– Buenas noches, una cerveza por favor.
-Hola, solo tengo estas.
-¿Qué tal es?
-Pues según gustos, sabe azul.
-Acabo de ver que no dispongo de dinero…
-Aquí puedes pagar con sueños.
-¿Con sueños?
-Si.
-¿Vale ese sueño que caes y caes y no llegas nunca al final?
-Vale, con ese puedes pagar la cerveza.
-Es verdad, sabe azul.
-¿Le gusta?
-No sé, es rara, un poco celeste para mi gusto.
-Ya…
– ¿Y algo de picar?, Tengo un sueño que me persigue alguien y yo huyo, pero parece que no avanzo.
-Con ese solo puedo ofrecerle otra cerveza, cuanto más personal sea el sueño, mayor valor tiene.
-Un sueño en el que tengo nueve años y veo a mi prima cambiarse de ropa en el lavabo.
-Eso no es un sueño, sino un recuerdo.
-a ver este. Estoy paseando por la avenida principal de mi pueblo, en primavera, cuando las flores de los jardines ofrecen un espectáculo de color. Me miran al pasar, sonrío y me siento deseado. En el camino encuentro un espejo cuadrado flotando y me miro. Me doy cuenta de que estoy desnudo, lo único que llevo puesto es una ridícula pajarita rosa y una enorme erección. Me lleno de angustia, mientras que los transeúntes me señalan entre risas y burlas.
-Ese sueño vale una empanadilla.
-Vale, ¿y este? Voy cantando por un bosque limpio y frondoso, con olor a eucalipto y una brisa fresca que me recorre el cuerpo…
-¿También va desnudo?
-No, vestido de Caperucita Roja. De repente se hace la oscuridad en el bosque y sale una criatura de entre los matorrales, pero no es un lobo. Es un inspector de hacienda de dos cabezas que empieza a pedirme facturas a dos voces…
-Por ese una croqueta. Pero, ¿usted solo tiene pesadillas? ¿No tiene ningún sueño feliz? Esos tienen más valor.
-Es igual, total, se me está pasando el hambre.
-Mañana, si vuelve, con este sueño, el que está ocurriendo ahora, tendrá al menos para cenar. Pero por favor, venga vestido.






