Capitulo II – Dulce despertar

Con la ventana abierta, el fresco de la mañana descendía en un alegre remolino para posarse sobre la cama. Javier roncaba apacible. Soñaba plácido, y las sábanas, con su relieve traicionero, dejaban adivinar que el sueño venía con curvas incluidas.
Una figura felina llegó al son de su propio ronroneo. Observó la escena con calma, y de pronto le propinó un mordisco cariñoso en la nariz.
La expresión de angustia fue instantánea. Javier saltó del sobresalto y, de un manotazo, derribó la mesilla entera. El gato esquivó los objetos con elegancia olímpica y lo miró fiero, como quien reprende a un niño maleducado.
—Te parecerá bonito dormir hasta tan tarde.
—¡Qué susto, joder! No te esperaba.
—Pero yo sí —dijo el gato, malhumorado—. Tenemos que empezar tu entrenamiento y no puedo hacerlo con el estómago vacío. ¿Para cuándo mi salmón?
—¡Oh! ¿Mi rey quiere salmoncito?
—Tanto como tú quieres mojar el churrito. Venga, corre: desayunamos y nos ponemos al lío.
Javier abrió la nevera y empezó a preparar algo.
—¿Con la panza que tienes crees que te conviene salmón? No, no, no. Primer paso del entrenamiento: mens sana in corpore sano.
—El salmón tiene omega 3.
—Buenísimo para los gatos —reflexionó el felino—. A los humanos como tú os crea panza. A partir de ahora, solo comida verde.
—¿Ecológica?
—No. Verde de color.
—Este queso está verde, ¿sirve?
—¡Perfecto! —sentenció el gato con un brillo malévolo en los ojos—. Come rápido, que hoy te toca correr.
Arde Bogotá – Los Perros

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.