Autor: DeOniros

  • Los tres reflejos Capitulo 1: Sonotone

    Los tres reflejos Capitulo 1: Sonotone

    Marta: Te echo de menos.
    Pedro: ¡Hey! ¿Qué te pasa? ¿Hoy no habías salido con tus amigas? ¡Noche de chicas!
    Marta: Sí, hemos cenado. Quieren salir al puerto. Pero yo no tengo ganas.
    Pedro: Vamos, Marta. En cinco días volveré. Hoy pásatelo bien. Ve y diviértete.
    Marta: ¿Y tú, cómo estás?
    Pedro: Bien, sin tiempo para aburrirme. Ya sabes, trabajo.
    Marta: Bueno, al menos me tomaré una copa con ellas.
    Pedro: Eso es. ¿Dónde está la reina de la fiesta que conocí aquella noche de desenfreno? Sal y arrasa.
    Marta: ¿Te acuerdas?
    Pedro: Claro. Hale, déjame ya, que seguro que te están esperando.
    Marta: Sí, ya me están llamando.
    Pedro: Pero si bebes, que te lleven de vuelta, ¿vale?
    Marta: Siiii. Te quiero.
    Pedro: Y yo a ti. Mañana te llamo y me cuentas.

    Bloqueó su móvil y suspiró. Laura la esperaba en la puerta del coche. Era una amiga de Silvia, con quien solía salir ahora. Las demás ya habían llegado.

    —Entonces, ¿te vienes?
    —Sí, saldré un ratito con vosotras.
    —Estupendo, lo pasaremos bien. ¿Te llevo? Así usamos solo un coche.
    —Vale.

    Al arrancar, una vieja melodía olvidada fue escupida por la radio.

    “Well, the kids are all hopped up and ready to go…”

    —Coño, los Ramones.

    “They’re ready to go now…”

    —¿Te gustan?

    “They got their surfboards…”

    —Los escuchaba mucho cuando salía antes.

    “They got their surfboards…”

    —Pues vamos a arrasar esta noche.

    “And they’re going to the Discotheque Au Go Go…”

    Las dos amigas coreaban a gritos la canción. El aparcamiento era escaso. La melodía acompañaba. Habían encontrado una conexión sin buscarlo: amor por el ruido.

    “Sheena is a punk rocker now.”

    Las luces de neón dominaban la ciudad. Saludaron de lejos a sus amigas, que hablaban con unos chicos en la puerta del Sonotone. Hacía años que Marta no pisaba su sucio suelo. Seguía igual: olor a cerveza rancia y sudor, música insoportablemente deliciosa y chicos mirando a chicas.
    Todas bailaban, reían, susurraban las miradas de los demás.

    Laura se quedó atrás, apoyada en uno de los barriles que el antro hacía funcionar como mesa, sujetando una cerveza.

    Marta sonreía para sí misma. Danzaba para el espejo. Soñaba con el ayer.
    Los chicos la rodearon sin darse cuenta. Miró disimulada a uno, y eso fue suficiente para que él se lanzara.

    La mirada de Laura se desvió desde el fondo de la barra al lugar donde aquel tipo intentaba ligar con Marta.
    Dejó sus recuerdos de lado y se fue acercando.

    Demasiado cerca, demasiado rápido.
    A Marta no le importaba coquetear.
    El ruido hacía imposible escuchar, pero permitía un aliento a ron rancio y tabaco barato.

    Laura apartó al joven interesado con un suave empujón. Se acercó a Marta y, bajo la atenta mirada de los pretendientes de barra, la besó con pasión.

    Paladeó la sorpresa en silencio.
    Tenía sabor a desenfreno del pasado.
    A chicas gritando slogans de guerra y jauría de perros detrás.
    A risas por caras pasmadas.
    A adolescencia de hormonas rotas y hambre de vida.

    Pero en esta ocasión hubo algo distinto: liberó una pequeña mariposa azul aletargada en el estómago. Revoloteó hasta el techo del local, pidiendo más.

    Entre risas nerviosas y empujones, las dos fugitivas salieron en busca de aire fresco.
    Se sentaron en un muro, cansadas del rumor de los bares.
    Pasaron horas hablando de las noches del pasado, de los templos del ruido eléctrico y de las personas que habían pasado por su lado.

    —¿Vamos a otro lado? ¿Algún sitio donde se pueda bailar?
    —No sé… ¿Y las demás?
    —Les decimos que vamos a dar una putivuelta.

    Rompieron en carcajadas.
    Y también la noche.

    Danzaron al ritmo de los cascabeles. Los destellos de colores las hicieron bailar solas, abrazadas por la música, entre tambores y reverberación.
    Como una danza ancestral que conectaba el todo y la nada.
    El olvido de los días pasados y de los que vendrán.
    Quedando solo ellas dos, frente a frente, en presente.

    Eran más de las seis cuando aparcaron frente a la casa de Marta. Querían noche eterna, pero el resplandor del sol les dijo que no.
    Y se despidieron con un recuerdo del rescate pasado, en los labios.
    Con la promesa de un tal vez y la esperanza de un deseo.

    Se dijeron adiós.


    Marta: Buenos días, Pedro, ya llegué a casa.
    Pedro: Buff, yo me despierto ahora. Al final veo que te lo pasaste bien.
    Marta: Sí. ¿Sabes dónde estuvimos?
    Pedro: No, ¿dónde?
    Marta: En el Sonotone.
    Pedro: Qué bueno era aquel antro.
    Marta: Ya te digo.
    Pedro: ¿Siguen con la misma música?
    Marta: Sí, pusieron aquella de Barricada que te gustaba a ti.
    Pedro: Qué buenos tiempos. ¿Te acuerdas?
    Marta: Sí.
    Pedro: Como aquel día que te rescaté de aquella pandilla de babosos con un beso.
    Marta: Así fue como empezamos.

    Ramones – Sheena is a Punk Rocker

    «Se dijeron adiós, pero en el aire quedaba un deseo que ni la noche ni el olvido podían apagar.»

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  • Susurros carmesí

    Susurros carmesí

    —Buenos días, ¿es verdad lo que dice el letrero?
    Le brillaba la mirada; casi no podía disimular la ilusión. Al entrar reparó en que la tienda estaba algo descuidada: mucho polvo en las estanterías, una luz lúgubre y llena de interferencias, un olor rancio a moho y humedad. El dependiente, un señor oscuro de apariencia vetusta, le ofreció la sonrisa pervertida de quien descuartiza a sus clientes. Se acercó deslizándose tras el mostrador y le dijo:
    —Sí, es verdad. Vendemos espectros.

    La joven, con el entusiasmo de quien encuentra un tesoro, quiso saber más.
    —¿Cómo funciona? ¿Qué tipo de espectros tenéis? ¿Un espectro es lo mismo que un fantasma?
    —No, señorita, no. Una cosa es un espectro y otra bien distinta es un fantasma. Vendemos espectros y fantasmas, pero no al mismo precio.
    —¿Qué diferencia hay?
    —¿Vale, ves esto? —le enseñó una antigua botella llena de mugre con una etiqueta escrita a mano—. Es un espectro. Como todos los espectros, no tiene un nombre reconocido ni una forma clara. No se comporta con lógica aparente, no responde a ningún estímulo conocido y es difícil saber de él más que lo que muestra. Este se llama “Espectro de la casa de Guittenville” y cuesta £23.

    —¿Y ese de allí? —dijo la chica señalando un bote verde luminoso.
    —Eso sí es un fantasma —dijo el señor, acercándole el tarro—. Aquí pone claro un nombre: Elisabeth Brown. Murió en 1952, tragada por la gran niebla cuando tenía 58 años. Por lo general tiene buen carácter, pero a veces monta en cólera si se la contradice mucho. Precio: £254.
    —Qué caro.
    —Es un fantasma.

    —¿Y este otro? —La joven señaló el segundo recipiente del tercer estante.
    —Este es el fantasma de un niño —dijo el dependiente, agitando el frasco con un latido azul—. Son los más caros. Se llama Albert Dawn y murió en la postguerra. Era el séptimo hermano de una familia londinense. Se le escucha llorar en noches de tormenta y dormirá abrazado a ti las noches sin luna, si se lo permites. Si no, removerá objetos hasta que cedas o hasta que salga el sol. Precio: £372.
    —¿Y qué me puedes vender por £52,35? —preguntó ella—. Sin ser un espectro, claro.
    —Pues por ese precio tenemos esto. —El dependiente golpeó el mostrador con un tarro de resplandor carmesí—. Es un demonio menor.

    —Eso no es un fantasma.
    —No, no lo es. Pero aun así es más interesante que un espectro. Se llama Murmulín.
    —Qué nombre más chulo.
    —Sí. Además, si lo sabes cuidar, es totalmente inofensivo.
    —¿Qué he de hacer? ¿Cómo se cuida?
    —Se alimenta de susurros. Tendrás que hablarle en voz baja para mantenerlo saludable. A veces incluso te hará caso. ¿Te gusta? —El tendero le acercó el recipiente. Se distinguía una figura ligeramente humana; era fuego líquido y se escuchaba un respirar.
    —Sí, mucho —respondió la chica contando el dinero del bolso.—Bien. Esta es la regla principal: para interactuar con él hay que invocarlo. El conjuro está en la etiqueta. Saldrá y volverá cuando tú se lo ordenes. Aunque no siempre obedece; no suele hacer más estragos que tirar algún cuadro o desordenar un armario. Alguna vez concederá un deseo, aunque también puede darte dolor de barriga. Pero sobre todo hay algo que no debes hacer.
    —¿Qué no se puede hacer?
    —No abrir la tapa. El tarro debe permanecer siempre cerrado.
    —¿Y si la abro?
    —Liberarás toda su esencia —dijo el dependiente en voz baja— y te devorará el alma.

    Poe – Haunted

    ¿Qué comprarías tú en esa tienda, sabiendo que cada objeto guarda algo que alguna vez fue alguien?

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  • Diario de un soñador lúcido
Carta 21:  Sobre una mirada verde

    Diario de un soñador lúcido Carta 21: Sobre una mirada verde

    Querido diario:
    Me encanta el momento de taparme con mi grueso edredón y dejarme llevar por el cansancio. Tras cepillarme los dientes y, en el espejo, ver este cuerpo que tan poco me gusta, me dejo arrastrar por el sueño. Sé que allí seré distinta. Seré Desyria, la guerrera del vestido verde. Ceñida con daga corta y agilidad felina. Aquí no soy lo que soy, sino quien quiero ser.

    Abandono el mundo de los despiertos y caigo en mi casa-árbol, en mitad de la jungla hecha del material secreto que rige la fantasía. Bajo a tierra firme lanzándome en una liana y empiezo a elegir. En el hueco del tronco de cada árbol hay un portal: me transporta al subconsciente aletargado de otras personas. Hoy visitaré a un amigo y probaré el efecto de mi verde mirada sobre su piel.

    La puerta se abre de par en par. Soy bienvenida, y su sueño lo sabe. Su casa es distinta a la mía —todos los navegantes en el mar de Morfeo fabricamos una—. He visto mansiones victorianas, rascacielos neoyorquinos, hasta madrigueras bajo tierra. La suya es una posada medieval montada sobre una cima.

    Él me espera. Su lugar le ha avisado de mi presencia. Le sonrío con picardía. Él simula pudor y me mira con disimulado deseo. Los rayos de un sol distante nos alumbran entre las nubes. Él prefiere sombras y frío; mi acuarela es de colores cálidos. Pero me gusta el paisaje que ha dibujado para habitar, y la caricia de su viento sobre mi cara.

    —¿Qué aventuras me propones hoy? —me dijo, devolviéndome la sonrisa.
    —No sé, algo de calma. Ya son muchos días persiguiendo sombras. ¿Nos quedamos viendo algo al fuego de la chimenea?
    —¿Aquí también se puede pasar un domingo de manta y películas?
    —Aquí puedes hacer lo que quieras, ya lo sabes.
    —¿Qué quieres ver?
    —Un recuerdo.

    El salón era enorme, con paredes de piedra antigua y columnas de madera. No hacía calor, pero el aroma de las brasas inundaba la estancia. Se hizo la oscuridad en la sala. Un proyector antiguo empezó a mostrar imágenes en color sepia: una caída en bicicleta, las risas de estudiante en un instituto de pueblo, el mar Mediterráneo con su olor a sal y su calma templada.

    —No sabía que podía rescatar recuerdos tan vívidos.
    —Es un truco. Tu subconsciente está muy presente en este sitio, y se le pueden pedir cosas.
    —Me encanta. A ver si consigo algo más actual.

    Aparecieron unas imágenes en la calle, de noche. Vestía un traje negro y había fuegos artificiales. Felicitaba a los demás con efusiva alegría. Era fin de año, pero no supe de cuál. Qué guapo estaba, con esa sonrisa perenne.

    —Eres igual que en tus recuerdos —le dije, sin apartar la vista de la proyección.
    —¿Por qué no lo voy a ser? El próximo domingo de descanso te toca a ti: sesión de cine de recuerdos en tu casa-árbol.
    —Es que… yo… bueno… la mayoría de nosotros somos distintos en el sueño.
    —¿Entonces no eres como te veo ahora?
    —No.

    Se quedó pensativo un instante.
    —Vale… a mí me gusta mucho tu interior. Pero alguna vez tendré que verte a ti.

    Glass Animals – Dreamland

    A veces los sueños no son refugios, sino espejos.
    Ella, Desyria, lo sabe bien: cada recuerdo que rescata brilla un instante… antes de desvanecerse.
    Pero mientras exista alguien que la sueñe, seguirá volviendo.
    Verde, invencible y efímera.
    ¿Y tú? ¿Qué harías si pudieras cambiar en sueños?

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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  • Memoria en Do Sostenido

    Memoria en Do Sostenido

    No sé cómo lo harás tú —somos tan diferentes…
    El otro día, contándonos secretos al oído, descubrí el desparrame de imágenes que me narras. La superficie rugosa de tu camino, esa prosa impulsiva sobre el mar de tu mente.

    Y yo, folio en blanco. Silencio sobre la herida que, si no sana y tampoco empeora, si se marchita, no es por falta de amor: es que le grito desde tan lejos que ya no escucha.

    Yo, para invocar momentos, necesito la melodía de los elementos. Los rasgos perdidos de rostros viejos se ordenan en partitura secreta; en el sonido eterno del expandir primigenio, detonado en Do sostenido.

    No puedo evocar aroma, ni verbo ni cielo sin hacer sonar primero la vibrante sinfonía de la esencia del recuerdo.

    Baiuca + Carlangas – Fisterra

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  • Pequeña guardiana de piedra y polvo tibio

    Pequeña guardiana de piedra y polvo tibio

    Amaneció entre humo y toses.

    Subió a la copa del único árbol y miró alrededor.
    Todo era gris. Negro. Ceniza flotando en la cálida luz del día.
    La montaña aún rugía, derramando lágrimas de fuego donde ayer eran ríos.
    Apagando su furia… solo para guardarla para otro tiempo.

    Ella se abrazó a la copa del árbol y lloró.

    En silencio.

    Sin parpadear.

    Relamiendo sus párpados con la tristeza del olvido.

    Encontró una grieta en el tronco.
    Husmeó con su lengua la hendidura y desapareció en la corteza oscura.
    Durmió esperando un cambio.
    Soñando con la brisa tibia y las nubes negras.
    Con la piedra caliente y la luna llena.
    Soñó con las luces aladas que la alimentaban.
    Y quiso despertar de noche para ver las estrellas.

    Sintió, de madrugada, brotes verdes sobre la roca quemada.
    Zumbidos de vida volando, gritando de rabia.
    Raíces aferrándose a la tierra, renaciendo de la turba.
    Observó cómo subían en fila, soldados diminutos, a empezar su jornada.

    Sintió sed.
    Y el rocío derramó una gota dulce en su boca.Respiró aliviada.
    Bostezó.
    Y volvió a su grieta, deprisa, antes de que el sol la sorprendiera despierta.

    Crimson Stone – Nowhere

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  • Liturgia de un deseo

    Liturgia de un deseo

    Se sentía sucio.
    Sus manos, sus ojos, su piel.
    Todo supuraba un hedor vil a verbos condenados, a lujuria o fornicio.
    En la autocomplacencia estaba el castigo, pero esto era aún peor.

    Y sin embargo la tentación —¿qué iba a entender yo de instinto?— era más fuerte.

    Ahí estaba: contemplando la delgada línea de sus curvas.
    El chasquido eléctrico de la ropa deslizándose,
    esa sonrisa etérea que más allá de sus sueños quería heredar a los míos.
    Resbalándome con ella:
    en el ruido del agua de la ducha,
    en su respiración reclamando caricias,
    en mis manos rompiendo en lágrimas.

    Oscuro es el castigo por solo poder mirar.
    Aquel día frío en gimnasia.
    El ladrillo quebrado y su grieta en las duchas.
    La mano que me alzó por la oreja.
    El pecado, decían, se escarmenta en varas,
    en cruz de rodillas,
    con la pared por testigo.
    Esa misma pared que antes acariciaba mis mejillas
    en el ocaso de mi olvido.

    Tras tanto tiempo sangrando,
    de conocer el “pecado”,
    de procesiones ocultas por temor al látigo,
    de esquivar el dedo firme de quien teme mis instintos,
    entendí algo:La mirada casual, inocente, de aquel niño
    no mereció jamás tal castigo.

    Joaquin Sabina – Pongamos que Hablo de Madrid

    ¿Qué fue lo primero que te hicieron sentir “pecado” siendo inocente?

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  • No quiero ser un poeta

    No quiero ser un poeta

    ¿poesía dice? ¿Qué poesía?
    La que recita ese tipo que ya casi la conquista, con versos de ese tal Neruda que no comprende nadie y ni él mismo se cree.
    Pues no es tan difícil, yo pienso. Alardear de palabras, eso es lo que es. Meterlas en líneas montadas, rimbombantes, casadas entre ellas por el azar de formas sonoras.
    ¿Y qué más? Nada más fácil, lo voy a intentar.

    Yo te amo.

    No.

    Sí, sí te amo.

    Me refiero a que encuentro absurdo explicar mi amor si primero lo resumo.

    A ver…

    ¿Qué es el amor?

    El amor en el estómago son mariposas.
    También la necesidad de tu presencia.
    Las ganas de verte.
    Las ganas de comerte.

    ¿Es esa la idea? No queda bien, qué soso, qué absurdas palabras para un amor tan torpe.
    Quizás deba comprender cómo lo harían otros. ¿Qué tal el Neruda este, que tanto le gusta a quien ronda a mi amada?

    “Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
    la leche de los senos como de un manantial”

    Pues sí, eso también lo haría yo. ¿Por qué no se me ha ocurrido a mí?
    ¿Es algo que enternece tanto a las damas? Que confusión.
    Seguiré buscando en el amor de otros.
    Volvamos con Neruda:

    “Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.”

    ¿Qué? ¿Qué tipo de amor prefiere el silencio? Cualquiera diría que es un “no te soporto”. No quiero referirme a eso.

    Quevedo escribió al amor, a ver qué dice:

    “Es una libertad encarcelada,
    que dura hasta el postrero parasismo;
    enfermedad que crece si es curada”

    El señor poeta aquí sufre de amor aun teniéndolo.
    ¿Qué diantres es el amor?
    ¿Es lo mismo el amor en sí, que el amor que siento yo por ella?
    Si es la más bella, ¿por qué el propio amor se obstina en marchitarla?

    Encadenando letras, me quedo.
    Atormentado,
    queriendo ver en tus labios
    versos pasados,
    en tu piel mi deseo,
    y en mi mente nada.
    Solo confusas
    las líneas de mi memoria.

    Marea – No Quiero Ser un Poeta

    Amor que te hace derretir… Despecho que te hace vomitar.
    Suéltalo en un verso cada uno. Dos líneas, dos bofetadas de emoción.
    Atrévete, que aquí no hay reglas, solo fuego en palabras.

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  • Ofrenda a la luna llena

    Ofrenda a la luna llena

    Bajo esta luna que los antiguos llamaron del castor o de la escarcha, tejemos un hilo de luz.
    Hoy celebramos esta magnífica noche llena gracias a las letras y la mirada de Blanca y su blog Un Rincón Para Pensar, cuya fotografía eleva el cielo y nos devuelve el asombro.
    Gracias por capturar no solo la luna, sino el instante donde el mundo se detiene y el alma se abre. Disfruten de ésta colaboración.




    Desde el balcón, trenzas brindando al viento, suspiraba sin remedio sobre los olivos.

    Nubes que al pasar dejaban ver una redonda silueta:

    tan blanca que era casi azul.

    —Te veo triste. ¿Qué te pasa?

    —Nada. Melancolía de viernes sin bailar. Y sin la luna de testigo.

    —Estoy aquí, boba. ¿No ves que soy yo quien te habla?

    —Ah… Pues ni eso me alivia. Penada me quedo.

    —Pero ¿por qué tantas ganas? Si bailas hasta en tu casa.

    —Pero esta noche estará él. Esperando, espero.

    —¿Y quién es él?

    —Quien me ama.

    O eso creo —dijo un suspiro.

    —Quien te ama, te espera.

    —Pero no puedo. No me dejan salir y por eso triste me muero.

    —Pobre niña ahogada en su pesar.

    —Si tan solo pudiera escapar una hora… mejor dos —suspiró.

    —Tal vez pueda hacerlo —dijo la luna.

    —¿Qué, luna mía?

    Un resplandor tan espeso la envolvió que pudo deslizarse dentro de él.

    Corrió entre nervios para romper la distancia que la separaba de su amado.

    La luna la vio partir y murmuró:

    —Ve. Y vuelve.

    Que yo te guardaré el cielo.

    En tu cuarto creciente se comienza a ver tu belleza. 

    Luna llena, protectora de mis noches en vela. 

    Cuarto menguante, te resistes a abandonar a aquellos que te admiran. 

    Luna nueva, elegantemente das la espalda para después volver a brillar con más fuerza.

    B.D.E.B.

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  • El Fary y el gato gurú

    El Fary y el gato gurú

    Capítulo 3: Hasta que duela… y luego un poco más

    Perlaba el sudor sobre su frente. Su respiración empezaba a perder el ritmo. Quiso reponer el aliento, pero una zarpa le rozó la oreja izquierda. Javier paró en seco y exclamó, cabreado:

    —¡Auuu!
    —Deja de quejarte y a correr.
    —Bien, entiendo lo de correr. Llevamos algunos días y siento que ya voy cogiendo fondo —reconoció el coachee—. Lo que no entiendo es que tengas que estar sobre mi cabeza mientras me entrenas.
    —Joven padawan, recuerda que, como mentor, tengo que estar siempre encima tuya.
    —Claro, claro. Pero… ¿tiene que ser tan literal? Tengo que mantener el equilibrio porque, cuando te resbalas, te agarras a mi cabeza con las garras.
    —Es parte del entrenamiento. Además, por ahora es tu única baza para atraer a las féminas al pasar. Recuerda: sembrar semillas… Hale, ponte a correr.
    —Vale. Pero… ¿qué tendrá que ver atraer a las mujeres con un gato en la cabeza?
    —¿Ves a esa chica que pasa por allí?
    —Claro, como para no verla. Menudo cuerpo…
    —Fíjate en su mirada, pedazo de salido.
    —¡Nos está mirando!
    —¡Error! Me mira a mí.
    —¡Nos está sonriendo!
    —También a mí. Pero, a su vez, cuando ve mi cuerpito portentoso encima de tu cabeza, siente ternura por el hombre que lo transporta.
    —Oh, eso está muy bien.
    —Cuando tengas el corpore sano, empezaré a tratar también tu mente. Entonces, de friki de ciudad pasarás a ser alfa.
    —Mira, mira, también sonríen aquellas dos.
    —¿Quieres dejar de mirar y ponerte a correr?
    —Oye, ya que te tengo en casa pienso que te voy a llamar “Miki”.
    —Haz eso y te desfiguro la cara.

    Ginebras – La Ciudad Huele a Sudor

    No siempre tendrás claridad. A veces solo tendrás un gato gritándote que corras. Con eso basta para empezar.

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  • Diario de un soñador lúcidoCarta 20: De la sombra a la luz

    Diario de un soñador lúcidoCarta 20: De la sombra a la luz

    Nos perseguían. No podíamos parar. Nos habían rodeado en un sueño que no era nuestro. Una trampa mortal vestida de terciopelo azul. No nos dimos cuenta de la oscuridad que emitía aquella puerta hasta que caímos en el abismo. El mismo que estaba ahora frente a nuestros pies. No podíamos cruzar.

    —¡Salta!

    Pero allá abajo se revolvía la oscuridad.

    —¡Que saltes!

    Las sombras llegaban ya, a punto de apresarnos. Yo, con los pies en el acantilado. Sentí un empujón y me vi caer.

    —Idiota, a ver si confías más en mí.

    Sentí cómo me agarraban, pero no eran los monstruos que nos perseguían. Mi compañera de aventuras —la chica del vestido verde, la misma que una vez me ofreció pastel en aquella casa del árbol y juró que ya me había dicho su nombre— flotaba a mi lado. Me abrazó con fuerza y me guió por el cielo.

    Las sombras saltaron tras nosotros. Las vi aparecer, como pulpos tenebrosos surcando el espacio. Ella aumentó la velocidad. No sé cómo lo hacía hasta que noté que, de su traje, salían alas de libélula.

    —Estás llena de trucos.

    —A que te gustan.

    —Mucho.

    —Espero que esta vez hayas traído armas.

    Busqué como pude en el interior de mi chaqueta. Saqué la pistola de juguete que, como en todos los sueños, había mutado. Parecía ahora un artefacto de película de ciencia ficción. Disparaba rayos y, cuando lo hacía, el trueno retumbaba. Alcancé al espectro más cercano, que se disolvió en humo. El segundo lo esquivó, pero la electricidad lo persiguió y quedó chamuscado al instante.

    —Qué maravilla. Con este cacharro las exterminamos enseguida.

    —Pero hay más. Cada vez más.

    —Hay que encontrar al huésped.

    Cruzando el espacio nos adentramos en la penumbra, entre nubes que tronaban gracias a mis descargas. Los monstruos caían, pero seguían apareciendo sin descanso. Aun así, podíamos avanzar.

    Entonces la vimos: una casa de madera podrida, retorciéndose sobre una pista de asfalto, trepando hacia el cielo como una pesadilla arquitectónica. Allí estaba encerrada la víctima de este sueño, agonizando bajo la enfermedad oscura que entraba por sus noches.

    —¿Qué hacemos? ¿Entramos? —pregunté.

    —No. Vamos a sacarlo.

    Arrancó un trozo de su vestido verde y con él taponó la ridícula chimenea. Abrió una ventana y me pidió que disparara dentro. El interior comenzó a arder. Cerró la ventana y esperamos.

    Entonces surgió. Una forma grotesca, mitad humana, mitad otra cosa. Reventó la puerta, golpeándola contra la pared podrida. Era un títere de carne manejado por una sombra que se pegaba a su espalda, hinchándolo, volviéndolo más fiero.

    Ella se lanzó sobre él, blandiendo su arma: un cuchillo de filo brillante, casi vivo. Sin tocar la piel del huésped, cortó al espectro en dos. Al desprenderse la criatura, el humano gritó con fuerza y la casa empezó a desmoronarse.

    Yo, aún en el techo, perdí el equilibrio y caí. Ella saltó para cogerme en pleno vuelo. Tropezamos y quedé encima de ella, cara a cara, respiración contra respiración. Mirándonos. Deseando —yo en secreto, ella quién sabe— el misterio de sus labios.

    Sonrió.

    —Me estás aplastando.

    —Perdón —dije sin moverme.

    No se apartó. Sonreía como si disfrutara del juego. Pero algo nos nubló la luz. No estábamos solos.

    —Ejem…

    Nos levantamos rápido. El huésped de la sombra, ya recuperado, era ahora una ancianita adorable que nos miraba con indignación. Habíamos salvado su sueño para meterla en otro… menos adecuado.

    —Jovencitos, por Dios. ¡Búsquense un motel!

    Korn – Lost In The Grandeur

    Salvar un sueño puede acabar con la casa… y con la paciencia de los vecinos imaginarios.

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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