Autor: DeOniros

  • Haiku de mi destierro

    Haiku de mi destierro

    Lluvia indecisa,

    rompete en hojas,

    suspirando herido.

    Me quedé sentado, viendo amanecer tu mediodía.Aquel verano se quebró en un octubre frío, de gotas dispersas y lamentos sombríos.Recordé el perfume a jazmín de tu ausencia,el conjuro de tus labios, invocados en visiones arcanas con orejas de gato.Apareció el viajero, y quise creerlo real.Ahora vuelo —de la Alhambra al destello del Bōjō Kannon—sin conocer todavía el nombre del miedo.Daisuki da yo.

    Poison Girl Friend – Hardy Ver Smile With You

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  • Zona de Confusión

    Zona de Confusión

    En las barricadas, un militar con un walkie gritaba sin cesar. Estaba tumbado en el suelo, recostado sobre los sacos, aunque no tenía aspecto de herido. Un poco más alante, el mundo era un caos: humo negro que se enroscaba en espirales, disparos de ametralladora que resonaban como tambores, sirenas azules que cortaban la oscuridad y el chirrido de frenos que se mezclaba con gritos lejanos. Chispas de luz intermitente iluminaban rostros sudorosos y armas temblorosas mientras el reportero llegaba desde la zona segura, agachándose con cautela, cámara en mano, observando cada movimiento.

    —Seguimos en directo desde la zona segura frente al Congreso. Aquí lo hemos encontrado: es el comandante de la UME, ¿o me equivoco? ¿Es usted quien comanda la defensa?

    —Pero… ¿quién es usted? ¿Cómo cruzó el perímetro de seguridad? Está en grave peligro.

    —Sí, lo sé, tengo experiencia en conflictos bélicos. ¿A quién nos enfrentamos exactamente? ¿Terroristas islámicos?

    —Mire usted, tras este muro de defensa reina el caos. Las explosiones y el humo nos ciegan; no podemos abatirlos. Esto es un desastre absoluto. Cada minuto que pasa, más civiles quedan atrapados. ¿Y usted quiere entrar en la zona?

    —Señor, los ciudadanos tienen derecho a saber lo que ocurre; llevan dos días con la zona acordonada. ¿Qué está pasando?

    —Tienen bloqueada la entrada de la Moncloa. No puede entrar nadie.

    —Pero, ¿están secuestrados?

    —No lo sabemos. Lo único que sabemos con certeza es que nadie puede entrar ni salir.

    —Pero dentro está el presidente del gobierno y…

    —Y el de la oposición; están la mayoría de los diputados, muchos civiles, compañeros suyos…

    —Pero, ¿qué quieren? ¿Qué piden?

    —No tenemos idea, ni siquiera podemos comunicarnos con ellos.

    —¿Han intentado comunicarse con ellos? ¿Qué barrera hay? ¿Idiomas? Si les sirve de ayuda, conozco varios idiomas, incluyendo francés y árabe.

    —¿Sabe hablar con las cucarachas?

    —¿Qué?

    —Que sí sabe comunicarse con las cucarachas que bloquean el paso.

    —¿Qué tipo de jerga es esta? ¿A qué se refiere?

    —Me refiero a que quien está bloqueando el paso al Congreso son estos insectos.

    —¿A esos bichos que se pisan y ya está? ¿Han probado a fumigarlos?

    —Lo hemos intentado todo. Matamos a miles, a millones, pero siguen apareciendo. Emergen de alcantarillas y cañerías como un ejército interminable. Cada vez que disparas, otro surge, coordinados, impasibles. Es un horror.

    —Pero, ¿son lo suficientemente fuertes como para atacar?—No lo sé, pero alguien tuvo la brillante idea de darles AK-42 viejas, y ahora disparan a quien se aproxima. Sus ojos brillan como carbones encendidos, y cada movimiento parece calculado, como si supieran exactamente a quién apuntar.

    Skeng – The Bug

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  • El aura de tu sombra

    El aura de tu sombra

    Se estremecía en el frío de la ventana,
    incordiando a la lluvia,
    predicando a la luna llena
    que sin mí no era nada.

    Se estremecía en el ocaso,
    en el brillo de las estrellas,
    en la lejana sombra,
    de aquel cirio de llama apagada.

    Gritando auxilio
    donde ya nadie le escuchaba.

    Release the Bats – The Birthday Party

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  • Ranas rojas en la ciénaga

    Ranas rojas en la ciénaga

    —Tienes que ir, Anuk.

    —Claro, Zarnilla… pero ¿de dónde sacamos el jodido dinero?

    —Yo tengo esto.

    El suspiro de Anuk se perdió en la penumbra. No había otro remedio.
    —A ver qué comemos estos días… —murmuró, con un filo de resignación.

    Sacó del frasco dos luciérnagas, quizá tres. Sus diminutas luces palpitaban como corazones de cristal. Las metió en un bote, lo agitó suavemente; el resplandor se dispersó en destellos verdes. Enganchó el bote a un pañuelo y se lo colgó al cuello.

    Saltó por la ventana. El aire frío le lamió el rostro. La rama crujió bajo sus pies mientras avanzaba hasta el extremo. Un silbido breve, afilado como aguja en la noche.

    —Vamos, Ramper… no tardes.

    Se quedó inmóvil, orejas de punta, atento al murmullo líquido del bosque. Una ráfaga de aire tibio y un aleteo profundo rasgaron la oscuridad. La sonrisa le llegó sola.

    Saltó. Giró en el aire. Aterrizó sobre el lomo aterciopelado de su murciélago fiel. Ramper describió un círculo sobre la casa-árbol antes de lanzarse hacia el norte.

    El río les guiaba, derramando su luz plateada sobre los rápidos. Un descenso en picado, el rugido del agua creciendo. Anuk bajó, apoyó las manos sobre una roca fría y húmeda, raspó el musgo con cuidado y lo guardó en una bolsa de tela áspera.

    —Vamos, Ramper.

    Subieron. Desde las alturas, el mar de copas de árboles se extendía como un océano verde. Anuk se inclinó, se colgó por el cuello del murciélago y cortó ramas de los gigantes más viejos. El aroma de la savia fresca se mezclaba con el de la noche húmeda. Cuando tuvo suficientes, volvió al lomo de su compañero y tiró de las riendas.

    —Por aquí, compañero.

    La montaña se alzó como una bestia dormida. Entraron en una cueva pequeña; la humedad rezumaba de las paredes. Ramper se colgó del techo y Anuk recogió hongos fluorescentes, cuyo resplandor azul bañaba las piedras en una penumbra mágica.

    —Venga… nos queda la última parada.

    El olor les llegó primero. Ácido. Podrido. Un aliento espeso que parecía colarse bajo la piel. Sobrevolaron la ciénaga, rastreando la superficie turbia. Los gases luminiscentes emergían del barro en burbujas fantasmales.

    Anuk lo vio y saltó.

    El ciempiés era un monstruo articulado, con un brillo aceitoso en cada placa. Lo abrazó por el centro, luchando por inmovilizarlo, y le ató un pañuelo grueso a las fauces para que no escupiera veneno. El bicho se sacudió con una violencia que le arrancó del suelo. Anuk golpeó contra la tierra y todo se volvió negro.

    Un tirón brusco lo arrancó de las fauces abiertas. Ramper, en un aleteo feroz, lo alzó hacia el cielo.

    —Al bosque, Ramper… ya lo tenemos todo.

    Volaron como una sombra líquida, sin ruido, hasta entrar por la ventana abierta de una casa hecha con madera muerta. En el centro, sobre una mesa arañada, una vieja de nariz afilada removía un caldero. El vapor olía a hierro, tierra y hierbas quemadas.

    —Te estaba esperando, trasgo… has tardado. ¿La de siempre?

    —Sí, bruja. La de siempre.

    —¿Traes los ingredientes?

    —Sí.

    Ella revisó uno por uno:
    —Musgo de río… muérdago… setas luminosas… ¿y el veneno?

    —En el pañuelo.

    —Me vale. ¿Traes el dinero?

    Anuk le tendió un saquito con minerales brillantes. Ella sonrió apenas, una grieta en su rostro, e hizo desaparecer el pago entre sus dedos nudosos.

    —No es suficiente. Necesito algo más. Un murciélago como ese, tal vez.

    —¡Ese era el precio acordado, bruja! Mi murciélago no se negocia.

    —Está bien… tráeme más setas otro día. Ya sabes cómo aplicarlo.

    Sacó de una estantería un frasco pequeño con humo azul oscuro que giraba dentro como un animal atrapado. Se lo entregó. Anuk lo ató a su espalda con cuerda de lana y, en un salto, montó a Ramper.

    Regresaron al árbol-hogar. La ventana estaba abierta. Zarnilla esperaba con las orejas tensas.

    —Rápido, rápido… está muy mal. Muy mal.

    Anuk subió las escaleras de dos en dos. En el nido, la lechuza estaba desplomada: alas abiertas, pico entreabierto, ojos vidriosos. Abrió el frasco y lo acercó al pico. La niebla azul entró en sus pulmones.

    De pronto, la lechuza abrió los ojos, soltó una arcada y vomitó. En el suelo cayó una rana roja, todavía entera, húmeda, muerta. La lechuza aleteó y comenzó a ulular, vibrando de energía.

    —¿Cuándo va a aprender que no puede seguir comiendo esas jodidas ranas rojas de la ciénaga? —gruñó Anuk.

    —A veces es el hambre quien manda… —respondió Zarnilla, bajando las orejas.

    Flogging Molly – Drunken Lullabies

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  • Carta 10: El objeto transformado

    Carta 10: El objeto transformado

    Querido diario.

    Salí de la cama en pijama y con un gorro de dormir, al estilo de los dibujos animados antiguos: un poco ridículo, un tanto inútil. Salí por la ventana sin pensarlo y comencé a subir por peldaños de nubes grises, que crujían truenos al pisar. Por supuesto, ya sabía que estaba soñando.

    En mis experimentos en el reino de Oniros había ido creando terreno para refugiarme, por si llueve mucho en sueños húmedos. Construí una isla flotante en un mar de nubes, y levanté una posada por si algún día vienen amigos. Tras ella hay una explanada verde, de hierba cortada y flores silvestres con aroma a lavanda.

    Al dirigirme hacia allí, vi aparecer una puerta de madera oscura y remaches dorados. El resplandor me sorprendió al entrar: una fuerte iluminación blanca, paredes acolchadas manchadas de rojo carmín y una puerta metálica con ventanilla enrejada. En la esquina estaba ella, con triste mirada y camisa de fuerza. Me dijo:

    —Vete, van a venir a verme.
    —¿Quién? ¿Quién te va a visitar?
    —El doctor. Me tienen que dar el alta. Yo… yo estoy bien.

    La puerta se abrió de golpe, con un sonido apagado. Entró un señor con bata blanca y un artilugio raro sobre una mesita con ruedas.

    —Señorita, tenemos que hacerle pruebas, no ponga resistencia para que no le duela.

    El facultativo empuñó el extraño instrumento: estaba hecho de cuchillas de afeitar que giraban a derecha e izquierda, formando una terrorífica batidora. Sonrió complacido ante la expresión de terror de la joven. Se aproximó a ella, riendo bajo. De la mesita con ruedas tomé un bisturí y, sin pensarlo mucho, se lo clavé en la espalda al médico insano.

    Sin dejar de lado su hilarante aspecto, giró la cabeza pero no el cuerpo. Me miró a los ojos y me dijo:

    —¿Crees que eso puede detenerme, extraño?
    —No, yo no puedo… pero ella sí.

    Rápidamente me dirigí a ella, me agaché para mirarla a los ojos y ayudarla a levantarse, mientras le decía:

    —No temas, es solo una pesadilla. Tú tienes poder sobre tus sueños. No dejes que tus miedos te hagan sufrir.
    —Pero es mi doctor, me dice que estoy loca.
    —Pero tú no lo crees.
    —Pero yo no lo creo.

    El temible médico empezó a volverse transparente, pero siguió avanzando con su mirada siniestra y su arma cercenadora.

    —En ti está el poder, en él no. Quítaselo todo.

    Ya estaba encima, pero no era más que una sombra.

    —Hazlo desaparecer, no tengas miedo; no hay nada cierto si tú no quieres que lo sea.

    El doctor se hizo humo y se disolvió en el ambiente. El arma cortante cayó justo a mis pies: se había transformado en una inofensiva pistola de plástico, de aspecto futurista, como las que usaban los niños en el pasado. Disparé a la pared y abrí una brecha con el rayo que lanzaba.

    Por el corte entró arena de playa y aroma a Mediterráneo. La cogí de la mano —ya se había liberado de la camisa de fuerza— y la saqué de la habitación sombría.

    Pasamos un buen rato hablando y riendo, sentados en la playa, muy cerca de la orilla. Le conté mis aventuras entre mundos oníricos; ella sonreía complacida, sorprendida de estar en mi mundo. Pero ya era tarde y había que despertar. Así que antes de despedirme, le pedí algo:

    —Esto estaba en tu sueño —le enseñé el arma de juguete—, pero creo que me podría ser útil. ¿Me la puedo llevar?
    —Tómalo como un recuerdo de esta tarde de playa en mi sueño.

    Así lo hice y regresé al mío, apresurando mis pasos. Al llegar me di cuenta de que ya no era una pistola de plástico: ahora era una ballesta de madera de tejo, oscurecida por las sombras de las pesadillas. El gatillo y los remaches eran de plata, color de luna llena reflejada en el lago. Y tenía una sola flecha, eterna, que me defendería en mis peripecias.

    Ozzy Osbourne – Diary of a madman

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  • Gallo viejo no teme al pollito

    Gallo viejo no teme al pollito

    La sala estaba reluciente. El eco de los primeros pasos retumbaba en el vacío y, con un encender de luces, el reportero más intrépido de la radio nacional comenzaba su emisión:

    —Bienvenidos, señores, a esta edición de la habitual pelea de gallos para octogenarios que, como todos los años, se celebra en la sala El Corralón. Ya saben que esta edición ha sido retrasada dos años. El motivo está claro: la pandemia mundial del “colon-a-virus”, ese virus que se agarraba del colon y que nos ha costado tantas bajas… pero al que, por fin, hemos puesto remedio con una vacuna que ha producido más muertes que la propia pandemia.

    —Por ahí asoma el primer participante: MC Mula, que viene a trote ligero con su bastón chapado en oro. ¡Vamos, MC Mula, que es para hoy! ¿Qué? ¿Me dicen desde la organización que nos da tiempo a entrevistarlo? ¡Claro! Esperando que llegue antes del comienzo… porque ni con tres patas la mula llega al río.

    —¡Atjo, atjo, atjo!

    —Uy, esa tos tan fea… Venga acá, abuelo… esto… MC Mula. ¿Qué le parece que por fin hayamos podido tener una pelea de gallos?

    —Pues… atjo, atjo, estoy muy animado… atjo, atjo, me hace mucha ilusión… atjo, atjo.

    —Ya le vemos, MC Mula. Si es que está hecho un chaval.

    Atjo.

    —Pero… ¿qué vemos? Empieza a entrar el público, ¡qué emocionante! Vienen arrastrados por sus taca-tacas. ¿No le parece fantástico, MC Mula?

    Atjo.

    —Me imaginaba que diría eso. Fíjese: por ahí bajan por los pasillos. ¿No le recuerda a algo esta escena?

    —Sí… atjo. Recuerdo una escena de The Walking Dead que… atjo, atjo.

    —Acojonante, sí señor. Por aquí me dicen que ya está en la puerta otro de los participantes… ¿Qué? ¿Que no hay más? ¿Que los que no han muerto en la pandemia lo han hecho de viejos? En fin… Ya está aquí. Lo vemos cruzar por la puerta: MC Trueno Sordo. ¡Trueno Sordo corre al escenario! Increíble para sus 89 años… Oiga, pero… este no es Trueno. ¿Quién eres, niño?

    —Soy el nieto. Truenito Bífido.

    —Pero… esto es una pelea de gallos para octogenarios, y tú no tienes ni diez años.

    —Nueve y medio.

    —No es posible… ¿Qué le ha pasado a tu abuelo?

    —Está malo, en casa, viéndonos por la red. Vengo en representación de él.

    —Pero niño…

    —Truenito, por favor. Mi yayo me llama así.

    —Eso, Truenito, pero eso no está permitido.

    —En las condiciones del concurso dicen que, en caso de indisposición, el participante tiene derecho a designar un sustituto.

    —Sí, pero del mismo rango de edad.

    —Eso no lo pone en ningún sitio. Y si no consta, es legal.

    —Resabido el niño… Bien. Me dicen que vamos a comenzar ya. ¡Todos al escenario! Cuidado, abuelete… esto… MC Mula, no tropiece con el escalón.

    Atjo.

    El público ruge —o eso parece, porque algunos solo roncan—. Las luces parpadean, no por efecto dramático, sino porque el técnico tiene Parkinson. El escenario tiembla bajo el peso combinado de dos competidores y media docena de marcapasos.

    —¡Señoras y señores! —brama el reportero, con la voz ya un poco ronca—. ¡Empieza la batalla! A mi izquierda, el mito, la leyenda, la mula con más achaques que rimas: ¡MC Mula!

    Atjo.

    —Y a mi derecha… un sustituto inesperado, mitad niño, mitad trampa legal: ¡Truenito Bífido!

    🎤 MC Mula da un paso al frente. Bueno, más que un paso, un desliz lento con pausa para respirar.

    —Yo soy MC Mula, y vengo cabreado, me ha dicho el doctor, que estoy bien jodido…

    —¡Alto, alto! Que pare la música.

    Atjo, ¿qué pasa?

    —Que según la ley de ocio y eventos culturales, no se pueden decir palabras malsonantes si compites con un menor de edad.

    —Pero… ¿Qué puñetas he dicho? ¡No he dicho ninguna palabra malsonante!

    —Sí, ha dicho “jodido”.

    —¡Me cago… atjo, atjo, arjo…!

    —Lo dicho, nada de palabrotas ni alusiones sexuales delante de los niños. Violencia, sí; esa batalla la ganaron los abogados de las empresas de videojuegos. Continúe, MC Mula.

    —Yo soy MC Mula, el del bastón dorado,
    no corro ni andando, pero nunca me han ganado.
    Vine desde el asilo, esquivando a la enfermera,
    si me quitan el café, ¡les declaro la tercera!
    Atjo.

    El público estalla en aplausos… o en ataques de tos, no queda claro.

    🎤 Truenito Bífido agarra el micro como si fuera una espada láser:

    —Me llamo Truenito, nieto del trueno caído,
    pero traigo más punch que un abuelo resentido.
    Tú rimas con polvo, yo con videojuegos,
    mientras tú buscas las llaves, yo hackeo tus juegos.

    La gente grita “¡ooooh!”… aunque visto el panorama parece una revisión de Amanecer Zombie.

    —¡Qué nivel, señores! —anuncia el reportero—. En un lado, la sabiduría de mil arrugas; en el otro, la frescura de quien aún confunde la realidad con Minecraft. Esto promete…

    Las luces suben. El público se inclina hacia adelante… aunque algunos es porque el asiento se les ha plegado solo. El ambiente huele a linimento, sudor y palomitas sin sal.

    🎤 MC Mula carraspea… El carraspeo dura lo suficiente como para que Truenito se ponga a beber Acquaviva, la nueva bebida energética con menos calorías y más cafeína. Luego, con voz de ultratumba, dispara:

    —Escucha, chaval, no me vengas con consolas,
    que yo ya rimaba cuando Franco hacía olas.
    Mis rimas son puras, de la vieja escuela,
    tú solo sabes hacer TikToks con abuela.
    Atjo, atjo… (se seca la frente).
    Y si pierdo hoy, que me entierren con honores,
    ¡y que pongan en mi lápida “Me ganó el mocoso de los cojones”!

    —¡¡¡MC Mula, las palabrotas…!!!

    La multitud explota en risas, y un señor del público lanza un audífono al escenario en señal de respeto.

    🎤 Truenito Bífido no se achica:

    —Abuelo, tranquilo, no te suba la tensión,
    que esto es rap, no una maratón.
    Tú tienes bastón, yo tengo talento,
    y lo que no tengo en años lo tengo en movimiento.
    Cuando quieras, te enseño Fortnite y Roblox,
    te apuesto tus pastillas, que mientras te gano, rapeo.

    El público grita “¡Duro, duro!”, y una señora desde la primera fila grita: “¡A ese niño lo adopto yo!”.

    🎤 El reportero interviene, tosiendo un poco:

    —Esto está que arde, señores… literalmente, que el aire acondicionado murió en 2003 y nadie lo ha sustituido. MC Mula… ¿está usted bien?

    MC Mula levanta el dedo, jadea, y empieza una última rima… pero a mitad, se le corta el aire:

    —Yo… atjo… vengo… atjo… con más fu… cof cof cof.

    El micro cae al suelo. El público contiene la respiración. Una señora del fondo grita:

    —¡Dale el Ventolín, que se nos va!

    Los organizadores corren al escenario, uno tropieza con un taca-taca y provoca un efecto dominó de abuelos que caen como fichas de dominó. En el caos, Truenito levanta las manos como campeón no oficial… mientras MC Mula, entre sorbo y sorbo de oxígeno, murmura:

    —Esto… no… ha… terminado, mocoso… atjo.

    —Lo que sí ha terminado es la función de hoy. Señores, levántense despacito y diríjanse a la puerta que las ambulancias ya les están esperando. Yo diría que es un empate técnico, pero entre el público se murmura que, en esta ocasión, la juventud ha ganado. Devolvemos la conexión a radio nacional… Atjo, atjo. Hostias, abuelo, me ha pegado el resfriado.

    VKR – La Puta Poesia

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  • Cortando el cielo.

    Cortando el cielo.

     —¡Ahí estás, maldita!

    El insecto, posado en una flor artificial, se desesperaba intentando conseguir el imposible néctar. Maelun aprovechó la situación. Sabía que insistiría un rato. Silencioso, con la técnica que lo caracterizaba, se acercó deprisa, como un zorro acechando a su presa, rodeándola, ocultándose de su campo de visión. Se miró las envejecidas botas, aprovechó la irregularidad del terreno. Gritó un improperio y saltó sobre ella.

    —¡Te tengo, piojosa, ya eres mía!

    Cayó sobre el tórax de la mariposa, se agarró con fuerza y le pasó la correa por la cabeza. El insecto reaccionó al instante, impulsando sus alas con violencia. Alzó el vuelo en segundos, pero Maelun ya se había acomodado bien; sus botas no iban a despegarse del cuerpo de la lepidóptera. Resistió el impulso, y se dispuso a surcar el aire.

    —¡Cálmate, bonita, que no tienes nada que hacer!

    Al ganar altura, fuera del alcance de los obstáculos, tomó las riendas e intentó dirigir el vuelo. La mariposa batió sus alas azules… y cayó en picado.

    —¡No, bruta, que nos vamos a matar!

    Temiendo un impacto, tiró de las riendas con todas sus fuerzas. Cayeron en espiral hasta casi rozar el suelo, pero al tirar de nuevo, reaccionó a tiempo y remontaron. Suspiró aliviado y aflojó un poco la tensión para no hacerle daño.

    —Casi nos matamos, condenada.

    Empezó a tirar hacia la izquierda, luego hacia la derecha. El alado insecto, de manera casi inconsciente, obedecía sus órdenes. Probó un giro más cerrado, una parada en el aire… y descendieron hasta posarse en una flor amarilla y negra.

    —Buen trabajo, fiera. Aliméntate un poco y nos vamos.

    La mariposa desplegó su trompa sobre el nectario. Succionaba lentamente mientras él, recostado sobre su abdomen, se dejaba arrastrar por el sueño. Un zumbido feroz lo despertó de golpe. Asustado, gritó:

    —¡Joder, una libélula!

    Tirando fuerte de las riendas, obligó a la mariposa a alzar el vuelo.

    —¡Corre, joder, que te quieren comer!

    Revoloteó bajo las hojas de los árboles cercanos, muy pegado a ellas.

    —¡Más abajo, maldita, que no te vea!

    El zumbido vibraba tan cerca que parecía temblar el aire.

    —Ese bicho vuela más rápido que tú… A ver cómo te portas ahora, condenada.

    Bajaron en picado por un túnel formado por las hojas, esquivando ramas y rodeando el tronco. Rápidamente llegaron al suelo cubierto de maleza. Maelun saltó, agarró una enorme hoja seca y la usó para cubrirla al instante.

    —¡Quietecita ahí!

    El anisóptero pasó cerca, pero su zumbido fue alejándose. El peligro había pasado. Destapó a la asustada mariposa, saltó sobre su lomo y juntos remontaron el vuelo. A lo lejos ya se divisaba la granja de polen: una enorme edificación en el hueco de un tronco gigantesco. Cada mariposa tenía su flor asignada, donde se posaban al caer la noche. Hizo que la suya aterrizara justo frente a la puerta de la cantina. Allí lo esperaban.

    —Aquí la tienes: nueva, dócil y obediente como un cachorro. Si la tratas bien, te dará pocos problemas. ¿Dónde está mi dinero?

    El tipo que lo esperaba observó con atención la envergadura de las alas, palmeó su abdomen y le lanzó una bolsa de monedas. Maelun la atrapó al vuelo y respondió con un gesto de agradecimiento.

    —Pórtate bien, fiera. Que no me entere yo de que no eres la mejor recolectora.

    El domador de mariposas se adentró en la cantina, dispuesto a gastar parte de su recompensa en un fragmento de diversión.

    Johnny Cash – Ain’t No Grave

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  • Haiku de noche y frio.

    Haiku de noche y frio.

    Mientras la luna se adueña del cielo y la brisa mece las ramas de árboles antiguos, nos reunimos junto a la hoguera. Esperamos en silencio a que llegue el yūrei, y comience la sobremesa.

    Envuelta en sábanas rotas por el errar, desgastadas por noches sin descanso, arrastra su cadena con la parsimonia de los muertos. Es una dama helada, con la piel de porcelana y el alma en ruinas. La luz del fuego resbala por su rostro pálido, pero no lo calienta. Amó demasiado. Y por eso aún vaga.

    Surge desde la bruma. Su suspiro es alimento para el miedo, y su risa, un eco de cadenas rotas.

    Da igual el idioma o el país: las historias de fantasmas siempre encuentran oído.

    Noche eterna,

    luna de fría escama

    sobre mi nuca.

    Coldplay – Ghost Story

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  • Letra de una canción sin dueño

    Letra de una canción sin dueño

    Hoy he vuelto a escucharla,
    aquella melodía espontánea
    que hacía bailar a esa chica,
    tarareando descalza.

    Suena bajando el sendero,
    fluye por la montaña,
    suena a caderas girando
    y pasos sobre la arena.

    Suena a versos antiguos,
    danza con las palabras,
    tarareando descalza,
    con tus pies en la montaña.


    P.D.
    Lo empecé a escribir ayer, al pasear con la perrita.
    Un hombre se sentó a lo lejos a tocar el saxofón. Hacía jazz, y el jazz es mi asignatura pendiente. No lo entiendo del todo: se me escapan las notas, se me difuminan los acentos.
    Y sin embargo, lo disfruté.
    Pero al escribir, el sonido cambió: ya no eran vientos suaves, sino gaitas al borde de un acantilado, sal en las pestañas, gaviotas planeando sobre costas frías.
    La canción no era mía.
    Pero se me regaló una tarde de verano.
    Y la convertí en un sueño.

    Mercedes Peón – Arjú

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  • El despertar de la sed

    Era muy joven cuando ocurrió. Por mera casualidad cayó en mis manos un libro. Era de bolsillo, de tapa blanda, y una horrible portada que no hacía justicia a su contenido. Aun así, decidí leerlo.

    3 de mayo. Salí de Múnich a las 8:35 de la noche, llegando a Viena a la mañana siguiente a las 6:46. Debía tomar el tren de las 8:00 para Klausenburg.

    Así empezó. Y así comenzó mi pubertad: de la mano de Mina y de la maldición de su amante. Recreando pasiones, oscuros misterios, despertando en mí sensaciones que me costaban describir.

    Fue el primer vampiro. El primer pecado siniestro que, sediento de sangre, me acompañaba en sueños. En pesadillas. Pero no fue el único.

    Fui al infierno que se desató en Salem’s Lot, prohibiéndome dormir días después. Conocí una nueva generación de vampiros ancestrales en una peculiar entrevista, donde la carne mandaba a la sangre, y la sabiduría centenaria se disolvía en despertares eléctricos.

    Pasé noches de insomnio en la carretera, en un romance imposible donde un campesino se enamora de su inmortal. Donde el mal es solo supervivencia. Donde no existe más que el hambre, y la vida ya no es vida.

    Hoy pulsé el botón del play, ojeé nuevas entelequias escritas en el declive de la luna. Para jóvenes de hoy, con el dedo firme en la pantalla. Domaron la rabia, encadenaron a la bestia, la vistieron de Prada y la pusieron a la venta. Un triste cuerpo muerto en un escaparate rojo, de frenesí de plástico y sangre vegana.

    Pero seguirá existiendo el misterio en la penumbra. La necesidad morbosa de besar a quien acecha. Historias que volverán a la hoguera de una noche de acampada. Porque aunque queramos proteger a la presa, ella quiere ser cazada.

    Porque en la naturaleza, el bien y el mal no significan nada.
    Ya volverá a salir el lobo. Y morderá de nuevo, aunque a algunos les duela.

    Bauhaus – Bela Lugosi´s Dead

    🎧 PLAYLIST: El despertar de la sed

    Una banda sonora para los que amaron a su primer vampiro,
    para los que no durmieron tras la mordida,
    para los que aún desean con colmillos.

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