
La moneda de un dólar brillaba argenta en su mano, su abuelo se lo había regalado aquella noche que se fue de casa, harta de discutir con todos, de que siempre pensaran lo peor. Su regalo prometía un deseo, la ofrenda de suerte perdida, ahora la abandonaría tirándola a la fuente, en un anhelo mezclado con rabia.
Hace poco, en el gimnasio, Marta se había encontrado la puerta entreabierta en el vestuario de los chicos, ahí lo vio, desnudándose frente al espejo, con esa mezcla de sudor y piel húmeda, que le hizo paralizar, contemplando en silencio sus movimientos. La mirada de él se quedó clavada en el espejo, ella reaccionó escapando con vergüenza. Supo que se había dado cuenta.
Pasaron unos días en coincidir de nuevo, él vestía una sonrisa, ella un pequeño atisbo de pudor, él jugaba a buscar entre líneas, ella esquivaba balones, él detrás de sus pasos, ella buscó la puerta de atrás y desapareció.
Él tampoco apareció más. Hasta hoy. Y Marta se le quedó mirando alzar pesas, tensar músculos, empapar su minúscula camiseta de poliéster con el sudor de su frente. Se pensó nimia gota en el mar y quiso volver a casa, a meditar en calma sobre el placer solitario de un recuerdo. Pero a la salida una mano le agarró el brazo.
– ¿Qué quieres?
– Perdona, solo quería saber si querías tomarte algo conmigo.
– ¿Por qué? No quiero nada contigo.
– Pero, yo noto que te fijas en mí.
– ¿Y qué?
– Pensaba que te gustaba.
– Pero eso no significa que quiera nada.
– El otro día sé que te quedaste mirándome, al desnudarme en el vestuario.
Marta se escondió tras una mirada de furia, se hizo viento y se fue.
La moneda de un dólar giró impulsada por el chasquido de dedos de Marta, volando alegre hasta estrellarse en un sonido de campanas más allá de la oscuridad en el pozo de los deseos.
– Ojalá desaparezca – Pensó la joven, con los ojos brillantes, apoyada en el pozo. Pensó en el chico del gimnasio, en sus padres, en el ruido sordo del viejo que le mira cuando sube las escaleras. En su vecina que le sonríe raro, en el de la frutería que se equivoca en el peso, en el jefe de personal, con su porte serio de maestro antiguo, con aroma de naftalina y polillas en los bolsillos, en el niño que toca al timbre de su casa y la mira desde la esquina de la escalera…
– Ojalá desaparezcan todos –
Antes de que una lágrima estallara en el suelo, Marta se quedó sola.
Lacuna Coil – Oxygen
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.