
Con una cerveza en la mano y la sensación de estar en el sitio equivocado, ese era yo ahora, en mitad de una fiesta de pueblo de borrachos ridículos y rechinar de orquesta típica de más abajo que el sur. La alegría brillaba en todos, menos en mí, claro. Yo, rebuscando en mis recuerdos, quería conseguir la excusa para entender por qué había venido. Lo que encontré me hizo sonreír y sin evitarlo terminé con la misma expresión de aquellos que me estaban rodeando.
En mis recuerdos estaba igual, la misma cerveza, la misma pose, la misma cara de haberme equivocado de lugar, solo que veinte años más joven y quince más espabilados. Enseguida vi al grupo de chicas ideal para soñar, alegres divas de brillante armadura que, riéndose de todo y bebiéndose la verbena a tragos de ron, buscaban víctimas para alimentar su diversión.
Una de ellas me miró, mi feroz reflejo de lince de veintipocos años hizo que le sacase la lengua burlón, ella puso cara de tragedia griega y yo terminé riendo. Dos cervezas más tarde seguía con la misma pose, me entretenía mirando las fechorías del grupito de pajaritas en venta e intercambiando muecas con la que se hizo mi amiga de caras torcidas.
– ¿Y tú por qué no bailas? – Para mi sorpresa, se atrevió a venir a perturbar mis sonrisas.
– Tengo un defecto en un pie que me obliga a pisar a aquellos con los que bailo.
– Venga, anda, ven a bailar. – Me obligó tirando con fuerza de mi brazo.
– Vale – Le respondí con resignación. – Pero que no sea que no te advertí del peligro.
Entre broma y chistes nos posicionamos en el centro de la plaza, con gran algarabía por su parte, al observar cómo me debatía entre la vida y la muerte, al intentar hacer rizos y bucles. Ella hacía piruetas imposibles con su cuerpo a mi alrededor, y yo luchaba por mantener el equilibrio agarrado a su cintura.
– Tampoco lo haces tan mal, no sé por qué no querías bailar.
– ¡Puff! No sale de mi.
– Venga, si solo tienes que dejarte llevar por la música.
– Será que esta música no me lleva a ninguna parte.
– Porque tú y tu camiseta de rockero, no aceptáis más que lo que te dé esa música infernal de guitarras, peleando como si fueran gatos.
– Acepto que es lo que más me gusta, pero no es lo único. Me sentiría más a gusto con canciones más profundas, con letras más complejas que “el venao, el venao” le dije en modo burlón.
– Vale, a mi también me gusta Manolo García, aun así, estas canciones también están bien, están hechas para disfrutar. Algunas son tan profundas como para dejarte pensando, como las de esos cantautores manidos a los que te estás refiriendo.
La noche fue avanzando entre abrazos y giros, llenándonos de un delicioso agotamiento. Con el cansancio vino el hambre, y con el hambre la necesidad de intimidad. Un par de “salchipapas” y el refresco de la sonrisa fue suficiente para desencadenar una conversación entre sombras a orillas de la playa.
Hablamos del amor que ella ganó, con alguno del pueblo, supuse, y el que yo perdí viéndola partir lejos. De mis gustos por las rimas y los suyos por la guaracha. Mentimos a medias en describirnos, para gustarnos más a nosotros mismos. Pero sobre todo de música y de ritmos. Hablamos hasta que se nos secó la boca y decidimos hidratarlas a besos. Con el pecado de no querer llegar más allá, pues a ella le esperaban en casa.
En un momento de cordura, sin importar qué parte de su cuerpo intentaba tocar, salté al ataque de la música de pueblo. No me pude controlar, no sé si por hacer el chiste, o por el eslogan de “Heavy Metal al poder”, pero me retiré de su boca y le dije para buscarle la lengua:
– Esta que está sonando ahora es que me puede. No la aguanto.
– ¿Por qué? Si es muy divertida.
– Si es que con esa letra “Mayonesa, ella me bate como haciendo mayonesa…”
– Pues tiene mucho sentido en una fiesta de pueblo.
– ¿Sí? Pues para mi es incomprensible.
– ¿De verdad? ¿Quieres saber lo que significa?
– Si eres capaz de hacérmelo comprender…
– Vale, tratándose de ser una forma de defender la música de mi tierra, la que a mi me gusta, te demostraré su significado. – Me contestó mientras me desabrochaba el botón de mis vaqueros.
Su defensa fue muy efectiva. Por mucha rabia que le tenga, nunca olvidaré esa canción.
Chocolate – Mayonesa
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.