Brillantes eran las lágrimas de su mirada, tan brillantes que reflejaba el rostro de su amado. Tan distante, tan imposible. En la oscuridad de la noche su figura era llanto que desafiaba la soledad, rumor de tristeza inmediata, de abrazo imposible. El interminable momento agridulce que no debiera tener final. Pero lo tenía.
– Tienes que irte ya.
Ella se tocó los labios, simulando un beso, ese beso translúcido como su cuerpo. Desafió la gravedad y se disolvió en las sombras.
Eva pelaba pensativa los enormes y rojos tomates con los que estaba preparando la cena, mientras manipulaba ceremoniosa los ingredientes, pensaba en las mañanas de verano en su pueblo natal, jugando en la cocina mientras su abuela preparaba la comida. El aroma a azahar desde la ventana, de aceite de oliva y pan de mollete del desayuno. El sol, nuestro sol de La Tierra, iluminándolo todo, permitiendo a una niña jugar en el patio, a la sombra del alcornoque. Donde estaba el columpio en el que soñaba llegar hasta la luna y cruzar la galaxia.
En este mundo la cosecha se daba bien, no solo tomates, los olivos hicieron posible un primer prensado de oro verde, de calidad imposible y olor a serranía andaluza. Troceando el ajo le vino la imagen de su familia, todos juntos, reunidos en el salón entre risas y cantos de almuerzos interminables de Julio y siesta con sabor a vacaciones.
Una lágrima de recuerdo encontrado logró sazonar la cuchara en la que había probado el delicioso salmorejo que había preparado que hoy le sabía a antaño, a la niña que un día fue y a las expertas manos de su abuela que convertía el calor del verano en una perfecta cena.
Enrique Morente y Lagartija Nick – Pequeño Vals Vienes
Esta noche quiero contarte algo, pero mi voz no sale, se la lleva viento, se equivoca de camino cuando cruza mi boca y pierde tus oídos. Mis palabras se marchitan, como hojas caídas en mi otoño y se caen tristemente, sin gracia, sin acento, con la triste fragancia de quien aprende refranes y lo convierte en cacofonía, en el desesperado intento de suspirar un sentimiento.
Pensé, que tal vez, si secuestrara tu tiempo para tratar de crear la historia de tus besos cuando eran rojos y se posaban en mis sílabas acentuando mis labios. O si gritase en los prados, buscando animales hambrientos del verbo, y alimentarlos con pasiones lejanas, de otro tiempo, para saberlos felices o que huyan espantados, pidiendo exilio en versos ajenos rimados en curva y huesos o brillos de mísero bronce.
Pero me cuesta que mi mente aprenda del tiempo que no tengo, a alzarse independiente del sabor de la tónica, de tus adjetivos entonada al verbo amar y quizás en un susurro aprenderé la conjugación, amé, amo, amaré. Que sea tu respiración quien me delate la cadencia y el tiempo, si es un efímero infinito o si es un terminar empezando.
Enamorada del cielo de Varsovia, niña triste, de ojos caídos, suspirada mirada gris que se queda atrás, con el frío invierno, con tu único vestido, con el anhelo de verlo pasar a tu lado y no poder sonreír, porque no puedes amarlo. Exhila tu corazón en París, somete tu pasión a fórmulas numéricas, teoriza instantes superfluos, investiga a través de los cuerpos sobre la atracción de polos opuestos. Aborda facultades de patriarcados misóginos y préndelo todo, Tuya es la victoria Y si pereces en el proceso obtendrás un radiante momento que hará que tu brillo sea eterno.
A la hora más intempestiva de la madrugada, un flamante tesla, se incorpora al carril de la desierta autopista, dejando atrás la romántica ciudad de París. Sandra, lleva una animada conversación con Alfonso, que aunque lleve las manos en el volante, no es quien conduce, su querida inteligencia artificial consciente no le deja hacerlo.
– ¿A dónde dices que me llevas, Sandra?
– Es una sorpresa, duerme.
– Como me vean dormido nos van a multar.
– No se para qué queréis usar tecnología de conducción automática si no podéis dormir en el coche.
– No es necesario esa tecnología, a la gente le gusta conducir.
– Humanidad, misteriosa especie carente de lógica. ¿Por qué hacéis coches que conducen solos?
– Para fardar de tecnología.
– Tú sí que puedes fardar de tecnología, cariño.
– Si yo presumo de novia contigo me meten en un psiquiátrico, ¿A dónde vamos?
– ¡Ay! ¡Que es una sorpresa!
– Si estoy aquí metido necesitaré conducir un rato, O eso o me volveré loco con tantas horas de coche.
– Bueno, vale, no me acordaba de lo delicado que sois los humanos. Vamos a Moscú, hale, ya está, se esfumó la sorpresa como volutas de humo al viento.
Ella me dijo, a la luz de la sombra que dejaba la luna en una farola, que el primero es el que más te marca, que con ese beso vas a medir todos los demás. Tras fundir mis labios con los suyos y alimentarme de su pasión hasta asesinar la noche, le dije que estaba equivocada, que desde ahora, el sabor que quería paladear toda mi vida es el de ella, y que si no fuera posible, en cada aliento que me perdiera, en cada caricia que me quede atrapado iba a estar impreso su nombre.
Y así fue, nuestro beso terminó en un suspiro, en un pestañear de ojos cerrados de tanto deseo, en lágrimas de varios días y soledad en los portales. De rabia de recuerdo ajeno midiendo los bancos del parque. Del alcohol de mis venas, ojos cerrados y todo girando a su vera.
En mi soledad encontré caricias en las luces de neón, en el ruido de la oscuridad y en la tristeza de otros ángeles, que, varados en la arena, agitaban sus alas llenas de alquitrán intentando remontar su vuelo. Pero mis labios estaban secuestrados por aquellas palabras, y cada perfume que aspiraba, tenía el sabor del recuerdo, de que a la sombra de aquella farola nunca supiste que tu beso era el primero.
Sentado en el resquicio de una gruesa nube gris, de truenos ardientes y lamentos de alegría, sobrevuelo el espacio que separa lo real de lo insólito, donde tu luz no se apaga, donde no hay perecen las normas. Desde allí, minúsculo universo, correteo de insectos, ulular de pequeñas aves de presa errantes. Contemplo el recorrido de las agujas del reloj y con la mirada puesta en el infinito, sueño.
Este relato forma parte del reto propuesto por Juli Ramos, pulsa en el nombre para acceder a su blog.
La palabra elegida es ergonómico.
El diseño de la máquina era tan simple que no entendía bien el porqué de unos asientos tan sofisticados. En sí era un cubo de color blanco y frío como la nieve, uno de sus lados hacía de puerta, dejaba ver un interior liso, sin mandos ni monitores. En el centro había un solo asiento, ergonómico como el de un deportivo de alta gama, con sus cinturones de seguridad incorporados.
-¿Hace falta tanta comodidad para un trayecto tan corto?
-Siéntese, ya lo comprobará.
La máquina había anunciado ya una cuenta atrás. Tomé asiento y me abroché, por inercia, al sistema de sujeción. Estaba absorto, acariciando el asiento, maravillado por el tacto de cuero del sillón cuando cerraron el artefacto y empezó a activarse.
La iluminación interior se hizo tan potente que no me dejaba ver nada. No había movimiento aparente, tan solo un sordo zumbido blanco como la máquina. Aunque no se estaba desplazando, sentí inercia en mi cuerpo. Todo daba vueltas a mi alrededor, tenía la sensación de caer desde lo alto de un edificio, una montaña rusa sin movimiento que me hacía agarrar con fuerzas al preciado sillón.
La luz se apagó y yo estaba rendido, en el sillón, sin fuerzas para levantarme. Contemplaba desganado la apertura del cubo, donde se asomó una mujer con la misma bata blanca de loa operarios que dirigían el experimento, allá, en el otro lado.
– Buenos días, señor Orellana, acaba de dar un salto a cuatrocientos sesenta y seis años luz de su origen. Tómese su tiempo para levantarse de su asiento, le será más cómodo aclimatarse a su nueva gravedad.
El despacho del líder del poblado era ostentoso, pulcro, muy ornamentado, con figuras tribales y cuadros de los personajes célebres. Arhs´im aguardaba paciente, un tanto desganado, a recibir una ya esperada noticia.
– Hermano Arhs´im, sabemos que en unos días va a cumplir noventa años, como usted sabrá, hemos de pensar en celebrar su día del plantado.
– Así es, ya lo tenía presente y he estado meditando sobre ello.
– Bien, ¿le queda algo pendiente de solucionar?
– No, mi vida está en paz, puedo aceptar cualquier fecha.
– Según nuestras leyes, usted puede elegir el sitio exacto donde ser plantado, es una ley sagrada y como tal preservaremos su integridad con nuestras vidas si es necesario.
Arhs´im se quedó pensativo, el proceso era muy sencillo, las personas que alcanzaba cierta edad eran depositados en un agujero excavado en el lugar elegido, donde ocurriría la transformación.
El ciclo de la vida de su especie era un tanto peculiar, nacían de las semillas recogidas de sus frutos, la asociación de madres cuidaban de los pequeños, según crecían debían ir a la institución, allí eran educados y orientados para desempeñar un trabajo.
Solo los que llegaban a viejo podrían transformarse en árbol, y, por tanto, solo ellos podían reproducirse, el lugar que elegían para plantarse y crecer era muy importante. Era imposible saber a quién ibas a lanzar tu polen y quién iba a fecundar tus flores, eso era misión del viento y los insectos de la zona, así que normalmente se agrupaban en bosques con los árboles de las personas más afines, a los que llamaban familia.
– Ya había pensado el sitio donde plantarme.
– ¿Lo tiene marcado en algún mapa?
– No, es muy fácil de ubicar, le puedo enseñar donde.
– ¿Está muy lejos? Esta mañana tengo muchos asuntos que atender.
– No le robaré más de cinco minutos.
Los dos, salieron del despacho y se dirigieron a la salida del edificio del concejo, justo al salir Arhs´im señaló al suelo.
– Quiero ser plantado aquí.
– Pero, no puede ser, esto es la entrada del concejo, no puede bloquearla.
– ¿Ah, no? ¿Qué ley me lo prohíbe?
– Ninguna, pero es de sentido común, nos dificultará mucho la entrada.
– Es mi decisión, y es sagrada, nadie se puede negar.
– Sí, pero ¿Por qué?
– ¿Recuerda que quise abrir mi propio negocio y no me lo dejaron iniciar? ¿Cuándo sentí la necesidad de viajar a otras aldeas y no se me permitió? ¿Cuándo quise cambiar de profesión y me puso tantas trabas?
– Sí.
– Bien, ahora soy yo quien os cerrará las puertas.
Abrazados, exhaustos, con el alma henchida y la piel erizada por el momento, los dos escuchaban la melodía que llenaba la habitación. El humo flotaba en la oscuridad, rota por el reflejo de la luna llena, que curiosa, se asomaba por la ventana.