
Marta: Te echo de menos.
Pedro: ¡Hey! ¿Qué te pasa? ¿Hoy no habías salido con tus amigas? ¡Noche de chicas!
Marta: Sí, hemos cenado. Quieren salir al puerto. Pero yo no tengo ganas.
Pedro: Vamos, Marta. En cinco días volveré. Hoy pásatelo bien. Ve y diviértete.
Marta: ¿Y tú, cómo estás?
Pedro: Bien, sin tiempo para aburrirme. Ya sabes, trabajo.
Marta: Bueno, al menos me tomaré una copa con ellas.
Pedro: Eso es. ¿Dónde está la reina de la fiesta que conocí aquella noche de desenfreno? Sal y arrasa.
Marta: ¿Te acuerdas?
Pedro: Claro. Hale, déjame ya, que seguro que te están esperando.
Marta: Sí, ya me están llamando.
Pedro: Pero si bebes, que te lleven de vuelta, ¿vale?
Marta: Siiii. Te quiero.
Pedro: Y yo a ti. Mañana te llamo y me cuentas.
Bloqueó su móvil y suspiró. Laura la esperaba en la puerta del coche. Era una amiga de Silvia, con quien solía salir ahora. Las demás ya habían llegado.
—Entonces, ¿te vienes?
—Sí, saldré un ratito con vosotras.
—Estupendo, lo pasaremos bien. ¿Te llevo? Así usamos solo un coche.
—Vale.
Al arrancar, una vieja melodía olvidada fue escupida por la radio.
“Well, the kids are all hopped up and ready to go…”
—Coño, los Ramones.
“They’re ready to go now…”
—¿Te gustan?
“They got their surfboards…”
—Los escuchaba mucho cuando salía antes.
“They got their surfboards…”
—Pues vamos a arrasar esta noche.
“And they’re going to the Discotheque Au Go Go…”
Las dos amigas coreaban a gritos la canción. El aparcamiento era escaso. La melodía acompañaba. Habían encontrado una conexión sin buscarlo: amor por el ruido.
“Sheena is a punk rocker now.”
Las luces de neón dominaban la ciudad. Saludaron de lejos a sus amigas, que hablaban con unos chicos en la puerta del Sonotone. Hacía años que Marta no pisaba su sucio suelo. Seguía igual: olor a cerveza rancia y sudor, música insoportablemente deliciosa y chicos mirando a chicas.
Todas bailaban, reían, susurraban las miradas de los demás.
Laura se quedó atrás, apoyada en uno de los barriles que el antro hacía funcionar como mesa, sujetando una cerveza.
Marta sonreía para sí misma. Danzaba para el espejo. Soñaba con el ayer.
Los chicos la rodearon sin darse cuenta. Miró disimulada a uno, y eso fue suficiente para que él se lanzara.
La mirada de Laura se desvió desde el fondo de la barra al lugar donde aquel tipo intentaba ligar con Marta.
Dejó sus recuerdos de lado y se fue acercando.
Demasiado cerca, demasiado rápido.
A Marta no le importaba coquetear.
El ruido hacía imposible escuchar, pero permitía un aliento a ron rancio y tabaco barato.
Laura apartó al joven interesado con un suave empujón. Se acercó a Marta y, bajo la atenta mirada de los pretendientes de barra, la besó con pasión.
Paladeó la sorpresa en silencio.
Tenía sabor a desenfreno del pasado.
A chicas gritando slogans de guerra y jauría de perros detrás.
A risas por caras pasmadas.
A adolescencia de hormonas rotas y hambre de vida.
Pero en esta ocasión hubo algo distinto: liberó una pequeña mariposa azul aletargada en el estómago. Revoloteó hasta el techo del local, pidiendo más.
Entre risas nerviosas y empujones, las dos fugitivas salieron en busca de aire fresco.
Se sentaron en un muro, cansadas del rumor de los bares.
Pasaron horas hablando de las noches del pasado, de los templos del ruido eléctrico y de las personas que habían pasado por su lado.
—¿Vamos a otro lado? ¿Algún sitio donde se pueda bailar?
—No sé… ¿Y las demás?
—Les decimos que vamos a dar una putivuelta.
Rompieron en carcajadas.
Y también la noche.
Danzaron al ritmo de los cascabeles. Los destellos de colores las hicieron bailar solas, abrazadas por la música, entre tambores y reverberación.
Como una danza ancestral que conectaba el todo y la nada.
El olvido de los días pasados y de los que vendrán.
Quedando solo ellas dos, frente a frente, en presente.
Eran más de las seis cuando aparcaron frente a la casa de Marta. Querían noche eterna, pero el resplandor del sol les dijo que no.
Y se despidieron con un recuerdo del rescate pasado, en los labios.
Con la promesa de un tal vez y la esperanza de un deseo.
Se dijeron adiós.
Marta: Buenos días, Pedro, ya llegué a casa.
Pedro: Buff, yo me despierto ahora. Al final veo que te lo pasaste bien.
Marta: Sí. ¿Sabes dónde estuvimos?
Pedro: No, ¿dónde?
Marta: En el Sonotone.
Pedro: Qué bueno era aquel antro.
Marta: Ya te digo.
Pedro: ¿Siguen con la misma música?
Marta: Sí, pusieron aquella de Barricada que te gustaba a ti.
Pedro: Qué buenos tiempos. ¿Te acuerdas?
Marta: Sí.
Pedro: Como aquel día que te rescaté de aquella pandilla de babosos con un beso.
Marta: Así fue como empezamos.
Ramones – Sheena is a Punk Rocker
«Se dijeron adiós, pero en el aire quedaba un deseo que ni la noche ni el olvido podían apagar.»

















