
La gota que sobresalía al respirar amenazaba con convertirse en escarcha. Había caminado muchos kilómetros a través de ese frondoso bosque y el hambre empezaba a aparecer, pero el miedo a la oscuridad que se abría paso le hacía seguir avanzando.
Tras el ventanal ella miraba al infinito. Su memoria le traicionaba llevándola a aquel tiempo donde estaba él, momentos felices donde el frío importaba poco, donde la hoguera eran dos cuerpos pegados al son de las gotas de lluvia cayendo.
Él los había perdido, la curva de la carretera se había vuelto desierta, esperó mucho tiempo, pero nadie volvió a por él. Decidió marchar, correr en busca de una señal que ya nunca encontró. Decidió entonces perderse en el bosque y aventurarse en el silencio.
Ella quiso limpiar el cristal condensado del calor del hogar, vio una sombra caminar sin rumbo allá, donde terminaban los árboles. Quiso encender la luz de un faro y ofrecerlo de guía.
Un resplandor lejano llegó hasta él, mostrándole un iluminado camino hacia la primera casa del lugar. La esperanza le hizo comenzar a caminar.
Ella, abriendo la puerta de su hogar, esperó paciente.
Él, cohibido y asustado, quería sin atreverse entrar al cálido portal iluminado.
Retirándose de la puerta, le invitó a pasar.
Lentamente cruzó con cautela.
Ella sonrió con melancolía.
Al olfatear las manos de ella, supo que al fin estaba en un lugar seguro.
– Estarás hambriento, ven, come algo, descansa. Ya veremos mañana qué hacer contigo.
Aunque su intención era otra, supo que ese perro perdido ya había encontrado su hogar.
The Beatles – Martha My Dear
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.