
La oscuridad reinaba cuando Kumar y Seliara cabalgando raudos a lomos de sus bestias, cruzaron los lindes de la aldea, rumbo a las ciénagas. Una fila de luciérnagas invocadas para la misión, iluminaban la senda pintando un haz de luz de diversos colores eléctricos y emitiendo el silbido característico de una flecha, dando una dirección exacta a seguir.
Llegaban los primeros rayos de sol, cuando entraron por el sendero tenebroso que llegaba a su destino, Seliara desmontó a su valgar y le hizo señas a Umar para que también lo hiciera. Las libélulas ya se habían disipado, puede que por el fétido olor que desprende la ciénaga o por la presencia de maldad que flotaba en el ambiente.
– Baja de una vez, niñato, ¿te quieres hundir en el fango?
– Mi bestia no pesa mucho, Seli, déjame seguir montado.
– Que te bajes, niño estúpido, ese chucho sarnoso que montas está tan gordo como tú.
El joven saltó al camino a regañadientes e hizo un gesto de asco al llenarse los pies del barro del sendero, mientras Seliara preparaba a su montura para seguir un rastro.
– ¿Qué venimos a buscar, Seli? – Preguntó mientras desataba su montura, que era negra como la noche sin luna, de pelaje espeso y una mirada gris soñadora como la de Umar. Un valgar era un regalo de nacimiento, se entregaba siendo cachorro al recién nacido y se formaba un vínculo irrompible al crecer juntos. Existían comunión con otras especies, orubes, tritones e incluso con un dragón en una aldea lejana, pero ninguna tan íntima como con un valgar.
– Tenemos que buscar un kappa y llevarlo al poblado.
– ¿Y qué es eso?
– Como una rana y un mono al mismo tiempo.
– ¿Y para qué quieren eso?
– Ni idea, pero es nuestra caza. ¡Silencio, niñato!
La bestia que rastreaba se paró en seco, señalando con el hocico un batracio del tamaño de un cordero, que colgaba de la rama de un árbol, ajeno a sus visitantes y de sus intenciones. A un gesto de Seliara, Kumar preparó en silencio su ballesta y apuntó a la cabeza del animal, derribándolo en el acto.
– Ha sido fácil – alardeó el muchacho mientras caminaba a recoger su trofeo.
– No tanto, capullo. – La joven observaba como el barro del camino se ondulaba alrededor del kappa, Kumar que ya estaba rescatando su presa, vio como surgiendo del barro se le abalanzaba una terrible criatura, un gusano tatzel, con unas fauces redondas llena de afilados colmillos, estaba dispuesto al ataque.
Seliara disparó dos flechas que se quedaron clavadas en el cuerpo de la criatura, pero que no parecía hacerle ningún daño, justo cuando el horrendo gusano estaba a punto de hundir sus fauces en el joven, su valgar, de una dentellada certera arrancó la cabeza del bicho, que quedó inerte hundiéndose en el lodo.
– ¡Seli, corre! Antes de que llegue alguna otra alimaña.
– Si sigues gritando así las vas a atraer a todas, niñato imbécil.
Pronto estaban de camino a galope, a la luz de las luciérnagas, nuevamente invocadas para guiarles los pasos, Seliara con su blanco valgar de ojos negros iba delante. Encontraron una aldea con luces y sonidos de fiesta.
Saltaron de sus monturas, todos los habitantes del pueblo estaban reunidos en la plaza central, festejaban su llegada.
– ¿Qué pasa abuela? – Preguntó la joven de la montura blanca.
– ¿Habéis traído el encargo que os encomendé?
– Sí, claro, abuela, aquí lo tenemos – Dijo el joven Kumar orgulloso de su cacería – ¿Qué vais a hacer con el batracio?
– Es el ingrediente secreto para la cena.
– ¿Pero qué se celebra? – Quisieron saber los jóvenes cazadores.
– ¿Todavía no os habéis dado cuenta? Os hemos enviado a una misión peligrosa, demuestra que tenéis capacidad para ocupar un puesto entre los adultos, esta fiesta es en vuestro honor.
– ¿Me estás diciendo que nuestra prueba de adulto fue caza a una rana? – Preguntó Kumar un tanto desilusionado.
– Sí, y confirma que siempre serás un niñato – Le respondió Seliara con una sonrisa burlona.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.