
La moneda rodó tintineando gastos, se quedó varada en el precipicio de las finanzas y se fundió con el contrato. Cuarenta años de letra pequeña, dos cuartos y una misera terraza con vistas al humo de la avenida.
Su sonrisa era tan luminosa que no llegó a ver los cuarenta y siete buitres que volaban en círculo, esperando un descuido del estómago ruidoso de los que no pueden y necesitan tener.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.