Nube blanca, que te clavas al filo de la oscuridad y te esfumas, incordiando a la noche, zalamera de suave piel y dolor de afiladas agujas, inquieta salvaje. Murmullo de caza, abrigada de luna, de juegos de vida y amor eterno al verla arrullando a mi vera.
Marcas de terrible cariño circular, de pequeñas heridas que confirman que si duele, sana. Con sabor a río, a peces saltando y crujir de ramas con aroma a silencio, a te echo en falta, durmiendo a mi lado, junto al negro carbón del fuego de invierno, que también partió.
Yo, que para no morir calcinado, en la alegría de la mañana del domingo, busco la sombra nublada de martes resguardado en la semana, en los días de lluvia intensa, en los cuartos sin ventana, en algún lugar del recuerdo, donde la tinta fluya, donde el mar forme crestas sobre aquellas, que por un poco de amor, pusieron rosas sobre mi epitafio, desafiando la triste penumbra de mis días raros con carmín rojo en mi mirada y sombras chinescas sobre su regazo.
Todo eso se fue hace años, con el sol de mediodía, reventando las piedras tristes sobre el rugoso asfalto. Como soledad en viernes de blanca brisa de verano, donde Apolo sueña con el invierno más cerrado, desciendo las calles en hojas grises de recuerdos alados, donde mojo mi pluma cuando no me quedan mundos en el universo.
Preso en mi cómoda cárcel de monedas a cambio, la esperaba en las noches, aburrida de exhibir sus curvas sobre neón, en danzas tribales, de intercambios de mirada, de ritmos monótonos, de bucles de bombo y lamentos sintéticos, con labios de fresa y aroma verde, terroso y amaderado.
En mi espera, arañaba el papel con tinta de lamentos, con promesas destinadas al olvido, con plegarias ignoradas del acervo divino, de cruce de dedos, de corazones rotos por no haber vivido. Lágrimas invisibles tras sonrisas de paso, en un vuelva pronto pero déjeme aquí, escribiendo mi espera, en mi amnesia del tiempo.
Hoy, desempolvando trastos inútiles en el almacén de olvidos premeditados, encontré mi viejo cuaderno de heridas en verso y llantos enfrascados, limpié con la manga el polvo que había entre párrafos y estrofas, busqué al azar esperando antigua vergüenza de cansinos sentimientos de culpa que paralizaban antaño las ganas de salir huyendo.
Encontré sucias canciones mudas, sin voz que la entonaran, pintarrajos de rabia contenida, perdida por no hacer nada, pasión impresa en tono desesperado, de la esquiva sensación de no ser amado, en respuesta a no saber ser visto o no haberlo intentado, también risas flojas, sencillas carcajadas, apretadas en renglones torcidos de un dios primitivo, que miraba para otro lado, cuando flirteaba con Lilith en el baño de empleados.
Recordé que no solo era exorcismo de dolor y rabia, eran canción de la brisa, de las melodías de Silvio y del tronar de las barricadas, de la electricidad estática, que dejaba al vinilo chispas acústicas y que también dejaban surcos de tinta en mis delirios, dejándome con las ganas de sangrar mejor y no padecer en vano.
A veces siento en negro, y mi pasión tiñe letras de un oscuro azulado que, mientras desangro mi alma, se tiñe en rojo los adjetivos o en frases tintas y abrazo al vacío que tanto me inspira. Evoco danzas macabras en tonos pastel y trazos de tiza emborronados, que acaricio mientras caigo en el más absoluto misterio. Y amo así mi juego de arrítmica oratoria silenciosa, en el falso papel de fantasía electrónica.
A veces la oscuridad se torna en colores, y brillan en metálicos reflejos, compases de estética televisiva, abriéndose en morse, circunloquio de risas melancólicas de un sombrerero a la hora del té. Disfrazando cada palabra en mi carnaval, de campanillas asonantes, de lágrimas de alegría en danza, descalzo, tensando las cuerdas místicas de una guitarra.
A veces hablo blanco y mis letras se desarman en relieves de piedra, gastados por la marea, mientras runas incoherentes juegan a ser oraciones mágicas, capaces de rotar en creciente, negras y blanca entre corcheas.
A veces callo y acompaño al viento a contemplar las olas en silencio.
Estando ausente tu mirada, se me concedió una visión, desnuda y desenfocada, de tu piel marcada con una leyenda impresa en runas, de un conjuro que arde con tan solo rozar las yemas de mis dedos y que lleva sin remedio al delirio más feroz de querer permanecer derretido en llamas, deslizándome dentro, hechizado y sin aliento.
El saber de ella, esa cálida tarde de primavera, la que me crucé con su triste mirada cabizbaja, que de reojo quiso un encuentro y sentir que mi corazón se desbocaba arrogante, golpeando mi pecho con rabia, sin escrúpulos, se convirtió en una emergencia al volverme atrás y entre la marea de prisas por seguir, encontrarme con su ausencia.
Las luces rotaron en rojo, como una alarma constante, hasta que mis ansias de sanar mi sobresaltado músculo, suspirando el momento idóneo, de encontrar la paz de un alma, que cure la ausencia de ti en el calor de otros labios. Así que siguiendo el sendero de su recuerdo, dibujé un plan en la funda de la almohada, soñando un encuentro cercano donde atrapar el movimiento de sus caderas al compás de la hoguera de San Juan y del crepitar de su fuego.
Me detuve a investigar su rastro, en el lugar del cruce del camino, la melodía de la pista escondida que llevara a tu encuentro mi destino. El desenfado de su risa me llevó al momento, rumbo a sus huellas difuminadas en la arena de la playa. Supe que estaba en el camino acertado cuando encontré el aroma de su piel entre el salitre de la orilla, suspirando por el suelo que pisaba.
La descubrí al amor de la sombra de un bar, donde un café revuelto le hacía compañía, sin más conversación que el tintineo de la cucharilla y el chocar del circular de monedas. Yo le ofrecí la mía, auspicio de lo imposible, que creía a la deriva, serendipia de su sonrisa al verme sentar a su vera, al mostrar que se aburría.
Exorcice a Ennui en ciernes con la invocación de risas furtivas cazadas, saque de mi chistera las palomas que había escondido para la cita adecuada, que pacientes guardaban su oportunidad de vuelo, alto, hacia la copa de las palmeras y arriesgué de su vuelta el olvido. Ella me susurró al oído misterios de vidas pasadas, de cristales de jarrón roto, pegado a trazos de pincel, de su cariño por las almas de hocico húmedo, que lamen su cara contentos cuando vuelve y del signo de que sus ojos tristes, soportaban la ausencia de a quien su amor alejaba, más allá de la luna, en una estrella, esperaba.
La película terminó en largos besos de falta de caricias en las frías noches de invierno, con el anticipo de una segunda parte en la sesión de la noche del viernes, en el mismo bar, con el mismo café revuelto, conversando con la cuchara y la taza, solo que me encontré que no eras tú y tú nunca llegabas.
A la brisa del cierre quien me vino a cobrar me dijo que te habías ido lejos a donde su tristeza miraba, allá donde vos eres tú y el invierno calienta amenazante de estío.
Deambulaba perdido sintiendo en secreto la lluvia sobre mi cara, cuando el roce casual me hizo encontrarme con una sonrisa urgente, que se perdía en la noche, arrastrada por la primavera, llevándole a iniciar un secreto al recordar mi tristeza.
Hace tiempo que espero incansable saber de ti. Malditas las circunstancias que nos separan, que consiguen que mis letras y las tuyas caminen despacio, distantes e imprecisas. Tanto, que desespero en el momento de ver tu remite, en lugar del afecto que procesa el sobre del hogar del dinero.
Todavía conservo aquella estampa que me regalaste, la llevo siempre encima, cuando me voy a dormir, en silencio, le susurro. No en una plegaria desesperada, mas bien como quien murmura secretos al oído pidiendo la complicidad de una mirada. A la hora que el gallo conjura estridente los rayos de luz a mi ventana, la recojo de su lugar seguro, debajo, al calor de la almohada, la beso y a buen recaudo, en mi cartera, peregrino con ella en mis quehaceres diarios, sintiendo su presencia, siempre, en mi pecho.
Quien quiere conocerme piensa que es devoción, pero la realidad es otra, que hace que mi sangre hierva roja en mis mejillas, y una presión en los labios que suplican ser saboreados con la voracidad de un lobo hambriento de ganado o de un erudito la necesidad curiosa del verbo.
La oscuridad de mis pensamientos mancha el brillo de luna llena de mi tesoro, pero en el fondo, sin saber por qué, yo siento que es también su deseo, que su virtud intacta sea borrada por la yema de mis dedos en lo que dura un sueño, de sudor en sabanas limpias aquellas noches de verano.
Espero que pronto, por el azar o el destino, crucemos de nuevo nuestras risas al caminar y que pueda a tu lado, recorrer el sendero que nos lleva a mi casa y hagas mías tus aventuras allá lejos. O al menos que sean de tinta tus palabras y lleguen a mí pronto, cruzando el puerto.
Para su perfecta personalización se puede sustituir o agregar algunos.
La estela de la luna llena sobre la playa de un viernes por la noche.
Los rayos de sol de una mañana de mediados de invierno.
El ronroneo de un gato buscando mimoso tu calor.
El vuelo en libertad de una paloma blanca, de un cuervo negro o de un murciélago gris, quizás.
Las líneas imaginarias que une una constelación en formas mitológicas enlazadas a tu mano con quiromancia.
El canto de libertad de los pájaros por la mañana.
El sonido intenso de una máquina de escribir, de cualquier tipo, un lápiz, el teclado de un IBM, el golpeteo de una Remington.
Gotas de sexo furtivo (imaginario o no)
La conversación de cena que se dispara en el tiempo y acaba a la luz de las estrellas.
Una triste lágrima borrada en el tiempo.
El llanto de alegría de un perro al volver a casa.
El olor a desayuno de la calle de un pueblo en la madrugada tardía.
El golpeteo del comienzo de la lluvia en el parabrisas.
La sonrisa de un niño al que le devuelves un juguete perdido.
Una disimulada mirada de deseo en la calle.
El primer y el último te quiero creando paréntesis en el tiempo.
Los gritos de un estribillo cantado a coro en un concierto.
Los nervios de volver a verte.
El sonido del impacto de varias copas llenas.
El aroma del café en la cama que termina en conversación, o planes, o sexo.
El deseo latente de una estrella fugaz rozando mi mirada.
El latido apresurado de encontrar la palabra precisa en un puzle de frases.
El resplandor azul de un relámpago con el trueno lejano, callando.
El suspiro de saborear un recuerdo vivido o soñado.
El amor que produce escuchar el primer acorde de esa canción, en la soledad, rodeado de alientos.
La cicatriz de la herida de una batalla ganada (o perdida).
La expresión de sorpresa de un regalo inesperado.
La participación en una orgía de risas y palabras.
La marca de dientes en una manifestación visceral de cariño.
La saliva de un beso rabiando de amor.
La pasión de una aventura que solo ocurre en mi mente y se derrama en tinta.
Cualquier tipo de mirada de complicidad correspondida.
El sudor de la siesta que continúa en sexo y termina en sueño abrazando la madrugada.
La fragancia de la tierra mojada en algún lugar silvestre. (Preferentemente un bosque)
Para su elaboración debe elegir 30 de ellas y depositarlas en un caldero, remover suavemente y dejar macerar. Conservar una vez elaborado en un lugar cálido.
Se debe tomar a sorbos pequeños, pues si no el efecto puede que no sea el deseado.
Tan fuerte que siento tu alma alrededor de la mía, resbalando sobre mí, impregnándome, llenándome de su esencia a ritmo de ciento nueve notas en Fa mayor, que cada vez son más rápidas y cada vez más cercanas y en el ínterin me recargo de vida soltándome pleno y feliz al final.
Le encantaba el sonido que producía el golpeteo de sus dedos sobre aquel teclado viejo de su antiguo IBM, todo lo demás era de última generación, un ordenador creado a partir de piezas que iba adquiriendo en lugares de ofertas en la red. Él era solo un aficionado, pero con el tiempo había logrado tener suficiente conocimiento técnico como para encargarse de la construcción y reparación de sus equipos.
– Si escribes cosas tan bonitas, ¿quién no se va a enamorar de ti?
Su pasión era su jardín, desde allí, en un solitario escritorio con un pequeño portátil, ella mantenía su pasión más oculta, se escribía con desconocidos, se enamoraba de ellos y mantenía relaciones secretas bajo la fresca y oculta sombra de sus árboles frutales de espesa copa.
– Que te voy a decir, si eres la flor más bonita de tu jardín. Qué seguro que es precioso.
Su estado físico era relativamente proporcional a la habilidad de él con el uso de software de retoque fotográfico, habiendo conseguido con el gimnasio digital un cuerpo escultural que exhibía sin pudor en redes, consiguiendo ciento diez kilos de admiración desde su preciado sillón ergonómico.
– Si tan solo pudiera rozar tus labios, necesito una caricia, la necesito, de veras.
En las redes descubrió un ente inteligente que lograba que la radical presión de la moda estuviera siempre en regla sobre ella, su cuerpo estaba impecablemente dotado, con perfección milimétrica, lástima que el espejo de su habitación tenía secuestrada una imagen muy distinta.
– ¿Y por qué no abandonamos de una vez estas cadenas de textos y nos vemos de verdad?
Él suspiró al terminar la frase.
– Sabes que no podemos vernos, lo que funciona aquí no funciona en otro sitio.
Ella notó otra grieta en su corazón lleno de cicatrices, aquellas que había ayudado a construir.
– Quizás no necesitamos precisamente vernos, ¿te sería suficiente con poder tocarnos?
Una luz de esperanza abrió un camino extraño.
– Si
– Vale, yo te explico como podemos hacerlo.
Desde ese día, una vez al mes, a la misma hora, ellos quedan en un local especializado en citas a oscuras. Recorren doscientos cincuenta y seis kilómetros para poderse amar entre sombras junto con los demás asistentes de la sala, para volver al día siguiente a escribirse en la distancia y en el preciado anonimato de sus existencias.