
– ¡Rompe el círculo!
– ¡No!, ¡no lo haré!
El sudor helado resbalaba en la frente de Kendra. Un leve temblor en las manos era todo lo que necesitaba él, que estaba ahí fuera, sonriendo con su cara de ángel, para comprender que ganaba control. Fallo imperdonable pensaría su abuela.
– Sin confianza no hay pacto. – Su voz era calmada, suave, la melodía del sonido de sus palabras siempre la había cautivado. Qué mejor que las palabras para dominar la mente de una joven tan inexperta.
– Sabes que no me pondré en peligro.
– Llevamos mucho tiempo hablando de esto. Confía en mí.
El círculo, como le había dicho mil veces su abuela, es la frontera entre un quizás y una agónica muerte. Por otro lado, “sigue tu instinto” era su frase favorita, bella oración para animarla en sus estudios y en sus alocados proyectos. Con él, su intuición, le advertía prudencia, y también le aseguraba que sÍ era posible una relación de confianza, que no buscaba su mal.
Aunque si esa insensata corazonada naciera de la maravillosa necesidad de comprobar lo suave de su pelo, y de cómo se deslizaría su mano sobre él, estaría perdida. En un mar de dudas, ahí, el centro del círculo, vestida solo con el relente de la noche y el reflejo de la luna llena, mirando el crepitar de la hoguera por no mirarlo a él a los ojos. Tan tierno para haber salido del mismísimo infierno que solo una mirada era suficiente para ablandar la coraza más gruesa.
– Kendra, nos conocemos, es la única forma. Si no me abres el círculo…
– ¡No puedo!
– Entonces, déjame ir.
Hace ya unos meses que lo trataba. Lo hacía invocándolo como Acham, cada jueves, aunque ese no era su único nombre. Se mostró astuto y cauto, aun cuando también se comportaba amable y comprensivo. De palabras dulces como deliciosos parecían ser sus labios. Contaba historias conmovedoras de cuando ellos eran dioses y fueron derrotados por el Todopoderoso. Pronto se interesaron el uno por el otro e hicieron planes. Un pacto de enseñanza mutua.
– ¿Qué hacemos Kendra?, ¿me vas a dejar ir?
– No, espera.
– ¿O es que no te atreves?
En un arrebato, Kendra, de manera violenta, borró con su desnudo pie la fría línea de arena blanca que les separaba. Un instante fue mucho comparado con lo que tardo él en derribar de un zarpazo a la joven. Ella quedó sentada en el suelo con la expresión de sorpresa y la sangrante marca de la garra de aquel demonio, que dijo con su agradable voz:
– Lección número uno. No rompas jamás el círculo. Bajo ningún concepto.










