
-… Quince puntos en total y seguí jugando el partido con la herida todavía abierta.
– Eres un chulo, Miguel, que poco has cambiado ¿Y esa otra?
– Eso fue un rasguño nada más.
– Pues pequeña no es.
– Fue con la moto, calculé mal la curva y me estrellé contra el árbol.
– ¿Con la moto vieja esa que tenías? ¿Esa que parecía que se podía desmontar en cualquier momento?
– Sí, esa, esa misma. La Kabrasaki murió en ese accidente, sufrí más por ella que por el golpe.
– Sí, supe lo del accidente. De milagro no te mataste con ella, con lo destrozada que la tenías. O, mejor dicho, nos matamos, la de veces que estuve en ese asiento de atrás.
– Sí, como aquellas veces en la playa al final del paseo.
– Sí, la vez que nos pilló la guardia civil en plena faena y casi nos arrestan por escándalo público.
– Pero por allí ya no pasaba nadie, a esa hora era un desierto.
– Sí que pasaban, ellos.
– ¿Y tú? ¿No tienes cicatrices? ¿A ver?
– No seas tonto, Miguel.
– Anda, si a ti te gusta.
– Claro que me gusta, pero sin la cursilería estúpida de adolescente eterno que tienes a veces.
– Oye, esto de aquí sí es una cicatriz.
– Y me dolió mucho. Todavía me duele cuando lo pienso.
– Pero, yo no sabía que habías tenido un crío. Eso es la cicatriz de una cesárea, ¿no?
– Lo tuve, pero no llegó bien. Bueno, hace mucho tiempo ya de eso.
– ¿Cuándo? Hace como siete años que no nos vemos.
– Pues mira, calculo que tiene un poco menos de tiempo que cuando te hiciste tú la cicatriz de la moto.
– Esa fue la época que nos dejamos de ver. No sabía que andabas con más chicos entonces.
– Y no lo hacía, no.
Los Secretos – Desde que No Nos Vemos
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.