
Ella bailaba con las ráfagas de viento, dejando ondular su vestido corto a los caprichos de la brisa. Indiferente a su alrededor, a compás de un ritmo imaginario, de luces de sueños turbios y tambores de gotas de lluvia sobre latas oxidadas y flores marchitas por el olvido.
Él, marchito como las flores, envuelto en una fantasía de nubes negras y gruñidos celestiales que, a gritos de trueno, clamaban juicios sobre sus pedestales olímpicos. Su voz era sollozo, y con el trino apagado del alcaudón le preguntó a la bailarina.
– ¿Por qué estás tan alegre, si estás muerta?
Ella, encogiéndose de hombros, le dedicó la más pura de sus sonrisas, le miró un instante a los ojos y siguió trenzando sus pies, desafiando a la parca desde su tumba, desde donde no paraba de bailar.
– ¿Qué más da? Dejar de hacerlo no me va a devolver la vida.
Ella bailaba con las ráfagas de viento.
Él empezó a sentir placer al contemplarla.
Ramones – Pet Semantary
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.