Autor: DeOniros

  • Te vi, vestida de domingo, en el ritual del domingo, mañana de chocolate con lazo rosa en el pelo. Crujiente sabor de caballo alado que viene a salvarte del tedio de la semana, mientras las sombras dominaban todavía en este soleado día que comenzaba.

    Pero sabes que veo tus sueños, de pantalones vaqueros a las caderas, de caballos galopando cortando el viento, donde la princesa perdida, entre dragones alados, escapa furiosa de sus cadenas, donde la triste espera a ser rescatada. 

    Alada en tu pensamiento, te elevas cruzando la frontera, escribiendo tu propia fábula, melodía de valquirias que blanden sus espadas, que gritan su himno en el acantilado para que el mundo se entere, qué libre es como te quieres.

    Ahí, sentando tu calma, mojando en chocolate la poesía de tus ganas de correr, manchaste la pasión de la correa en el cuello, de la intención de escapar de su querer, para inventar su propia batalla, aunque no encuentres con quien.

    Tool – Invincible

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  • Ritual

    A veces es aire, su suspiro mece las ramas evocando susurros, eco de palabras que pierden la forma y se disuelven en silencio.

    A veces es agua, derramada en gotas, desangrando las líneas de un pentagrama en corcheas de tinta y manchas de acuarela.

    A veces es tierra, pulida y grabada en signos oscuros, revelando misterios de tiempos pasados, que por desgaste quedan en polvo.

    Pero otras es un incendio, que arrasa en el crepitar de las llamas, ardiendo con todo antes de que las brasas no dejen más que humo.

    She Past Away & The Cure – Ritüel / The Upstairs Room

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  • (D)Lirio

    La brisa de la tarde la mecía delicadamente, haciendo que su perfume azul se derramara, que embriagara mis sentidos. Recuerdo vago del danzar de su tallo al son del silencio. Lirio roto por el baile de las nubes grises, con miedo al calor del verano y a su resplandor de amanecida. Recuerdo que fue eterno y de él solo quedan palabras desordenadas.

    Sol Seppy – Enter One

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  • Arena en el aire

    Llega el momento en el que, a pesar de querer seguir brincando y comerte las estrellas de una cucharada, el almanaque se hace pequeño y el invierno te cubre el sombrero de blanco.

    Te das cuenta de repente, nadie te avisa de que te aproximas a la meta, ni que al pagarlo en cómodos plazos, el malestar te llega el sexto día del mes.

    Y claro, de preocupación se hace otoño en tu cabeza, las nubes eclipsan tu mirada y tu cuerpo se convierte en el mapa de tus vidas pasadas. 

    El porvenir se hace vago, remolonea cansado en el sillón del recuerdo, tus manos tiemblan de enojo, que por haber pasado, ya no recuerdas que, cuando joven tampoco podías, pero ahora es necesario.

    Probé atrasar el reloj en vano, cambiar mi hogar de estación para recuperar el verano, esconder el calendario de Adviento pintándolo de pared, estirando el rugoso papel debajo de un cuadro de ninfas bailando. Pero el tiempo, que no es tonto, supo encontrarlo.

    Solo me queda aceptar la realidad, que si el brillo del humo se ha disuelto, las pupilas heladas mantienen poder contemplar en océano, que la realidad está por encima del firmamento y que poder sonreír arruga el rostro, pero suma momentos.

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  • Pájaros en la cabeza

    De los incontables pajaritos que tengo en la cabeza, que alimento todos los días con melodías confusas a media nota y promesas incumplidas para hacer mañana, el más soñador, me habla del color de tu mirada, cuando te asomas a tu ventana y te escondes al verme pasando.

    Yo le digo que es mentira, que la fantasía le aborda pronto y que los sueños son para las madrugadas, pero él insiste en que te salude, aunque no estés a la vista, a ver qué pasa. Sonrío, aunque no me lo crea, porque aunque no sea cierto, siempre espero el momento en el que bajo tu casa paso.

    Me imagino que los rayos del atardecer, al dejar atrás tu presencia, están hechos del calor de las ganas de verme en tus brazos, del aroma de tu pelo, que se enreda en el aire que llega a mi cuello. Pero de tanto inventar se hace eco en el camino y bajo tu oculta mirada, me fundo en el confín del ocaso.

    Smoke City – Underwater Love

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  • ¡Vete!

     – Venga, cariño, ya es tarde, tienes que irte.

    La luz se hizo tenue y el reloj urgente. Su ropa no ayudaba a escapar, demasiado desorden en la cabeza y en el dormitorio. 

    En el espejo una cana, en la cara una arruga. El tiempo pasa y no nos damos cuenta. Tal vez al reloj de arena no le importe la dirección del viento. 

     – Date prisa, te tienes que ir.

     – No quiero irme.

     -Tienes que hacerlo, es muy tarde.

     – Pero no quiero.

     – Ya lo hemos hablado, debe ser así. Vete.

    Agachó la cabeza y abrió la puerta. Los últimos rayos de sol escapaban del cielo mientras él, con la cabeza apoyada en la entrada, pensaba qué hacer con su noche. La luna llena apareció, llenando de luz la humedad del ambiente. Un gruñido gutural se escuchó al otro lado de la puerta. El miedo le explicó que era hora de irse.

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  • Chalalala

    De madrugada, Marta sonrió, y escapó de la brillante aglomeración de risas enlatadas en cuartos menguantes. Recorrió solitaria el sendero verde que llevaba al parque, los pajarillos la seguían y se posaban cansados en su pelo. Eran colibríes de colores, los había verdes, amarillos y azul eléctrico. Todos entonaban esa canción.

     -Chalalala chalalala.

    Tras recorrer parte de la senda, se encontró con un búho enorme, que le miraba con sus enormes ojos, atento, contemplando, extasiado al son de la brisa, recreándose con el lento movimiento de la joven al pasar.  Un cuervo negro, de pico amarillo y sombrero de copa viejo, abrió su pico torcido y le dijo.

     -Marta, qué buena estás.

     – Chalalala.

    Un perezoso con alas de libélula que, revoloteando a su alrededor mientras hablaba en francés, fue quien le sacó de dudas. Aquella pastilla azul no aliviaba la migraña, más bien desordenaba la realidad. 

     – Excusez-moi, mademoiselle, que faites-vous ici ?

     – Chalalala, chalalala.

    Marta corrió sin saber bien de qué escapar. Corrió hacia el río de peces de color rojo intenso, que sonaban como el claxon de un Ford viejo, esquivó una manada de pandas vestidos con camisetas de propaganda y le gruñían en mandarín. Saltó sobre un tronco de un árbol viejo derrumbado para no toparse con una pareja de bulldogs con destellos azules, que le miraban de reojo sin inmutar la pose.

      – Chalalala.

    Sus pasos pensaban, su ritmo se calmó y su cuerpo quiso posarse, descubrió que en el camino también había bancos a los lados, eligió uno y desfalleció en él sin remedio. Una grulla se acercó, con discreción, en movimientos lentos y largos, llevaba gabardina marrón y le dijo. 

     – Marta, ¿Qué haces aquí? –

     – Chalalala, chalalala.

     – ¿Lourdes? ¿Eres tú?

    La grulla tenía la cara de Lourdes, con un pico recto que se fue disolviendo en boca. El bosque latía en su cabeza, pronto empezó a ver personas pasar. Los colibríes revoloteaban entre ellos.

     – Chalalala.

     – Marta, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

     – No, Lourdes, no sé que me pasa, estoy muy mareada.

     – Ven, que te llevo a casa.

    Los colibríes se quedaron ahí, en el banco, volando alrededor, convirtiéndose en moscas y luego en fragmentos de las luces de los locales cercanos, que derramaban su música festiva alrededor de la zona y se veía en reflejos. Marta los vio irse lejos, mientras la realidad se la llevaba en coche hasta un lugar seguro.

    Arctic Monkeys – The Hellcat Spangled Shalalala

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  • Saqueo

    Destrozando la única nube de humo que había entera en el cielo, entraron en el área de batalla Billy Joe y Roastbeef, su gorrino alado. Hicieron algunas cabriolas en el aire y aterrizaron en campo abierto, donde miles de cadáveres frescos aguardaban a ser saqueados. 

    Mientras el cerdo daba rienda suelta a su voraz apetito, desgarrando miembros de las fallecidas alimañas, Billy buscaba en las mochilas de sus destrozados jinetes. Palpando entre sus bolsillos, uno de los caídos abrió los ojos y clavó la mirada sobre su desvalijador. Con gran esfuerzo le dijo.

     -Ayúdame.

    Se trataba de una mujer joven, guapa, de no ser por la sangre que le cubría el rostro. El uniforme estaba hecho jirones y en la barriga se le veía una fea herida a punto de infectarse. Billy Joe sacó su daga instintivamente y se retiró amenazante.

     -No, no te voy a hacer daño, solo ayúdame a salir y te dejaré con tu saqueo.

    El joven, con el arma en la mano, analizó la situación, cortó las riendas y el arnés que ataban a la dama a su montura y se retiró para dejarla salir. Tambaleando por mantenerse de pie y con cara asustada, le dijo a Billy Joe.

     – Me siento rara, no me duele nada.

     Él, sin hacerle mucho caso, siguió revolviendo bolsas y desparramando su contenido por el suelo.

     – No siento nada. ¿Qué me está pasando? ¡Ayúdame!

    Con una mirada de desinterés, el saqueador, recogiendo los restos del botín y metiéndolos en las alforjas que portaba el cerdo, le dijo.

     – No puedo hacer nada, ya estás muerta.

    De un salto, montó a su gorrino alado que, con un feroz gruñido, alzó el vuelo, hizo un rizo en el aire y desapareció entre las brumas de la noche.

    Lacuna Coil – Swamped

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  • Miedo

    Le pesaban los párpados, las sabanas ardían en la penumbra, la oscuridad era el tramo de tiempo en el que la luna traía dentadas sonrisas alrededor de su cama. Así que, temblando su lóbrego calor, esperaba el rescate de la madrugada.

    En un suspiro de calma, antes de imaginar criaturas feroces con ansias de sangre y carne, su oído le llevó a un sollozo que le guio hasta la siniestra guarida del armario. De puntillas, envuelto en sábanas, cruzó en sigilo el abismo que separaba la cama y la temible entrada del ropero graznó al abrir. Salió un cuervo volando lento y en un lamento se arrojó por la ventana. El niño respiró profundo y se aventuró a entrar, tragándoselo la oscuridad sin compasión.

    Encendió una lámpara incandescente que ejercía de luna nueva, pasando a creciente. Entre los árboles formados por ropa amontonada, en un zapato gastado por el desuso, encontró al monstruo sentado, infeliz, llorando. De su mirada brillante salían brillantes lágrimas, como chispas de cables rotos pasados por agua. “Pobre ser malévolo, comido por la pena”, pensó el niño al verlo entristecer.

     – ¿Qué te pasa, horrorosa criatura?

     – Que no asusto a nadie.

     – No con ese llanto, pero a mí me tienes aterrado todos los días, tanto que ni duermo. 

     – ¿De verdad?

     – Horrorizado estaba.

     – ¿Ya no?

     – No, ahora ya te conozco.

    El niño, tras hacerse amigo de su pesadilla, empezó a amar la noche. Ella, convertida en sueño, le dejó dormir y se quedó con él.

    Eyes Of The Nightmare Jungle – Shadow Dance

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  • Kraken

    El velero navegaba con brío sobre el viento de una estrella, surcando un sistema planetario, en busca de algún tesoro a la deriva de alguna civilización extinta. 

    En su puesto, el vigía, sobre su tonel de pantallas fluoradas en un verde brillante, le inquietó una mancha que se movía sobre la marea de señales. Hizo su medición de rigor y gritó a pleno pulmón.

      – ¡Atención, Kraken!

    El capitán saltó de su sillón en el puente de mando y comunicó presto sus instrucciones.

     -Paren las máquinas, rápido, apaguen energía, tenemos que quedarnos a oscuras.

     – A la orden, mi capitán.

    El monstruo, una bestia negra de varios kilómetros de longitud, chispeaba energía oscura allá a lo lejos. Algo le llamó la atención, abrió sus enormes ojos amarillos y empezó a ondular sus tentáculos. Tomando la dirección adecuada  expulsó un chorro de antimateria que le hizo avanzar veloz por el espacio.

     – ¿Nos ha visto? – preguntó el comandante de la nave al vigía.

     – Sí, mi capitán.

     – Timonel, vire a babor, aproveche la inercia y prepárese para una maniobra evasiva.

     – Comprendido, mi capitán.

    La criatura estaba a poca distancia de la embarcación. Sus tentáculos se estremecían mientras coordinaba su velocidad con la del velero. Su impulso constante hizo rozar la popa de la embarcación. Un enorme y brillante ojo, que abarcaba todo el campo visual, apareció en la escotilla del capitán.

     – Rápido, desplieguen las velas. 

     – Pero capitán, nos va a destrozar, nos va a ver.

     – Despliegue las velas, marinero, es una orden.

     – Sí, mi capitán. 

    El trapo se abrió rápidamente y, enojado, se hinchó haciendo galopar al navío de repente. El calamar gigantesco, que esperaba un sutil movimiento, reaccionó acercándose aún más a la rápida embarcación.

     – ¡Corten la vela!

     – ¿Qué?

     – Qué despegues esa vela de esta nave, si no queréis morir devorados por ese bicho, capullos ¿Qué no entendéis?

    De un chasquido, la vela salió disparada rumbo al espacio profundo. El Kraken, agitando sus tentáculos velozmente, fue tras su presa, dejando residuos de materia oscura centelleante tras de sí.

     – Bien, timonel, diríjase a la estela, recojan toda la materia oscura que pueda. Preparen motores de curvatura antes de que esa criatura se dé cuenta del engaño y vuelva a por nosotros.  

     – A la orden, mi capitán.

    Mago de Oz – La Costa del Silencio

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