Sin saber cómo, de pequeño, aprendí a camuflarme entre los muebles, a pasar a través de las personas, como si fuera una sombra que escapaba inquieta y a esconderme en los armarios, con la oreja pegada a la madera de la puerta, escuchando susurros y confesiones prohibidas. Conseguí ser un niño ausente, callado e introvertido, que no reclamaba regalos en su cumpleaños y que, por no ser, seguía sin ser visto. Así ganaba al escondite, pero nadie me aguardaba y yo seguía esperando ser encontrado.
Según crecí me encontré ofuscado en los senderos, suspendiendo matemáticas por sustraerme en decimales y aprobando lenguas muertas por omitir el sujeto, habiendo predicado el verbo escapar. En gimnasia contemplaba mi reflejo en charcos de lluvia, a falta de quien me pasara el balón o me entregara el testigo corriendo y en misa, los domingos, deslizaba mis pecados hacia la plaza comulgando con el aire fresco de la mañana.
Escondido en el trastero, huyendo del maltrato de los pasillos y del rugir de los tutores armados con reglas estrictas y cartabones de escudo, la vi entrar. Incubaba un secreto turbio, que ensuciaba sus pulmones, vestía de espectro a la brisa de la luna, con nubes grises en el vuelo de su falda y una mirada oscura, distante, de sonrisa esquiva, soñando con ser sombra en el país de las ventanas abiertas. Tropezó conmigo y cayó de bruces en mis brazos, y entonces, solo entonces, comprendió que existía.
Pasamos el curso comiéndonos a besos en las esquinas, entre caricias tras las paredes y arrancándose la piel al filo de los pasillos, donde nadie nos veía, donde todos quisieron verse siempre entre las brumas de un secreto, solo que estábamos delante y nunca lo supieron. Llegó el verano, éramos niebla y transmutamos en gotas de rocío, sobre el cristal de las ventanas y con el sol, nos evaporamos.
Oye, tío, ¿hoy no piensas salir? Venga Juan Francisco, sal del sillón, que hace un día precioso. ¡Ah! ¿Que ya vamos? Perdona, que como hablas tan raro… Ni te entiendo la mitad de las veces. Las otras no te hago caso, por lo aburrido que eres. Venga, sal ya, que me tienes cansado.
¿Qué hacemos hoy? ¿A dónde vamos? ¿Vamos al parque a perseguir a las chavalas? Hay alguna que me está dejando mensajes por las esquinas y yo sé que a ti te gusta la rubia, aquella que va siempre con mi colega. Sí, ese que está tan cuadrado y tiene cara de mala leche. Es buen tipo, no te mira mal, es que no tiene otra cara que ponerse.
¿Vamos a otro lado? Vale, yo contigo al fin del mundo, aunque me da en la nariz que por ese camino no hay nada bueno. En fin, tú sabrás. Pero, ¡Qué prisas! Al menos déjame contemplar el arte rupestre, ¡exquisito en esta zona, oye!
Juan Francisco, no me gusta este sitio, ¿por qué entramos aquí? ¿Por qué hay tantos colegas con cara de espanto?, me estoy acojonando. ¿Por qué huele aquí tan terriblemente mal? Hay aroma a pienso rancio y orina contenida, a sangre vieja, a miedo tenso. Huele a aquello que bebes aquellas noches de sábado, para ocultar tu hedor al terror de las miradas ajenas.
¿Quién es ese tipo de bata verde y mirada de psicópata? No, yo no quiero entrar. Pero… porque me abre la boca, Juan Francisco, este tío me está sobando, no sé qué mira tanto. ¿Qué es eso? ¡Joder! El tío psicópata este me ha clavado no sé qué mierda en toda la espalda. Yo no sé si es tu amigo, pero como me vuelva a tocar le muerdo la mano y le arranco un dedo. Anda, vámonos ya, déjate de cháchara.
¡Por fin! Aire libre. Qué agobio ahí dentro. Espera, Juan Francisco, déjame un segundo que voy a ponerle una reseña en la pared, que todo el mundo sepa que aquí vive un demente, está armado con una aguja. Bueno, ya hemos hecho lo que tú querías, ahora vámonos a perseguir motos.
Mägo de Oz – Espérame en El Cielo.
Este texto ha sido traducido usando Google Translate, cualquier discrepancia en cuanto a expresión y dialogo sera tomada en cuenta.
En el camerino, solo, frente al espejo, aquel señor de pelo largo contemplaba los surcos que el tiempo había depositado en su cara. Ojeras del habitar de la noche al calor de los focos, en la frente había preocupación documentada en pliegues y rastros de risas histérica en el lateral de su mirada. Un pincel de letra oscura trazaba su viejo rostro en una negra lágrima, tan reconocida en aquellos tiempos, tan olvidada ahora por el dramático cambiar de los actores.
Con su sombrero de copa y su bastón negro con pomo plateado, entre gritos de admiración, Vincent salió al escenario, donde todavía hay marcas de la guillotina que tantas veces ha visto rodar su cabeza. En el clamor de la batalla, una lagrima ennegreció su mejilla, otra vez.
Mañana comenzaré, naceré otra vez, resurgiré de mis cenizas. Me convertiré en lobo hambriento, acechando incansable, sin respiro. A golpes de compás trazaré mi ángulo, recto, a escuadra, a trazo fino. Me haré roca en la arena, soportaré la marea, seré isla habitada. Construiré mi senda, apisonando baches, sorteando la montaña saltada. Y si en el proceso me hundo, volveré a empezar, una y otra vez. Hasta que llegue profundo.
Pero hoy no.
No quiero.
Déjame deslizarme en el filo de la herida y olvidarme mirando el cielo mientras sangra. Escabullirme en el flanco izquierdo y bostezar soñoliento en los aplausos. Vagar perdido sin ritmo, al acorde seis por ocho, gritando descalzo. Reírme en alto de mis lienzos, o romper en llanto por creerme oportuno. Aparentar noche de estrellas siendo burdo y mecer mi alma en condena tuteando divinidades justificadas en vano. Incordiando peces, nadando equivocado, susurrando caricias al rebaño confundido.
– No, si vista así, a la luz del son, hasta parece bonita.
– No es la belleza, es lo que significa.
– Pues eso, un rey de antaño, ¿qué más hay?
– Fue uno de los fundadores del país, fundamental en la guerra contra los invasores y nació aquí, en el pueblo.
– Bueno, vale, es una figura histórica.
– Es parte importante de nuestro patrimonio cultural, que este tipo echó a los prusianos del país.
– vale, según una leyenda, que cada pueblo de esta región tiene su versión, este señor reclutó a los campesinos, les puso a combatir armado de azadas y guadañas. La carnicería fue tal que la sangre tiñó el río de rojo, ¿no era así?
– Efectivamente, fue un héroe.
– Este rey era de origen francés, ¿verdad?
– Sí, pero se dice que nació aquí
– Cuando nos invadió Francia, ¿verdad?
– En los libros de historia cuentan que los padres contrajeron matrimonio haciendo posible el tratado de Toulouse. Eso firmó la paz y dio fin a la invasión.
– Entonces nuestro origen es tanto francés como prusiano, que también nos habían invadido en otras ocasiones, ¿verdad? Sin contar con los persas, árabes de distinta procedencia, romanos, iberos y cartagineses.
– Si lo miras así.
– ¿Y si hubieran ganado los prusianos?
– A saber qué hubiera pasado.
– Yo te voy a decir lo que hubiera pasado. Que ni tú ni yo hubiéramos notado nada.
Hubo una ocasión que mi imaginación paró, ya no era ese océano de brisas perpetuas, de misterio escondido en sombras, ya tus labios estaban cerca y me prestaban su húmeda voz en los días raros. En mi alcoba, había líneas curvas infinitas, que sin la necesidad de una súplica, promesa de intensa aventura, me hacía navegar en tu río dulce y en tu intrépida cordillera, cuando la luna sonreía, al oscurecer del día.
Llegó la calma de madrugada, cuando los demás soñaban y el amor terminaba con su deseo, cuando salían las hadas a cuidar de los misterios, se enturbiaba las luces pálidas y grises sombras escupían gatos pardos por las esquinas, en un concierto que susurra, voz de venus encarcelada, que dormía cansada cuando yo ya no podía.
Los cristales rasgados de copas vacías, en el fervor de la oscuridad, relucían, con los primeros rayos de un sol cansado, qué exhausto se levantaba a brillar, rendido de nubes. Era un domingo de repique de campanas, exentas de pecado concebido, que quebró la desdicha pariendo, en la sangre de la batalla, un adiós eterno, pero a mí me atrapó dormido y no pude cantar mi salmo.
Solo recuerdo, el aroma de portazo con rabia, en el café de la mañana, que me hizo barrer la casa, de caricias caídas de la cama y limpiar de los espejos tu sonrisa ausente y reflejos de lágrimas. Guardé confusión desganada y sentimientos rotos en el trastero y tendí al sol mi traje nuevo de fiesta, para no olvidar que el carnaval exige la mirada tras la máscara.
Como dijo Sabina, fueron quinientas noches en vela y tres días de resaca, de ron cosido, con luces de colores, con miradas atrevidas y risas anabolizantes, de corazón herido, de disparo de gracias y hasta luego. Nunca estuve solo, tras tu huida furtiva, lo prometo, pues cuando marchabas sin maletas volvió alegre mi fantasía, recuperé el sentido del tacto y tronaron mil melodías que resonaban en mis sueños.