
—Buenos días, ¿es verdad lo que dice el letrero?
Le brillaba la mirada; casi no podía disimular la ilusión. Al entrar reparó en que la tienda estaba algo descuidada: mucho polvo en las estanterías, una luz lúgubre y llena de interferencias, un olor rancio a moho y humedad. El dependiente, un señor oscuro de apariencia vetusta, le ofreció la sonrisa pervertida de quien descuartiza a sus clientes. Se acercó deslizándose tras el mostrador y le dijo:
—Sí, es verdad. Vendemos espectros.
La joven, con el entusiasmo de quien encuentra un tesoro, quiso saber más.
—¿Cómo funciona? ¿Qué tipo de espectros tenéis? ¿Un espectro es lo mismo que un fantasma?
—No, señorita, no. Una cosa es un espectro y otra bien distinta es un fantasma. Vendemos espectros y fantasmas, pero no al mismo precio.
—¿Qué diferencia hay?
—¿Vale, ves esto? —le enseñó una antigua botella llena de mugre con una etiqueta escrita a mano—. Es un espectro. Como todos los espectros, no tiene un nombre reconocido ni una forma clara. No se comporta con lógica aparente, no responde a ningún estímulo conocido y es difícil saber de él más que lo que muestra. Este se llama “Espectro de la casa de Guittenville” y cuesta £23.
—¿Y ese de allí? —dijo la chica señalando un bote verde luminoso.
—Eso sí es un fantasma —dijo el señor, acercándole el tarro—. Aquí pone claro un nombre: Elisabeth Brown. Murió en 1952, tragada por la gran niebla cuando tenía 58 años. Por lo general tiene buen carácter, pero a veces monta en cólera si se la contradice mucho. Precio: £254.
—Qué caro.
—Es un fantasma.
—¿Y este otro? —La joven señaló el segundo recipiente del tercer estante.
—Este es el fantasma de un niño —dijo el dependiente, agitando el frasco con un latido azul—. Son los más caros. Se llama Albert Dawn y murió en la postguerra. Era el séptimo hermano de una familia londinense. Se le escucha llorar en noches de tormenta y dormirá abrazado a ti las noches sin luna, si se lo permites. Si no, removerá objetos hasta que cedas o hasta que salga el sol. Precio: £372.
—¿Y qué me puedes vender por £52,35? —preguntó ella—. Sin ser un espectro, claro.
—Pues por ese precio tenemos esto. —El dependiente golpeó el mostrador con un tarro de resplandor carmesí—. Es un demonio menor.
—Eso no es un fantasma.
—No, no lo es. Pero aun así es más interesante que un espectro. Se llama Murmulín.
—Qué nombre más chulo.
—Sí. Además, si lo sabes cuidar, es totalmente inofensivo.
—¿Qué he de hacer? ¿Cómo se cuida?
—Se alimenta de susurros. Tendrás que hablarle en voz baja para mantenerlo saludable. A veces incluso te hará caso. ¿Te gusta? —El tendero le acercó el recipiente. Se distinguía una figura ligeramente humana; era fuego líquido y se escuchaba un respirar.
—Sí, mucho —respondió la chica contando el dinero del bolso.—Bien. Esta es la regla principal: para interactuar con él hay que invocarlo. El conjuro está en la etiqueta. Saldrá y volverá cuando tú se lo ordenes. Aunque no siempre obedece; no suele hacer más estragos que tirar algún cuadro o desordenar un armario. Alguna vez concederá un deseo, aunque también puede darte dolor de barriga. Pero sobre todo hay algo que no debes hacer.
—¿Qué no se puede hacer?
—No abrir la tapa. El tarro debe permanecer siempre cerrado.
—¿Y si la abro?
—Liberarás toda su esencia —dijo el dependiente en voz baja— y te devorará el alma.
Poe – Haunted
¿Qué comprarías tú en esa tienda, sabiendo que cada objeto guarda algo que alguna vez fue alguien?

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.