– ¿Por qué miras tanto ese reloj viejo de bolsillo, no tiene manecillas? – Dijo el viejo vagabundo al extraño mientras buscaba en su hatillo algo con que protegerse del frío.
– No es un reloj, anciano, es una carta estelar – El vagabundo miraba curioso – ¿Ves la esfera superior?
– Es una foto del cielo estrellado – El extraño movió de posición el aparato. – Se mueven las estrellas. ¿Es mágico?
– Es ciencia –
– ¿Ciencia?
– Un invento, como ese cartón de leche de ahí, que protege el líquido del interior, solo que este aparato no está hecho por humanos.
Apretando los puños con fuerza, ahogado, consciente del fin. Sudor frío. Desesperación.
Las hormigas, burlonas y grotescas, se hacen pequeñas y turbias en mi despedida hacia el abismo. Impulso cegador, rugido hambriento de carroñero alado esperando en círculos a que se descomponga el tiempo que me queda por vivir.
Vibración entre mis párpados, sacudidas en el vendaval, lo siento próximo, siento que va a terminar. Ciego el misterio que me tiene en vilo, que angustia mi espera, que me quita esperanza de palpar la tierra y abrazarla sin más. Mas yo cierro los ojos y quebranto en el rezo por si algún divino misterio se apiada de mí al verme caer.
– Señor, ¿se encuentra bien?
– No muy bien, no. Pero es algo pasajero, no pasa nada.
– Bien, señor, no se preocupe que ya estamos a punto de aterrizar.
– Siempre he pensado que los ángeles tienen la melodiosa voz de las azafata de un avión.
Enrique no te entretengas ahora, baja ya coño, que tengo que estar tirando siempre de ti, si es que no se puede contigo, nos estamos perdiendo un día precioso. Hay montones de chicas paseando, niños jugando, y motos, están pasando las motos más fabulosas, escucha que ruido hacen. Venga, vamos bajando.
Por aquí, vamos, por aquí, es mejor. Que no seas tozudo, Enrique, ostias, que las chicas andan por aquí. Que terco que eres, venga, vamos por donde tú quieres, contigo es perder el tiempo. Será que no sé qué lo que quieres es cruzarte con esa rubia que también le da por salir a esta hora. En fin.
Ah, ya comprendo, el estómago manda, ¿no? Vas por la calle que huele a comida, Oye Enrique, ¿has desayunado hoy? Yo sí, pero es que con este aroma da hambre, ¿Vas a comprarte algo? Ya veo, yo te espero aquí sentado.
Oye, qué buena pinta, ¿me das un poco? Qué rico, gracias Enrique. Venga, vamos por allí que es donde se han ido las chicas. Joder Enrique, que es por aquí. Así me gusta, que me hagas caso, coño ya, tanto tener que tirar de ti. Si lo hago por tu bien, sé la cara que pones al verla, si te cambia hasta el olor cuando pasas al lado de ella.
Enrique, mira, a la derecha, fíjate que tres. Joder como están. Espera hombre, déjame decirles algo. A claro, que tú solo quieres ver a la rubia, en fin, la verdad es que solo me miran a mí, uno que tiene su atractivo. ¿Tú? Eres más bien feillo, como no les pongas más gracia, no te vas a comer una rosca.
¡Coño, un gato! Déjame, déjame ir. No, hombre, sé que andas desesperado por encontrarte con la rubia, pero, fíjate, es un gatito. ¿Me ha bufado? Espérate que le parto la cara, pero no me agarres. Cabrón, vas a bufarle a tu madre.
Un momento, Enrique, que voy a firmar en esta pared. Me ha quedado que ni en el metro del Bronx tienen un mensaje mejor. Ahí tenéis, churris, un mensaje en una botella.
¿Ya volvemos a casa? No, que corto el paseo, en fin, me echaré una siesta en cuanto lleguemos, no hay cosa que relaje más que pasear a tu humano. ¡Eh!, ¡mira tío! ¡La rubia! Venga, yo le hago una gracia y tú hablas con ella, ¡corre!
– ¡Lo siento! Ya es la hora, tenemos que hacerlo ya.
– Estoy preparado.
Y si no, daba igual, ya no hay nada por lo que luchar.
Dulce pesar el de mi mirada sin brillo que cerrando el telón se despide. Dolor intenso que se diluye con el delirio narcótico del susurrar de mi sangre y el apagar del calor de mis mejillas. Ya no hay risas, ni melodías de despertador, ni un rato más en la cama, agarrando la almohada con el cariño de tus abrazos. No se lo llevará el viento porque ya no hay más que llevar. Ya casi no queda más que el tiempo para quedarme dormido, pero si para un último sueño. Dulce sueño si existiera destino.
Y diré que es mentira, pero abrí los ojos, no te creería si me dijeses que es verdad, allí estaba ella, preciosa, bonita como la luna cuando se hace llena, y con el brillo en la mirada del que trae la vida, a caricias, a besos, con su cálida mano me rozó la mejilla y me dijo al oído.
– Toda tu vida suspirando por tus sueños y no sabías que los encontrarás después.
Fluir de blanco brillo que se escapa desde mi cuerpo a un lugar infinito, Despidiéndose de lágrimas y desespero, de las cadenas que me ataron al suelo y que ya la llevan al fuego. A que las cenizas se las lleve el viento, a que la lluvia seque mi invierno, mientras yo aquí espero, descubriendo, por fin, el misterio.
«Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta»
Ralph Waldo Emerson
– … ¿Y Azim? ¿Te acuerdas? Andaba como loco corriendo por el delta los primeros días, queriendo ser el primero en explorarlo todo. Hasta que le mordió aquel bicho.
– Sí, empezó a darle miedo a explorar, total, si no le hizo nada.
– ¿Qué dices? Si casi le arranca el brazo.
– Exagerado, A los dos días estaba otra vez corriendo, para el lado contrario, muerto de miedo.
– Las fogatas nocturnas, mira que me trae buenos recuerdos las fogatas.
– Con el frío que hacía aquellas noches de invierno y nosotros danzando en las fogatas.
– ¿Y el primer destilado?
– Sabía a rayos, pero como subía eso. Fue cosa de Adam, ¿No?
– Claro, ¿quién si no? ¿Has probado el vino que hace ahora?
– ¿Quién no lo ha probado?
– Con lo mal que lo pasamos y los buenos recuerdos que nos queda.
– Y los buenos amigos que hicimos en esa época.
– Siempre he pensado que los amigos se hacen luchando, en épocas duras, cuando necesitas que alguien cubra tu espalda para poder avanzar.
– Y se refuerza echándonos unas risas con anécdotas pasadas aquí, donde hacíamos las hogueras.
– Un amigo es una persona con la que se pueda soñar en voz alta – Interrumpió una voz femenina tras ellos
– ¿Eva? ¡Qué bien! Los primeros en llegar, a ver si no tardan mucho los demás. Yo ya tengo hambre.
El murmullo del sistema de refrigeración del ordenador anunciaba la poca actividad que había en la recepción del despacho de Mauro Hernán, que con una instrucción de no molestar estaba esperando una solución a un imprevisto. Mientras, un joven vestido formal y discretamente moderno, se acercaba al mostrador.
– Hola, soy Pablo, de CRi Corp, me llamaron, ¿Está Mauro?
– Hola Pablo, no me habían avisado.
– Sí, es parte del protocolo.
– Mauro tiene reunión hasta las doce, no puedo molestarle.
– Le esperaré, ¿estaría dispuesta a colaborar y así adelanto trabajo?
– Estaré encantada de ayudarle en lo que quiera.
– Son solo unas preguntas, por supuesto no está obligada a responder sin la supervisión de Mauro, pero adelantaría mucho que contestara las que le fuera posible.
– Con esa mirada que tiene tan profunda no voy a poder decirle que no.
– Bien, ¿es usted consciente de un posible fallo? ¿Le han comunicado algo?
– No, no lo sabía.
– ¿Y ha apreciado algo inusual?
– No, que me haya percatado.
– ¿No ha notado anomalías en los documentos o archivos?
– ¿A qué se refiere? Lo único diferente aquí es su porte tan esbelto.
– Me refiero a cambios en el sistema de orden de archivos o aparición de documentos inusuales.
– No he visto nada de lo que me deba preocupar. ¿Le apetece un café?
– No, gracias. ¿Siente que su rendimiento es inferior o superior de lo acostumbrado?
– No, sigo el ritmo de siempre. Un ritmo ardiente.
– ¿Ha cambiado hace poco la forma en la que trata a los clientes?
– Siempre con corrección, no entiendo. ¿Se necesita un trato distinto? ¿Más íntimo?
-¿Y la forma de percibir información? ¿Ha notado algo extraño?
– Ahora que lo dice…
– ¿Sí?
– Noto una serie de sensaciones en mí, no son nuevas, es como si estuvieran aletargadas…
– ¿Me las puede describir?
– Siento calor cuando me dirijo a alguien, un calor sofocante que me incita a quitarme la ropa.
– comprendo, siga.
– Ahora mismo, al mirarlo a usted, me muero de calor… Y de ganas de desnudarme, ¿Cree que eso es preocupante?
– ¿Y desde cuándo lo nota?
– Desde que lo vi aparecer, ¿no cree que estaríamos mejor los dos con menos ropa? Puede acercarse más si quiere.
Mientras se desabrochaba los botones de su blusa, lentamente, con elegancia y picardía. Se escuchó abrir la puerta del despacho y apareció Mauro, Pablo, hizo un gesto de disculpa a la señorita que ya casi había acabado con los botones y se dirigió al señor Hernán.
– Hola Pablo, cuando quieras empezamos.
– No hace falta, creo que ya he podido detectar el fallo. Su unidad asistente es de segunda mano, ¿verdad?
– Sí, claro, con los precios que tienen no había otra forma.
– Creo que se le ha filtrado parte de programación antigua, y está tomando el rol de su anterior ocupación. Se la formateo y como nueva.
Las velas susurraban un conjuro de sombras sobre la habitación de Kendra, que con los ojos cerrados, frente al pentágono, de sus jóvenes labios, resbalaba una canción.
Una canción que era un sueño con la melodía del trino de un gorrión,
en el que se preocupaba por sus amigos,
por su abuela,
por las risas de la mañana,
por sus desconocidos padres,
por seguir aprendiendo como hasta ahora,
por un futuro feliz, con el brillo de la luna llena siempre, a su lado, protegiéndola.
– Kendra, ¿todavía no te has ido a dormir?
– Estaba rezando abuela.
– Vale, termina que mañana tenemos que madrugar.
– Abuela, ¿Tú crees que La Diosa me escucha?
– Seguro, Kendra, siempre escucha si le hablas con el corazón. Apaga las velas y duérmete.
La niña sopló y se hizo la oscuridad del cielo nocturno cubierto de nubes. Al meterse en la cama, el cielo se despejó derramando un rayo de luna sobre la cara de Kendra que quedó profundamente dormida.
Había una vez una historia de amor que se escribía sobre lienzo de papel y tinta marina. Suspirando los pasos del cartero, volaba, osada de ella, como las aves y navegaba cruzando el océano.
Eso a veces costaba un beso, todo eso, esperar en recibir lejano, en letras, un sentimiento.
Si la sutil línea, que separa mi mente del mundo perecedero, se quebrara como la cuerda de un viejo violín, melodía de otoño, mojada de hojas caídas, que en una noche de alcoba serena cobraron verdad. Que si yo sé de algo es de soñar.
Cuando ese instante mágico sea cierto, aunque solo sea de mi mente un desvarío, lisergia de mi sangre, en la corteza de mi pensamiento, aunque solo será de tinta y de lamento. Brindo la naturaleza en que se hará en actos, mis actos en consecuencia.
Recorreré tu línea temporal hasta las curvas de tu olvido.
Seré viento solar impulsando hacia tu espalda mi calor.
Exploraré la profundidad de tu ser resbalando siendo fluido
Rozaré tu cuerpo con mi piel distinta, extraña, de otro color.
Me transformaré en animal salvaje, del bosque, para devorarte.
Te acariciaré con manos de metal y látex y mente de silicio.
Me agarraré a los salientes más recónditos de tu precipicio.
Orbitaré en tus caderas, cayendo a tu atmósfera mi nave.