
El despacho del líder del poblado era ostentoso, pulcro, muy ornamentado, con figuras tribales y cuadros de los personajes célebres. Arhs´im aguardaba paciente, un tanto desganado, a recibir una ya esperada noticia.
– Hermano Arhs´im, sabemos que en unos días va a cumplir noventa años, como usted sabrá, hemos de pensar en celebrar su día del plantado.
– Así es, ya lo tenía presente y he estado meditando sobre ello.
– Bien, ¿le queda algo pendiente de solucionar?
– No, mi vida está en paz, puedo aceptar cualquier fecha.
– Según nuestras leyes, usted puede elegir el sitio exacto donde ser plantado, es una ley sagrada y como tal preservaremos su integridad con nuestras vidas si es necesario.
Arhs´im se quedó pensativo, el proceso era muy sencillo, las personas que alcanzaba cierta edad eran depositados en un agujero excavado en el lugar elegido, donde ocurriría la transformación.
El ciclo de la vida de su especie era un tanto peculiar, nacían de las semillas recogidas de sus frutos, la asociación de madres cuidaban de los pequeños, según crecían debían ir a la institución, allí eran educados y orientados para desempeñar un trabajo.
Solo los que llegaban a viejo podrían transformarse en árbol, y, por tanto, solo ellos podían reproducirse, el lugar que elegían para plantarse y crecer era muy importante. Era imposible saber a quién ibas a lanzar tu polen y quién iba a fecundar tus flores, eso era misión del viento y los insectos de la zona, así que normalmente se agrupaban en bosques con los árboles de las personas más afines, a los que llamaban familia.
– Ya había pensado el sitio donde plantarme.
– ¿Lo tiene marcado en algún mapa?
– No, es muy fácil de ubicar, le puedo enseñar donde.
– ¿Está muy lejos? Esta mañana tengo muchos asuntos que atender.
– No le robaré más de cinco minutos.
Los dos, salieron del despacho y se dirigieron a la salida del edificio del concejo, justo al salir Arhs´im señaló al suelo.
– Quiero ser plantado aquí.
– Pero, no puede ser, esto es la entrada del concejo, no puede bloquearla.
– ¿Ah, no? ¿Qué ley me lo prohíbe?
– Ninguna, pero es de sentido común, nos dificultará mucho la entrada.
– Es mi decisión, y es sagrada, nadie se puede negar.
– Sí, pero ¿Por qué?
– ¿Recuerda que quise abrir mi propio negocio y no me lo dejaron iniciar? ¿Cuándo sentí la necesidad de viajar a otras aldeas y no se me permitió? ¿Cuándo quise cambiar de profesión y me puso tantas trabas?
– Sí.
– Bien, ahora soy yo quien os cerrará las puertas.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.