Luna roja

Una cabaña solitaria de madera en medio del bosque, rodeada de pinos y niebla al anochecer. En el cielo, una luna llena teñida de rojo suave. El sendero que lleva a la puerta es estrecho y salvaje. No hay nadie visible. La escena transmite soledad, misterio y la sensación de que algo está a punto de transformarse.

—¿Pero… qué hostias haces tú aquí?

Había recorrido kilómetros andando solo para verla, y así me recibía. No lo entendí. Me quedé en shock. Pero algo en mí sabía que lo peor aún no había llegado. Lo intuía.

La conocí hacía unas semanas. En el centro de la pista era la reina: bailaba sola. Los demás orbitaban a su alrededor con una inercia hipnótica. Ella era el hechizo que mantenía viva aquella noche de viernes en ese antro perdido.
Yo sentía su embrujo: en la nuca, en el vaso, en la mente. Y entonces me di cuenta —era a mí a quien miraba.
Desafié mi timidez y le llevé lo que observé que tomaba. Lo aceptó y me besó. Apenas hubo palabras. La conexión fue cósmica, arcana, necesaria… por genética, pensé. Pero la realidad sería otra.

Como decía la canción: “en mi casa otro beso, en la cama algo más.”

Volví a verla en el mismo sitio. Ocurrió igual: pocas palabras, mucho deseo. Repetimos la hazaña de tratarnos lo justo. Ella huía cada madrugada, murmurando algún misterio.
Intenté invitarla a cenar, a un paseo de tarde, a un café. Quise una conversación coherente, algo que no fuera solo correr a follar. Ella me sonreía:
—Soy muy complicada —decía.
Pero en el fondo de sus ojos había tristeza. Algo me decía que también quería más.

Hace unos días dejó de aparecer por el pub. La pista quedó desierta, el local se volvió un cementerio de cadáveres borrachos. Pregunté, investigué, hasta hallar indicios de dónde vivía.
La senda era tortuosa, la casa estaba aislada en la montaña, lejos de toda civilización.

—Lárgate. Pero lárgate ya —me dijo al abrir la puerta.
Más que enfadada, parecía aterrada.
—¿No te alegras de verme?
—No lo entiendes. Corres peligro. Vete.
—Está anocheciendo. He tardado horas en llegar hasta aquí…

Su mirada cambió. Había en ella pasión, miedo y algo que no conocía. Saltó sobre mí.
Creí que era un acto pasional, pero su beso se volvió mordida. Sentí un dolor agudo, profundo, animal. Luego salió corriendo por la puerta abierta, perdiéndose entre los árboles.

Quise seguirla, pero el dolor me vencía. Me senté en el porche, mareado. El hombro ardía.
La luna se alzaba, llena… y tornándose roja.

Mi mente se fundió en negro.

Ghost – Hunter’s Moon

A veces, la luna no necesita sanar: solo aprender a mirar desde su grieta.
Cada fase es una forma distinta de recordar lo que ardió,
y cada herida, un espejo que todavía respira.
Quizá, cuando vuelva a alzarse, traiga otro nombre,
otra luz,
otra manera de sangrar.


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Comentarios

2 respuestas a “Luna roja”

  1. Avatar de BDEB

    No siempre se sana del todo…
    Me gusta esa nueva forma que le estás dando últimamente a las entradas, esta especialmente.
    Feliz martes Oniro.

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  2. Avatar de El Onironauta

    No siempre se sana del todo, pero ya sabes lo que me gusta a mi coleccionar cicatrices. Es la prueba de que has luchado, de que no te has quedado quieto esperando a ver que pasa. Es un testimonio de que estas vivo y quieres seguir. Aunque algunas son difíciles de tratar.

    Gratos sueños.

    Le gusta a 1 persona

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.