
Querido diario:
Entré con miedo, pero no había rastro de pesadillas. Esta noche sería para descansar, sin sombras oscuras que me atormentaran. Solo un acostumbrado paisaje de otoño en mi bosque de puertas, en la isla flotante. Lo previsto, nada más.
Así que di media vuelta, simulé un bostezo y me dispuse a intentar una siesta dentro de mi propio sueño.
Escuché un sonido y temí lo peor: una puerta abriéndose. Era verde, como su mirada; extraña, como la solidez del líquido evaporado. De esa forma se movían sus caderas: como si fueran lluvia y viento. Vino hacia mí con una sonrisa, como si mi cara de sorpresa fuese un poema romántico, de esos que escribía un tal Bécquer hace ya tiempo.
—Hola. Quise llamar primero, pero veo que no cierras las puertas. Te gustan las sorpresas, pienso.
—Hola, bienvenida a mi morada. Si son como tú, no necesitan aviso.
—¿Has probado alguna vez pastel de sueños de otro? —preguntó, mientras me mostraba el paquete que llevaba en las manos.
—No he tenido el placer. Me encantará probarlo —admití, mientras invocaba una mesita, dos sillas y hasta un juego de té con su tetera humeante.
—Veo que ya has aprendido algunos trucos. Ahora prueba esto.
La misteriosa mujer rasgó el paquete que traía. De su interior salió una impresionante tarta. Parecía de chocolate, y su tamaño triplicaba al de su envase. Ella sacó una daga de su vestido verde y cortó dos porciones.
Era imposible describir el sabor. Me recordaba a los días de lluvia en casa de mi abuela. Al horno de la cocina de leña. A la sonrisa de mi prima, con la cara manchada, pidiendo más en la merienda. Sabía a casa y, a la vez, a palacio real.
—No tengo palabras.
—Pero sí tienes recuerdos. Es a lo que sabe la comida en estos sitios. Lo que pasa es que el recuerdo de este pastel es mío. Aquí compartimos recuerdos… y la habilidad de imaginar.
—¿Conoces a más gente como nosotros?
—Claro que sí. Somos pocos los que logramos cruzar la frontera, pero quizás más de los que crees.
—¿Y qué pasa con ellos?
—Lo normal. Con algunos te llevarás bien, con otros no. A los últimos seguramente los evitarás, y listo. Con los que comulgues intentarás coincidir. Llegarás a llevarte muy bien con unos pocos, y esos se convertirán en parte de tu familia.
—Como en la vida normal.
—Sí, como estando despierto. Con algunas diferencias. Aquí hay otras reglas.
—¿Cómo cuáles?
—Ya las irás viendo. Ahora me tengo que ir. Hoy madrugo.
—No te conozco, pero no me importaría coincidir otro día contigo.
—¿De verdad no me conoces?
—¿Nos conocemos en el mundo real?
—No. Solo en el sueño. Nos vemos otra noche. Aunque si me necesitas, solo tienes que cruzar mi puerta. Quedará abierta para ti.
Cocteau Twins – Lorelei

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.