
– Venga, cariño, ya es tarde, tienes que irte.
La luz se hizo tenue y el reloj urgente. Su ropa no ayudaba a escapar, demasiado desorden en la cabeza y en el dormitorio.
En el espejo una cana, en la cara una arruga. El tiempo pasa y no nos damos cuenta. Tal vez al reloj de arena no le importe la dirección del viento.
– Date prisa, te tienes que ir.
– No quiero irme.
-Tienes que hacerlo, es muy tarde.
– Pero no quiero.
– Ya lo hemos hablado, debe ser así. Vete.
Agachó la cabeza y abrió la puerta. Los últimos rayos de sol escapaban del cielo mientras él, con la cabeza apoyada en la entrada, pensaba qué hacer con su noche. La luna llena apareció, llenando de luz la humedad del ambiente. Un gruñido gutural se escuchó al otro lado de la puerta. El miedo le explicó que era hora de irse.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.