
Apenas podía sujetarla por el temblor de mi mano, pero conseguí abrir la lata, de una explosión burbujeante que terminó por derramarme la espuma encima. Temblando y bañado de cerveza, empecé a relatar la historia bajo la mirada atenta y risueña de aquel amigo que me invitó a beber de buena mañana.
– Cerraron pronto para mi gusto, con un sueño imposible que poco a poco fue tornando claro, que me hizo salir de ese antro con unas cuantas copas encima y una invitación intrigante. Me encauzó hasta el típico bar de desayunos y devoramos dos Croissants a la plancha con jamón serrano y queso manchego, una de esas aberraciones tan ricas que te da la madrugada, aunque lo que más me alimentaba era su mirada pendiente a mis labios y su risa a mis palabras.
– Tras los rugidos de un motor, su mirada cambió, se hizo intensa, salvaje, “vámonos ya” me dijo y en lo que recogí el cambio ya estábamos en su casa, pegados en un beso, arrancándonos la piel a caricias, abriendo la puerta del dormitorio a golpes de espalda. Éramos dos animales en celo prendidos en llamas. Y luego…
-¿Y luego? ¿Qué paso?
Tras un trago de la lata medio llena respondí con dramatismo.
-… Luego vino el cazador.
– El sol estaba comenzando a asomar por el lejano horizonte. El rasgar de la llave en la puerta principal, hizo parar a mi dama de ojos verdes y empujarme en un aviso, era su marido y sabía perfectamente que le caía mal, así que entré en el pequeño balcón que tenía habitación, con miedo y sin ropa, pendiente a cualquier sonido, corrí las cortinas con saña buscando escondrijo.
– Tras ruidos indefinidos en una espera eterna que duró unos segundos, escuche una pregunta, “¿pero tú no te ibas de caza?” Fue suficiente para mí, el pánico se apoderó de mí y salté por el balcón.
– ¿Y no te mataste? Me preguntó mi confidente abriéndome otra cerveza para que no perdiera el tino.
– Era un primer piso, tan solo fue un buen golpe. Me dolió más el zapato.
– ¿Qué zapato?
– No sé cómo, ella me tiró la ropa, los zapatos cayeron sobre mi cabeza, comencé a vestirme de manera desesperada cuando en la calle empezaban a pararse la gente que pasaba caminando.
– ¿Y que pasó?
– Sonó un disparo.
– ¿Te disparó el marido?
– En verdad creo que fue un portazo, pero no pare de correr hasta llegar aquí.
– Menuda aventura, oye, ¿Qué haces esta noche? Vamos a salir por Verónicas.
– Es que tengo planes.
– Vamos, ¿Qué vas a hacer mejor que correrte una juerga con nosotros?
– Volver al sitio donde la conocí.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.