Un dinerillo

Sugerencia de escritura del día
¿En qué has trabajado?

Tras su sonrisa tan cordial, su mirada me decía que había algo más. Algo que no sabía explicar. Extraño como su forma de comportarse conmigo. Como todas las mañanas, me la crucé en la entrada de su casa.

 – Hola cariño, que vaya bien en el colegio.

Y es que la vecina, estaba siempre en la puerta de su casa, la veía allí cuando iba al colegio, cuando volvía, cuando salía a la calle con mis amigos. Incluso aquella noche, cuando me llevaron corriendo a urgencias por aquella intoxicación de chocolate en mal estado, estaba en la puerta de su casa, con aquella sonrisa rara. Inmutable.

Ayer, al volver del colegio, me paró sonriendo, me ofreció las galletas que acostumbraba a hacer y me dijo.

 – Niño, estoy ordenando el trastero, y me vendría bien dos brazos fuertes para mover unas cajas ¿Te gustaría ganar un dinerillo?

 – No sé, señora, se lo preguntaré a mis padres.

 – ¡Oh, cielo! Seguro que te dicen que sí. Vente esta tarde y te ganarás unos cuantos euros y te dejaré quedar con los trastos que ya no necesite.

Como quise ser buen vecino y la posibilidad de tener algo de dinero me resultaba atractiva, a las cuatro y media estaba tocando en su puerta. Fue la única vez que no estaba ahí con la sonrisa encendida, esperando a que pasara.

 – Hola, niño, pasa, pasa. Te estaba esperando.

Nada más entrar me invadió el recuerdo de los días de Navidad, una casa ordenada y decorada, con aroma a cocina antigua, a cebolla refrita con pimientos y especias, para preparar el asado y tarta de manzana de postre.

 – Hola señora, ¿Está esperando visita?

 – Sí, niño, hoy van a visitarme mis antiguas compañeras de… de la facultad. – 

La vecina me indicó que llevara unas cajas. Estaban amontonadas en la habitación, quería que las fuera llevando al trastero. Y eso hice. Fui llevando trastos de un lado a otro. En una ocasión me asomé a la cocina, muy extraña, con un horno enorme. ¿Querría asar un caballo?

 – Oh, niño, estás trabajando mucho. Ven, descansa un rato, tómate esto. He hecho pastelitos, ¿quieres probarlos?

 – Señora, ¿esto es vino?

 – Vino dulce ¿Qué? En mi tiempo se le daba a los niños, con azúcar, para que crecieran fuertes.

 – Si usted lo dice.

Yo ya había probado la cerveza y en alguna ocasión el champán en Navidad, además. Mi tío Enrique, a veces, también me daba a probar ese licor de cerezas que tanto le gustaba y tanto ardía al tragar, a escondida de mis padres, claro. Cada tres cajas tocaba uno de los ricos pastelitos de chocolate y una copita de vino dulce. A la hora, estaba tan mareado que me costaba pensar. 

 – Oh, niño, ¿estás cansado? No te preocupes, acuéstate un rato en esa habitación, luego continúas.

 – No hace falta, puedo seguir.

 – ¡Que entres, niño! No me discutas.

Aquí pasaba algo raro. Entré en la habitación y me acosté en la cama, me sentía mareado pero no tanto como para perder el control. Aunque hice un poco de película,  tambaleándome y dejándome caer a peso sobre la cama. Me sorprendió cuando escuché que cerraba con llave, así que empecé a explorar alrededor.

Era una habitación pequeña de narices, con rejas en la ventana y un armario empotrado, que abrí encontrando libros escritos a mano, con tapa vieja y símbolos incomprensibles, raros y llenos de aristas. Intenté sin conseguirlo abrir la puerta, así que pensé en llamar la atención de alguna manera.

 – ¡Señora! ¡Me estoy meando! ¡Me meo mucho! ¡Ábrame, por favor! ¡Me voy a mear aquí! – 

 – ¡Ay, niño! Espera, que ya voy.- Dijo mientras se escuchaba caminar por la casa. – Ni se te ocurra ensuciar el cuarto.

Salí de la habitación tambaleando y simulé querer vomitar por el camino. Me guió al cuarto de baño y me empujó dentro. Abrí el grifo del lavamanos y me dispuse a salir por el ventanuco que había justo al lado de la antigua cisterna del váter. Casi no cabía por allí, pero conseguí acceder al patio interior. 

La señora preguntaba que si me faltaba mucho desde la puerta del baño, yo ya había recorrido todo el pasillo que daba a la cocina. Si era como la de casa, debía tener salida al exterior. El horno enorme estaba prendido y abierto, había cacerolas burbujeantes y un libro de recetas abierto por la página del centro, con un dibujo de una persona atada de pies y manos con una manzana en la boca. Fue entonces cuando empecé a tener miedo de verdad. Ya no pensaba que la vecina era una señora chiflada, ahora pensaba que era una bruja peligrosa.

La puerta de la cocina cerrada, como ya había pensado, era de cristal, pensé en usar algo para romperlo. Pero para ganar tiempo tenía que cerrar la cocina. Al aproximarme al pasillo vi un gato negro entrando, era enorme y tenía cara de pocos amigos. Me bufó y se abalanzó sobre mí con fiereza.

De los videojuegos conseguí reflejos de guepardo, conseguí esquivar al estúpido gato sin esfuerzo, que con el impulso entró en el horno de cabeza y yo cerré la puerta, dejando al felino cociendo dentro entre siniestros maullidos. 

 – ¡Niño maleducado!

La señora se había dado cuenta de que me había escapado y ahora venía corriendo por el pasillo, cerré la puerta de golpe y tranqué calzando una silla. La vecina golpeaba la puerta con rabia, se escuchaba sus uñas, arañar la madera. Desesperado por escapar, tiré uno de los calderos a la puerta de salida, se rompió el cristal en mil pedazos, sin mucho cuidado logré salir de una pieza y sin heridas graves. Tras de mí, la señora, gritaba como una poseída. Pero no se atrevió a perseguirme mucho trecho fuera de su casa, por suerte.

 – Es por eso, Don Matías, por lo que no pude hacer ayer la tarea.

Lori Meyers – Punk

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Comentarios

16 respuestas a “Un dinerillo”

  1. Avatar de Ana María Otero

    El motivo que justifica sobradamente la falta, jeje👍

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    1. Avatar de El Onironauta

      Por amor o por dinero. No hay mas. Bueno, si, por aburrimiento.
      Gratos sueños.

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  2. Avatar de BDEB

    Seguro que el bueno de Don Matías te puso un 10, aunque la tarea no la pudieras hacer a cambio le ofreciste un relato estupendo, seguro que ninguno de los otros chicos se les ocurrió una excusa tan perfecta, como siempre culparían a los indefensos perritos.
    Saludos Oniro.

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    1. Avatar de El Onironauta

      Don Matías es perro viejo, y por saber, sabe hasta de los intestinos de las mascotas, así que creo que no cuela.
      Gratos sueños.

      Le gusta a 2 personas

  3. Avatar de manuelwarlok

    impresionante¡¡¡, me ha encantado, por supuesto que no pudo hacer los deberes.

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    1. Avatar de El Onironauta

      No se yo si la imaginación es superior al encanto de la regla del profesor. Por si acaso zapatillas de deporte.
      Gratos sueños.

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    1. Avatar de El Onironauta

      Y que miedo. Tendría que haberle visto la expresión al gato.
      Gratos sueños.

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  4. Avatar de siemprelinuxlibre
    siemprelinuxlibre

    Un gran grupo lori meyers… En cuanto a la historia me recuerda a un brujo su gato y un pitufo, pero como nombras el moscatel o samson…ya no eres un pitufillo🫡👋 buen dia

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    1. Avatar de El Onironauta

      Pero quien pudiera, aunque a cierta edad uno se acoge a las licencias poéticas para vestirse de azul.
      Estaba por poner una de Sidonie, pero estos son más gamberros.
      Gratos sueños.

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      1. Avatar de siemprelinuxlibre
        siemprelinuxlibre

        Muy buenos también…feliz siesta🫡🤜🤛

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  5. Avatar de Joiel

    «Haz el bien y no mires a quién» es ofensivo, y este retazo de fantástica realidad no hace más que apoyar mi determinación a no ayudar, jamás, a nadie. Gracias por tanta verdad.

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    1. Avatar de El Onironauta

      Hay que ayudar siempre y cuando te apetezca hacerlo, pero ten cuidado con los que pretenden comerte luego, que puede apetecer, o no.
      Gratos sueños.

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  6. Avatar de sunshine

    El relato parece tan real. No puede uno confiar en cualquiera. ¡Buen día!

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    1. Avatar de El Onironauta

      Cuidate de los vecinos que se relamen al verte, primer mandamiento de la convivencia en recintos públicos.
      Gratos sueños.

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Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.