoteca del ave. El animal cambió de color y empezó a transmutar en un agónico canto. Poco después apareció en su lugar una anciana, vestida de túnicas de colores y una lujosa tiara entre los tirabuzones grises de su cabello.
– Antes de que proponga alguna situación de carácter sexual, milady, ya le digo yo que no.
– Pues qué conste que, en mi época, este tipo de beso constituye un matrimonio inmediato.
– Ande y corra a conquistar Terabithia.
Quedó solo, enfrascado en sus pensamientos, mientras el rojo morir del sol se fundía a mar en el ocaso. De pronto notó unas patas diminutas ascendiendo por su espalda, y una voz angelical le susurro al oído.
– Perdone, ¿Es usted el humano que se dedica a besar princesas encantadas?
La lagartija se quedó esperando respuesta en el último rayo de luz de un astro ya cansado.
La habitación tenía colores pastel, tonos sutiles de azul y amarillo en un fondo blanco tan pulcro como el olor al desinfectante médico que envolvía el aposento. En el centro una cama, rodeada de aparatos medidores de constantes y frecuencias, tubos de líquidos fluorescentes y monitores de temperatura, entre todos los instrumentos un cuerpo, azulado por el frío, inmóvil como una sombra congelada. En la pared un símbolo esotérico en forma de estrella, en el centro de este una imagen poco conocida de Mickey Mouse, la de su primera aparición en 1928.
Abrieron la transparente puerta de la habitación, quedó todo el pasillo cubierto de bruma blanca, espesa, que avanzaba lenta, al igual que los tres personajes con túnicas negras estaban entrando. Parecían flotar en el aire, parecían avanzar rodando. Llenaron el ambiente de un cántico sórdido, oscurecido por una entonación monótona y una vocalización pobre y arrítmica. Quedaron en el fondo de la sala con su particular exorcismo.
Entraron también señores con batas blancas y verdes, con estetoscopios y rinoscopios, ajustando parámetros y hundiendo agujas de suero. Entre botones y hechizos, descargas eléctricas y oraciones, el ser durmiente inspiró fuerte, abrió sus ojos despacio, el color volvió a sus mejillas y sus brazos impulsaron su cuerpo en un intento de incorporarse. Miró a su alrededor, se quedó un instante ordenando su mente y dijo.
– ¿En qué año estamos?
– En 2025, señor Walter, en breve comenzaremos con la regeneración. – Respondió el señor de la bata verde.
– Perfecto, quiero un informe de todo lo ocurrido en estos 59 años, en cuanto despierte lo quiero tener al lado.
– Comprendido, señor Walter, lo tendrá.
Pronto, el peso de los calmantes lo arrojaron al descanso. Soñó con criaturas deformes de colores estridentes que, en un decorado de cartón piedra, le perseguían frenéticamente para devorarlo vivo.
Despertó de un sobresalto cuando aún no había amanecido. No había dolor, ni sensación de pesadez en el cuerpo, su mente estaba clara como los medicamentos que goteaban hacia su cuerpo. Comenzó a leer el dosier que había en su mesita de noche, con tapas gruesas y una ilustración a todo color del ratón de los dibujos animados de los años 30. Estuvo toda la mañana entretenido en su lectura, por la tarde vinieron a visitarlo.
El primero en entrar, un señor con bata blanca y aspecto serio que manoseaba un block de notas, le comentó que la intervención había sido un éxito. El otro visitante era un elegante caballero con americana de marca cara y zapatos de cuero negro que, con expresión sonriente, se le veía el nerviosismo por el temblar de sus mejillas.
– Tú debes de ser mi familiar. – Afirmó recostándose en la cama, sin dejar de mirar el informe.
– Sí, soy su biznieto Walter, vicepresidente en cargo.
– Sí, ya me he dado cuenta de que habéis descuidado el buen funcionamiento de la empresa.
– Los tiempos han cambiado mucho y las multinacionales ahora son muy agresivas.
– Los abogados no han cambiado, ¿verdad? Vaya reclutando a los mejores que nos van a hacer falta.
– Hecho, señor Walter.
– Llámame Visa, es lo máximo que vas a ver de mi dinero si no te veo trabajar. Otra cosa.
– Dígame, Señ… esto, visa.
– ¿Qué puñetas es ese cuento de los horribles monstruos espaciales? Esos que salen del pecho de la gente, que se asoma a unos asquerosos huevos y que chorrean ácido por la boca. ¿Qué tipo de gustos tienen hoy en día los más jóvenes de la familia para que necesitemos contar historias de semejantes engendros?
– Todo el mundo habla de crear facilidades a la hora de trabajar, hay IAs que hacen de todo, calculan, programan, escriben obras literarias…
– ¿Y usted ha creado una que invente?
– ¡No, hombre! No voy a inventar algo que me quite el trabajo. La mía hace algo realmente útil, algo que nadie quiere hacer. Yo he inventado “La IA del Mocho”.
– ¿Es una máquina de fregar el suelo? Yo creo que ya hay varias.
– No, no, no. El concepto es otro, más amplio. Hace cualquier cosa que puedas necesitar en el hogar.
– ¿Te friega los platos?
– Claro que los friega, y limpia el polvo, plancha, arregla el enchufe, cambia la luz fundida del coche, te programa el móvil…
– Pero eso es maravilloso.
– Espera, que hay más. Te cuida el jardín, arregla la pata coja del mueble, te contesta el teléfono y le da excusas de que no puedes ponerte, echa a los vendedores de enciclopedias, le pone el supositorio al gato…
– A ver, si es un invento suyo, algo tiene que tener.
– Bueno, sí, una cosa. Que es demasiado perfecto.
– ¿Y eso se traduce en…?
– Termina siendo demasiado humano.
– Ya, se vuelve asesino en serie, ¿verdad?
– ¡No, hombre! ¡Qué bestia! ¡Qué falta de fe en la humanidad!
– ¿Entonces, qué es?
– Es cotilla
– ¿Te espía?
– Sí, es cotilla y chismoso, y empieza a contarle todo a los vecinos. Con quién entras en casa, si te sale mal el pollo al chilindrón, el extravagante gusto que tienes para la ropa interior, si tu hija se está viendo con el carnicero…
– Menudo problema, bueno, al menos hace de todo.
– Sí, hace de todo, pero cuando quiere.
– ¿Cómo?
– Verás, le gusta el fútbol, así que cuando hay partido no hace otra cosa que ver la televisión.
– ¿De primera división?
– todos, regionales y liga infantil incluidos.
– ¡Bufff!
– Y las telenovelas, no se pierde ninguna, sean turcas o venezolanas.
-Eres como Sherezade, siempre inventando historias.
Y de un portazo quiso desaparecer de mi vida. No la culpo, se cansó de mis mentiras, de mis diálogos con la luna, de mi distancia sin palabras. Pero no le podía dar más, excusa tras excusa, rumor de algo cierto que no quería oír y que también era mentira. Pero la verdad era demasiado terrible.
Corrió descalza por la playa, como cada vez que no puede más, algo muy cotidiano últimamente. Quizás tenga yo la culpa, y conmigo ella, y con ella su particular abismo que le precipita a creer lo que no debe y a adoptarlo como su particular delirio. Yo no podía hacer más que correr tras ella en su locura, puede que intentar calmarla, aunque no sé si en realidad era la peor idea. Tal vez solo debía esperar a dejarla volver sin aliento y sin nombre propio.
De un portazo volvió buscándome, como en cada crisis, gritándome perdón y odiándome al mismo tiempo. Aparecía raudo, con la palabra exacta y la sonrisa estudiada que le devolvía la paz. Ella intentaría el imposible acto de besarme, que yo respondería con agrado, pero sabía cuán imposible era. Ya que yo no tenía cuerpo. Yo tan solo era aquel ser imaginario que, en un intento en vano por proteger su cabeza, se quedó solo en el fantasma de una fantasía.
La sala era tan blanca que casi no se distinguía entre pared, suelo y techo. Había bancos de madera dispuestos en fila en los que unos pocos esperaban, todos parecían cansados, abatidos y tristes. Un señor con gafas de pasta y traje pasado de moda miraba al frente, el joven nervioso que había a su lado interrumpió sus pensamientos.
– Tardan mucho en atender aquí, ¿verdad?
– Total, hay tiempo de sobra.
– No sé usted, pero yo tengo asuntos que atender, en casa me esperan.
– Yo, por suerte, lo dejé todo atado.
– Qué suerte, coordinar a mi familia es difícil, los niños, el colegio, el trabajo. En fin, ya sabe, siempre hay prisa.
– En mi caso, mis hijos son ya independientes, como imaginará. Se portan muy bien conmigo y son atentos, hasta ahora, que no les valgo para nada, me siguen visitando a menudo.
– Venga, hombre, seguro que a veces les echa una mano y entretiene a sus nietos.
– Lo intento, pero me tienen miedo.
– ¿Son muy pequeños?
– Sara tiene tres años y Andrew tiene siete, son verdaderos torbellinos los dos.
– ¿Y el de siete le tiene miedo?
– Pues sí, más que la de tres. No le culpo.
– La mía tiene diez y tampoco para quieta.
– ¿Y no se asusta de usted?
– ¿Qué si se asusta? ¿Por qué tendría que asustarse?
– Ya veo. Usted no sabe por qué está aquí, ¿verdad?
– Pues ahora que lo dice, no lo sé.
– ¿Qué es lo último que recuerda?
– Pues… A ver… Salí de casa con prisas, dejé a la niña en la puerta del colegio y salí disparado. Llegaba tarde al trabajo y aceleré a fondo, recuerdo recibir una llamada de mi jefe y de pronto…
– ¡Oh!
– Siento ser yo el que le dé la mala noticia.
-… Era un camión, no me di cuenta… ¡Paso tan rapido! ¡Y yo…! yo estaba.
– Lo sé, es difícil de aceptar.
– ¿Dónde estamos?
– Estamos en el lugar que nos conecta con el mundo de los vivos.